For the fire that so long had slept within him, hidden
beneath the accumulating habits of purposeless, self-indulgent life, denied by
his smiling philosophy, thought of as a mere flash amid the ardours of youth –
the fire of a life’s passion, no longer to be disguised or resisted, burst into
consuming flame
De esta magistral manera
describe George Gissing, en un tono no muy lejano al de Dostoyevski en «Noches
Blancas» cómo la pasión de un amor frustrado no puede ser barrida por el paso
del tiempo, sino solamente permanecer dormida hasta que, no importa cuántos
años más tarde, el fuego se reavive y surja el anhelo incontrolable de
recuperar el tiempo desperdiciado.
Éste es el tema fundamental de «Sleeping Fires»; el pánico que provoca la
conciencia de una vida vacía, sin objetivos ni alicientes, aunque absolutamente
acomodada en lo material, y el último esfuerzo desesperado para que las cosas
sean, muchos años después, como siempre debieron ser. Se trata sin duda de una
idea universal que Gissing narra con una elegancia y una intensidad admirables,
comparables a las que desprenden otras nouvelles
espléndidas como «Carta de una desconocida» y «Veinticuatro horas en la vida de
una mujer» de Stefan Zweig o «
Se trata de una narración breve impregnada de crítica. Se critican las rígidas
convenciones sociales que se interponen en la búsqueda de la felicidad; la
pedantería que aplasta la elegancia; la comodidad que aniquila la compasión, y
se contraponen a la valentía que supone enfrentarse a una sociedad anticuada,
al hecho de abrir los ojos al presente y al compromiso con los débiles.
Por medio de apenas cuatro personajes y en tan sólo unas cuantas páginas,
Gissing es capaz de mostrarnos una historia que, siendo en principio sencilla,
rebosa de pasión hasta la última página. Así, apasionados hasta el extremo, son
los diálogos que se suceden entre Langley y su amada lady Revill cuando, tras
dieciocho años desde que ella se vio forzada a rechazar su petición de
matrimonio, vuelven a encontrarse. Langley, sobrecogido por un hecho crucial
que no desvelaremos ahora, vuelve a sentir el amor desenfrenado que tanto
tiempo no había hecho más que adormecer.
En estos diálogos furiosos y corteses a la vez (no olvidemos que Langley es un
respetable caballero inglés y lady Revill una honorable dama de la
aristocracia) se combinan los reproches y las súplicas y es seguramente en
ellos donde mejor se aprecia la maestría y elegancia de Gissing.
Una nueva sorpresa dentro de la sorpresa desencadena en los protagonistas
insoportables sentimientos de culpa y reproches mutuos y de esta situación
extrema, de la imposibilidad de deshacer las malas acciones del pasado, brota
en Langley la necesidad de recuperar al menos lo recuperable. Así se refleja en
sus palabras desesperadas intentando que reviva el amor de lady Revill si ella
es capaz de dejar de lado las estrictas normas de su círculo social y, sin
miedo a encontrar la felicidad, vuelve a ser la mujer que fue. Decía Séneca:
«Sólo un bien puede haber en el mal; la vergüenza de haberlo hecho» y, del
mismo modo, solamente luchando y logrando la felicidad que les fue arrebatada,
podrán expiar sus pecados pasados.
Resulta ciertamente extraño que George Gissing sea un escritor tan desconocido
en nuestro país y ya es hora, creo, de subsanar esa situación sin duda injusta,
no ya para el propio Gissing, el cual llevó siempre una vida bastante atormentada
con la etiqueta de «autor maldito» ─hasta
el punto de haber sido objeto de un absurdo rumor, de origen incierto, según el
cual fue sospechoso de ser nada menos que Jack el destripador─ sino para los
lectores que todavía no conocen su extensa obra.
Como defiende Langley, recuperemos el tiempo perdido.
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