ANTECEDENTES
En el siglo I d.C. Palestina se hallaba bajo la ocupación de los romanos, que habían derrotado al reino judío de los macabeos a mitad del siglo anterior.
Las periódicas rebeliones de los habitantes que intentaban recuperar su libertad y la soberanía fueron rápidamente sofocadas, hasta que en el año 66 la guerra estaba a punto de estallar entre judíos y romanos. La estabilidad, mantenida con mano durísima, del largo reinado de Herodes había desaparecido con él. El bandidaje generalizado que este soberano había erradicado volvió con mayor fuerza, y los procuradores romanos que, con a excepción del breve reinado de Agripa I (41-44 d.C.), gobernaron la zona rivalizaron en torpeza, crueldad, incompetencia y corrupción; Poncio Pilato (26-36 d.C.), el más conocido de estos procuradores es un buen ejemplo. Gestio Floro era el procurador romano del 66 d.C. Una de sus torpezas, incautar el dinero del templo, provocó los violentos incidentes que dieron comienzo a la primera guerra judía.
Pero dentro de la rebelión había muchas facciones, expresión de diversas tendencias religiosas y sociales, y distintas combinaciones de ambas. Un partido “sacerdotal-aristocrático-revolucionario” acaudillado por Eleazar, hijo del sumo sacerdote Ananías, parecía controlar la revolución. Eleazar suspendió el sacrificio que se había tenido que ofrecer diariamente en el Templo por el emperador y por el Imperio Romano, lo que equivalía una declaración de guerra a Roma. Para confirmarlo, él y sus seguidores encabezaron el asedio y matanza de la guarnición romana que Floro había dejado en Jerusalén, tras verse obligado a huir de la ciudad ante el cariz que tomaban los acontecimientos.
El partido de Eleazar fue eclipsado por un grupo llamado “de los sicarios” por la sicca o puñal que llevaban bajo sus vestiduras, liderado por un tal Menahem. Atacaron a los judíos aristocráticos, saqueando los bienes de la nobleza y dando muerte a la mayor parte de los miembros de ésta, incluido Ananías. El resto del partido de este último, acuartelado en el Templo, contraatacó y dio muerte al cabecilla de los sicarios, Menahem, cuyos seguidores huyeron a Masada. Los sicarios se apoderaron de Masada por sorpresa y acabaron con la pequeña y descuidada guarnición romana. Y allí permanecieron durante toda la contienda, los sicarios “patriotas” sin hacer nada por participar en la misma.
Entretanto, la guerra se extendía: paganos contra judíos, judíos contra samaritanos, todos contra todos, y casi todos alguna vez contra Roma. El gobernador de Siria se desplazó a Judea intentando poner orden, pero fue derrotado dejando tras de sí abundante equipamiento militar, que fue aprovechado por todos los grupos en conflicto. En otoño del 67 d.C., tras la llegada de un ejército romano al mando de Vespasiano, Galilea fue “pacificada” y a comienzos del año 68 d.C. sólo quedaban a manos de los rebeldes Jerusalén y algunas fortalezas, entre las cuales figuraba Masada.
En ese verano murió Nerón y al tiempo Vespasiano fue proclamado emperador, así dejó Judea para establecer su poder en Roma y no volvió a ocuparse de esta provincia hasta la primavera de 70 d.C. En estos dos años de respiro los rebeldes intensificaron la lucha entre sí.
Antes del comienzo del asedio de Jerusalén uno de los grupos de Zelotas, comandados por un tal Eleazar ben Yair, huyó o fue expulsado de Jerusalén y se refugió en Masada, donde los sicarios estaban bien establecidos hacía casi cuatro años.
Desde la primavera del 70 d.C. en que Vespasiano encargó la conquista de Jerusalén a su hijo Tito, nadie pudo salir ya de esta ciudad, Jerusalén cayó en agosto del 70 d.C. y la guerra se dio por terminada con el “triunfo” celebrado por Tito y Vespasiano en Roma al año siguiente, pero quedaban en manos de rebeldes algunas fortalezas y solamente un bastión resistió hasta el año 73, la fortaleza de Masada.
Cuando cayó en manos de los romanos, el año 73, Flavio Silva dejó una guarnición en ella. Estudios posteriores demostraban que en los siglos V y VI, una pequeña comunidad de monjes se estableció allí, que construyeron una modesta capilla y vivieron en cuevas miserables.