Otra de las razones por las que se debía purificarse y realizar alguna especie de trabajo era para que las voces de las personas a las que habías matado, no te persiguieran y te hicieran la vida imposible. Robert Graves, en su libro titulado El vellocino de oro, describe como Heracles rechaza ser el capitán de los argonautas de esta manera: “No, camaradas, es inútil elegirme a mí. A menudo la bebida me deja sin conocimiento. Además, en cualquier momento puede aparecer aquel maldito heraldo Talcibio, a quien yo llamo “el Basurero”, acercarse a mí a hurtadillas sobre sus blancos pies y decirme: “¡Con los respetos del rey Euristeo, noble príncipe Hércules! Tienes que ir a buscar el tridente de Poseidón, si eres tan amable”. Entonces me vería forzado a dejaros y a marchar para realizar el nuevo trabajo: pues siempre que desobedezco, las voces infantiles que oigo en mi cabeza se vuelven más invisibles me pellizcan la nariz y me tiran del pelo en las sienes, donde la piel es más sensible. Elegid a otro”.