En el capítulo X de Robinson Crusoe nos encontramos con la
llegada de cinco canoas llenas de salva-
jes a la isla, que
conducen a tierra dos prisioneros a los que se disponen a devorar. Uno
de ellos se esca-
pa, y se dirige hacia
el lugar donde Crusoe estaba "apostado" observando todos los movimientos
de todos
esos salvajes a los
que tanto detesta por su condición de caníbales (Crusoe ve
como algo estremecedor el
que un ser humano
sea capaz de comerse a otro). Al escaparse, y pasar el salvaje (Viernes)
al lado de Ro-
binson Crusoe en su
loca huída de sus perseguidores (de una tribu ribal), Crusoe le
salva la vida. Tras ésto, Viernes (nombre que le puso Robinson)
le jura servirle y serle fiel durante el resto de su existen-
cia. Nuestro
náufrago decide pasar al continente, y bajo esta idea, Viernes (que
él llama "mi criado"), le ayuda a construír una canoa, con
capacidad suficiente para meter en ella hasta veinte hombres. Con el transcurso
de los días Crusoe divisa en la costa tres canoas de salvajes, y
Viernes y él marchan contra ellos. Tras un enorme enfrentamiento
lleno de muertes caníbales (y por lo tanto, lleno de éxitos
para Cru-
soe y Viernes), logran
salvar a un español al que los salvajes se disponían a comer.
Aún así, Crusoe deja en
esta "batalla" un
reducido número de salvajes heridos que logran escapar con una de
las canoas, y ponen en libertad a uno de ellos que estaba atado en una
de las canoas: éste era el padre de Viernes, pero eso ya lo descubrimos
en el siguiente capítulo, el XI.
La razón por la que me he decidido a hacer el comentario de este
capítulo en particular, es porque creo que Crusoe se encuentra en
un momento crucial de su estancia en la isla: ha vivido sólo durante
nume-
rosos años,
y de repente se encuentra con que su soledad se ha visto rota debido a
la compañía de su nue-
vo amigo (aunque él
sólo considera criado): Viernes. Éste es otro punto muy importante
a remarcar en la obra, ya que nos encontramos con la reafirmación
de la superioridad moral de la civilización cristiana, y ésto
lo vemos claramente reflejado en la repugnancia que el naúfrago
siente ante los indígenas caníbales y lo seguro que Crusoe
está de que cualquier cristiano ante ellos (ante estos caníbales)
es mucho superior, ya que éstos salvajes cometen pecados tan grandes,
atroces y anti-civilizados como comerse a sus seme-
jantes y alabar a
otro Dios que no es el de la tradición cristiana.
Escena que representa el momento en el que Robinson Crusoe salva a Viernes
de ser capturado de nuevo por los salvajes de la tribu enemiga.
Ésta cristiandad lleva a Crusoe a detestar a los caníbales:
les ve "a priori" como una raza salvaje de-
jada de la mano de
Dios, abandonados a su suerte sin tener el privilegio de alabar al Dios
cristiano, de obedecer sus mandamientos y de amarle abiertamente. Esto
lleva a Robinson a querer tomarse en un pri-
mer momento la justicia
por su mano para acabar con aquellos bárbaros que son capaces de
comerse los unos a los otros sin la menor señal de escrúpulos
o remordimientos.
La mano de Dios guí al náufrago y le hace recapacitar, y
así reconoce que él no tiene bastante autori-
dad por sí
mismo como para decidir sobre la vida o la muerte de los que, al fin y
al cabo, son sus seme-
jantes.
La salvación de un indígena, Viernes, que primero será
su esclavo y con el que después estrechará un poco su relación
(sin llegar nunca a reconocer que se ha convertido casi en un compañero
o amigo, porque sólo le ve como sirviente), le ayuda a conocer un
poco más a esa otra raza que él en principio rechaza y comienzan
con esa "amistad" o relación de confianza las primeras reflexiones
críticas sobre las diferen-
cias culturales (éste
es el momento en el que Robinson comienza a confiar en su criado). Así,
Daniel Defoe nos muestra cómo Crusoe pasa del completo rechazo a
los salvajes, al pleno reconocimiento de que no hay razas superiores a
otras y de que, en el fondo, todos los hombres se mueven por los mismos
impulsos, y sus pensamientos son básicamente de la misma naturaleza.
Otra gran idea que podemos extraer de este capítulo (aunque realmente
nos la hemos ido encontrando en gran parte de la obra) es el saber que
hay pocos miedos mayores para el hombre que el "terror al hombre en sí
mismo". Robinson se encuentra aislado del mundo en esa pequeña isla,
y no teme a nada: es un hombre valiente que ha sobrevivido gracias a sus
propios medios, y que por lo tanto, no teme a los anima-
les salvajes ya que
tiene la defensa de sus armas y las fortalezas que él mismo construyó
a base de inge-
nio durante su estancia
en la isla. Tampoco tiene miedo a espíritus o demonios (aunque en
el capítulo VI de la novela sí que llega a sufrir estos miedos)
ya que cuenta con el apoyo de su gran fe en ese Dios todo-
poderoso que no le
ha olvidado del todo y que le protege. Pero en cuanto ve aquella "huella"
en el capítu-
lo IX, abandonada
en la isla, toda su fuerza interior y su estado de "dominio" sobre el pequeño
mundo que le rodea se viene abajo. Teme ser asaltado por la noche mientras
duerme, se cree perseguido, vigilado en todo momento... La paz que gobernaba
su espíritu se convierte en un desasosiego infinito durante el día,
y horribles pesadillas e insomnio por las noches: no hay arma que pueda
protegerle ante un "ejérci- to" de caníbales, o ante un sólo
hombre de mente retorcida e inteligente que se haya propuesto matarle.
Así pues, el amor a la propia humanidad, a la que él tanto deseaba volver, se convierte en auténtico pavor durante unos cuantos años.
En la novela, y relacionado con el comentario de este capítulo,
podemos ver que Daniel Defoe hace un canto al individualismo; pero trata
un individualismo tratado desde la civilización previa. Me explico:
el hombre es capaz de sobrevivir por sí mismo, de conseguir el mayor
confort y todo lo esencial que necesi-
ta para vivir (e incluso
algún capricho) si antes ha convivido entre otros hombres que le
han enseñado, o de los que ha podido observar nociones básicas
de carpintería, agricultura, ganadería, alfarería...
Si todo
ésto, y sin
los viajes por el mundo donde Robinson Crusoe aprendió, vio y estudió
las formas de vida y las
nociones básicas
para desenvolverse en cualquier oficio, no hubiera sobrevivido o, si lo
hubiera hecho, quizás habría sido de una forma mucho menos
cómoda y con mayores problemas y obstáculos que salvar. La
convivencia en un mundo civilizado y avanzado le permitió que intentara
proveerse de las muchas cosas
que le habían
hecho la vida más cómoda en Inglaterra y con el resto de
lugares donde vivió, y de este modo se "fabricó" cosas útiles
para él como sillas, mesas, cestas... aunque su elaboración
tuvieran más éxito en un principio gracias a su constancia
que a su habilidad en esta clase de labores. Después, orgu-
lloso, muestra a Viernes
la forma de hacer las cosas: de cocinar, de cuidar de la agricultura...
y es como un signo más de lo orgulloso que se encuentra Crusoe de
pertenecer a una sociedad civilizada que sabe hacer tales maravillas con
sus propios medios. Viernes, así, posee una admiración aún
mayor hacia su amo, que le ve (en un principio) como un Dios con dominio
sobre la naturaleza que le rodea, aunque después esa admiración
vaya más enfocada a la que siente un alumno ante su profesor.
A pesar de ese individualismo recientemente comentado, la novela también expone la necesidad de los "otros". Robinson está completamente satisfecho y orgulloso de sí mismo por los logros que consigue, pero con el tiempo, la falta de un semejante pesa cada vez más, y necesita de un compañero a quien mostrar esos logros, con el que conversar, al que poder enseñar, aunque finalmente todo ello sólo se vea reflejado en la relación amo-esclavo entre Robinson y Viernes.
Este exacerbado deseo le lleva a apoderarse de Viernes, y más tarde
a entablar amistad con los que eran en teoría enemigos de cualquier
inglés: los españoles. Así, podemos observar que las
ansias del ser
humano por exacerbar
su propia individualidad tienen sus límites. Aunque siempre dijera
Robinson lo afortunado que era al poder disfrutar de esa soledad, en el
fondo, con el tiempo y cada vez más, ansía te-
ner compañía,
y puesto que Viernes (que aunque ya "aleccionado" por Robinson) seguía
siendo práctica-
mente tan sólo
un hombre a su servicio, Robinson busca la compañía de cualquier
otro, aunque tuviera que resignarse a hablar con un español, que
al fin y al cabo era rival de Inglaterra.
Crusoe,
junto a Viernes, vigila la llegada a la isla de unas canoas de caníbales
con prisioneros.
Para finalizar, remarcar la sorpresa de Robinson cuando, al final de este
capítulo y comienzos del ca-
pítulo XI,
se da cuenta de que hasta los salvajes, los caníbales, tienen sentimientos,
y que hay valores que
el ser humano comparte
universalmente sea de la raza, condición, religión o sexo
que sea: el amor hacia tus
progenitores. Viernes,
al darse cuenta de que el prisionero que está atado en la canoa
es su padre, se aba-
lanza sobre él
con un cariñoso abrazo, y además intenta procurarle, antes
que a nadie, comida y bebida, ayudándole incluso en cada movimiento.
Crusoe comienza a darse cuenta de que las diferentes razas no tienen por
qué tener malos sentimientos, sino que simplemente somos diferentes
unos de otros, con dife-
rentes costumbres,
dioses, hábitos... pero que en el fondo, todos los seres humanos
tenemos rasgos que nos caracterizan y que nos igualan ante los ojos de
un solo Dios.
INFORMACION EN PARTE EXTRAIDA DE:
DANIEL DEFOE. "ROBINSON
CRUSOE"
© EDITORIAL PLANETA,
S.A. 1990