por Mr. Héctor Hernández Después de la última Cumbre Iberoamericana, la figura de la monarquía ha vivido una de sus peores crisis a nivel institucional. El gesto silenciador del Rey ha suscitado una ola opiniones sobre sus palabras hacia Chavez. En la mayoría de los casos, se ha hecho una defensa acalorada y patriótica del acto del Rey. Los últimos meses han sido especialmente duros para la Monarquía. La última actuación en la cumbre Iberoamericana no ha pasado inadvertida para los sectores menos monárquicos, pero pocos han sido representados en los medios de comunicación. No habría que centrarse tanto en un fenómeno aislado como el de Chile, sino habría que analizar éste junto con el resto de actuaciones de la monarquía. En una sociedad democrática no hay tabues. Pero en la nuestra si, y el Rey es uno de ellos. Nos hemos dejado enbravuconar con sus palabras y rara vez nos hemos centrado en cual es la verdadera tarea diplómatica del monarca. Muchos han querido verse identificados en él, pero otros quizás ven el cuadro desde otro ángulo. En Barcelona, unos jóvenes decidieron combatir la gélida noche catalana con una improvisada hoguera de retratos reales y terminaron incendiando medio país. La iglesia también parece haber cogido el hacha de guerra. Ahora parece que el fenómeno no solo se produce en nuestras fronteras. Marruecos parece también dispuesto a no permitir a Juan Carlos volver a tomar las riendas de un camello, y en Venezuela... Bueno, allí realmente nadie sabe que es lo que pasa. La figura del Rey ha pérdido parte de su credibilidad en nuestra sociedad. 30 años después de la transcisión, por la que probablemente debamos dar gracias a su persona, algunos deberíamos pensar si una democracia como esta que se supone nos encontramos necesita de esa figura, cual debería ser su papel dentro del estado y si tiene potestad para mandar a callar en mi nombre. A diferencia de otros estados, en España, aún conservamos la monarquía a pesar de haber adquirido en las rebajas el sistema democrático. Siempre estuvimos dispuestos a considerar la monarquia como un símbolo mas del sistema y de nuestro país, una forma de representación institucional de los españoles que ahora parece, no recordar cual es su cometido directo, o de otra manera, cuales de estas tareas no son responsabilidad real. Mandar a callar a un jefe de estado en una cumbre internacional es un sobreexceso injustificado para una persona que ni tan siquiera particpa activamente en la reunión: Sentado en 2º fila, sin micrófono y sin turno de palabra. La Monarquía, pasa a ser un tabú social como cuando los dos rombos. En un país como el nuestro, donde la libertad de prensa se ha usado siempre como bandera del régimen, es injustificado silenciar aquella voces que, sin gritos de por medio, y con la razón por delante, quieren dar otra visión de ese cargo vitalicio que tanto permite disfrutar, y poco parece trabajar. |
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