Segun­do final

El perro corría y corría. Se encontró a un campesino

—¿Dónde vas tan deprisa?

—Ni siquera yo lo sé.

—Entonces ven a mi casa. Precisamente necesito un perro que me guarde el gallinero.

—Por mí iría, pero se lo advierto: no sé ladrar.

—Mejor. Los perros que ladran hacen huir a los ladrones. En cambio a ti no te oirán, se acercarán y podrás morderles, así tendrán el castigo que se merecen.

—De acuerdo —dijo el perro.

Y así fue cómo el perro que no sabía ladrar encontró un empleo, una cadena y una escudilla de sopa todos los días.

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