Tercer final

El perro corría y corría. De repente se detuvo. Habí­a oído un sonido extraño. Hacía guau guau. Guau guau.

—Esto me suena —pensó el perro—, sin embargo no consigo acordarme de cuál es la clase de animal que lo hace.

Guau, guau.

—¿Será la jirafa? No, debe ser el cocodrilo. El cocodrilo es un animal feroz. Tendré que acercarme con cautela.

Deslizándose entre los arbustos el perrito se dirigió hacia la dirección de la que procedía aquel guau guau que, a saber por qué, hacía que le latiera tan fuerte el corazón bajo el pelo.

—Guau, guau.

—Vaya, otro perro.

Sabéis, era el perro de aquel cazador que había disparado poco antes cuando oyó el cucú.

—Hola, perro.

—Hola, perro.

—¿Sabrías explicarme lo que estás diciendo?

—¿Diciendo? Para tu conocimiento yo no digo, yo ladro.

—¿Ladras? ¿Sabes ladrar?

—Naturalmente. No pretenderás que barrite como un elefante o que ruja como un león.

—Entonces, ¿me enseñarás?

—¿No sabes ladrar?

—No.

—Mira y escucha bien. Se hace así: guau, guau...

—Guau, guau —dijo en seguida nuestro perrito. Y, conmovido y feliz, pensaba para sus adentros: «Al fin encontré el maestro adecuado.»

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