Arnold Wesker. Sopa de pollo con cebada

      Dirección: Carme Portaceli. Versión, traducción y adaptación: Toni Lluch,

      J.V. Martínez Luciano, Carme Portaceli.

      Reparto: Pilar Martínez (Sara Kahn); Enric Benavent (Harry Kahn);

      Manolo Ochoa (Monty); Juanfran Aznar (Prince); Manuel Maestro (Dave);

      Carles Royo (Hymie); Lola Molto (Cissie); Anna Cediel (Ada);

      Martín Cases (Ronnie); Paula Miralles (Bessie).

      Escenografía e iluminación: Paco Azorín.

      Espacio sonoro y música: David Alarcón.

      Maquetación virtual de escenografía: Enric Durán. Vestuario: Anna Güell

      Construcción de escenografía: OAM CENTRE CULTURAL SANT CUGAT

      Realización de vestuario: ÉPOCA. Reportaje fotográfico: Vicente A. Jiménez.

      Diseño Gráfico: Sandra Figueroa y Marisa Gallén. Mobiliario: FET D’ENCÀRREC.

      Ayudante de dirección: Ramón Moreno. Maquillaje y peluquería: Inma Fuentes

      Coreografía y movimiento escénico: Rocío Pérez.

15 de diciembre de 2004. Teatro Rialto. Valencia.

 

Dramatis personae

Sara Kahn: Es la madre del clan, la única que parece mantener los valores comunistas que demuestran todos al principio de la obra. Cabello castaño no muy largo, suelto,  Viste con pantalones y una camisa roja, significativa.

Harry Kahn: El padre, marido de Sara, con quien mantiene una relación compleja en la que se ve de algún modo oprimido por su control y su exigencia. Tiene unos cincuenta años, y pelo gris y canoso. Su adhesión a la causa comunista es tan débil como su capacidad para enfrentarse a los problemas. Viste con pantalón, camiseta de tirantes y camisa gris, y cuando sufre la parálisis y se queda en silla de ruedas, con un chándal.

Monty: Es un joven de unos veintitantos años al principio de la obra, que evoluciona más visiblemente hacia la pérdida de los ideales. Al principio viste con una cazadora de cuero y con un gorro, y al final reaparece con un traje de ejecutivo que representa su cambio de valores. Es algo delgado, y tiene un defecto de dicción.

Prince: un joven también de unos 20 años, vestido de forma sencilla, y sin mucho peso dramático.

Dave: Joven moreno, otro veinteañero, que viste con un pantalón a cuadros y una camiseta. Es el novio de Ada, y al principio de la obra se va a luchar en la Guerra Civil española. Cómo los demás, deja sus ideales y acaba trabajando de carpintero, casándose y teniendo un hijo con Ada, y llevándolos al campo a  vivir.

Hymie: Hermano de Sara, de unos 30 y tantos, alto y apuesto, viste con un pantalón vaquero y un jersey. Al principio toma parte activa en la manifestación, pero luego su presencia se diluye como se diluyen sus firmes ideales.

Cissie: Es la hermana de Harry y por tanto cuñada de Sara, cuarentona, delgada, castaña y no muy alta. Viste con pantalones y camisa, y su idealismo va más por la senda del sindicato. Al final, su fe también cae.

Ada: La hija mayor de Harry y Sara, de unos 25 años, pelo corto y rubio, delgada, viste con una falda a cuadros, una camisa amarilla, y siempre su chaqueta roja encima. Su rebeldía siempre destacada por sus padres como algo bueno acaba revelándose contra ellos mismos.

Ronnie: El hijo pequeño de la familia Kahn, comienza muy apegado a las ideas de su madre, pero acaba como todos los personajes jóvenes de la obra: más fiel a la realidad social que a los ideales. Es moreno y alto, al principio de la obra aún va al instituto. Acaba cambiando la chaqueta de cuero y los vaqueros por un traje al volver de París vacío de toda esperanza. Comienza queriendo ser escritor y acaba siendo librero.

Bessie: es una veinteañera morena, de pelo largo y suelto, viste con un vestido y una chaqueta negra encima, acaba casándose con Monty y se queda embarazada de él. Es la que canta las canciones y la que más rebelde parece de inicio en el grupo de amigos, pero luego es la voz que no hace más que pedir a Monty que olvide sus ideales.

 

La obra se desarrolla en un solo espacio, el salón de la casa del matrimonio Kahn, con el único elemento vertebrador de la acción que es la gran mesa rectangular rodeada de 12 sillas donde se sientan a comer o simplemente a charlar. También es destacable el suelo formado por una especie de paneles de cristal, y sobre todo la plataforma redonda que hace girar el suelo bajo la mesa. El escenario presentaba la particularidad de estar dispuesto entre dos bloques de público sentado, que se veían frente a frente, con la acción en medio.

 

La iluminación no juega un gran papel durante la obra, es tenue, y sólo se altera cuando hay cambio de año. En esos momentos, la mesa gira, los personajes se quedan parados, la música suena y las luces hacen efectos mientras en las paredes del teatro se muestra el año al que nos desplazamos.

 

Se utiliza un vestuario bastante diacrónico, con algunos pocos elementos de la época que se retrata (los 40), y otros elementos un tanto chocantes, como la sudadera de marca de Harry cuando está enfermo, y la chaqueta roja y otras ropas más propias de las “rebeliones” juveniles en la moda de los 70 o los 80.

 

En el atrezzo podemos destacar la importancia de la mesa como eje de la acción, las sillas de ruedas sobre todo al final cómo símbolo de la invalidez ideológica en la que caemos casi todos, y otros objetos que aparecían encima de la mesa (la radio, el monedero de Sara, la bandera roja, los platos y vasos, el micrófono para cantar...)

 

El público que presenció esta representación estaba mayoritariamente compuesto por jóvenes, que demostraron cierta inexperiencia a la hora de ver teatro, con algunas faltas de respeto como algunas risas ante los errores de los actores (palabras en catalán cuando la obra era en castellano), y sobre todo con el martilleante sonido de un móvil. Al final de la obra, un encendido aplauso general.

 

Opinión personal

 Creo que esta obra mayor de Arnold Wesker no es una de las más importantes del siglo XX y del todo el teatro contemporáneo por casualidad. Wesker saber proponer aquí un texto que le hace replantearse al espectador todo en cuanto cree. A partir de 20 años de evolución de la familia Kahn, se nos recuerda siempre la verdad de aquella frase de cuyo autor no quiero acordarme: “ser de derechas en la juventud es no tener corazón, ser de izquierdas en la vejez es no tener cabeza”. La desilusión de todos los personajes se clava en lo más hondo de mi conciencia y me hace dudar de si el problema es que Sara ha perdido la razón o que los demás se han desprendido del alma. En todo caso, teatro con mayúsculas que interpela al espectador sin artificios formales, y sin caer en la aspereza y la distancia.