Las fiestas patronales de Bronchales son en honor de Nuestra Señora de la Asunción, y San Roque, en cuyo nombre se celebran importantes festejos en verano, al igual que en gran parte de la geografía española son del 14 al 19 de agosto. Destacan en las fiestas la celebración de festejos taurinos, pero por encima de todo “la sopeta”, la cual se explica más abajo de forma detallada.
Cuando terminan las fiestas del pueblo, los veraneantes valencianos celebran sus fiestas en honor a la Virgen de los Desamparados, sacando en procesión a la imagen, que se conserva en un altar de la iglesia.
"LA SOPETA"
La sopeta de Bronchales es una fiesta cuando menos peculiar. La sopeta, tal como la recuerdan los que peinan canas se da el día de San Roque por la tarde, los habitantes de Bronchales y los pocos veraneantes de entonces se agrupaban en cuadrillas y con parsimoniosa reverencia se colocaban en torno a un balde , barreño , pozal o cualquier recipiente lleno de vino obsequio del Ayuntamiento. Tan importante como el vino era la torta que cada cual aportaba de su casa para completar el rito. Debidamente troceada, la torta era sumergida en el preciado líquido que, convenientemente endulzado al son de la jota, el pasodoble y otros sones "folklóricos" se comía en forma de sopas y de ahí el nombre de "la sopeta".
Tan grande era la reverencia y el aprecio por el dulce manjar de dioses, que jamás nadie osó derramar ni una gota en otro lugar de la plaza que no fuera entre pecho y espalda.
Hoy en día son muchas las cosas que han cambiado, entre ellas la forma en que la juventud celebra su sopeta. Por una tarde, el pueblo queda convertido, por obra y gracia del dios Baco, en una inmensa y variopinta cantina popular en donde tiene cabida el buen humor, el disfraz ocasional, el baile del himno de Bronchales, la canción del verano ó pasodobles como el de paquito el chocolatero, incluso la habilidad circense de improvisados atletas o cantantes, sacados de la desinhibidora magia de unos tragos de buen vino.
Por una tarde, se olvidan viejas rencillas, se derriban las fronteras generacionales, se dejan de lado diferencias políticas y se ahogan las penas en un buen tintorro.
El vino, más que beberse, colorea vestidos y cuerpos de los participantes en la ruidosa sopeta, cuyas manchas lucen sobre sus blancas vestimentas como lúdicos trofeos de quien ha luchado y vencido en singular batalla con el dios Baco.