Su rostro se descompuso por los movimientos de sus ojos en los que se podían ver sus raíces ensangrentadas y la espuma que salía de s u boca caía sobre su barba bien poblada [...]. Coge su carcaj y su arco para disparar a sus propios hijos, que confunde con los de Euristeo. Llenos de terros los niños escapan por todos los lados. Uno busca refugio entre la túnica de su desdichada madre, otro detrás de una columna y el tercero bajo el altar [...].. Heracles descubre al niño que se esconde tras la columna y girándose se ponre frente a él y le dispara en el hígado. El niño cae boca arriba y expira empapando de sangre los zócalos de piedra.

    Heracles grita su triunfo y se ufana diciendo: “Este que ha muerto es uno de los polluelos de Euristeo y ha caído para pagar el odio que su padre me tiene”. Dirige entonces su arco sobre el otro hijo, el que se había escondido debajo del altar esperando no ser visto. El desdichado se adelante arrojándose a las rodillas de su padre y , tendiendo sus manos hacia la barbilla y el cuello de éste, grita: “Padre querido, no me mates. Soy tuyo, soy tu hijo; no vas a matar a un hijo de Euristeo”. Pero él revolvía sus ojos con la mirada salvaje de una Gorgona [...] levantó la clava y la dejó caer sobre la rubia cabeza del niño rompiéndole el cráneo.

    Después de matar al segundo niño, se dirigió sobre su tercer víctima con intención de inmolarlo sobre los otros dos, pero se le adelantó la desdichada madre, que cogiéndolo lo metió dentro del palacio  y cerró las puertas [...]. Pero Heracles hace saltar las cerraduras, arranca las puertas y abate con una sola flecha a la madre y al hijo. Y ya se lanzaba como a caballo para matar al anciano, pero apareció una imagen, en la que se podía reconocer a Palas blandiendo su lanza, y arrojó contra el pecho de Heracles una piedra que detuvo su furia asesina y lo sumió en un sueño.

Eurípides, Heracles, 932 ss.

© 2008 - Clara Mª Pérez Juan
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