Obra: Rosencrantz and Guildenstern are Dead, Tom Stoppard, ed. Samuel French, Londres, 1967

 

         Carlos Rubio Alcalá- Grupo B

 

         Rosencrantz y Guildenstern son dos personajes secundarios del Hamlet de Shakespeare que Tom Stoppard toma como protagonistas para esta obra. El autor parte de unas pocas escenas de Hamlet, pero sobre todo centra la acción en lo que ocurre entre esas escenas, y en cómo las viven Rosencrantz y Guildenstern. En estos espacios entre los momentos de la obra shakesperiana, los protagonistas ocupan su tiempo con conversaciones muy semejantes a las de Waiting for Godot.

            La obra se centra en dos temas principales: el destino y la muerte. El primero aparece a través de los juegos como el de la moneda que siempre cae por el mismo lado, y sobre todo a través del nulo control que los personajes tienen sobre su existencia, manipulados por los reyes de Dinamarca y por Hamlet, y viendo acercarse un destino terrible que no tienen forma de evitar. La muerte es un tema sobre el que se reflexiona mucho en los actos II y III, y sobre el que Rosencrantz y Guildenstern muestran un particular terror, por esa forma de no-existencia. Finalmente, cuando se produce (pues en Hamlet, son conducidos a su muerte por el propio príncipe), sucede de una forma totalmente teatral, del tipo de las que gustan a Tom Stoppard: sencillamente los personajes desaparecen del escenario y se les considera muertos.

            Al igual que en la ya citada obra de Beckett, los dos protagonistas se presentan con características muy similares, tan similares de hecho, que el autor se permite hacer bromas con ellos: el resto de personajes nunca saben quién es Rosencrantz y quién Guildenstern. El resto de personajes, sacados de la obra de Shakespeare, aparecen con característica muy parecidas a las que tienen en esta obra, pero vistos a través de los ojos de Rosencrantz y Guidenstern. Por ejemplo, resulta especialmente divertida la interpretación de la locura de Hamlet que dan (p.32).

            El espacio escénico está muy bien aprovechado: con muy pocos elementos Stoppard recrea el interior de un castillo o la bodega de un barco sólo con poner unos barriles y cambiar ligeramente la luz. En cuanto al tiempo, el autor da indicaciones muy precisas de los cambios entre el día y la noche al final de la obra, así como sobre los efectos, la luz, la música o el vestuario. Los dos protagonistas son muy conscientes del tiempo y el espacio, y durante largos diálogos se interrogan sobre el lugar del que vienen, adónde deben ir, o hacia qué punto cardinal están mirando.

            El lenguaje utilizado cambia según los personajes: Rosencrantz, Guildenstern y los actores utilizan un lenguaje coloquial, pero nunca vulgar. Hamlet, el rey Claudio, la reina Gertrudis, y en general las escenas sacadas directamente de Hamlet, utilizan el lenguaje de esta obra: “Dost thou hear me, old friend?[…] Ay, my lord ” (p.29).

            La división estructural de la obra es en tres actos, la división clásica griega, pero no la shakesperiana, que era en cinco actos. Esta división queda justificada por el texto, que presenta en cada acto una unidad de temas y acciones. En concreto, el tercer acto es el único que no sucede con el trasfondo de los hechos de Hamlet, sino que es por completo invención de Stoppard.

            La obra cosechó un gran éxito, que resulta lógico por su originalidad y valentía al tratar con cierta ligereza la obra más clásica de la literatura inglesa. Además, sus juegos de palabras y su humor inteligente gustaron mucho a los intelectuales, aunque al igual que otras obras de Stoppard, se le achacó el resultar algo fría.