Bertolt Brecht. Sobre horacios y curiacios

Teatro de la Abadía

      Dramaturgia y dirección: Hernan Gené

      Reparto: Luis Bermejo, Julio Cortázar, David Luque, Markos Marín, Daniel

      Moreno, Fernando Soto.

      Adjunta a la dirección: Carina Piaggio. Ayudante de dirección: Ana Zamora.

      Vestuario: Pepe Uría. Espacio escénico y atrezzo: Deborah Macías.

      Iluminación y coordinación técnica: Manuel Fuster.

      Composición y dirección musical: Wladimir Wagener.

      Espacio sonoro: Javier Almela.

      Coordinación musical y trabajo de palabra: Ernesto Arias.

      Ayudante de producción: Henar Montoya

6 de noviembre de 2004. L’Altre Espai. Valencia.

 

Dramatis personae

Los seis personajes no admiten distinción alguna, pues se trata de seis payasos que encarnan alternativamente a Horacios y Curiacios. Los seis visten como payasos, se mueven como payasos y se relacionan como payasos. Pocas cosas nos permiten diferenciar a uno u otro actor/clown. Uno de ellos, que suele destacarse como el jefe en la mayoría de actos, se caracteriza por uan complexión más adulta, mas ancho, con barba y bigote, y ropajes mas elegantes quizás. El resto es poco destacable entre si, alguno tiene un defecto en la dicción, a otros les podremos reconocer por la voz o por la complexión física, pero a todas luces se ve que el director no se preocupa en hacer reconocibles a sus clowns porque no le interesa. El director quiere que sus actores sean capaces de dar vida a payasos que representan una obra de teatro, por lo que harán a la vez los papeles que Brecht da en su obra: los tres generales de cada bando y sus coros.

 

La obra se desarrolla en un espacio limitado visualmente, como es una pista de circo, con su gran plataforma roja en el medio, su hilera de bombillas colgando del fondo, y su entarimado con una cortina colgando para dar más posibilidades escénicas. Así, este espacio ha de dar cabida a las siguientes escenografías: la tierra de los horacios con un general dando un discurso en lo alto; la primera batalla con el sol como protagonista (aquí las montañas y demás accidentes geográficos los represetan los propios payasos); la segunda batalla en la que el horacio sube a la tarima para atacar a su enemigo (aquí tambien elementos como el río, los socavones y acantilados, son efectos que hacen los payasos); y la tercera batalla en la que los Curiacios persiguen al Horacio dando vueltas a la pista, pasando por detras y por delante de la cortina en la tarima. En resumen una escenografía aparentemente simple pero muy cuidada.

 

La iluminación era bastante sencilla, al ser la escenografía tan poco expresiva en relación con la obra. Un elemento importante de dicha iluminación era el foco portátil que se utiliza para describir el camino del sol en la segunda batalla.

 

El vestuario sigue lógicamente los patrones del vestuario del payaso (o del clown como lo llama el director). Los seis actores llevan ropa sugerente, transgresora, vistosa, ancha, un tanto cutre,  poco contemporánea, lejos de la realidad de la calle en esta época o en cualquier otra. Sombreros de copa, trajes, pantalones con tirantes, grandes zapatos...ropa de payaso al fin y al cabo. También, en el número musical de La mujer del soldado, el vestuario de la cantante (extravagante) y el de la viuda son destacables.

 

En el apartado del atrezzo señalar la mayor o menos importancia de los onjetos que aparecen para dar más fuerza a la escenografía, como la batuta que “el jefe” de los payasos lanza una y otra vez al aire con sus distintos y encendidos discursos, las batutas que utilizan los demás payasos para “dibujar” en el aire la trayectoria del tiro para darle más fuerza dramática, las armas (en el texto son arcos y espadas, aqui pistolas), el transmisor, las sillas arriba de la tarima, y sobre todo la bandera blanca. Esta bandera blanca, que en la obra de Brecht es una lanza, sirve para representar el famoso dicho que tanto repiten: “muchos objetos hay en un objeto”, que como en el texto se explica bien, se utiliza para superar todos los obstáculos de la naturaleza y para ser clavado con saña en el cuerpo del enemigo.

 

El ambiente en el teatro era distendido, con un público receptivo a las bromas que ofrecía la obra, y cómplice en las escasas pausas reflexivas que planteaba, sobre todo al final. Los aplausos coronaron la representación.

 

Opinión personal

El director de la obra consigue darle a un texto menor de Bertolt Brecht vida propia, creando ante todo un espectáculo en el que prima la diversión, como opinaba el propio Brecht que debía ser el teatro. Se trata pues de una representación muy libre, como se ve en las pocas indicaciones escenográficas que sigue el director con respecto al texto, y más que en la escenografía en los diálogos, sólo parecidos en la sustancia del argumento. La figura del divertido payaso que intenta representar la obra del dramaturgo alemán, y que se ve superado por la crueldad de la guerra, aporta un toque de humanidad, de mayor acercamiento al público. Se introducen muchos diálogos entre las partes principales del libro que nos acercan a esa personalidad loca y divertida del clown, y que muchas veces nos deja ver esa intertextualidad que supone saber que estamos viendo a actores interpretando a payasos que representan una obra. Cuando no se atreven a dar muerte a los vencidos, y repiten la escena varias veces, cuando se dirigen directamente al encargado de iluminación (“Manuel, por favor”), o al público como si de un espectáculo de circo se tratara, o simplemente con las tres canciones que se introducen (La canción de los cañones, La mujer del soldado, y La canción del arroz), se consigue conquistar el espacio con todos los elementos del mimo y convertir el drama de dos pueblos enfrentados en un alegato contra la guerra. Por tanto, no cabe dudar de la oportunidad del proyecto, tanto en su vertiente textual (escrita en 1934 se rebeló contra los peligros del imperialismo nazi y contra los mecanismos de la guerra en general) como en su representación teatral en este espacio (todo comenzó a partir de una reflexión de su director Hernán Gené a partir de la guerra de Irak). La referencia clara a Hitler (aportación de la compañía, y no del texto, con ese violento discurso que nos lleva a El gran dictador de Chaplin), nos sirve hoy como una denuncia fácilmente extrapolable a importantes figuras políticas como Bush o Aznar, para muchos dictadores en democracia y responsables de guerras sin sentido. En conclusión, lo cierto es que aunque se trate de un texto menor y bastante previsible, Gené ha sabido encontrar el punto justo con las técnicas propias del clown que tan bien conoce, narradóndolo de forma sencilla, con un buen reparto y una representación contenida y nada estridente. Creo que es una obra que merece la pena sólo por el hecho de ser capaz de invitar a la reflexión a partir de una sonora carcajada.