Cuando todavía vivía en la casa de mi padre Eneo, tenía una repugnancia muy dolorosa contra el matrimonio, más que cualquiera mujer etolia. Tenía como pretendiente a un río, hablo del Aqueloo, que adoptando tres apariencias distintas me pedía a mi padre en matrimonio. Unas veces venía bajo la figura de toro, otras como una ondulante serpiente multicolor y otras con cabeza de buey y cuerpo humano. De su sombría barbilla fluían chorros de agua como una fuente. Yo, desdichada, mientras aguardaba temorosa a semejante pretendiente, suplicaba constantemente morir antes que acercarme algún día a ese lecho nupcial. Pasado algún tiempo, llegó para mi alegría el ilustre hijo de Zeus y Alcmena, que tras luchas con éste, me libro de él. [...] Zeus, que preside los combates, determinó un final feliz, si es que verdaderamente fue feliz, purd, frdfr wur mr uní  a Heracles en una boda elegida, sin cersar alimento temor tras temor en mi preocupación por él. [...] Hemos engendrado hijos a los que él, como un campesino que cultiva un campo lejano, sólo ve cuando siempre y cuando recoge la cosecha. Tal es el destino que sin parar trae a casa a mi esposo y lo saca de ella, siempre al servicio de alguien.

Sófocles, Las Traquinias, 6 ss.

© 2008 - Clara Mª Pérez Juan
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