TE DOY MIS OJOS
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Dirección: Icíar Bollaín. |
Una película imprescindible
En ocasiones hay películas cuyo valor objetivo va mucho más allá de la
brillantez de su puesta en escena o de un envoltorio formal más o menos cuidado
y reside en la importancia de la temática que trata o en la valentía de
atreverse a mirar desde ángulos insospechados las muchas miserias que se esconden
en nuestra vida cotidiana. En el cine es-pañol tenemos unos cuantos ejemplos
recientes ("Solas" de Benito Zambrano o "Los
Lunes al Sol" de Fernando León de Aranoa) de películas que extraen de
la re-alidad del día a día y de la atención al pequeño detalle una actitud vital
y un fuerte compromiso moral que no aboga tanto por los grandes e inalcanzables
ideales como por poner la cámara bien asentada en la tierra y, con humildad,
retratar certeramente la dificultad del vivir diario.
La corta filmografía de Icíar Bollaín se inscribe plenamente en esa tendencia ("Hola, ¿Estás Sola?" era un retrato del desarraigo juvenil y "Flores de Otro Mundo" una cruda advertencia sobre la inmigración) y con esta "Te Doy Mis Ojos" da un paso adelante al afrontar un tema tan espinoso y sobrecogedor, tan de actualidad (aunque no nos engañemos, el problema viene de siempre) como es el de la violencia de género. Ya en el año 2000 Bollaín había realizado un corto, "Amores Que Matan", también protagonizado por Luis Tosar, en el que demostraba su inteligencia al abordar esta cuestión desde el punto de vista más arriesgado y, sin duda, difícil: el de intentar averiguar qué pasa por la mente de aquel que maltrata; conseguir comprender, que no justificar, lo que hace que un hombre sea capaz de machacar a su pareja.
"Te Doy mis Ojos" se sitúa desde un primer momento en el punto de más difícil
equilibrio y es muy de agradecer la seriedad y la absoluta falta de maniqueísmo
con la que Icíar y su co-guionista Alicia Luna
afrontan la historia que tienen entre manos, pues ahí es nada obligar al
espectador a que huya de la salida tan inevitablemente fácil que supone en estos
casos solidarizarse plenamente con la víctima y olvidarse de cualquier otra
consideración, que al fin y al cabo es lo que usted, yo o cualquiera haría en
una situación que ni podemos ni queremos comprender. Bollaín nos obliga con su
película a hacer un mayor esfuerzo intelectual, a pensar, a entender no sólo las
razones por las que una mujer es capaz de atravesar todo un infierno con la
esperanza de volver a ver en el marido que ahora la maltrata al hombre de quien
se enamoró y al que aún ama, sino también todo aquello que provoca en un hombre
enamorado de su pareja esa injustificable agresión.
"Te Doy mis Ojos" se revela como una película que provoca un alto grado de incomodidad en el espectador, posiblemente porque Bollaín es perfectamente consciente de que no necesita mostrar la violencia en sí y ni mucho menos recrearse morbosamente en ella, sino que le basta con mostrar sus consecuencias y dejar que el espectador ate los cabos por sí mismo con la información que todos disponemos sobre este tema. Así, cuando asistimos en la primera secuencia a la desesperada huida del domicilio familiar de una despavorida Pilar (Laia Marull, impresionante tanto por su variedad de registros como por la intensidad emocional con la que dota a su personaje) y su hijo, con el estupendo recurso de guión de la desoladora frase “¡Que me he venido en zapatillas!” mientras rompe a llorar en brazos de su hermana, intuimos a la perfección el infierno del que viene huyendo sin necesidad de visualizarlo.
La primera aparición de Antonio (un no me-nos magnífico Luis Tosar, capaz de
dotar de humanidad y complejidad a un personaje tan a priori despreciable) nos
confirma plenamente el territorio en el que nos estamos moviendo. Es
impresionante la secuencia de la conversación a través de la puerta, en la que
quedan claras varias cosas y establece el tono de la película: primero, el amor
que ambos sienten el uno por el otro; segundo, la lucha interior de Pilar,
incapaz de vencer el profundo miedo que le inspira el hombre que quiere, pese a
que todo su ser quiere creer sus buenas palabras; tercero, los esfuerzos de
Antonio por controlar su ira, el abismo al que se aboca cuando ve que se hace
realidad lo que más teme, que no es otra cosa que la mujer que ama le abandone y
el ser incapaz de no recurrir a la violencia cuando ve que todo escapa a su
control.
Con estos mimbres, Bollaín construye una película compleja que ahonda en lo que en el fondo es una historia de amor. Terrible, por supuesto, pero historia de amor al fin y al cabo, donde ambos personajes luchan consigo mismos para recuperar esos breves instantes de felicidad que les llevaron a ser una pareja. La cámara sobria de Bollaín sigue a los dos y a aquellos que les rodean en su peripecia vital púdicamente, siempre desde el respeto y desde la necesidad continua de comprender. Así, acompañamos a Antonio en su paso por un grupo de terapia masculina que le ayude a controlar su ira y, lo más importante, a comprender por qué hace lo que hace. Resulta interesante comprobar cómo, con gran inteligencia, Bollaín introduce en esas sesiones algunas situaciones que mueven a la sonrisa cómplice por la manera en que los hombres se enfrentan a sus relaciones con la mujeres; sonrisa que se congela en el mismo instante en que uno cae en la cuenta de que esa ignorancia, aparentemente divertida, no es sino otro síntoma del problema. Pero lo más importante es que Antonio toma conciencia durante estas sesiones de quién es en realidad, de que en el fondo no es nadie y de que, en este caso, la violencia no tiene como objetivo ejercer un poder absoluto, sino que es más producto de la impotencia que le produce su propia anodina existencia.
Por su parte, la visión del personaje de Pilar no es tan positiva como podría
pensarse, a pesar de que cuenta de antemano con la adhesión incondicional del
espectador. La película incide muy particular-mente en esa idealizada idea
de lo amoroso que engaña a muchas de las víctimas de los malos tratos y que
llevan una y otra vez a las víctimas de las mismas a volver con sus parejas
maltratadoras. Es encomiable la manera en que Bollaín filma la progresiva toma
de conciencia de sí misma de Pilar, que se re-descubre a través de su trabajo
(hermosa secuencia aquella en la que explica un cuadro a un grupo de turistas
mientras Antonio la observa, fascinado, oculto entre ellos, revelando tanto al
espectador como al propio Antonio su nueva faceta) a la vez que se reafirma ante
esa hermana que es incapaz de ayudarla porque no ve los matices que separan el
blanco del negro (una excelente Candela Peña
que nos representa un poco a todos los que vemos este problema “desde fuera”,
sin intentar comprenderlo) y una madre consentidora y preocupada por las
apariencias (una Rosa Mª Sardá que
interpreta al único personaje algo tópico en una galería de caracteres
complejísimos). En cierto modo, y eso lo comprende mucho antes Antonio que la
propia Pilar, la toma de conciencia de sí misma y su consecuente capacidad de
ser libre es lo que provoca la impotencia de Antonio, que sólo puede recurrir a
la fuerza para intentar retenerla, antes de que, como él teme constantemente,
encuentre a alguien mejor y le abandone.
La violencia doméstica que Bollaín retrata en "Te Doy Mis ojos" es siempre mucho más sugerida que vista, pero está tratada con tal contundencia que convierte la experiencia de ver la película en algo realmente incómodo y difícil de soportar. No hay sangre, no hay golpes, pero sí hay una destrucción sistemática del yo interior de Pilar (fantástica secuencia aquella en la que ésta acude a denunciar a Antonio a la policía y éste sólo sabe preguntar donde están los daños físicos que ella pretende denunciar, mientras Pilar no consigue hacerle comprender que la ha “roto por dentro”, mucho más profundamente que cualquier herida física) que alcanza su culmen en una sobrecogedora secuencia, la brutal escena del balcón en la que la violencia alcanza su grado máximo, la repugnancia moral del acto provoca que apenas pueda uno mantenerse en la butaca y el gesto angustiado, desesperado de una Laia Marull impresionante provoca todo tipo de sensaciones en el espectador.
"Te Doy mis Ojos" es pues una película imprescindible, de visionado obligado
para cualquier persona con un mínimo de sensatez y conciencia social, desprovista
de todo maniqueísmo. Un atroz y certero diagnóstico expuesto con atención al
detalle, con madurez creativa y que se sustenta en un guión excelente y unas
interpretaciones magníficas y sobrecogedoras. Afronta con valentía un problema
delicado no desde la abstracción o la generalización, sino desde la fuerza de la
exposición de un caso concreto, que narra con sus contradicciones y sus
incoherencias sin caer en ningún momento en la más mínima ambigüedad moral. Es
cine que consigue el milagro de mostrar la vida con todo lo que conlleva: hay
momentos para emocionarse, llorar e incluso sonreír y dejarse llevar por los
breves instantes de felicidad de esa pareja; cine en el que uno no ve
personajes, sino personas reales, cercanas, a las que puede comprender aun
dentro de su monstruosidad. Toda una lección de vida que no podemos ni debemos
olvidar, pues la ignorancia o la falta de comprensión de estos hechos ayudan no
poco a que se perpetúen. Y ante esa posibilidad, todos debemos estar más que
atentos.
CRÍTICA por David Garrido