Tercer final
Un silbido agudísimo siguió al «adelante» del doctor Terríbilis y los vecinos lo confundieron con el ruido de una sirena. Unos momentos después el inventor y su ayudante se encontraban en las proximidades de la Luna y el supercrik, colocado en un pequeño cráter, se puso en funcionamiento.
—Formidable, señor doctor —se regocijaba Famulus, restregándose las manos—, supermonstruoso.
—¡Silencio! —gritó nerviosamente Terríbilis.
—¡Silencio! —repitió poco después, a pesar de que Famulus no había vuelto a abrir la boca.
Cuando el doctor Terríbilis gritó por tercera vez «¡Silencio!» hasta Famulus se dio cuenta de que algo no marchaba. El gran supercrik daba salida a toda su diabólica potencia inútilmente. La Luna no se apartaba ni un milímetro de su camino de siempre. Hay que aclarar que el doctor Terríbilis, docto e ingeniosísimo en todos los campos, era más bien flojo en el cálculo de pesos y medidas del sistema métrico decimal. Al calcular el peso de la Luna había confundido la equivalencia para reducir las toneladas en quintales. El supercrik estaba fabricado para una luna diez veces más pequeña y ligera que la nuestra. El doctor Terríbilis rugió de rabia, volvió a subir a la navecilla espacial y se sumió en el espacio, dejando al pobre Famulus solo y abandonado en el borde del cráter lunar, sin un vaso de agua, sin un caramelo para que se le pasara el susto.