por Alba Conde En pocos meses vuelven las fiestas familiares por excelencia las Navidades. Son fechas en las que por costumbre los familiares lejanos vuelven a casa por Navidad como dice un famoso anuncio. Falta ya poco, para que los niños empiecen a frotarse las manos con solo pensar en aquellos regalos que les traerán los tradicionales Reyes Magos o el no tan costumbrista Papá Noel. Hasta aquí, todo es precioso, modélico y ideal, pero, ¿qué hay detrás de todo este perfecto modelo navideño? Ciertamente, la Navidad es tiempo de compras por excelencia y, cada día más, las empresas y grandes marcas nos alimentan más el afán consumidor. Y es, que en eso se han convertido las fiestas navideñas, en consumo y más consumo. Ya a finales del mes de noviembre, los grandes almacenes y marcas empiezan a hacer su campaña, en la que vuelcan muchos de los esfuerzos de todo el año, que se basa principalmente, en publicidad en los medios de comunicación, aunque también, en descuentos e incluso ofertas inimaginables. En la televisión, progresivamente anuncian más y más juguetes, hasta que próximas las navidades, no podemos disfrutar de ningún otro tipo de publicidad, bueno si de turrones. En cuanto al sector de la alimentación, son por todos conocidas las grandes comidas navideñas, en las que no falta ningún tipo de manjar, como mariscos, carne de cordero, pavo, y como no, los sabrosos postres navideños, que tanto nos recuerdan en la tele. Con esto, no solo hacen negocio los grandes almacenes y supermercados, sino también, los pequeños comercios como carnicerías, fruterías, charcuterías o pastelerías. Otros que aprovechan estas fechas consumistas son los bares y restaurantes, que lejos de cerrar por vacaciones, hacen su agosto en pleno mes de diciembre. Con tanto consumo y modernidad, se ha perdido lo que se denominaba el Espíritu Navideño, aunque recordando viejos tiempos, cabe preguntarnos si este era tal. En nuestra opinión, el citado espíritu era eso, simplemente una sombra, que nadie o casi nadie percibía. Ya en el pasado el afán consumista estaba arraigado, aunque ni mucho menos, como en la actualidad. Cuentan los más mayores que antes, las Navidades eran fechas en las que la gente salía a la calle en Nochebuena a cantar villancicos casa por casa, hasta recorrer gran parte del pueblo, incluso muchas veces pernoctaban en pajares para poder seguir el día siguiente y llegar a casa a hora de comer. De esto hoy solo quedan los festivales que los más “peques” de la casa hacen en sus respectivos colegios, poco más. Relatan también como los juguetes, aunque sobra un tanto el plural, no eran ni parecidos a los que pedían en su carta real, pero era lo que había. Además, no podían disfrutar todo el año de sus juguetes solo tres o cuatro días, y los padres lo guardaban para el año siguiente. Así no se rompía. Las caras de los niños eran poemas al ver como los ricos del barrio siempre tenían lo que pedían a los Reyes Magos y ellos no, a lo que los padres contestaban con resignación, que había dos tipos de Reyes, los de los ricos y los de los pobres. Ahora no nos gustaría que fuera así, aunque desgraciadamente, hay lugares donde sigue ocurriendo, pero, ¿son necesarios tantos juguetes o con un par bastaría?. En conclusión, estamos asistiendo a una rápida evolución de nuestras costumbres, en las que no solo han cambiado las fiestas Navideñas sino muchas otras de nuestras tradiciones. Poco a poco, la mundialización y globalización, incluye en nuestro calendario fiestas y tradiciones foráneas que festejamos igualmente. La Navidad sigue siendo una de nuestras fiestas por excelencia, pero lo seguirá siendo? El tiempo tiene la última palabra. |
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