Principales criaturas, seres y razas.

Ainur Balrogs Dragones Elfos
Enanos Ents Hobbits Hombres
Istari Orcos Trolls

 

Ainur

Al principio estaba Eru, el Único, que en élfico se llamaba Ilúvatar, y que vivía en el Vacío. Ilúvatar engendró pensamientos a los que infundió vida eterna mediante el poder de la Llama Imperecedera. Él mismo les puso por nombre Ainur, los "sagrados". Éstos constituyeron la primera raza y habitaron los Palacios Intemporales que Ilúvatar había creado para ellos.

Los Ainur eran espíritus poderosos y todos fueron dotados de una potente voz que les permitía cantar ante Ilúvatar para complacerlo. Cuando éste hubo oído cantar a cada uno de ellos, los llamó a su presencia y los hizo cantar a todos juntos. Esto es lo que en los relatos se llama Música de los Ainur, en la cual se elaboraban grandes temas mientras los espíritus individuales buscaban la supremacía o la armonía según su naturaleza. Al gunos demostraron ser mejores que otros; unos eran fuertes en bondad, otros en maldad. Sin embargo, al final, aunque la batalla del sonido fue terrible, la Música resultó magnífica y hermosa. A partir de esta armonía y esta lucha, Ilúvatar creó una visión que tomó forma de globo en el Vacío. Con una palabra y la Llama Imperecedera creó entonces Eä, "el mundo que es"; los elfos y los hombres lo llamaron después Arda, la Tierra. La música se convirtió entonces en el Destino de Arda y a él estaba vinculado el sino de todas las razas, excepto el de la tardía raza de los hombres, cuyo fin no conocía nadie más que Ilúvatar.

Así, después de la creación de Arda, algunos Ainur bajaron a ese mundo recién creado, donde a partir de entonces se les conoció como poderes de Arda. Posteriormente, los hombres los creyeron dioses. Aquellos que eran buenos se guiaban por su conocimiento de la voluntad de Ilúvatar, mientras que los demás se esforzaban por alcanzar sus propios fines. Si bien en los Palacios Intemporales había seres hechos de espíritu puro, en Arda su poder estaba limitado por los confines del tiempo y del reducido espacio del mundo. Además, una vez allí adoptaron formas distintas, cada uno según su naturaleza y los elementos que eran de su agrado, y, si bien no estaban ligados a una forma visible, solían llevar tal aspecto como si fuera una prenda de vestir; en edades posteriores los elfos y los hombres los conocieron bajo esas formas.

En el "Valaquenta" se narra una parte de la larga historia de los Ainur que habitaron Arda y configuraron el mundo. Se relata cómo se construyeron los reinos de Almaren, Utumno y Angband en la Tierra Media y cómo se creó el reino de Valinor en las Tierras Imperecederas de Aman. Se cuenta asimismo que los Ainur produjeron la luz y el cómputo del tiempo y que luego estallaron entre ellos terribles guerras que estremecieron Arda. Aparecen también los nombres y formas de muchos de los individuos más poderosos de la raza.

En Arda, los elfos dividieron esta raza en los Valar y en los Maiar. Los Ainur que se encuentran en los Valar son: Manwë, Rey del Viento; Varda, Reina de las Estrellas; Ulmo, Señor de las Aguas; Nienna, la Plañidera; Aulë, el Herrero; Yavanna, Dadora de Frutos; Oromë, Dios del Bosque; Vána, la Siempre Joven; Mandos, el Guardián de los Muertos; Vairë, la Tejedora; Lórien, Maestro de los Sueños; Estë, la Curadora; Tulkas, el Luchador; Nessa, la Bailarina, y Melkor, luego llamado Morgoth, el Enemigo Oscuro.

Muchos de los Ainur eran Maiar, pero sólo unos pocos aparecen en las historias que han llegado a los hombres: Eönwë, el Heraldo de Manwë; Ilmarë, Doncella de Varda; Ossë, Señor de las Olas; Uinen, Señora de los Mares en calma; Melian, Reina de los Sindar; Anar, el Sol; Isil, la Luna; Sauron, el Hechicero; Gothmog, Señor de los balrogs, y Olórin(Gandalf), Radagast y Curunír(Saruman), los Magos. En los relatos de la Tierra Media aparecen otros que quizá fueron también Maiar: Thuringwethil, la Vampiro; Ungoliant, la Araña; Draugluin, el Licántropo; Baya de Oro, Hija del Río; e Iarwain Ben-adar(Tom Bombadil).

Como se ha dicho, sólo algunos Ainur bajaron a Arda. La mayor parte han vivido siempre en los Palacios Intemporales, pero se ha profetizado que cuando se produzca el fin del mundo los Valar y los Maiar se reunirán con los suyos, y entre los que regresen estarán también Eruhíni, hijos de Ilúvatar, que nacieron en Arda. Y nuevamente sonará la Gran Música, con más fuerza que la primera vez, y será una música Perfecta, llena de sabiduría, tristeza e incomparable hermosura.

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Balrogs

Los más terribles de los espíritus maiar que se convirtieron en siervos de Melkor, el Enemigo Oscuro, fueron los que se transformaron en demonios. En la lengua de los altos elfos, se llamaban valaraukar, pero en la Tierra Media recibían el nombre de balrogs, que significativamente quería decir "demonios de poder".

De todas las criaturas de Melkor, sólo los dragones les superaban en fiereza. Pesados y voluminosos, los balrogs eran demonios con apariencia humana dotados de cabelleras de fuego y apéndices nasales que expelían abrasadoras llamaradas.

Daba la impresión de que se movían dentro de nubes de sombras negras y de que todos sus miembros podían retorcerse haciendo una y mil fintas como fueran capaces de hacerlo las serpientes.

La principal arma de los balrogs era el látigo de fuego de múltiples correas, y, aunque llevaban mazas, hachas y espadas llameantes, era aquel instrumento el más temido por sus enemigos. Tan horriblemente espantosa era el arma que la temible Ungoliant, la gran araña que ni siquiera los valar pudieron destruir, fue expulsada del reino de Melkor gracias a los briosos látigos de los demonios balrog.

El individuo más infame de la raza balrog era Gothmog, señor de los balrogs y gran capitán de Angband. En las guerras de Beleriand cayeron tres señores elfos bajo el látigo y el hacha negra de Gothmog.

Después de la batalla bajo las Estrellas, Fëanor, el más célebre rey de los elfos, fue abatido por Gothmog en las mismas puertas de Angband. Por otra parte, en la batalla de la Llama Súbita, dio muerte a Fingon, rey supremo de los noldor. Y finalmente, de nuevo al servicio de Melkor, el monstruoso Gothmog encabezó las huestes de balrogs, su guardia de trolls, las legiones de orcos y la manada de dragones en el asalto y saqueo del reino de Gondolin, durante el cual murió Ecthelion, el señor elfo. Pero fue allí mismo, durante le caída de Gondolin, en la plaza del Rey, donde Gothmog encontró su fin a manos de Ecthelion, a quien él mismo acababa de herir mortalmente.

En todos los levantamientos y batallas de Melkor, los balrogs siempre se contaban entre los más fieros guerreros, y así, cuando el holocausto de la guerra de la Cólera cerró definitivamente el reinado de Melkor, terminó también la vida de esta raza de demonios que habían causado tantos estragos en todos los reinos de la Tierra Media.

Se dijo que algunos huyeron de la última batalla y se escondieron en la profundidad de las montañas, pero transcurrieron muchos millares de años sin que se supiera nada de estos seres malignos, y la mayoría de la gente creyó que los balrogs habían desaparecido de la Tierra para siempre.

No obstante, durante la Tercera Edad del Sol, los enanos de Moria, que eran grandes excavadores y exploraban siempre las minas del lugar, dejaron salir por accidente a un demonio sepultado.

Una vez liberado, el perverso demonio abatió a dos reyes enanos y, después de convocar a orcos y trolls para que lo ayudaran, expulsó a los enanos de Moria para siempre. Según se cuenta en el "Libro Rojo de la Frontera Oeste", el demonio del balrog continuó prevaleciendo durante más de dos siglos, hasta que, por fin, ese horrendo espíritu maiar fue arrojado al pico de Zirakzigil por el mago Gandalf el Gris después de la batalla librada en el puente de Khazad-dûm.

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Dragones

El "Quenta Silmarillion" refiere que, en la Primera Edad del Sol, Morgoth, el Enemigo Oscuro, se escondió en las mazmorras de Angband y elaboró sus más destacados engendros a base de fuego y brujería. El resultado fueron unas obras maestras del genio de Morgoth en forma de grandes gusanos que se llamaron dragones. Los hizo de tres tipos: unos eran grandes serpientes que se deslizaban por el suelo, otros dotados de patas y otros volaban mediante alas como de murciélago. Cada uno de estos tipos podía ser a su vez de dos clases: los dragones fríos, que luchaban con dientes y garras, y los prodigiosos dragones de fuego urulóki, que lo destruían todo mediante bocanadas de fuego. Todos eran encarnaciones de los espíritus malignos de hombres, elfos y enanos, y por eso perseguían la destrucción de estas razas.

Los dragones constituían en sí mismos enormes arsenales que luchaban por los objetivos de Morgoth. Los reptileseran enormes en cuanto a tamaño y poder, y estaban protegidos por escamas de hierro impenetrable. Sus dientes y uñas eran como jabalinas y estoques, y podían aplastar con la cola los escudos de cualquier ejército. Los dragones alados barrían el territorio sobre el que volaban con vientos huracanados y los dragones de fuego lanzaban llamaradas verde y escarlata que lamían la Tierra y destruían todo lo que encontraban a su paso.

Amén de una enorme potencia, los dragones tenían poderes más sutiles. Estaban dotados de una vista más aguda que la del halcón y no se les escapaba nada de lo que veían. Tenían un oído que captaba la más ligera respiración del enemigo más silencioso y un sentido del olfato que les permitía identificar a cualquier criatura por el más tenue olor de su carne.

La inteligencia de los dragones era célebre, lo mismo que su pasión por idear y resolver acertijos. Descendían de las serpientes y, por lo tanto, su ingenio y su sabiduría alcanzaban cotas elevadísimas; pero eran insensatos, pues su inteligencia iba acompañada de vanidad, glotonería, avaricia, falsedad e irritabilidad.

Puesto que los principales elementos constitutivos de los dragones eran el fuego y la magia, rehuían el agua y preferían la oscuridad a la luz del día. La sangre de dragón era un veneno negro y mortal, y los vapores de sus entrañas eran de azufre ardiente y cieno. Sus cuerpos emitían siempre un duro brillo de piedra preciosa. Su risa era cavernosa y estremecía hasta a las propias montañas. Los ojos de los dragones lanzaban rayos de luz de color rubí y, cuando estaban furiosos, relámpagos encarnados. Hablaban con crueles voces ásperas que, combinadas con la intensidad de sus ojos de serpiente, invocaban al conjuro del dragón, el cual inmovilizaba al enemigo desprevenido y la hacía desear someterse a la pavorosa voluntad de la bestia.

El primero de los dragones de fuego, el urulóki creado por Morgoth en Angband, fue Glaurung, Padre de los dragones. Tras sólo un siglo de incubación y crecimiento en las cavernas, Glaurung salió hecho una furia por las puertas de Angband a un mundo aterrorizado. Aunque no pertenecía a la raza alada que aparecería más tarde, Glaurung fue el mayor terror de su tiempo. Incendió y arrasó la tierra de los elfos en Hithlum y Dorthonium antes de que lo expulsara Fingon, príncipe de Hithlum. No obstante, Morgoth estaba descontento con Glaurung por su impulsividad, pues tenía previsto que el dragón alcanzara todo su poder antes de que apareciera ante un mundo desprevenido. Para Glaurung, este ataque no fue más que una mera aventura de adolescencia, un juego para poner a prueba sus poderes. Aun con lo terrible que resultó para los elfos, su fuerza apenas había empezado a desarrollarse y su armadura de escamas todavía estaba demasiado blanda como para repeler el asalto de cualquier arma. Así pues, Morgoth retuvo a Glaurung en Angband durante otros dos siglos antes de soltar al urulóki, lo cual sucedió al principio de la cuarta batalla de las guerras de Beleriand, que pasó a conocerse como batalla de la Llama Súbita. Glaurung, el gran gusano, en todo su esplendor, acaudilló las fuerzas de Morgoth en el enfrentamiento contra los elfos de Beleriand. Gracias a su gran tamaño y a la acción de sus llamas fue haciendo mella en los ejércitos enemigos y, con los demonios de Morgoth, los balrogs y negras legiones de incontables orcos, rompió el sitio de Angband y llevó la desesperación a los elfos.

En la quinta batalla, llamada batalla de las Lágrimas Innumerables, Glaurung provocó una destrucción todavía más terrible, pues entonces (a la misteriosa manera de los dragones) había engendrado ya una prole de dragones de fuego y dragones fríos menores que lo sucedieran en su quehacer guerrero. Así, un gran ejército de elfos y hombres sucumbió a su embestida y nadie, salvo los enanos de Belegost, que habían acudido a luchar contra el enemigo común, fue capaz de resistir la llama del dragón.

Morgoth usó asimismo a Glaurung para conservar los territorios de los que se apoderaba. Pero la fuerza bélica no era el único poder de este monstruo. Sometió igualmente a muchos mediante el poder cegador de su ojo de serpiente y su hipnótico embrujo.

Años después de que Glaurung hubiera saqueado y desolado el reino de Nargothrond, cuenta el "Nar i Hîn Húrin" que fue abatido por el mortal Túrin Turambar, pues este hijo de Húrin se acercó furtivamente al dragón de fuego y le clavó la espada Gurthang en el vientre; pero Túrin murió también a causa del veneno de la sangre negra y de la ponzoña que destilaron las últimas y malignas palabras del dragón.

Si bien llamaban a Glaurung Padre de los Dragones, el mayor dragón que existió jamás en el mundo fue uno llamado Ancalagon el Negro. Su nombre significa "mandíbulas que se precipitan" y su majestad devoradora aplastó al ejército del oeste en la Gran Batalla y en la guerra de la Cólera al finalizar la Primera Edad del Sol.

Ancalagon fue el primer dragón de fuego alado, y él y otros de esa especie salieron de Angband como nubes tempestuosas de viento y fuego en los últimos momentos de la defensa del reino de Morgoth.

Aquella fue la primera vez que el mundo vio dragones alados, y durante algún tiempo los enemigos de Morgoth, el Enemigo Oscuro, permanecieron ocultos. Sin embargo, las águilas y todas las aves guerreras de la Tierra salieron del oeste junto con el buque alado Vingilot y el guerrero Eärendil.

La batalla aérea duró bastante, pero al final Eärendil su impuso, Ancalagon fue derribado y los dragones de fuego huyeron o murieron. Así terminó la guerra de la Cólera y Morgoth perdió definitivamente el poder.

Tan grande fue la derrota de los dragones en la Gran Batalla que las historias de la Tierra Media no vuelven a hablar de ellos hasta la Tercera Edad del Sol. En aquella época vivían los eriales del otro lado de las Montañas Grises del Norte y, según se dice, su enorme codicia los condujo a las grandes riquezas acumuladas por los Siete Reyes de los enanos.

El más poderoso de los dragones de las Montañas Grises era el llamado Scatha el Gusano, que hizo salir atemorizados a los enanos de sus moradas, pero un príncipe de los hombres le hizo frente y lo mató. Era éste el guerrero Fram, el hijo de Frumgar, caudillo de los éothéod.

Sin embargo no fue más que una liberación temporal del terror que asediaba las montañas, pues al cabo de un tiempo muchos dragones fríos regresaron allí. Si bien la defensa de los enanos fue larga y valiente, éstos eran muy inferiores; uno a uno sus guerreros fueron cayendo y las Montañas Grises y todo su oro quedaron en manos de los dragones.

Las cronologías de las Tierras Occidentales señalan que en el siglo veintiocho de la Tercera Edad llegó el gran reino de los enanos de Erebor, la Montaña Solitaria, el poderoso dragón del período, procedente del norte. Este dragón de fuego, llamado Smaug el Dorado, era enorme y tenía alas de murciélago y un veneno letal para los enanos y los hombres.

Con una arrasadora llama, Smaug destruyó la ciudad de los hombres del Valle y derribó la puerta y la muralla del reino de los enanos de la Montaña Solitaria. Los enanos huyeron o murieron y Smaug se apoderó de las riquezas del lugar: oro y piedras preciosas, mithril y plata, gemas élficas y perlas, así como los cristales de esmeralda, zafiro y diamantes de múltiples caras.

Smaug dominó Erebor sin ninguna oposición durante dos siglos. No obstante, en el año 2941 llegó a la montaña un grupo de aventureros; eran doce enanos conducidos por el legítimo rey de Erebor, Thorin Escudo de Roble, y un mercenario hobbit llamado Bilbo Bolsón. Los aventureros se aproximaron al dragón sin ser vistos y se quedaron pasmados, pues Smaug era mucho más grande de lo que se habían imaginado y emitía un resplandor aureorrojizo de rabia reptil.

Como todos los de su raza, llevaba una armadura de escamas de hierro impenetrable, pero también había tomado la precaución de protegerse el blando vientre: mientras yacía tranquilamente sobre su tesoro, dejaba que los diamantes y las gemas duras se le incrustaran en la carne y de esta forma se cubría la única zona vulnerable. Sin embargo, gracias a su astucia, el hobbit Bilbo Bolsón descubrió un punto del amplio pecho de la bestia que no estaba protegido por las piedras preciosas y en el cual podría clavar el afilado acero.

Al verse increpado por los aventureros, su furia se desencadenó y lanzó el fuego contra la tierra.

En venganza, se fue a Esgaroth, a orillas del Lago Largo, pues los hombres del lago habían ayudado a los aventureros. Pero allí vivía un hombre del norte, fuerte y valiente, llamado Bardo el Arquero, que, conociendo el secreto de la debilidad del dragón, clavó una flecha negra en el único punto vital de la bestia. El dragón empezó a chillar de un modo increíble y cayó del cielo envuelto en llamas. Así murió Smaug el Dorado, el más poderoso dragón de la Tercera Edad.

Se rumoreó que los dragones continuaron habitando el Desierto del Norte, que se extendía más allá de las Montañas Grises, durante muchos siglos, pero ninguna de las narraciones de la Tierra Media que ha llegado hasta los hombres vuelve a hablar de estos malvados y a la vez magníficos seres.

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Elfos

En el mismo instante en que Varda, la Señora de los Cielos, volvió a encender las estrellas luminosas sobre la Tierra Media, despertaron junto al lago de Cuiviénen, el "agua del despertar", los hijos de Eru. Era éste el pueblo de los quendi, que son llamados elfos, y lo primero que percibieron cuando vinieron al mundo fue la luz de las nuevas estrellas. Por eso los elfos aman la luz de las estrellas sobre todas las cosas y adoran a Varda, a quien conocen como Elentári, reina de las estrellas, sobre todos los valar. Y lo que es más, cuando la nueva luz penetró en los ojos de los elfos en aquel momento del despertar, permaneció allí, de modo que desde entonces brilló siempre en sus ojos.

Así pues, Eru, el Único, a quien los nacidos en la Tierra conocen como Ilúvatar, creó la raza más hermosa y más sabia que ha existido jamás. Ilúvatar declaró que los elfos tendrían y crearían más belleza que cualquier otra criatura terrena y experimentarían la mayor felicidad y la más profunda aflicción. Serían inmortales y siempre jóvenes, de modo que vivirían mientras viviera la Tierra. No conocerían jamás la enfermedad ni la peste, pero sus cuerpos serían como la Tierra en sustancia y podrían ser destruidos. Podrían sucumbir por acción del fuego o del acero en la guerra, ser asesinados e incluso morir de pena.

Su tamaño vendría a ser el mismo que el de los hombres, que todavía no habían sido creados, pero los elfos serían más fuertes de espíritu y de cuerpo y no se debilitarían con la edad, sino que se harían más sabios y más hermosos.

Aunque menores de poder y de estatura que los semidioses valar, los elfos comparten la naturaleza de esos poderes en mayor medida que los Segundos Nacidos. Se dice que los elfos andan siempre envueltos en una luz que es como el resplandor de la Luna que acaba de ponerse en los límites de la Tierra. Su cabello es como oro hilado, plata tejida o azabache pulimentado, y una luz estelar resplandece a su alrededor, en el cabello, los ojos, los ropajes de seda y las manos enjoyadas. Siempre hay luz en el rostro del elfo, y el sonido de su voz es variado, hermoso variado y sutil como el agua. De todas las artes que practican, las que más dominan son la oratoria, el canto y la poesía. Los elfos fueron el primer pueblo de la Tierra mediante la voz, y ninguna criatura terrena cantó antes que ellos. Con justicia se llaman quendi, "los hablantes", pues enseñaron las artes habladas a todas las razas del mundo.

En la primera Edad de la Luz de las Estrellas, después de la caída de Utumno y de la derrota de Melkor, el Enemigo Oscuro, los valar llamaron a los elfos a las Tierras Imperecederas del oeste. Esto sucedió antes de la salida del Sol y de la Luna, cuando sólo las estrellas iluminaban la Tierra Media. Los valar deseaban proteger a los elfos de la oscuridad y de la maldad latente que había dejado Melkor. También deseaban gozar de la compañía de esta hermosa gente y que vivieran bajo la luz eterna de los sagrados Árboles de los valar en Valinor.

Así, los valar prepararon un territorio llamado Eldamar, "Hogar de los elfos", en las Tierras Imperecederas, más allá de los mares del oeste, donde se predijo que los elfos construirían sus ciudades con cúpulas de plata, calles de oro y escaleras de cristal. La tierra sería rica en frutas y cereales, y los elfos, felices, hábiles y prósperos. Las orillas de Eldamar estarían salpicadas de diamantes, ópalos y cristales pálidos que los propios elfos trabajarían solo por la satisfacción de crear objetos bellos.

De esta manera se dividieron por primera vez los elfos, pues no todos querían abandonar la Tierra Media y entrar en la luz eterna de las Tierras Imperecederas. Ante el llamamiento de los valar, muchos fueron los que emprendieron el viaje hacia el oeste, y éstos se llamaron eldar, "pueblo de las estrellas", pero otros se quedaron, por amor a la luz de las estrellas, y fueron llamados avari, "los renuentes". Aun cuando eran diestros en los asuntos de la naturaleza y, como sus hermanos, inmortales, eran un pueblo menor. Fundamentalmente permanecieron en las tierras orientales, donde el poder de Melkor era más fuerte, y por lo tanto su número fue disminuyendo.

Los eldar eran conocidos asimismo como el pueblo del Gran Viaje, pues se habían trasladado desde el este por los territorios vírgenes de la Tierra Media en dirección al Gran Mar. Estos pueblos élficos se componían de tres clanes, gobernados por tres reyes. El primero era de los vanyar, e Ingwë era su rey; el de los noldor era el segundo, y tenía a Finwë como su señor; y los teleri constituían el tercero, gobernados por Elwë Singollo. Los vanyar y los noldor llegaron a Belegaer, el mar Occidental, mucho antes que los teleri, y Ulmo, Señor de las Aguas, salió a su encuentro y los instaló en una isla que era como un gran navío. Arrastró entonces a las dos huestes a través del mar hasta conducirlas al territorio de las Tierras Imperecederas que los valar habían preparado para ellos.

El destino de los teleri fue distinto del de sus hermanos y se dividieron en varios grupos. Puesto que eran los más numerosos de todo el pueblo, su travesía fue la más lenta. Muchos abandonaron el viaje, entre ellos los naldor, los laiquendi, los sindar y los falathrim. Elwë, el rey supremo, se perdió también y se quedó en la Tierra Media. No obstante, la mayoría de los teleri prosiguieron trabajosamente el viaje y adoptaron a Olwë, hermano de Elwë, como rey, hasta que alcanzaron el Gran Mar. Allí esperaron a Ulmo, quien les condujo finalmente a Eldamar.

Así, la mayoría de los eldar llagaron a las Tierras Imperecederas en los días de la luz eterna, cuando los Árboles de los valar iluminaban todo el territorio. Bajo esa luz, los elfos se ennoblecieron y se hicieron más sabios y poderosos de lo que se imaginaban los que se habían quedado en las Tierras Mortales. Los valar y los maiar fueron sus maestros y de ellos aprendieron grandes artes y conocimientos secretos.

Los vanyar y los noldor construyeron, en la colina de Túna, en Eldamar, una gran ciudad llamada Tirion, mientras que los teleri construyeron el Puerto de los Cisnes, que en su lengua se llamaba Alqualondë, en la costa. Estas ciudades de los elfos eran las más hermosas de todo el mundo, y comparar su belleza era como comparar el árbol de plata de Telperion con el árbol de oro de Laurelil. Durante ese tiempo, llamado Paz de Arda y Encadenamiento de Melkor,

Los eldar fortalecieron su cuerpo y su espíritu como el fruto y las flores de los Árboles y crearon muchos objetos de una finura y una belleza jamás superadas y que después de la Muerte de la Luz no volverán a igualarse.

Los sindar (que eran llamados elfos grises), gracias a las enseñanzas y a la luz de Melian la Maia, se hicieron más poderosos en la Tierra Media que todos los demás elfos de las Tierras Mortales. En el bosque de Doriath fundaron un reino encantado muy poderoso, el mayor creado por los eldar que no llegaron a ver los Árboles de los valar. Con la ayuda de los enanos de las Montañas Azules, los sindar construyeron Menegroth, una extraordinaria ciudad que se llamó Las Mil Cavernas, pues estaba excavada en una montaña. Sin embargo, era como un bosque iluminado por faroles dorados. En sus galerías se oía el canto de los pájaros y la risa del agua cristalina que manaba de funtes de plata. Ninguna otra raza construyó en la Tierra Media una ciudad más hermosa.

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Enanos

En una gran estancia del interior de las montañas de la Tierra Media, Aulë, el herrero de los valar, creó a los Siete Padres de los enanos durante las Edades de la Oscuridad, cuando Melkor y sus aviesos servidores de Utumno y Angband dominaban toda la Tierra Media. Por lo tanto, Aulë hizo a los enanos fuertes e intrépidos, insensibles al frío y al fuego, y más resueltos que las razas que los siguieron. Aulë conocía el alcance de la vileza de Melkor, de modo que otorgó a los enanos perseverancia, un espíritu indómito, tenacidad para el trabajo y capacidad para resistir penalidades. Eran valientes en el combate y tenían un orgullo y una fuerza de voluntad inquebrantables.

Los enanos se dedicaban a la metalurgia, la minería y la construcción; además, tallaban la piedra prodigiosamente. Estaban bien dotados para las artes de Aulë, que había dado forma a las montañas, pues eran fuertes, de luenga barba y fornidos, aunque no altos, pues oscilaban entre el metro veinte y el metro cincuenta de estatura. Puesto que su tarea era larga, se les concedió una vida de unos dos siglos y medio; sin embargo, eran mortales y también podían morir en combate. Aulë hizo a los enanos sabios en el conocimiento de sus artes y les dio una lengua propia llamada khuzdul. En ese idioma, Aulë se llamaba Mahal, y los enanos, khazâd; pero era una lengua secreta, desconocida, con la única excepción de unas pocas palabras, para todos los que no fueran enanos, pues éstos la preservaban celosamente. Los enanos estuvieron siempre agradecidos a Aulë y lo reconocían como su creador. Sin embargo, quien les dio la verdadera vida fue Ilúvatar.

Se dice que una vez que Aulë hubo creado a los enanos, los ocultó a los ojos de todos los demás valar y creyó que tanto él como sus criaturas pasaban también inadvertidos para Ilúvatar. Sin embargo, aunque éste conocía sus actos, pensó que no lo movía la malicia y consagró a los enanos. Pero lo que no estaba dispuesto a permitir era que esta raza viniera al mundo antes que sus propios hijos predilectos, los elfos, que habían de ser los Primeros Nacidos. Así pues, aun cuando los enanos estaban plenamente conformados, Aulë los cogió y los puso bajo tierra, y en esa oscuridad los Siete Padres de los enanos durmieron durante mucho tiempo antes de que se volvieran a encender las estrellas y se aproximara el despertar.

Así, durante la Primera Edad de las Estrellas los elfos despertaron de las estrellas en Cuiviénen, el lago del este de la Tierra Media. A los pocos años, los Siete Padres de los enanos comenzaron a moverse, la cámara de piedra y ellos se levantaron llenos de temor.

Se dice que cada uno de estos Siete Padres construyó una mansión bajo las montañas de la Tierra Media, pero las historias de los elfos procedentes de esta temprana época sólo hablan de tres. Correspondían éstas a los reinos Belegost y Nogrod de las Montañas Azules y Khazad-dûm de las Montañas Nubladas. La leyenda de Khazad-dûm es la más larga, pues fue la casa del Primer Padre, el rey Durin I, llamado el Inmortal.

Para los elfos que habitaban en Beleriand en la Edad de las Estrellas, los enanos fueron realmente una bendición, pues entraron en el reino de los elfos grises con armas y herramientas de acero y demostraron una gran capacidad para trabajar la piedra. Si bien los elfos grises no tenían hasta entonces conocimiento de este pueblo, que les pareció poco atractivo y al cual llamaron naugrim, "el pueblo menguado", pronto comprendieron que eran sabios en las artes de Aulë y empezaron a llamarlos también gonnhirrim, "maestros de la piedra". Se practicó mucho el comercio entre los elfos y los enanos y ambos pueblos prosperaron.

Aun siendo un pueblo desmañado y de formas nada gráciles, los enanos crearon mucha belleza. Sus mansiones disponían de grandes estancias llenas de vistosos estandartes, corazas, armas adornadas con piedras preciosas y hermosos tapices. La luz de las estrellas penetraba por grandes patios y jugueteaba en estanques espejados y rutilantes fuentes de plata. En las grandiosas cúpulas se veían fúlgidas gemas y vetas de metales preciosos iluminadas por lámparas de cristal. En las paredes de azabache pulimentadas como lunas de vidrio podían verse maravillosas figuras de mármol. Por escaleras de caracol y sinuosos pasadizos se accedía a torres altas y hermosas o a salas de piedras multicolores. Había túneles que conducían a patios y grutas con columnas de alabastro estriadas por el tiempo y la habilidad de los cinceles de los enanos.

En las Edades de la Luz de las Estrellas , Los enanos de las Montañas Azules elaboraron el más fino acero que había visto el mundo. La famosa cota de malla de los enanos, hecha a base de eslabones trabados, se fabricó por primera vez en Belegost, que también se llamaba Gabilgathol y Grandeburgo, y el más grande herrero de todos los tiempos, que respondía al nombre de Telchar, residía en Nogrod, que era también conocida como Tumunzahar y Morada Hueca. En esta época los enanos forjaron las armas de los sindar y construyeron para los elfos grises del rey Thingol la ciudadela de Menegroth, que se llamaba las Mil Cavernas y tenía fama de ser la más hermosa mansión de la Tierra media.

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Ents

Durante la Guerra del Anillo, unos extraños gigantes del bosque llamados ents se enfrentaron a los orcos y a los hombres de Isengard. Medio hombres y medio árboles, los ents medían más de cuatro metros de altura y el más anciano había vivido en la Tierra Media durante nueve Edades de las Estrellas y el Sol.

El señor de los ents era Fangorn, que en la lengua común se llamaba Bárbol. Era enorme y muy anciano, pues pertenecía a la raza más alta y fuerte de las nacidas en el mundo. El grueso tronco de Bárbol, como de roble o haya, tenía una áspera corteza, mientras que sus brazos, semejantes a ramas, eran lisos, y sus manos, de siete dedos, nudosas. La peculiar cabeza de Bárbol, que prácticamente carecía de cuello, era alargada e igual de gruesa que el tronco. Poseía además unos grandes ojos pardos de expresión sabia que emitían una luz verdosa. Su espesa barba gris era como un entramado de ramitas y musgo. Estaba hecho con la fibra de los árboles, pero se movía rápidamente con sus piernas rígidas, que acababan con unos pies que eran como raíces vivas, oscilando y avanzando cual ave zancuda.

Las historias de los elfos cuentan que, cuando Varda, Reina de los Cielos, volvió a encender las estrellas y despertaron los elfos, en los grandes bosques de Arda despertaron también los ents. Procedían de los pensamientos de Yavanna, Reina de la Tierra, y eran sus pastores de árboles. Pastores y guardianes, según demostraron, pues si montaban en cólera su furia era terrible y tenían fuerza para aplastar piedras y acero sólo con sus manos. Así pues, había motivos para que se les temiera, aunque por otra parte eran también afables y sabios. Amaban los árboles y todos los "olvar", y los protegían del mal.

Cuando despertaron, los ents no tenían capacidad para hablar, pero los elfos les enseñaron este arte, por el cual adquirieron un gran gusto. Se complacían en aprender muchas lenguas, incluso las torpes hablas de los hombres. La que tenían en más estima era la ideada por ellos mismos, que nadie sino los propios ents llegó nunca a dominar. Salía de las profundidades de sus gargantas como un lento trueno o el eterno rugir de las olas en unas orillas olvidadas. En el lento transcurso de tiempo éntico, formaban sus pensamientos tras meditar sosegadamente y los transformaban en habla con la misma suavidad y fluidez con que cambian las estaciones.

Aunque en ocasiones los ents celebraban grandes reuniones llamadas Cámaras de los ents, eran fundamentalmente un pueblo solitario cuyos componentes vivían separados unos de otros en casas aisladas, y situadas dentro de los grandes bosques, que solían ser cavernas bien provistas de agua fresca y rodeadas de hermosos árboles. En estos lugares consumían sus alimentos, que no eran sólidos, sino un líquido transparente que almacenaban en grandes vasijas de piedra. Se trataba de pociones énticas que brillaban con una luz entre verdosa y dorada. En estas casas también descansaban y con frecuencia se refrescaban situándose bajo el cristalino alivio de una cascada durante toda la noche.

Así vivían los ents sus existencias sosegadas y casi inmortales, mientras las muchas razas de la Tierra medraban y declinaban a su alrededor sin perturbar su grandeza. Solamente montaban en cólera cuando se les enfrentaban los viles orcos armados con piezas de acero. Tampoco los enanos gozaban de la simpatía de los ents, pues iban siempre provistos de hachas y se dedicaban a talar árboles. Se dice que en la Primera Edad del Sol los guerreros de Nogrod, que habían saqueado Menegroth, la ciudadela de los elfos grises, fueron capturados por los ents y aniquilados.

En los Años de la Luz de las Estrellas había ents macho y ents hembra; sin embargo, en las Edades del Sol los ents hembra se prendaron de las tierras llanas en que podían cuidar de los "olvar" inferiores –frutales, arbustos, flores, hierbas y gramíneas-, pues aprendieron de ellas el arte de cultivar los frutos de la tierra.

Sin embargo, antes del fin de la Segunda Edad del Sol, los jardines de los ents hembra fueron destruídos y al mismo tiempo desaparecieron ellas, incluida Fimbrethil, la esposa de Bárbol, que era llamada Miembros de Junco de los Pies Ligeros. Ninguna noticia nos ha llegado de su destino. Quizá partieron hacia el sur o hacia el este, pero, fuera donde fuese, los ents de los bosques, que las buscaron durante largos años, no lo supieron jamás.

Así pues, aunque los ents no podían morir a la manera de los hombres por motivos de edad, su raza descendió en número. Nunca habían sido muchos; algunos murieron por acción del acero o del fuego, y, tras la partida de los ents hambra, ya no volvieron a reproducirse. Por otra parte, llegada la Tercera Edad, los amplios bosques de Eriador, donde habían morado muchos en otro tiempo, ya habían sido talados o quemados, de modo que tan sólo quedaban el Bosque Viejo, que bordeaba la Comarca, y el Gran Bosque de los Ents de Bárbol.

En la época de la Guerra del Anillo, Bárbol se contaba entre los tres ents más viejos, que habían nacido bajo las estrellas en los tiempos del Despertar. Además de Bárbol, estaban Finglas, que significa "zarcillo", y Fladrif, que quiere decir "corteza", pero estos dos se habían desentendido incluso de los asuntos de otros ents. Finglas se había retirado, a la manera éntica, a la naturaleza de su ser y se había vuelto arbóreo. Se movía, pero muy poco, y casi nadie podía distinguirlo de los árboles. Fladrif había luchado solo contra los orcos, que habían capturado sus bosques de abedules, habían dado muerte a muchos de sus hijos y le habían herido a él con sus hachas. Finalmente, se fue a vivir solo a las elevadas laderas montañosas.

Después de la Guerra del Anillo, los ents volvieron a vivir pacíficamente en su bosque; sin embargo, su decadencia prosiguió y se cree que la Cuarta Edad fue la última que los vio con vida.

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Hobbits

Sed dice que durante la misma edad en que llegó al mundo el potente fuego de Anar, el Sol, y apareció la raza de los hombres, apareció también en el este el pueblo median que se llamó hobbit. Eran unas gentes que vivían en túneles y agujeros excavados en la tierra y se suponían emparentadas con los hombres; sin embargo, eran de constitución más pequeña que los enanos y su vida tenía una duración aproximada de cien años.

No disponemos de noticias de la raza hobbit que se remonten a épocas anteriores al año 1050 de la Tercera Edad, cuando, según se dice, vivían con los hombres del norte en los valles septentrionales del Anduin, entre las Montañas Nubladas y el Bosque Verde. En aquel siglo una fuerza maligna penetró en el bosque, que pronto pasó a llamarse Bosque Negro. Fue quizás este hecho el que obligó al pueblo hobbit a abandonar los valles, pues en los siglos que siguieron emigraron hacia occidente, cruzaron las Montañas Nubladas y llegaron a Eriador, donde, en una tierra abierta, llana y fértil, descubrieron a los elfos y a los hombres.

Todos los hobbits, tanto los varones como las hembras, participaban de las mismas características. Medían entre sesenta centímetros y un metro y medio de estatura; tenían los dedos largos; poseían un semblante alegre y rollizo, el cabello castaño rizado y unos peculiares y grandes pies que siempre llevaban descalzos. Eran un pueblo retraído y modesto que juzgaba a sus semejantes según su adaptación a la tranquila vida de las aldeas hobbit. El comportamiento excéntrico o el talante aventurero no estaban bien vistos y se consideraban indiscretos. Los excesos de los hobbits se limitaban a la utilización de ropa de colores chillones y a la ingestión de seis sustanciosas comidas diarias. Su única excentricidad era el arte de fumar hierba para pipa, que según ellos era su mayor contribución a la cultura mundial.

Se dice que los hobbits se dividían en tres ramas: los pelosos, los albos y los fuertes.

Los pelosos era la rama más numerosa, pero también la de complexión más diminuta. Tenían la tez y el cabello de color castaño claro, sentían predilección por las tierras onduladas y solían encontrarse a gusto en compañía de los enanos. Éstos fueron los primeros hobbits que cruzaron las Montañas Nubladas y penetraron en Eriador.

Casi un siglo después, en el año 1150 de la Tercera Edad, los albos siguieron a los hermanos pelosos, atravesaron también las montañas y entraron en Eriador por los pasos del norte de Rivendel. Los albos era la rama menos numerosa de los hobbits. Eran más altos, más delgados y se consideraba que más aventureros que sus parientes. Tenían el cabello y la tez más clara y gustaban de los bosques y de la compañía de los elfos. Preferían cazar a arar la tierra y de todos los hobbits eran los que demostraban mayor capacidad de liderazgo.

Los fuertes fueron la última rama que entró en Eriador. Eran los más semejantes a los hombres y más gruesos que los demás grupos. Para asombro de sus congéneres, algunos podían incluso dejarse crecer la barba. Eran los que moraban más al sur de los valles del Anduin, escogiendo para vivir las tierras ribereñas. Dando prueba una vez más de una tendencia muy poco propia de los hobbits, conocían las artes de la navegación, la pesca y la natación. Eran los únicos que usaban calzado y se decía que cuando el clima era húmedo usaban botas. Se afirma que los fuertes no iniciaron la migración hacia occidente hasta el año 1300, en el que muchos atravesaron el paso del Cuerno Rojo; sin embargo, siguieron produciéndose pequeños asentamientos en lugares como los Campos Gladios hasta doce siglos después.

Buena parte de los hobbits de Eriador se congregaron en los territorios de los hombres próximos a la ciudad de Bree. En el año 1601, la mayoría de los hobbits de Bree iniciaron una nueva marcha hacia occidente cuya meta eran las fértiles tierras que se extendían al otro lado del río Brandivino. Allí fundaron la Comarca, ragión que desde entonces fue reconocida como patria de los hobbits, cuya cronología se inicia en esa fecha.

Los hobbits eran por naturaleza de temperamento sosegado y su suerte les había hecho descubrir una tierra tan apacible como fértil. Así pues, con la excepción de la gran plaga de 1636, que destruyó todos los pueblos de Eriador, hasta el año 2747 no tuvo lugar en la Comarca enfrentamiento armado alguno. Fue un tímido ataque de los orcos que los hobbits, algo grandilocuentemente, llamaron batalla de los Campos Verdes.

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Hombres

Consta en las historias de Arda que cuando brilló el Sol por vez primera surgió en el mundo un nuevo sistema de medir el tiempo. Con el Sol llegó el despertar de una raza que se regía únicamente por los designios de Ilúvatar. De la misma manera en que los elfos nacieron cuando se volvieron a encender las Estrellas, los hombres aparecieron cuando salió el Sol por vez primera.

Esta nueva raza abrió los ojos a la nueva luz en el país de los elfos llamado Hildórien, "tierra de los seguidores", situado en el lejano oriente de la Tierra Media. A diferencia de los elfos, los hombres eran mortales y tenían una vida corta incluso en comparación con los enanos. En lo referente a fortaleza física y nobleza de espíritu, no eran tampoco equiparables a los elfos. Se trataba de una raza débil que sucumbía rápidamente a las pestes y a los rigores del entorno. Su cuerpo y su espíritu podían quedar dañados pos todo tipo de cosas que no afectaban en absoluto a los elfos. Por todo esto, los llamaban engwar, "los enfermizos". Los valar no llegaron al este y todo lo que pudieron aprender los hombres se lo enseñaron por compasión los elfos menores llamados oscuros, que vivían en los bosques orientales. Pero era una raza pertinaz que se reproducía con mayor rapidez que todos los demás pueblos excepto los orcos, y, aunque perecían con facilidad, volvían a multiplicarse y finalmente se desarrollaron con rapidez en las tierras del este, de modo que algunos los llamaron los "usurpadores".

En la Primavera de Arda reinó una gran alegría, pero finalmente Morgoth, al oír rumores de lo que había acontecido en el este, se desplazó a esas tierras. Una sombra descendió entonces como una gran mano sobre la raza de los hombres. Se dice que en su mayoría le parecieron pueblo que se doblegaba fácilmente a su voluntad.

Algunos huyeron de semejante maldad: eran los más nobles y se desperdigaron por el este y el norte en busca de la tierra que, según se rumoreaba, estaba libre de la oscura mano de Morgoth. Al cabo de un tiempo, llegaron a Beleriand, donde vivía un pueblo cuyos ojos brillaban como estrellas y cuyo espíritu era tan vivaz como el Sol. Se trataba de los calaquendi o elfos noldorin, que acababan de abandonar las Tierras Imperecederas. Los hombres honraron, sirvieron y rindieron lealtad a estos elfos. Sobre todo deseaban saber cosas acerca de la luz que había brillado en occidente y aprender las artes y adquirir los conocimientos que pudieran poner fin a la oscuridad de la cual habían huido.

Los noldor aceptaron el tributo de estos hombres y les enseñaron muchas cosas de gran valor. En la lengua noldorin los hombres se llamaron atari, "los segundos nacidos", pero luego, dado que la mayor parte de la población de Beleriand hablaba la lengua de los elfos grises, fueron conocidos más ampliamente como los edain, "los segundos". Fueron los más nobles de las Tierras Mortales.

Según el "Quenta Silmarillion", los edain se dividían en tres huestes: la primera Casa, que era la de Bëor; la segunda Casa, la de los haladin; y la tercera Casa, la de Hador. Las hazañas de las Tres casas de Amigos de los elfos en la guerra de las Joyas contra Morgoth el Enemigo fueron notables, tanto como la tragedia que se cebó sobre los nobles edain que batallaron junto a las huestes élficas. La más larga de las narraciones de los hombres de la Primera Edad del Sol es el "Narn i Hîn Húrin", que relata la vida de los hijos de Húrin: Húrin, el asesino de trolls; Túrin, que dio muerte a Glaurung, el Padre de los Dragones; Beren, que arrancó un Silmaril de la corona de hierro de Morgoth; y Eärendil el Marinero, que navegaba en el buque "Vingilot" y condujo la Estrella de la Mañana a los cielos.

En la Primera Edad todavía salieron más hombres del este. Pertenecían a un pueblo distinto que había permanecido en las tierras dominadas por la sombra de Morgoth y los elfos los llamaron hombres cetrinos u orientales. En tiempos de guerra la mayoría de estos hombres se mostraron desleales, y, aunque fingían amistad con los elfos, los traicionaron ante el enemigo.

Cuando terminó la Primera Edad del Sol y Morgoth cayó al vacío, Beleriand se hundió en el mar Occidental. Todos los que habitaban Beleriand murieron, al igual que la mayoría de los elfos y los edain, de modo que de poco pudieron aprovecharse los vencedores.

Incluso los edain que sobrevivieron a esa edad se dividieron. Algunos escaparon al hundimiento de Beleriand y se desplazaron hacia el este y llegaron al otro lado de las Montañas Nubladas. Así, durante un tiempo, los elfos les perdieron el rastro. Vivieron en el valle del Anduin con otros de su raza que no se habían trasladado a Beleriand en la Primera Edad y pasaron a ser conocidos como los hombres septentrionales de Rhovanion. Otros edain huyeron de Beleriand y fueron hacia el sur junto con los elfos, donde los valar los recompensaron por su fidelidad y sus sufrimientos cediéndoles un territorio situado en el mar Occidental, entre la Tierra Media y las Tierras Imperecederas.

Los hombres que se desplazaron al sur con los elfos fueron llamados dúnedain u hombres de Oesternesse, pues así se llamaba su isla, que en la lengua élfica era Númenórë. En la Segunda Edad, a los dúnedain se les llamaba con mayor frecuencia númenóreanos y se convirtieron en una gran potencia marítima.

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Istari

Cuando hubieron transcurrido mil años de la Tercera Edad del Sol, del mar Occidental zarpó un navío élfico en dirección a los Puertos Grises. En el barco iban cinco ancianos de luengas barbas blancas y amplias capas, todas de diferente color. Cada anciano llevaba un sombrero alto y cónico, botas negras y en la mano sostenía una larga vara. Se trataba de los Istari, a quienes los hombres llamaban magos; los sombreros y las varas eran los indicadores de su rango. Pertenecían a una orden y una hermandad enviada a la Tierra Media desde las Tierras Imperecederas, pues los grandes Poderes de Arda se habían percatado de que en las Tierras Mortales se estaba incubando un gran mal desconocido que los acechaba.

Aunque los sabios Istari llegaron secreta y humildemente, al prindipio, antes de que pisaran la Tierra Media, eran poderosos espíritus maiar, la raza primera, más vieja que el propio mundo, engendrada por la preclara mente de Ilúvatar en los Palacios Intemporales. Sin embargo, al penetrar en el decadente mundo de la Tierra Media en la Tercera Edad, no se les permitió ejercer libremente su poder como maiar, sino que hubieron de adaptarse a los límites de la forma humana y a los poderes propios del mundo mortal.

Aunque se dice que embarcaron cinco Istari, sólo se mencionan tres en las historias que han llegado a los hombres, pues parece que los otros se dirigieron hacia el este y no tuvieron influencia en el destino de las tierras Occidentales.

El primero que se menciona y el más célebre de la Cuarta Edad fue Gandalf el Gris, a quien los elfos llamaban Mithrandir; los enanos, Tharkûn, y los haladrim, Incánus. En las Tierras Imperecederas era conocido como Olórin y se le consideraba el más sabio de su raza. En esa época residía en los magníficos jardines de Lórien, el Señor de las Visiones y los Sueños, e iba con frecuencia a las casas de Nienna la Plañidera. Tras ser instruido por el vala Lórien en los jardines, la sabiduría de Olórin fue en aumento a lo largo de muchas edades. Asimismo, escuchando el consejo que recibió de Nienna la Plañidera en su propia casa, que estaba construida de cara a los muros de la Noche, añadió a su sabiduría la compasión y la paciencia.

De todos los Istari, Gandalf se consideraba el más notable, pues gracias a su sabiduría los pueblos libres de la Tierra Media vencieron a Sauron, el Señor Oscuro, que pretendía esclavizarlos.

Gandalf contó para esto con la ayuda de Narya, el Anillo élfico del fuego, que Círdan, señor de los Puertos Grises, le había dado, pues el Narya tenía poder para convertir a los hombres en valientes y resueltos individuos.

Por instigación de Gandalf fue muerto el dragón Smaug y se ganaron las batallas de los Cinco Ejércitos, Cuernavilla y los Campos del Pelennor. Merced a la intervención exclusiva de Gandalf, se pudo acabar con el balrog de Moria. Sin embargo, la mayos hazaña fue encontrar el Anillo Único y guiar al Portador del Anillo hasta el lugar donde fue destruido. Mediante esta acción, el Anillo desapareció y Sauron, todos sus seguidores y todo su reino quedaron en la más absoluta desolación. Con esto finalizó la tarea de Gandalf el Gris en la Tierra Media, y con su marcha hacia las Tierras Imperecederas acabó también la Tercera Edad.

El segundo Istari es Radagast el Pardo, que vivió en Rhosgobel, en los valles del Anduin.

Radagast participó en el Concilio Blanco, que se constituyó para hacer frente al malvado Sauron, el Señor Oscuro, pero al parecer su mayor preocupación eran los "kelvar" y "olvar" de la Tierra Media y poco se habla de él en las crónicas de esa época. Era más sabio que todos los hombres en lo relativo a las hierbas y las bestias.

Se dice que hablaba las múltiples lenguas de las aves, e incluso los beórnidas y los hombres del Bosque Negro, así como los guardianes ents del bosque de Fangorn, se referían con reverencia a la sabiduría de Radagast el Pardo, pues no tenía igual en la ciencia de la floresta.

El último Istari que se menciona es Saruman el Blanco, a quien los elfos llamaban Curunír, "el de hábiles recursos". Cuando se formaron los Istari, Saruman fue considerado el de más alto rango en la orden. Durante muchos siglos vagó por los territorios de la Tierra Media con el Propósito de destruir a Sauron, el Señor Oscuro, pero al cabo de un tiempo el orgullo se adueñó de él y empezó a desear el poder para sí mismo.

En el año 2759 Saruman el Blanco llegó a Isengard, y Beren, el senescal regente de Gondor, le dio la llave de la Torre de Orthanc, pues pensaba que los sabios Istari ayudarían a los hombres de Gondor y a los rohirrim en la guerra contra los orcos, los orientales y los dunlendinos.

Pero Saruman lo convirtió en un lugar entregado al mal e hizo un llamamiento a todas las legiones de orcos, uruk-hai, medio orcos y dunlendinos. En Isengard hizo ondear el estandarte de su tiranía, la bandera negra con una fantasmal mano blanca. Pero el orgullo lo convirtió en un necio, y Sauron, que dominaba la hechicería mejor que él, le tendió una trampa. De esta forma, el más destacado Istari, que se había trasladado a la Tierra Media para destruir al Señor Oscuro, se convirtió en uno de sus secuaces. Sin embargo, el poder de Saruman fue anulado por la cólera de los ents, el valor de los rohirrim y los ucornos y la sabiduría de Gandalf.

Isengard fue destruida por los ents; los rohirrim y los ucornos exterminaron por completo a su ejército, su vara se rompió y Gandalf le arrebató los poderes. Tan bajo cayó Saruman el Blanco que buscó una mezquina venganza de su derrota en el diminuto reino de la Comarca, donde residían los hobbits, sus más insignificantes enemigos. Allí, en una patética lucha por la supremacía, Saruman fue vencido por los hobbits y murió a manos de su propio criado, Gríma Lengua de Serpiente.

Cuando murió, su cuerpo se consumió hasta quedar reducido a una forma sin carne. Rápidamente se convirtió en piel, cráneo y huesos envueltos en una andrajosa capa de la que se elevaba una columna de neblina gris. Se dice que esta forma gris del espíritu de Saruman el Maia permaneció durante un momento sobre sus restos mortales, hasta que sopló una ráfaga de viento y se la llevó.

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Orcos

Se dice que en la primera Edad de las Estrellas, en la profundidad de las mazmorras de Utumno, Melfor cometió la mayor blasfemia, pues en esa época capturó a muchos de los recién aparecidos elfos y los encerró en sus calabozos. Recurriendo a atroces torturas logró horripilantes formas de vida a partir de las cuales crió una raza de trasgos esclavos tan repulsiva como bella era la de los elfos.

Se trataba de los orcos, un pueblo de formas nacidas del dolor y el odio. Estas criaturas sólo obtenían alegría del sufrimiento ajeno, y la sangre que fluía en su interior era negra y fría. Su atrofiado cuerpo resultaba repugnante: eran encorvados, patizambos y rechonchos. Tenían los brazos largos y recios como los monos del sur y la piel negra como la madera chamuscada. Los afilados colmillos que asomaban por sus enormes bocas eran amarillos, la lengua roja y gruesa, y las ventanas de la nariz, al igual que el rostro en general, anchas y achatadas. Los ojos eran hendiduras carmesí, semejantes a dos finas aberturas de una rejilla negra tras la cual ardían las ascuas.

Estos orcos eran fieros guerreros que temían más a su señor que a cualquier otro enemigo; y quizá les resultara preferible la muerte al tormento de la vida orca. Eran caníbales viles y despiadados cuyas potentes garras y babosos colmillos solían llevar adheridos jirones de la carne amarga y restos de la fétida sangre de su propia especie. Los orcos eran vasallos del Señor de la Oscuridad, por lo que temían a la luz, pues los debilitaba y quemaba, tenían capacidad para ver de noche y habitaban en repugnantes mazmorras y túneles. Se multiplicaban en Utumno y en todos los habitáculos inmundos de la Tierra Media con mayor rapidez que cualquier otra raza. A fines de la Primera Edad de las Estrellas, se libró la guerra de los Poderes y los valar penetraron en Utumno. Ataron a Melkor con una gruesa cadena y aniquilaron a la mayoría de los orcos junto con sus siervos. Los que sobrevivieron vagaron sin rumbo.

En las edades que siguieron tuvieron lugar las migraciones de los elfos, y, aunque algunos orcos se escondían en los lugares más oscuros de la Tierra Media, no se mostraron abiertamente, de modo que las historias de los elfos no vuelven a hablar de ellos hasta la Cuarta Edad de las Estrellas. En esa época los orcos habían recuperado la belicosidad y salieron de Angband provistos de armaduras de placas y mallas de acero, cascos de hierro y cuero negro, así como picos de halcón o de buitre hechos también de acero. Llevaban también cimatarras, dagas envenenadas, flechas y espadas de gruesa empuñadura. En la Cuarta Edad de las Estrellas, esta raza de bandidos, junto con lobos y licántropos, osó penetrar en Beleriand, donde tenían su reino Melian y Thingol. Los elfos grises no sabían de que tipo de seres se trataba, aunque no dudaron de que eran malignos. Dado que estos elfos, en aquella época, no usaban armas de acero, comerciaron con los enanos herreros de Nogrod y Belegost para obtenerlas. Con ellas hicieron frente a los orcos y los obligaron a retirarse.

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Trolls

Se cree que en la Primera Edad de la luz de las Estrellas, en las profundidades de las mazmorras de Angband, Melkor el Enemigo crió una raza de caníbales gigantescos, fieros y resistentes, pero carentes de inteligencia. Estos gigantes de sangre negra se llamaban trolls y durante cinco Edades de la luz de las Estrellas y cuatro Edades del Sol cometieron actos de perversidad sin límites.

Se dice que Melkor crió a los trolls porque deseaba disponer de una raza tan poderosa como los gigantescos ents, los pastores de árboles. Los trolls madían y pesaban el doble que los hombres más corpulentos y su piel era una capa de escamas que constituía una armadura natural. Los trolls eran a la piedra lo que los ents a la sustancia de la madera; aunque no tenían la misma fuerza que ellos, que eran capaces de quebrar la piedra, los trolls eran resistentes y poderosos. Sin embargo, el encantamiento que los trajo al mundo les provocó un defecto fatal: temían la luz. El embrujo de su creación se había realizado en la oscuridad y si la luz les tocaba el hechizo se rompía y su armadura desaparecía. Su desalmado ser se consumía y se convertía en piedra.

Tal era la necedad de los trolls que muchos no podían aprender ni siquiera a hablar, mientras que otros aprendían tan sólo los más elementales rudimentos de la lengua orca. Aunque su poder quedaba con frecuencia anulado por la inteligencia de los otros seres, en las cavernas de los montes y en los bosques oscuros los trolls eran muy temidos. Sólo les satisfacía alimentarse de carne cruda, mataban por placer y, con una desmedida codicia, acumulaban todo lo que podían arrebatarles a sus víctimas.

En las Edades de la luz de las Estrellas vagaban libremente por la Tierra Media y, junto con los orcos, convertían los viajes en peligrosísimas empresas. Con frecuencia, en esta época, luchaban al lado de los lobos, orcos u otros viles siervos de Melkor. Pero en la Primera Edad del Sol tuvieron que actuar con mucha mayor precaución, pues la potente luz del astro presentaba para ellos la muerte, y sólo gracias a la oscuridad pudieron intervenir en las guerras de Beleriand. Dice el "Quenta Silmarillion" que, en la batlla de las Lágrimas Innumerables, la guardia personal de Gothmog, señor de los balrogs, estaba constituída por un gran número de trolls, y, aunque no tenían habilidad para luchar, lo hacían con fiereza y desconocían el miedo. El gran guerrero edain llamado Húrin dio muerte a setenta trolls, pero aparecieron más y finalmente lo hicieron prisionero.

Tras la guerra de la Cólera y finalizada la Primera Edad del Sol, en la Tierra Media aún quedaban muchos trolls ocultos en las profundidades de los montes. Cuando en la Segunda Edad apareció Sauron el Maia, se adueñó de estos antiguos siervos de su amo, Melkor. Sauron dio a los trolls cierta capacidad mental derivada de la maldad y se volvieron más peligrosos que antes en sus correrías por el mundo.

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By Daniel Boix Caselles

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