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Opinión

por Ms. Eugenia Izquierdo

Como se arranca el hierro de una herida su amor de las entrañas me arranqué, aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con él! Del altar que le alcé en el alma mía la Voluntad su imagen arrojó, y la luz de la fe que en ella ardía ante el ara desierta se apagó. Aún turbando en la noche el firme empeño vive en la idea la visión tenaz... ¡Cuándo podré dormir con ese sueño en que acaba el soñar! Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y del cielo, y les he visto el fin o con los ojos o con el pensamiento. Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo y me incliné un momento, y mi alma y mis ojos se turbaron. ¡Tan hondo era y tan negro! En la clave del arco ruinoso cuyas piedras el tiempo enrojeció, obra de un cincel rudo campeaba el gótico blasón. Penacho de su yelmo de granito, la yedra que colgaba en derredor daba sombra al escudo en que una mano tenía un corazón. A contemplarle en la desierta plaza nos paramos los dos. Y, ése, me dijo, es el cabal emblema de mi constante amor. ¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces: Verdad que el corazón lo llevará en la mano..., en cualquier parte.... pero en el pecho no. ¡Los suspiros son aire y van al aire! ¡Las lágrimas son agua y van al mar! Dime, mujer: cuando el amor se olvida,¿sabes tú a dónde va?

 


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