Una joven
caminaba por las populosas calles de Sidor. Solamente su belleza la distinguía
del resto de los transeúntes. Sus ropas y su peinado eran casi idénticos a los
de las mujeres que caminaban a su lado. Pero su cuerpo y su alma eran bien
distintos. Ella era Llania, la criatura de
Bazun.
Sus ojos azabaches escrutaron la
ciudad. Su misión relampagueaba constantemente en su cerebro de hielo verde.
Terror era su objetivo. ¿Dónde encontrarlo? En muchas de las gentes que la
rebasaban, detectaba la maléfica presencia pero sabía que seguir el rastro de
Terror no sería tarea fácil. Su huella en el alma humana era permanente y quizás
alguno de aquellos seres que la rodeaban, habían tenido un único contacto con La
Bestia en toda su vida y muy posiblemente, por suerte para ellos, jamás se
verían obligados a repetirlo. Por lo tanto seguir a los marcados y esperar que
estos la condujeran hasta Terror sería del todo
inútil.
Sidor era demasiado grande, una
ciudad inmensa. Las gentes se apiñaban como hormigas en hormigueros exteriores y
también, desde luego, subterráneos. ¿En cual de ellos se ocultaba
Terror?
Llania adoptó el paso y las
maneras de los viandantes. Era la primera vez que estaba en presencia de seres
humanos, descontando, por supuesto, a su creador Bazun. Se descubrió admirando
sus gestos y la movilidad de su rostro. Tendría que aprender mucho de ellos si
quería hacerse pasar por una humana más. Y eso exactamente era lo que tenía que
hacer. Su estancia en Sidor no iba a ser corta en el tiempo. Aunque la suerte la
acompañase y descubriese pronto la guarida de Terror, reducirlo y capturarlo
sería una labor larga, dura y peligrosa.
-Debo buscar alojamiento y adornarme
con una adecuada personalidad humana, con un pasado y un oficio, antes de dar el
primer paso.
Su cerebro de hielo verde
disponía de todos los conocimientos necesarios. Solo restaba entrar en acción. Y
Llania lo hizo.
Una joven la adelantó
sin prisas por el espacio que los transeuntes usaban para pasear. La criatura
forzó un tropiezo. Fue entonces cuando Llania la atravesó con la mirada de
azabache.
-Perdón- se excusó la joven
sidoreña.
Llania solo sonrió y siguió su
camino.
El contacto había sido cálido.
El cuerpo de la mujer era suave y blando. Llania había tocado por primera vez
carne humana.
-No me serviría- se dijo
olvidando a la joven de inmediato
Repentinamente una extraña mueca alteró la serenidad de su blanco rostro. Se
volvió rápidamente. Sus ojos recorrieron con urgencia a todos los que la
rodeaban. Al fin su mirada se detuvo sobre la luna transparente de un vulgar
establecimiento de bebidas.
Una mujer
sentada ante una infusión la contemplaba con evidente
curiosidad.
Llania se alarmó por un
momento.
-¿Habrá algún error de
adaptación en mi aspecto externo?- se
preguntó.
La hermosa criatura no dudó ni
un segundo. Se acercó al bar, empujó la puerta de cristal y en un instante se
sentó a la mesa de la mujer que la
observaba.
La joven boquiabierta, entre
titubeos, intentaba explicarse.
-Perdóneme si la he molestado con mis miradas. Siento muchísimo que se haya
ofendido. Yo, yo, yo solo la observaba por curiosidad... admiración, quizás...
Es usted... hermosa. -terminó murmurando
apurada.
Llania no escuchaba. Llania
alargó su mano y agarró con fuerza la muñeca de esta, mientras la atravesaba con
sus inquietantes ojos negros.
-¿Qué
hace? ¡Por favor, suélteme! ¿Qué demonios está haciendo? ¡Me hace
daño!
Llania sonrió y aflojó la muñeca.
Inmediatamente asió fuertemente su
brazo.
-Acompáñeme
La arrastró fuera del
bar
-Suélteme, suélteme, déjeme por
favor.
La mujer se resistía. Intentaba
librarse del gélido abrazo de Llania. Miraba en rededor en busca de una posible
ayuda, pero la criatura la había elegido. Había leído en su interior, gracias al
cálido contacto con su carne, todo lo que necesitaba saber. Hasta su talla y su
edad debían de ser similares. ¡Llania había
elegido!
-Por
favor-
La mujer sólo musitaba ya. No
podía luchar contra la fuerza de Llania y contra su voluntad de hielo verde. Los
ojos de azabache clavados en los de la víctima, acallaban sus protestan y
aniquilaban su resistencia.
-¡Ayuda!-
murmuró tenuemente cuando Llania la arrastró fuera de la
infusionería.
¡Nadie la escuchó! ¡Nadie
reparó en ella! ¡Nadie podía ayudarla!
Como en un sueño, mejor dicho, como en la peor de sus pesadillas, la mujer se
sintió empujada hasta el final de un oscuro callejón. Allí supo que su tiempo se
había agotado.
-Piedad- fue lo que
susurró antes de exhalar el último
suspiro.
Llania sonrió. Se arregló un
poco el vestido y volvió al bar. Allí, en la mesa cercana a la luna, le esperaba
aún una curiosa infusión caliente y sobre una silla, una maleta con su nueva
vida.
Terror la aguardaba ahí
fuera.
-¡Estoy lista!- murmuró
satisfecha.