Aurea Ortiz y
Pilar Pedraza
CINE Y GUERRA
El cine bélico es un género que nace con una
vocación conservadora de exaltación de los valores patrióticos en momentos de
crisis, si bien dentro de él suenan voces antibelicistas minoritarias, sobre
todo a partir de los años setenta. No suele cuestionar los motivos políticos de
la guerra, sino si acaso su crueldad desde un punto de vista humanista y
consolatorio, a menudo hipócrita. La primera guerra filmada –y trucada- por el
cine es la de Cuba (1898). El
cine como gran espectáculo patriótico comienza con una película de guerra
conservadora y racista: El nacimiento de una nación de D.
W.
Griffith (1915).
También
Griffith es autor de una película de ficción sobre la I Guerra Mundial, Corazones
del mundo
(1918), con esquema de melodrama y utilizando material documental junto con
otros filmados con sus actores favoritos en Hollywood en los decorados de Intolerancia. S.M. Eisenstein,
al comienzo de Octubre,
da una visión diferente
de la guerra desde un punto de vista pacifista inspirado en el
internacionalismo proletario (frente ruso-alemán). La mejor película bélica del
cine mudo es la de King Vidor, El
gran desfile, 1924, que critica
la guerra desde el sufrimiento de los soldados. Posterior pero ambientada en la
Gran Guerra: Senderos
de gloria de Kubrick (1957) enfrenta a los franceses entre sí por
cuestiones de rango y dominación, con lo que la guerra se convierte en una
excusa para hablar de la lucha de clases en el propio ejército.
La guerra
civil española produjo gran cantidad de material documental de la Generalitat, sindicatos, partidos, etc., así
como documentales internacionales para animar a una intervención y películas de
ficción: Sierra de Teruel
(André
Malraux. 1938), Tierra de España (Joris Ivens).
Durante la II
Guerra Mundial los directores más importantes fueron movilizados y desde
sus puestos de mando produjeron películas de propaganda bélica y documentales.
Es el caso de Capra, Ford y Wyler. Otros dirigieron películas de ficción de
carácter patriótico, o bien de espías y de aventuras relacionadas de algún modo
con la guerra (Casablanca, Curtiz, 1943; Encadenados,
Hitchcock, 1946).
Hay también grandes películas de la guerra,
colosales y espectaculares, que exaltan los valores patrióticos y militares, como El día más largo
(Annakin, Marton, Wicki, 1962), de minuciosa reconstrucción histórica y cartel
estelar. Del mismo tono es El Puente
sobre el Río Kwai de David Lean (1957) -revisitada
en clave homofílica en 1983 por N. Oshima en Feliz Navidad, Mr. Lawrence-, que proporciona tempranamente una
visión del ejército como semillero de paranoia y sinsentido, o Los cañones de
Navarone (J.Lee Thompson, 1961). En la puesta en escena de la violencia de la guerra
y de las posibilidades ficcionales del género, dos autores marcaron nuevas
pautas en el cine bélico, Robert Aldrich con Los Doce del patíbulo (1967) y Sam Peckinpah con La Cruz de hierro (1977), que se recrean en la violencia como
espectáculo, pero a través de historias consistentes por sí mismas.
Frente al cine bélico convencional se sitúa
el neorrealismo de la guerra, con las películas de Roberto Rossellini
que denuncian los desastres humanos entre los soldados, la población civil y
las ciudades mismas, bombardeadas y convertidas en montones de escombros: Roma,
città aperta (1945), Paisà (1946), y la estremecedora Germania
anno zero (1947). En Francia hay un cine de la Resistencia y posterior
que se refiere a la invasión alemana y a la liberación: El ejército de las sombras
de Melville (1969). Renoir dirigió en Estados Unidos con buena voluntad y
escasos resultados artísticos Esta
tierra es mía (1943), y más tarde en Francia El cabo atrapado (1962). Pero la película
antibélica más interesante de la historia del cine es la de Resnais-Duras, Hiroshima,
mon amour (1959), perteneciente a la Nouvelle vague,
de carácter universal, y en la que la reflexión sobre la guerra, la memoria y
el amor es llevada por una voz de mujer, que dirige el texto desde la bomba de
Hiroshima hacia la invasión alemana de Francia en un vaivén distinto de la
linealidad del cine americano.
la guerra de VIETNAM (1959-1975) cuenta con un amplio abanico de posibilidades, ya que el
género se diversifica en: posturas ante la guerra, películas antibélicas,
películas de propaganda belicista, documentales de uno y otro signo y películas
fantásticas o de aventuras, o incluso de ciencia ficción, que adoptan el
caparazón del género para ofrecerse en el mercado. En 1957 Joseph L. Mankiewicz
dirige El americano impasible, que desvela claves políticas y cuyo remake
reciente de Phillip Noyce (2001) no carece de interés, desde el punto de
vista de la consideración de los americanos como terroristas provocadores. Del otro lado, Boinas verdes (The Green Berets,
1968) dirigida e interpretada por John Wayne, es una apología de la intervención USA en Vietnam y un
alegato anticomunista. A ellos hay que sumar los documentales propagandísticos
de John Ford, encargados por el Departamento
de Defensa.
Los resultados catastróficos de la guerra y la desolación
ante el enorme coste humano que supuso, hicieron reflexionar a los americanos.
A partir de los años 70 algunos cineastas se embarcan en la aventura
antibelicista a base de films de desastres de la guerra o de sus consecuencias
sobre la sociedad civil. Entre ellos, por orden cronológico, Dalton Trumbo (Johnny cogió su
fusil, 1971), Elia Kazan, Los visitantes
(The Visitors, 1972) y Michael Cimino, El cazador (The
Deep Hunter, 1978). Un año más tarde, Francis
Ford Coppola, en su film Apocalypse Now, va más allá de la guerra y
penetra en la mística pasando por la espectacularización de los ataques
americanos a las aldeas vietnamitas, en una operación desmesurada y muy poco
clara, aunque de aspecto brillante.
El malestar y su síntoma cinematográfico prosigue en la década
de los 80 con Platoon
(1986) de Oliver Stone; Stanley Kubrick, La chaqueta
metálica (1987), Brian de Palma, Corazones de
hierro (1989) y Johnny Rico, Nacido
el cuatro de julio (1989). Taxi driver (1976) de Martin Scorsese ya había dibujado la caricatura definitiva de los
ex-combatientes de Vietnam, considerados poco menos que como aèstados y
psicópatas. La guerra en clave fantástica, o más bien la construcción de la
muerte desde el interior de la subjetividad, tiene en La
escalera de Jacob de Adrian Line (1990) un ejemplar
suculento para los amantes de lo siniestro y lo inquietante más que de las
bombas. Independence Day (Roland Emmerich, 1996) y la gamberra Mars Attacks (Tim Burton, 1996) constituyen, por su parte, estupendos divertimentos
para quienes amamos el terror y el humor, y no la guerra.
Las últimas películas americanas de guerra pretenden
utilizar el tema de las hazañas bélicas para mostrar aspectos hiperrealistas de
las mismas y el sinsentido de la matanza, pero continúan mudas en lo relativo a
las causas y ciegas respecto al contexto general. Un buen ejemplo es La
delgada linea roja (Terrence Malik, 1998), que reflexiona
sobre el mal en abstracto en medio del fragor de los combates, la excelente y
prescindible Black Hawk Down (2002) de Riddley
Scott, situada en Somalia, y la hipócrita y efectista Salvad al soldado Ryan de Spielberg (1998).
La Guerra de
Yugoslavia ha dado como fruto cinematográfico unas cuantas
películas sarcásticas, caricaturescas o excéntricas, en el sentido de que no se
atienen al género americano de hazañas bélicas, en parte por lo atípico de esta
guerra. Las más notables son las de Emir
Kusturica, Underground, 1995, Milcho Manchevski, Antes de la
lluvia, 1994 y Danis Tanovic,
En tierra de nadie, 2001, esta última de un humor negro muy de
agradecer.
THIS IS THE END, my friend