CARTAS A UN NIÑO QUE NO DEBIÓ NACER
Finalista del II Concurso de Cuentos de Tribuna Médica
CARTAS A UN NIÑO QUE NO DEBIÓ NACER
20 octubre.- Hoy me han confirmado que existías. Yo ya lo sabía; desde que empezaron a pasar los días y la maldita regla no aparecía; desde detrás de mi angustia y mi temor tenía el presentimiento de que ya estabas allí, invisible, microscópico, apenas unas células dividiéndose muy rápidamente, pero existente. Eras ya una realidad.
Y hoy el laboratorio lo ha confirmado; sí, en efecto, tú ya existes dentro de mí; y no debías de existir, no tenías por qué existir cuando habíamos puesto los medios suficientes para que no fueras, para que no se repitiera la maldición que cayó sobre tu hermano.
Tú tienes un hermano, ¿sabes?; ahora ya tiene cuatro años, pero no es como los demás niños. Nació diferente, con los ojitos oblicuos y la nariz achatada, con la frente un poco abombada y el pelo lacio, muy cerca de las cejas; sí, tienes un hermano mongólico, por eso no puedes existir tú; no tenías que haber existido. Ya nos lo avisaron y hablaron de porcentajes y de probabilidades de que la enfermedad se repitiera, y hablaron del consejo genético, y de las medidas de control de la natalidad, y de métodos anticonceptivos; pero cuando nació tu hermano no nos dijeron cómo debíamos aceptar la desgracia, cómo debíamos aprender a quererlo, cómo iba a ser nuestra vida con él.
Y ahora vas a venir tú, que no debías haber sido, porque las estadísticas te condenan de antemano a ser un subnormal.
5 noviembre.- No sé qué voy a hacer. Yo sé que tú existes porque algo superior a nosotros lo ha querido. ¿Dios? Sí; el mismo que quiso que tu hermano fuera diferente, sin comprender yo todavía para qué, te ha hecho vivir a ti en contra de las barreras anticonceptivas. Y ahora, ¿por qué?
Hace ya dos semanas que supimos con certeza tu existencia, y yo he querido alegrarme, pero no puedo; es demasiado duro que todavía estén en mi cerebro tan nítidas las imágenes distorsionadas de aquel aciago día en que nació tu hermano; el sabor seco de los labios por el tranquilizante, los cuchicheos, los secretos, el niño en el “nido”, el silencio fúnebre de tu padre a mi lado y, al fin, las palabras terribles con que el médico lo sentenció a las pocas horas.
Y tu hermano está ahí, sonriendo desde su feliz limbo a quienes le señalan con el dedo al pasar; tu hermano, con su apagada mirada y su eterna y pegajosa demanda de cariño.
Y yo le dije esta mañana que tú ibas a venir, y el desgraciado ha preguntado:
-¿Será un niño como yo?
Y no ha podido comprender lo terrible de esta pregunta; no puede calibrar lo que significa ser un niño como él, y que sí, muy probablemente, serás igual que él.
Quisiera desearte y soñarte, mi niño, como otras madres que esperan dicen que sueñan a sus hijos; como otras madres dicen que ven ya sus cabellos rizados, y sus ojillos vivos, y sus labios carnosos, en una sonrisa de querubín pintado; y he mirado revistas donde hay niños maravillosamente lindos, y he visto a tu hermano junto a mí, con su vacía sonrisa de idiota, y no puedo soñarte.
15 noviembre.- Todavía no eres ni del tamaño de una lenteja, según dicen, y ya nadie te quiere; todos te temen a ti, montón de células vivientes.
La familia, ya ves, quienes debían esperarte con regocijo, ha organizado algo así como un pésame discreto; ellos también te están condenando, lo mismo que esas malditas estadísticas con las que los médicos se defienden contra mi ansiedad de querer saber, de querer predecir el futuro tuyo, tuyo y nuestro también.
Los abuelos refieren ignorarlo; ellos han pasado ya de noches de deseo contenido para que no te formaras, de sexo reprimido entre lágrimas por la sombra de tu hermano flotando siembre más allá de la pasión, del goce que termina en sollozo, de culpa y de amargura; ellos no cuentan ya con esto, y tan sólo nos achacan irresponsabilidad.
Pero tú sabes, hijo mío, que no fui irresponsable; tú sabrás cómo llegaste a hacerte y qué fuerza te impulsó a llegar a formarte, a pesar de las precauciones y de los cálculos.
Pero ésta es la verdad: que no te quieren; a tu hermano lo soportan, lo compadecen, les inspira ese sentimiento morboso de hiperprotección castrante con qué acallar la conciencia de la realidad de su rechazo, de la vergüenza que sienten de él; le profesan ese cariño lastimero lleno de miradas lacrimógenas y de “pobrecito”, como si no mereciera siquiera un auténtico amor. Por eso tú ya serías demasiado; ya no hay que recibir condolencias de los vecinos y compungidas muestras de solidaridad falsa; con uno ya hay suficiente.
25 noviembre.- Hoy hemos decidido que no vas a nacer; ya no puedo aguantarlo, perdona, mi niño, creo que tú no sentirás nada; no hay conciencia en estos estadios tan precoces, ¿o sí?, no quiero recordar a esos psicólogos que dicen que puedes escuchar música o la voz de tu madre, la mía, ya. Y si no puedes, ¿por qué te estoy hablando, por qué escribo estas cartas para ti?
Perdóname, por condenarte, yo no, son las estadísticas, yo sólo quiero que no vivas esa vida vacía que tendrá siempre tu hermano, yo no quiero que se rían de ti, que nunca llegues a comprender unos versos, ni a manejar una máquina, ni a poder viajar o a hacer el amor como los otros. Por eso vamos a destruirte.
Ya sabes, ese amigo nuestro dijo que era muy fácil, él acompañó una vez a una muchacha a la que había dejado embarazada, y todo salió bien. Y aquel ser que no llegó a nacer, ¿dónde estará, Dios mío?, bueno, no voy a pensar en eso ahora.
Esta es la última carta para ti, no puedo escribir más, no quiero ya acordarme de tu existencia, eres una pesadilla tan sólo. Entro de una semana todo habrá terminado.
2 diciembre.- No, niño mío, no voy a ir allá, no quiero ser una cordera más de ese triste rebaño de mujeres con su embrión en el vientre y su angustia en el cerebro; no voy a ir a ese matadero clandestino a dejar el paquete, no, mi tesoro, mi hijo, tú no eres un paquete molesto y desagradable que dejar en consigna sin recuperación.
He estado hablando con el doctor, sí, de nuevo las estadísticas, hay que jugar a cara o cruz, ¿verdad? Pero no es eso lo único importante, lo importante sois vosotros, tu hermano y tú.
No voy a hacer como los otros, como la sociedad, como vuestra propia familia; yo soy vuestra madre y por lo tanto os quiero, y basta.
5 enero.- Ahora te voy a escribir más a menudo; ya he encontrado un motivo para tu existencia, precisamente el motivo que la hacía desaconsejable, tu hermano.
Sí, hijo mío, tu hermano te espera. Él ha comprendido en su débil cerebro que tú vas a existir y que serás un verdadero niño para él, como él incluso, un niño que le querrá, que no le hará daño, que lo aceptará y jugará con él sin aprovecharse, sin humillarlo. Y tu hermano, ¡necesita tanto amor!; por eso debes seguir existiendo, para amarle tú también, para que no se sienta tan solo y tan diferente.
Tu hermano está comprendiendo ahora lo que significa un nuevo ser; esto, como todo lo nuevo que tenga suficiente fuerza estimulante para él, le hace avanzar mucho, ¿sabes?; así que sigamos.
10 febrero.- Ahora ya te mueves, ahora ya eres del todo; tan sólo te falta crecer un poco más; ahora ya está completamente grabado tu destino cromosómico, ese que te acompañará toda la vida. No he querido ir a hacerme unas pruebas técnicas para saber si eres o no mongólico; ¿qué más da?: eres tú y yo te quiero.
Soy feliz aguardándote, y tu hermano, también.
No sé si te habrás dado cuenta de cómo se reía cuando he puesto sus manitas en mi vientre y te ha notado moverte. Ha sido algo inolvidable, de veras, de veras; no era su risa de siempre: era mucho más dichosa, más completa.
13 marzo.- Ya no miro revistas de melifluo contenido dedicadas a “ese maravilloso período de la espera”, con esos niños rubios y sonrosados, estereotipadas “starletts” infantiles de cabello rizado y nariz respingona. Me importa que eres tú, y, ¿sabes?, me estás haciendo tan feliz que no te tengo miedo; tú vas a cambiarlo todo entre nosotros, aunque fueras como tu hermano, mongólico; sí, para que él también aprenda a quererte y a quererse a sí mismo y a estimarse a través de nuestro común amor a ti.
11 abril.- Hoy te han hecho la primera fotografía; sí, mi pequeño, ya ves, ha habido que hacerlo para que el médico estuviera más tranquilo en el parto; yo no quería, ¿sabes? Desde que tú estás conmigo han cambiado las cosas y tengo una extraña paz que a veces me asusta perder; por eso no quería ir al hospital a hacerme las radiografías. No quiero saber nada de ti hasta tenerte entre mis brazos, hasta sentirte latir fuera de mí, entre mis manos; hasta poderte ver y besar, y esta vez, seas como seas, no te alejarán de mí como hicieron con tu hermano; tú serás mío desde el primer momento. A él me lo quitaron para evitarme el shock, ¡desgraciados!, y por ello dejó de ser un poco mío.
Has salido muy guapo en las radiografías. ¿Ves? Tienes una linda cabecita redondeada y unas manos y pies muy grandes y fuertes. Tu hermano también te ha visto, pero no lo entiende bien; para él eso no era tu foto, sino manchas negras y blancas, y pronto se ha olvidado de ello.
Odio los hospitales y a los médicos con sus cálculos; te necesito a ti frente a todo lo razonable y previsible.
3 mayo.- Hemos ido tu hermano y yo a comprarte la cuna a una tienda de niños; la más linda que hemos podido encontrar. Ya ves: yo, que me avergonzaba de ir a comprar ropa a tu hermano, que no quería darme cuenta de que era tan distinto a los demás, ahora he ido con él, gracias a ti, con orgullo y con alegría.
Y él, ¡estaba tan contento! Tenía ocasión de poder elegir algo, decidir, y ha sido él quien ha escogido, sí, una cuna de colores muy vivos, con sábanas a cuadros rojos y blancos, con muñecos bordados en el embozo; y si a él le ha gustado, a ti te gustará, seguramente.
Y en la tienda también nos han mirado a los tres: a tu hermano, a mí y a mi barriga, donde estás tú, y han debido pensar también ellas, esas encantadoras señoras, acostumbradas a decir, por deber laboral, lindezas a todos los niños menos a los que son como tu hermano, porque no saben cómo decirlas. Han debido pensar que éramos unos locos al volver a jugar a esta ruleta de querer tu vida nueva. Pero locos o no, tú ya eres nuestro, al igual que tu hermano, y vale la pena tu existencia.
15 mayo.- Ya estás a punto de llegar; todo está preparado; hice toda tu ropa, y tu hermano, al verla, ya ha comprendido que serás muy chiquito cuando llegues y que él tendrá que cuidar de ti. ¿Te das cuanta?: ¡él cuidará de ti! Ya no será el débil al que hay que atender, el centro de toda la protección asfixiante de que ha sido objeto hasta ahora, el único ser al que prestar la atención ansiosa intentando captar el más mínimo avance de su evolución.
Ahora seréis dos, él y tú, y los dos os estimularéis, los dos aprenderéis a comer y a hablar; los dos nos cansaréis y habrá que regañaros a los dos; y nunca sólo a él.
10 junio
En la maternidad de San Rafael ha dado a luz una niña la señora M.J.A. La recién nacida pesa tres kilos doscientos gramos. El informe del pedíatra constata su normalidad. La niña ha sido inscrita con el nombre de Felicidad.