HERACLES: Zeus me engendró haciéndome enemigo de Hera. Siendo todavía un bebé,  la esposa de Zeus introdujo en mi cuna unas serpientes de ojos ardientes con la intención de que yo muriera. Y después de que en la juventud mi cuerpo adquirió vigorosos músculos, ¿qué necesidad hay de referir los trabajos que soporté? [...] La última prueba que he sufrido es esta muerte que yo he dado a mis hijos y que pone el techo de las desgracias en mi casa. [...] ¿Qué necesidad tengo ya de deseguir vivo? ¿Qué beneficio tendré de vivir una existencia inútil e impura? ¡Que baile la ilustre esposa de Zeus haciendo resonas  con sus pies el pulido suelo del Olimpo! Logró, en efecto, el objetivo que quería: destruir desde sus cimientos al primer hombre de Grecia. [...]

TESEO: Ninguno de los mortales está a salvo de los avatares de la fortuna, ni tampoco de los dioses [...]. Sin embargo, habitan el Olimpo y soportan la carga de sus faltas. Así, pues, ¿qué vas a decir si tú, habiendo nacido mortal, encuentras insoportable los golpes de la fortuna y los dioses no? Deja Tebas de acuerdo con la ley y ven conmigo a la ciudad de Palas. Allí purificaré tus manos de su mancha y te daré una casa y una parte de mis bienes.

Eurípides, Heracles, 1.264 ss.

© 2008 - Clara Mª Pérez Juan
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