Recuerda
por Andrea Copado
Cuando nos encontremos por la calle con los
subsaharianos, o, dicho sin eufemismos, con esos jóvenes negros
africanos que ofrecen La Farola a la puerta de los grandes almacenes,
unos tipos mansos y modestos que no dan nada la lata y a los que, por
consiguiente, tendemos a ignorar olímpicamente, recordemos que detrás
de cada uno de ellos es muy probable que haya una aventura vital
espeluznante, una proeza de increíble supervivencia en las pateras
mortíferas, una gesta atroz que, plasmada en una película de Hollywood,
nos hubiera hecho llorar de emoción y considerar un héroe a este chico
que ahora desdeñamos.
Cuando veamos una tienda de todo a cien o cualquiera de esos productos
baratos y superfluos que abarrotan nuestra sociedad del desperdicio,
tan absurdamente manirrota, recordemos que toda esa basura innecesaria
tiene un coste asombroso. Por ejemplo, en China, gran productora de
esta quincallería, el 70% de los ríos están tan contaminados por las
fábricas que son peligrosos, y el propio Gobierno admite que el
envenenamiento de aire y agua mata cada año a 460.000 personas.
Cuando pasemos delante de esos puticlubs de carretera iluminados como
carruseles, o cuando veamos esas páginas de anuncios de prostitución
que parecen tan chistosas (sin ir más lejos en este mismo periódico),
recordemos que, según la policía, el 85% de las mujeres que ejercen ese
oficio en España lo hacen forzadas, muchas de ellas tras haber sido
secuestradas, violadas, apaleadas y amenazadas con represalias contra
sus familiares (por cierto que la legalización de la prostitución sería
una manera de combatir el abuso). Cada año la policía desmonta varias
redes mafiosas y rescata, de media, a unas 1.500 de estas esclavas.
Pero no sientas alivio: quedan cientos de miles.
ROSA MONTERO
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