Cuando Alcemna había de parir al fornido Heracles en Tebas, Zeus, gloriándose, dijo así ante todas las deidades: “Oídme todos, hoy Ilitía, la que preside los partos, sacará a la luz un varón que, perteneciento a la amilia de los hombres engendrados de mi sangre reinará sobre todo sus vecinos”. Y, hablándole con astucia, le replicó la venerable Hera: “Mentirás, y no llevarás a cabo lo que dices. Y si no, jura solemnemente que reinará sobre todos sus vecinos”. Así dijo, y Zeus, no sospechando el engaño, prestó el gran juramente que tan funesto le había de ser. Pues Hera dejó en rápido vuelo la cima del Olimpo y pronto llegó a Argos, donde vivía la esposa ilustre de Esténelo Persíada; y como se hallara en cinta de siete meses, la diosa sacó a luz al niño, aunque era prematuro y retardó el parto de Alcmena, deteniendo a Ilitía. Y en seguida se lo participó a Zeus Cronida, diciendo: “¡Padre Zeus, fulminador! Una noticia tengo que darte: ya nació el nombre varón que reinará sobre los argivos, Euristeo”. Así dijo, y un agudo dolor penetró en el alma del dios.