BATALLA DE QADESH
Los
hititas, también llamados hetitas o heteos, fueron una población de origen
indoeuropeo que se instaló en la región central de la península de Anatolia
entre los siglos XVIII y XII adC, teniendo la ciudad de Hattusas como capital.
Usaban una lengua propia indoeuropea, usando jeroglíficos propios y en otras
ocasiones escritura cuneiforme prestada de la asiria. Aglutinó a numerosas
ciudades-estado de culturas muy distintas entre ellas llegando a crear un
influyente Imperio gracias a su superioridad militar y a su gran habilidad
diplomática, constituyéndose así como la "tercera" potencia en
Oriente Medio (junto con Babilonia y Egipto). Perfeccionaron el carro de combate
ligero utilizándolo con gran éxito, y se les atribuye una de las primeras
utilizaciones del hierro en Oriente Medio como objeto de lujo.
Arqueología
de los hititas
A pesar de
que hoy en día se conoce mucho sobre este pueblo, tras su desaparición los
hititas cayeron en el más absoluto olvido hasta el siglo XIX. Es sorprendente
que lo que llegó a constituir uno de los mayores Imperios de la Antigüedad
haya pasado totalmente inadvertido durante tantos siglos. Gracias a numerosas
excavaciones, algunas tan importantes como el descubrimiento de lo que sería
algo así como un "archivo nacional" de Hattusas, y muchas referencias
de origen asirio y egipcio, se ha podido reconstruir su Historia y a la vez
llegar a descifrar la escritura.
El nombre
de Hatti
No se sabe
a ciencia cierta como se denominaban a sí mismos, el nombre de Hati proviene de
las crónicas asirias que lo identificaban como el "País de Hatti" (Chati),
y por otra parte los egipcios les denominaban "Heta", que es la
transcripción arbitraria del jeroglífico "Ht" (la escritura egipcia
carecía de vocales).
El término
proviene de las referencias bíblicas. Éste era llamado "Hittim", que
Lutero traduciría al alemán como "Hethiter", los ingleses lo
convirtieron en "Hittites", mientras que los franceses los denominaron
primeramente "Héthéens" para acabar llamándoles del mismo modo que
los ingleses, "Hittites". "Hititas" es el término general
que se usa en español (También se ha usado el de "Heteos", pero es
poco frecuente y está en desuso). Las referencias en la Biblia sobre los
Hititas las encontramos en Josué (3,10), Génesis (15,19-21), (23,3) Números
(13,29) y Libro II de los Reyes (7,6).
En el
libro 2 de Samuel, (11, 1-21), se hace referencia a un "Urias el
hitita", combatiente de los ejércitos del Rey David, y esposo de Betsabé.
Luego de tomar a ésta última como concubina, mientras Urías se encontraba en
campaña bélica contra los amonitas, David, después de embarazar a Betsabé,
lo mandó a matar.
El
descubrimiento de los hititas
En el año
1834 Charles Félix Tesier (1802-1871) descubre las ruinas de una antigua ciudad
cerca de la aldea turca de Bogazköy (la que después sería identificada como
su capital, Hattusas). En 1839, en su libro Description de l'Asie Mineure afirma
que esas ruinas pertenecían a una civilización desconocida. En 1822, en Viajes
por Siria y Tierra Santa, Johan Ludwig Burckhar habla del encuentro de una lápida
con jeroglíficos desconocidos, algo que pasó en su momento inadvertido. Pero
en 1863, los norteamericanos Augustus Johnson y el director Jessup seguirían
las huellas de Buckhar en Hammath hasta encontrarla. Entre 1870-80 se investigan
diversos restos por parte del misionero irlandés Willian Wright que traslada
algunas piedras a Estambul, y H. Skeene y George Smith, que descubren Carquemis,
encuentran restos de la "escritura desconocida", la misma escritura
que encontraría en el año 1879 Henry Sayce en Esmirna.
En 1880,
Sayce en una conferencia ante la "Society for Biblical Archaeology"
afirma que todos esos restos pertenecen a los Hititas que menciona la Biblia.
Cuatro años más tarde, William Wright aportando nuevas pruebas a la tesis de
Sayce publica un polémico y atrevido tratado: El gran Imperio de los Hititas,
con el desciframiento de las inscripciones hititas por el profesor A.H. Sayce.
Hacia el año
1887 se descubre en Tell-el-Amarna numerosa documentación egipcia de la época
de Amenhotep IV "el rey hereje", que incluye numerosa correspondencia
con las primeras alusiones directas a los hititas y a los Jebusitas. En 1888,
Karl Humann y Felix von Luschan dirigen unas excavaciones en Sendjirli, y
descubren una fortaleza hitita con numerosos bajorrelieves y toneladas de
esculturas y vasijas de barro cocido. Entre 1891-92 William Flinders Petrie
descubre tablillas en la misma "lengua desconocida" que se le llamaría
primeramente "lengua Arzawa", debido a las alusiones que se hacían a
un tal Arzawa. En 1893 el francés E. Chante desubre en Bogazköy fragmentos de
tablillas en la misma lengua.
Pero el
mayor descubrimiento lo hace entre 1905-09 Hugo Winckler, en una expedición a
Bogazköy, donde encuentra más de 10.000 tablillas de lo que parecía ser un
"archivo nacional" entre las cuales se encuentran textos bilingües,
lo que permite descifrar numerosos documentos. Winckler afirma que esas ruinas
pertenecen a la capital, la cual acaba denominando Hattusas. A partir de
entonces, entre los años 1911-1952 la investigación se centra en descifrar la
lengua hitita, cuyas mayores aportaciones las hace Johannes Friedrich que, en
1946, publica un Manual hitita y en 1952-54 un Diccionario de lengua hitita.
El punto
culminante del descubrimiento de los hititas se produce durante las excavaciones
dirigidas por Kurt Bittel en Bogazöy y las de Helmut Bossert en Karatepe, donde
se encuentran nuevos textos bilingües que han ayudado a descifrar
definitivamente la escritura hitita y la fijación de fechas.
Historia
Historia
de los hititas
El reino
hitita abarcó desde el siglo XVIII aC hasta el siglo XII aC, pasando por etapas
de gran poder y de relativa decadencia. La historia del reino hitita se divide
en tres grandes periodos: el Reino Antiguo (1650-1500 aC) o primera expansión,
el Reino Medio (1500 aC - 1430 aC), etapa de relativa decadencia, y el Reino
Nuevo, donde alcanza su mayor poderío.
Los reyes
hititas creían ser descendientes de Anitta, caudillo del siglo XIX adC en Asia
Menor. Durante el siglo XVII adC, el reino vive su primera gran expansión, con
Hattusil I, llegando a saquear en el siglo XVI adC Babilonia bajo Mursil I. Sin
embargo, tras Mursil I hubo una serie de reyes poco documentados hasta que
Telebino intenta restaurar la gloria del imperio mediante la codificación de
algunas leyes básicas. Sin embargo, tras Telebino, el reino hitita, ahora en
etapa media, cae de nuevo en manos de las intrigas dinásticas, sucediéndose,
durante casi un siglo, reyes de los que se sabe muy poco, mientras el reino de
Mitanni aumentaba su poder.
Tudhalia I
sentó las bases del reino nuevo, al restaurar parte de la gloria del reino
antiguo. Su nieto Tudhalia II logro consolidar el poder hitita en Asia Menor,
permitiendo a Shubiluliuma I realizar grandes conquistar y convertir a Mitanni
en vasallo. Estas grandes conquistas, sin embargo, enfrentaron durante el
reinado de Muwatallis II a los hititas con los egipcios durante el reinado de
Ramsés II en la Batalla de Kadesh, enfrentamiento del que los hititas salieron
mejor parados, pero que permitió a Asiria recuperar su poder. Los siguientes
reyes hititas intentaron oponerse a los asirios, hasta que Tudhalia IV fue
derrotado en Nihriya. Sin embargo, Tudhalia IV compensó esta derrota llevando
al imperio a su máxima extensión.
Shubiluliuma
II, hijo de Tudhalia IV, se vio sorprendido por los ataques de los pueblos del
mar, que no supo repeler, y que, junto a nuevas invasiones de los bárbaros
kaska, hicieron desaparecer al imperio hitita de la historia.
Geografía
El corazón
del imperio hitita - llamado comúnmente el país de Hatti - estaba situado en
el recodo del río Kizil-Irmak, donde se situaba la capital Hattusa. Este núcleo
limitaba al norte con las tribus kaskas, al sur con Kizzuwadna, al este con
Mitanni y al oeste con Arzawa. En el momento de máxima expansión hitita,
Kizzuwadna, Arzawa y una parte importante del territorio kaska fueron
incorporados al imperio, que incluía, además, una buena parte (o la totalidad)
de Chipre, y diversos territorios en Siria, donde el reino hitita limitaba al
este con Asiria y al Sur con Egipto.
Algunas de
las principales ciudades hititas han sido localizadas, entre ellas Nesa o la
capital Hattusa, aún quedan ciudades por hallar, como, por ejemplo, Kussara,
Nerik o Tarhuntassa. En Siria fueron especialmente las ciudades de Alepo,
Karkemish y Kadesh.
Cultura
Es muy
probable que a partir de grafismos, los hititas hubieran llegado a desarrollar
su propia escritura basada principalmente en pictogramas, pero aunque se
encuentran pictogramas en la zona hitita aún no es dable relacionarlos
directamente con la cultura hitita ni tampoco es posible de momento calificarlos
como una escritura sistematizada. Lo que si es corroborable es que los hititas
adoptaron la escritura cuneiforme usada a partir de Sumeria en la Mesopotamia,
esta escritura les sirvió para su comercio internacional aunque podía estar
"dialectizada" acorde al idioma hitita, aunque al usarla en gran
medida de un modo próximo al de los ideogramas resultaba inteligible para
pueblos vecinos alófonos.
El arte
hitita que ha llegado anuestros días ha sido calificado desde el tiempo de los
griegos clásicos como un "arte ciclópeo" debido a la magnitud de sus
sillerías y a las dimensiones y relativa tosquedad de sus bajorrelieves y
algunas pocas esculturas en bulto, estas pocas esculturas en bulto parecen haber
recibido alguna influencia egipcia, mientras que los bajorrelieves evidencian
influjos mesopotámicos, aunque con un típico estilo hitita caracterizado por
la ausencia de delicadezas formales -se nota un escaso detallismo-. Sin embargo
el arte hitita más típico se observa en los pocos elementos metálicos
(especialmente de hierro) que han llegado hasta nuestros días, aquí también
se nota un arte "rudo" y basto, aunque muy sugestivo por cierta
estilización y abstracción de índole religiosa en la cual abundan símbolos
bastante crípticos.
Lengua
Hitita
Idioma
hitita
La lengua
hitita, también llamada nesita, es la más importante de la extinguida rama
anatolia de las lenguas indo-europeas, siendo los otros miembros el luvita, el
palaico, el lidio y el licio. Uno de los grandes logros de la arqueología y la
lingüística es el haber descrifado esta lengua, que se considera la más
antigua de entre todas las lenguas indo-europeas documentadas. Precisamente, al
ser la más antigua, resulta interesante por los elementos de los que carece y
que se hallan presentes en lenguas documentadas posteriormente.
Una de sus
características principales es el gran número de palabras no indo-europeas que
contiene, debido a la influencia de culturas de Oriente Próximo como la hurrita
o la cultura del pueblo de Hatti, siendo especialmente acusada esta influencia
en los vocablos de origen religioso. Consta de la mayoría de los casos
habituales en una lengua indo-europea, dos géneros gramáticales (común y
neutro) y dos números (singular y plural), así como diversas formas verbales.
Aunque
parece que los hititas contaban con un sistema de pictogramas, pronto comenzaron
a usar también el sistema cuneiforme.
Religión
y mitología
La religión
hitita llegó a ser conocida como «la religión de los mil dioses». Contaba
con numerosas divinidades propias y otras importadas de otras culturas (muy
especialmente, de la cultura hurrita), entre los cuales destacaba Teshub, el
dios del trueno y la lluvia cuyo emblema era un hacha (algo semejante, aunque
puede ser casual se observa en la civilización minoica, con su labrix), y
Arinna, la diosa del sol. Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la
fertilidad), su marido Elkunirsa (creador del universo) y Sausga (equivalente
hitita de Istar).hola como estas soul reaverv 2
El rey era
tratado como un escogido de los dioses y se encargaba de los más importantes
rituales religiosos. Si algo no iba bien en el país, se le podía culpar a él
si había cometido el más mínimo error durante uno de esos rituales, e incluso
los propios reyes participaban de este creencia; así, por ejemplo, Mursil II
atribuyó una gran peste que asoló el reino hitita a los asesinatos que
llevaron a su padre al trono, y realizó numerosos actos para pedir perdón ante
los dioses.
Mapa del
Imperio Hitita antes de la Batalla de Qadesh
El gran templo
Fecha Finales
de mayo de 1300 adC
Lugar
Valle del río Orontes, cerca de Qadesh (actual Kinza, Siria)
Resultado
Táctico: Victoria pírrica egipcia
Estratégico: Victoria hitita (fin de la
campaña de Ramsés II y la invasión del Imperio Hitita)
Beligerantes
Imperio Nuevo Egipcio Imperio Hitita
Comandantes
Ramsés II, faraón egipcio
Muwatallish, rey hitita
Fuerzas en combate
2.000 carros de guerra y 20.000 infantes
3.700 carros de guerra y 40.000 infantes
Bajas
Desconocidas (considerablemente mayores;
aproximadamente el 5% de los supervivientes egipcios fueron ejecutados después
por orden de Ramsés II) .Desconocidas
(considerablemente menores)
La Batalla de Qadesh, librada a finales de mayo
del año 1300 adC (ver controversia sobre las fechas), fue un combate de
infantería y carros en el que se enfrentaron las fuerzas egipcias del faraón
Ramsés II y las hititas de Muwatallish. La batalla ocurrió en las
inmediaciones de la ciudad de Qadesh, en lo que hoy es territorio sirio y, tras
haber comenzado con ventaja para sus enemigos, se saldó con un gran éxito
egipcio, aunque con numerosas pérdidas. A nivel estratégico supuso un empate técnico
con, incluso, notables ventajas geoestratégicas para el bando hitita; puede
argumentarse que resultaron ganadores si se tiene en cuenta que la batalla
supuso el fin de la campaña de invasión de Ramsés II sobre el Imperio Hitita.
Qadesh tiene la interesante característica de
ser la primera batalla documentada en fuentes antiguas, lo que la convierte en
objeto de estudio minucioso por parte de todos los aficionados e investigadores
de la ciencia militar, analistas, historiadores, egiptólogos y militares de
todo el mundo. También es la primera que generó un tratado de paz documentado.
Además, Qadesh tiene la importancia adicional de ser la última gran batalla de
la historia librada en su totalidad con tecnología de la Edad del Bronce.
Las
fuentes antiguas
La Batalla de Qadesh está documentada en tres
fuentes antiguas, aunque las dos más importantes son de procedencia
exclusivamente egipcia.
El Poema de Pentaur
El llamado Poema de Pentaur es un largo relato
de la batalla que Ramsés II escribió o —más probablemente— hizo escribir
con posterioridad al combate. Se trata de una larga inscripción monumental de
la cual existen ocho copias perfectamente conservadas en varios templos y
monumentos de la XIXª Dinastía. Ramsés II convirtió la batalla en un tema
principal de su reinado, por lo que su descripción está presente en forma de
bajorrelieve en muchos de los templos que mandó construir.
El Boletín
Informe militar de la batalla, el Boletín de
Guerra, al igual que el anterior, se encuentra totalmente conservado y se hallan
siete copias del mismo en forma de bajorrelieve —junto al poema— en el
Ramesseum, el Templo de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel.
El
Tratado de Qadesh
El documento que formalizó la tregua entre
Egipto y el Imperio Hitita, conocido como Tratado de Qadesh, es el primer texto
de la historia que documenta un tratado de paz. Fue copiado en numerosos
ejemplares escritos en caldeo babilonio (lengua franca de la diplomacia de la época)
sobre preciosas hojas de plata. Varios ejemplares se han encontrado en Hattusas,
capital hitita, mientras que otras copias se hallaron en Egipto.
Otros ejemplares escritos sobre materiales más
viles, conteniendo el mismo texto, también han llegado hasta nosotros, como por
ejemplo el conjunto de tablas de arcilla conservado en el Museo de Arqueología
de Estambul, correspondiente a la versión hitita del tratado.
Contexto
histórico
La importancia de Siria
Punto de encuentro, cruce y negociación del tráfico
y comercio de su tiempo y área dotada de inconmensurables recursos naturales,
Siria era la encrucijada mercantil, cultural y militar del mundo antiguo. No
solo producía ingentes cantidades de trigo, sino que por allí pasaban las
mercancías provenientes de los buques que cruzaban el Egeo y los de lugares más
lejanos, que ingresaban al Asia Menor por el puerto de Ugarit, especie de
Venecia antigua que dominaba el comercio del Mediterráneo oriental y se
encontraba, precisamente, ubicada en Siria. Los derechos aduaneros que percibiría
quien dominase la región eran enormes; sumados a su estratégica posición
militar, la producción agropecuaria y los derechos de tráfico y exportación,
convertían a la zona en una de las de mayor importancia estratégica del mundo
antiguo.
Por la zona viajaban vidrio, cobre, estaño,
maderas preciosas, joyas, textiles, alimentos, artículos de lujo, productos químicos,
loza y porcelana, herramientas y metales preciosos. A través de una telaraña
de rutas comerciales que comenzaban y terminaban en Siria, esas mercancías se
distribuían por todo el Medio Oriente, mientras que otros productos llegaban
allí desde sitios tan apartados como Irán y Afganistán.
Entre
dos potencias
Pero Siria sufría la desventaja de encontrarse
en medio de las dos grandes potencias políticas y militares de su época: el
imperio egipcio y Hatti, el inmenso Imperio Hitita. Como es obvio, ambos
ambicionaban dominar Siria para explotarla en su propio provecho. De hecho, hoy
se considera que el mero hecho de controlar la tierra siria significaba, hace
3300 años, el automático ascenso de cualquier nación a la exclusiva élite de
quienes merecían llamarse "potencia mundial". Así parecieron
entenderlo Mittani primero, Hatti y Egipto más tarde y Asiria y Nabucodonosor
al final.
Es comprensible, por tanto, que Mittani, Hatti y
Egipto derramaran, durante los siglos anteriores a Qadesh, verdaderos océanos
de sangre en sus desesperadas tentativas de dominar la región, proporcionando
así un violento escenario general donde se moverían los factores concretos que
desembocarían en la batalla.
Antecedentes
Dos generaciones antes de Ramsés, el decorado
había sido diferente: las potencias dominantes en la región no eran Egipto y
Hatti sino Egipto y el gran reino de Mittani. Tutmosis IV (1425-1417 adC) había
logrado formalizar una paz duradera, consciente de que, habiendo dos reinos
grandes y muchos pequeños en la zona, los dos poderosos sólo podrían dominar
a los demás si no guerreaban entre sí.
Conocedor de este hecho, el poderoso rey hitita
Shubiluliuma I comprendió que, para llegar a ser uno de los dos grandes, debía
destruir al más débil de ellos y reemplazarlo. Inició así un proyecto a
largo plazo de destrucción completa y sistemática de Mittani, prestando
particular atención al proyecto de erradicarlo de sus posiciones militares,
comerciales e industriales del norte de Siria.
Los faraones Tutmosis III y su hijo Amenofis II
no reaccionaron ante este hecho, porque Mittani llevaba dos siglos quitándoles
territorios sirios, y pueden haber creído que todo lo que fuese malo para su
enemigo sería bueno para ellos.
Así las cosas, el rey de Mittani, Saussatar,
decidió acercarse a Egipto para ver si la agresividad de los hititas se detenía.
No quería verse obligado a luchar una guerra en dos frentes, contra los
egipcios al sur y contra los hititas al este. Ofreció a los egipcios un tratado
de "hermandad" que fue aceptado, y sus emisarios llegaron a Egipto en
el año décimo del reinado de Amenofis (1418?) con tributos y saludos para el
faraón.
Los sucesores de Amenofis II y Saussatar —Amenofis
III y Artatama— formalizaron por fin el pacto, añadiendo una unión de sangre
a la amistad política entre Mittani y Egipto: el emperador egipcio se casó con
la hija del rey mittano, Taduhepa.
Logrados todos los objetivos de unidad, no
agresión y libre comercio, llegó el momento de demarcar minuciosamente las
fronteras entre ambos imperios, que consistían, precisamente, en la Siria
Central, en territorios ambicionados por ambos y también por los hititas.
Por medio de un tratado de límites —que nunca
ha sido hallado—, Artatama reconocía los derechos egipcios sobre el reino de
Amurru, el valle del río Eleuteros y las ciudades de Qadesh (la nueva, sobre un
promontorio estratégico, y la vieja a su lado, en el llano).
Para compensar estas cesiones, Amenofis
renunciaba para siempre a los territorios entonces mittanos pero que habían
sido egipcios por virtud de las conquistas de los grandes faraones guerreros de
la XVIIIª Dinastía: Tutmosis I y Tutmosis III.
El tratado fue tan satisfactorio para ambas
partes, que a partir de su formalización siguieron más de dos siglos de paz y
prosperidad, de respeto y de amistad mutua. La estabilidad de esas fronteras duró
tanto que quedaron impresas en las mentes de todos los que habitaban la región
como límites estáticos e imposibles de modificar.
Paz
La fructífera diplomacia de Amenofis III eliminó
a los hititas de la ecuación: Mittani había vuelto a ser un "pequeño
reino" entre las grandes potencias. Los dividendos de la paz fueron tan
grandes, y tan poderosos se hicieron Mittani y Egipto, que nadie en Hatti podía
soñar en desbancar a ninguno de los dos. Sumado esto a la amenaza de una
tercera potencia que se alzaba a sus espaldas, en oriente —la Asiria kasita—,
los hititas se vieron forzados a aceptar su papel de figurantes en la gran obra
de crecimiento que protagonizaban las tres potencias que dominaron el mundo
durante los dos siglos siguientes: asirios, egipcios y mitanos.
La
estratégica región de Amurru y Qadesh
Amurru era el nombre con que los egipcios
llamaban coloquialmente al estratégico valle del Eleuteros (gr.; "Río de
los Hombres Libres"), especie de pasillo terrestre que les permitía
alcanzar desde la costa y sus puertos las posiciones avanzadas en la Siria
Central, localizadas en las riberas del río Orontes. Amurru era, pues, vital
para los faraones.
Pero Amurru no era importante solo para el
comercio y la paz: los reyes anteriores habían debido mantener el paso abierto
para poder enviar a sus ejércitos al norte para hacer la guerra a Mittani. Y
sucedía que, para mantener el paso de Amurru a su disposición, Egipto debía
dominar la ciudad de Qadesh, sobre el Orontes. Caída Qadesh, caería Amurru y
el comercio y las comunicaciones egipcias se verían anuladas por entero. Este
solo hecho es la justificación de toda la guerra siria de Ramsés, y de los
esfuerzos de sus predecesores para mantener la zona en sus manos.
Los
estados satélites
La muy precisa demarcación de los límites
entre Hatti y Egipto, consecuencia del tratado de dos siglos antes, y la paz
subsiguiente, posibilitaron el establecimiento de numerosos reinos o estados
"intermedios", vasallos de uno u otro de los poderosos imperios, que
se comportaban como los modernos "países satélites" que poblaron
Europa y Asia en el siglo XX.
Estos satélites suavizaban las posibles
tensiones entre ambos, convirtiéndose en "lubricantes" o
intermediarios que, por interés propio, hacían lo que estaba en sus manos para
mantener la paz y la concordia. Al ser estados fronterizos, débiles
militarmente pero ricos y ubicados en posiciones estratégicas, sus gobernantes
tenían claro que serían los primeros en desaparecer si estallaba un conflicto.
Sin ambiciones territoriales aparte de las relativas a su propia supervivencia,
los estados satélites tenían mucho que perder y nada que ganar en caso de una
confrontación militar en la región.
Los
reinos amorreos
Sin embargo, el reinado de Amenofis III vio el
nacimiento de un nuevo poder emergente: una extraña unidad política que se
autodenominó "reino de los Amurru" (o Amorreos) y que comenzó de
inmediato a causar problemas.
Este reino no existía en el momento de la
delimitación de las fronteras, pero caía del lado egipcio, por lo que los
hititas no le reconocieron soberanía ni entidad jurídica de país
independiente. Un dirigente llamado Abdi-Ashirta, y más tarde su hijo Aziru,
comenzaron a organizar la heterogénea constelación de tribus que poblaban el
lugar, y, con cierta pericia, lograron cohesionarlos en una estructura política
que dominó, a fines del siglo XIV adC, todo el territorio crítico, es decir,
el ubicado entre la playa mediterránea y el río Orontes.
No conformes con esto, Abdi-Ashirta y Aziru
lograron expandir las fronteras de su pequeño reino, explotando la indiferencia
que la corte egipcia manifestaba respecto de la región. Los estados vecinos,
que veían menguar sus fronteras a expensas de las ambiciones expansionistas
amorreas, recurrieron al faraón para solicitarle que, mediante el envío de
tropas, impusiera disciplina a su vasallo, a lo que el emperador se negó.
Finalmente, fue Mittani el que se vio afectado
por los despojos territoriales, y este reino no tenía por costumbre permanecer
impávido ante las invasiones. Mittani envió una expedición para destruir el
poder amorreo —se cree que Abdi-Ashirta murió en este conflicto— y logró
su objetivo, pero el daño ya estaba hecho. Como era de esperar, las tropas
mittanas no se retiraron tras la destrucción de Amurru, y el faraón, que no
podía tolerar que uno de sus poderosos vecinos tuviese tropas estacionadas en
su territorio, se vio forzado a emprender, también él, acciones militares.
Amenofis envió al ejército para desalojar a
los mittanos, y este movimiento representó el fin de dos siglos de paz y la
licuefacción de las fronteras dibujadas con tanto trabajo y mantenidas con
semejante esfuerzo. Fue, también, el inicio de la controversia que culminaría
en el campo de batalla de Qadesh.
Shubiluliuma
I el Grande
Shubiluliuma I el Grande fue coronado rey de
Hatti en o alrededor de 1380 adC, y desde el mismo día de su ascensión demostró
que su principal interés era obtener y conservar el control hitita de la Siria
Norte y Central. De inmediato atacó a Mittani y le arrebató los reinos de
Alepo, Nuhashshe, Tunip y Alalakh. Este conflicto se conoce como Primera Guerra
Siria.
Diez años más tarde, Mittani intentó
recuperarlos por la fuerza. Shubiluliuma consideró que esta iniciativa lo
habilitaba a volver a atacar, y así la Segunda Guerra Siria llevó destrucción
y caos al reino vecino. Washukkani, capital y principal ciudad del reino de
Mittani, fue saqueada e incendiada. Los hititas cruzaron el Éufrates y, virando
al oeste, capturaron Siria, algo que hoy se cree fue siempre su verdadero
objetivo.
Hatti formalizó tratados con los reinos ex-mittanos
capturados, los declaró vasallos suyos y ocupó el sur, llegando hasta
Carchemish y haciéndose dueña —además de los nombrados— de los estados
vasallos de Mukish, Niya, Arakhtu y Qatna.
Akenatón
Mientras tanto, en su palacio de Aketatón, el
joven faraón Amenofis IV, que pasaría a la posteridad con el nombre de Akenatón,
miraba el imparable avance hitita con aparente desinterés. Muchos historiadores
le imputan el hecho de haber tolerado la caída de la importante ciudad
comercial de Ugarit y del baluarte estratégico de Qadesh sin haber intervenido
para evitarlo ni para recuperarlas más tarde.
La teoría moderna explica, en parte, la actitud
de Akenatón: vistas desde El Amarna, Qadesh y Ubarit quedaban fuera de las
nuevas fronteras establecidas para el territorio egipcio, lo que convertía su
conquista o pérdida en un asunto exclusivo del conflicto mittano-hitita, en el
que Egipto no intervendría mientras pudiese evitarlo. El faraón tenía ya
suficientes problemas con su resistida reforma al sistema de creencias y la
conversión de Egipto a una religión monoteísta como para preocuparse por lo
que para él eran pequeñas aldeas situadas a más de 800 km de distancia. Además,
el inteligente Shubiluliuma le había dejado en claro que Hatti no traspondría
las fronteras, y que la paz entre egipcios e hititas estaría asegurada mientras
él viviese.
De hecho, la conquista hitita de Qadesh había
sido consecuencia no deseada de un imponderable: nunca había estado en la mente
de Shubiluliuma atacar a un estado vasallo de Akenatón. Lo que sucedió fue lo
siguiente: el rey de Qadesh, obrando por cuenta propia y sin consultar a Amarna,
había obstruido el paso a las tropas hititas por el valle del Orontes,
obligando a Shubiluliuma a atacarlo y capturar su ciudad. El rey y su hijo
Aitakama fueron llevados como prisioneros a la capital hitita de Hattusas pero
Shubiluliuma, hábilmente, pronto los devolvió sanos y salvos para no dar una
excusa que hiciese a Akenatón poner en marcha la temible maquinaria de guerra
nilótica.
Qadesh
contra Egipto
Shubiluliuma restauró, tras la guerra, el
estatus de vasallo egipcio al reino de Qadesh y, durante un tiempo, todo pareció
regresar a la normalidad.
Pero a la muerte de su padre y una vez coronado
rey, el joven Aitakama comenzó a comportarse como si en realidad fuese un
agente hitita. Algunos reyes vasallos vecinos notificaron a Akenatón sobre su
conducta, que consistió básicamente en adelantarles que atacaría a la ciudad
de Upe (otro importante vasallo egipcio y, por lo tanto, su igual), "sugiriéndoles"
que lo apoyaran en esa campaña.
Una vez más, Egipto decidió no intervenir. En
lugar de enviar al ejército e imponer el orden por la fuerza, Akenatón se
comunicó con Aziru, rey de Amurru, y le ordenó proteger los intereses egipcios
en la región, defendiéndolos de la voracidad de Aitakama.
Fiel al estilo de su padre, Aziru aceptó el oro
y los suministros del faraón pero, en lugar de usarlos según le había sido
mandado, los invirtió en comenzar su propio proceso expansionista a expensas de
sus vecinos.
Akenatón
fracasa
Enterado de que Aziru de Amurru tenía en su
corte una misión diplomática de Hatti, Akenatón comprendió que el tiempo de
las palabras había pasado por fin: con Qadesh en el bando hitita y Amurru
negociando con el enemigo estratégico de Egipto, era el momento de adoptar una
solución militar.
Aunque no se encuentran documentos que lo
prueben, hoy se cree que el faraón envió un ejército que fue derrotado. A
partir de entonces la recuperación de Amurru, Qadesh y el valle del Orontes se
convirtió en un objetivo prioritario para los restantes faraones de la XVIIIª
Dinastía y comienzos de la XIXª.
De tal forma, la estratégica zona quedó bajo
el dominio hitita hasta que Ramsés se decidió a recuperarla.
Seti
I
Tras las muertes de Akenatón y de su hijo (o
medio hermano, según otras fuentes) Tutankamon, Egipto se vio envuelto en una
sucesión de tres dictaduras militares conducidas por jefes del ejército. Esta
situación, que se prolongó durante treinta y dos años, fue consecuencia del
caos institucional heredado tras la tentativa de reforma social y religiosa de
Akenatón. Cualquier ambición de estos tres generales de recuperar Siria debió
ser postergada por causa de la más terrible y urgente necesidad de apaciguar el
ámbito interno de la nación, amenazado por la guerra civil.
Sin embargo, el último de los tres, Horemheb,
dejó bien establecida cuál sería la postura egipcia en relación con Amurru
de ahí en adelante: se abandonaría la política de gobierno indirecto a través
de los reyezuelos vasallos de la región, y se implementaría una ocupación
militar en toda regla.
Al iniciarse tras él la XIXª Dinastía, su
sucesor, Ramsés I y más tarde el hijo de este, Seti I, quisieron recuperar las
zonas disputadas. Seti emprendió de inmediato (en el año 2 de su reinado) una
campaña que era una imitación de las de Tutmosis III. Se puso a la cabeza de
un ejército que se dirigió al norte, con el objetivo de "destruir las
tierras de Qadesh y Amurru", como explica con crudeza su monumento militar
en Karnak.
Seti logró recapturar Qadesh, pero Amurru se
mantuvo del lado hitita. El faraón siguió al norte y se enfrentó a un ejército
de leva hitita, que fue fácilmente destruido. Hatti no le opuso fuerzas más
conspicuas porque en ese momento su ejército profesional se hallaba empeñado
contra los asirios en la frontera oriental.
La solución fue temporal, no obstante: a la
fecha de la muerte de Seti (1304 adC), Qadesh estaba nuevamente en manos
hititas, y la situación se mantendría en equilibrio inestable durante cuatro años
más. Para ese entonces, había ya dos nuevos reyes sentados en los tronos de
los reinos enfrentados.
Último
intento
En 1301, Ramsés II, hijo de Seti, tomó una
decisión drástica: Para mantener Siria necesitaba Qadesh, y esta no se sometería
a un mero mensajero. Se dirigió al norte, por lo tanto, con un gran ejército,
para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina,
"motivado", tal vez, por la sombría visión de miles de tropas
escoltando al faraón. Está bastante claro que la intención de Ramsés II era
someter a Qadesh, de grado o por la fuerza [1]
Hatti tenía un nuevo rey, el inteligente y
astuto Muwatallis. Muwatallis no ignoraba las intenciones del joven Ramsés, y
tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si quería
recuperar alguna vez el control sobre Siria. En tales circunstancias, comprendía
que estaba obligado a actuar. Si Benteshina era secuestrado o dominado por
Egipto y si Amurru caía en manos del emperador del Nilo, los hititas se exponían
a perder todo el centro y norte de Siria, incluyendo puntos neurálgicos de su
estrategia como Alepo y Carchemish.
Sin embargo, los hititas podían ahora
concentrarse en un solo frente, porque tratados recientes habían eliminado la
amenaza asiria a sus espaldas. De modo que en el verano de 1301 adC, Muwatallish
comenzó a organizar un gran ejército que, esperaba, pondría fin a la campaña
egipcia. El campo de batalla estaba muy claro para ambos comandantes: lucharían
bajo las murallas de Qadesh. Egipto y Hatti se enfrentarían de una vez por
todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin, definiría si
Siria quedaría bajo el dominio faraónico o hitita.
Los
mandos de ambos ejércitos
Ramsés
II
Príncipe heredero de la poderosa XIXª Dinastía,
nieto de su fundador Ramsés I e hijo del augusto Seti I, Ramsés fue educado
como todos los futuros faraones de su época. Se le enseñó a montar carros de
guerra al mismo tiempo que a caminar, a domar y montar caballos y camellos, a
combatir con lanza y —lo más importante de todo— a disparar con arco con
impresionante precisión desde la plataforma de un carro lanzado a la carrera.
Los príncipes con posibilidades de alcanzar el
trono eran separados de sus madres a muy temprana edad —tal vez a los cuatro o
cinco años— y enviados a pasar el resto de su infancia y adolescencia a los
campamentos militares, quedando a cargo de uno o varios generales que los criarían
y educarían en las artes de la guerra, como correspondía a quienes,
probablemente, debiesen desempeñarse en el futuro como poderosos reyes
guerreros.
Entre los dieciséis y los veinte años, Ramsés
acompañó a su padre en las campañas de Libia y Siria. Ante la inesperada
muerte de Seti, la doble corona fue colocada sobre su cabeza cuando Ramsés
contaba entre veinticuatro o veintiséis años. Era ya un guerrero experto, y
estaba perfectamente convencido de la vital importancia de Qadesh y Amurru para
el futuro de su imperio.
Desde muy joven se preparó para este conflicto,
despreciando en aras del interés nacional los términos del tratado que su
padre había firmado con los hititas. Tres años antes del comienzo de la campaña,
Ramsés realizó grandes y profundos cambios en la organización del ejército y
reconstruyó la antigua capital hicsa de Avaris (rebautizándola Pi-Ramsés)
para utilizarla como gran base militar en la futura campaña asiática.
Muwatallish
Muwatallis II
Sabemos muy poco del soberano hitita: fue
coronado cuatro años antes que Ramsés, y era el segundo de los cuatro hijos
varones del rey Mursilis II, oponente de Seti I en la guerra siria anterior.
A la muerte de Mursilis, heredó el trono su
hijo primogénito, pero su prematura muerte ubicó a Muwatallish en la posición
de predominio que necesitaba para intentar conservar la zona en disputa. Se
trataba de un gobernante competente y fuerte, bastante honesto y muy buen
administrador: reorganizó toda la administración de su imperio para lograr
reunir el ingente ejército que se enfrentaría con los egipcios en Qadesh.
Nunca, ni antes ni después, ningún otro monarca hitita lograría juntar una
fuerza semejante en número y poder.
Los
ejércitos enfrentados
Ejército hitita
Lo que actualmente se conoce como "ejército
hitita" era, en realidad, la fuerza armada de una enorme confederación
reclutada en todos los rincones del gran imperio. Estaba compuesta por tropas de
Hatti y de otros 17 estados vecinos o vasallos. En la tabla siguiente se
muestran los mismos con sus comandantes (cuando se conocen sus nombres) y las
tropas aportadas por cada uno de ellos.
Reino
Comandante
Aporte al ejército
Hatti
Mutawallish 500
carros y 5.000 infantes
Hakpis Hattushillish
500 carros y 5.000
infantes
Pitassa Mittanamuwash
500 carros y 5.000 infantes
Wilusa, Mira y Hapalla
Piyama-Inarash?
500 carros y 5.000 infantes
Masa, Karkisa y Arawanna
Desconocido 200
carros y 4.000 infantes
Kizzuwadna
Desconocido 200
carros y 2.000 infantes
Carchemish
Sahurunuwash 200 carros y 2.000 infantes
Mittani
Sattuara
200 carros y 2.000 infantes
Ugarit
Niqmepa
200 carros y 2.000 infantes
Alepo
Talmi-Sarruma 200 carros y
2.000 infantes
Qadesh Niqmaddu
200 carros y 2.000 infantes
Lukka
Desconocido 100
carros y 2.000 infantes
Tierras ribereñas del Río Seha
Masturish
100 carros y 1.000 infantes
Nuhashshe
Desconocido 100
carros y 1.000 infantes
Total
3.700 carros y 40.000 infantes
Organización
Como la mayoría de los ejércitos de la Edad
del Bronce, el ejército hitita estaba organizado en torno a su eficiente fuerza
de carros de combate y su poderosa infantería.
Los carros constituían un pequeño y aguerrido
núcleo en tiempos de paz, que era rápidamente aumentado cuando se avecinaba
una guerra, reclutando a numerosos hombres de las reservas. Estos ricos
campesinos combatientes cumplían al enrolarse sus obligaciones feudales para
con el rey. Al revés que muchos soldados de levas feudales de la época, los
carristas hititas cumplían sesiones periódicas de entrenamiento, lo que los
convertía en unidades temibles y temidas.
El arma de carros, antecesor de las
caballerías posteriores, estaba constituida por soldados de la pequeña
aristocracia rural y la baja nobleza, de alto poder económico —que era,
evidentemente, imprescindible para poder atender al mantenimiento de los carros,
sus caballos y tripulaciones—. Los gastos que ocasionaban los carros eran
también parte de la obligación feudal para con la corona. Así y todo, para
alcanzar las grandes cifras de carros que Muwatallish consideraba necesarias
para el éxito en Qadesh, es indudable que debió recurrir a muchos aurigas
mercenarios.
El gasto que significó para el estado hitita la
organización de sus unidades de carros obligó a los dirigentes a ordenar a sus
tropas que donasen sus soldadas a la corona. Esto sólo fue aceptado a cambio de
que se les otorgara la totalidad del botín. El apetito de los soldados hititas
por el saqueo del campamento egipcio explica los sucesos ocurridos en la primera
fase de la batalla.
Los tres tripulantes del carro hitita —a los
que Ramsés llamaba peyorativamente "afeminados" o
"mujeres-soldados" por su costumbre de llevar los cabellos largos—
eran el conductor —desarmado, ya que necesitaba ambas manos para conducir el
carro—, el lancero y un escudero, encargado de la protección de los otros
dos.
Sin embargo, estos carros de tres (a los que P´Ra
debió enfrentarse en la marcha de aproximación) constituían solamente la
fuerza nacional hitita. Sus demás aliados sirios concurrieron al combate en
carros de dos tripulantes denominados mariyannu, copiados de la tradición bélica
hurrita, más ligeros y de usos similares a los de sus equivalente egipcios.
La infantería era, para los comandantes
hititas, un arma subsidiaria y secundaria con respecto a los carros. Sus
uniformes eran muy variados, reflejando las diversas condiciones físicas y
meteorológicas en que combatía. En Qadesh utilizaron un largo guardapolvos
blanco, poco común en las otras campañas.
El infante solía llevar una espada de bronce en
forma de hoz y un hacha de combate también de bronce, aunque las armas de
hierro ya comenzaban a hacer su aparición en tiempos de Qadesh. Asimismo, la
guardia personal de Muwatallish (llamada thr) llevaba lanzas largas como las de
los aurigas y las mismas dagas que ellos.
Si bien se sabe que los soldados hititas solían
llevar cascos y cotas de láminas de bronce, son muy escasos los relieves
egipcios que los muestran con ellos. Respecto de las armaduras de láminas, se
ha sugerido que las utilizaron en Qadesh, pero que quedaban ocultas por los
guardapolvos.
Utilización
táctica
Al revés que el ejército egipcio, los hititas
utilizaban a los carros como arma ofensiva primaria. Esta actitud se evidencia
desde el propio diseño del carro en sí. Se la consideraba un arma de asalto básica,
creada para atravesar las filas de la infantería enemiga y abrir en ella
brechas que la propia infantería pudiese penetrar. Es por ello que, aunque las
tripulaciones estaban equipadas con potentes arcos recurvados, el arma que
utilizaban en toda ocasión era la lanza larga arrojadiza.
El carro hitita, a diferencia del egipcio, tenía
el eje ubicado en el centro del chasis y era más pesado, puesto que su
tripulación era de tres. Estas dos características lo hacían más lento y
menos maniobrable que el de su oponente, teniendo además una clara tendencia a
volcar si se pretendía que virase en ángulos cerrados. Por ello, necesitaba
amplísimos espacios vacíos para maniobrar. Su ventaja consistía en su mayor
masa e inercia, lo que lo hacía temible al lanzarse en velocidad. Cuando el
impulso y la inercia se disipaban (por ejemplo, al atravesar lomadas u obstáculos),
la ventaja del carro hitita se diluía.
La infantería, como se ha dicho, debía
penetrar en las brechas abiertas por los carros en la infantería enemiga, y por
esto se la consideraba solo una fuerza secundaria. Siempre que era posible, los
generales hititas intentaban sorprender a su enemigo en campos abiertos de
dimensiones tales que les permitieran aprovechar la ventaja que les otorgaban
sus carros pesados, teniendo a la vez espacio suficiente para virar con sus
grandes ángulos de giro.
Ejército
egipcio
El
ejército de Ramsés II con sus incontables carros, infantes, arqueros,
portaestandartes y bandas de música, era el más numeroso jamás reunido por un
faraón egipcio para una operación ofensiva.
Aunque la presencia militar egipcia en Siria había
sido casi constante durante los imperios Antiguo y Medio, la estructura del que
fue a Qadesh es típica del Imperio Nuevo y se diseñó a mediados del siglo XVI
adC.
La organización del ejército imitaba a la del
estado, y fue consecuencia directa de la victoria egipcia sobre los hicsos, que
de improviso puso a los faraones a cargo de un territorio que llegaba hasta el
Éufrates. Para controlar semejante extensión de tierra era necesaria la creación
de un ejército profesional permanente, equipado con todas las armas que la
tecnología de fines de la Edad del Bronce pudiese procurar. Egipto se había
convertido, pues, en un estado militar. El hecho de que los príncipes fuesen
criados por generales y no por nodrizas es la prueba más lapidaria de este
extremo.
La estrecha unión entre ejército y estado
permitió, por ejemplo, que a la muerte de Tutankhamón y su sucesor Ay, se
estableciese en el gobierno una serie de dictadores militares, tres generales
que se autoproclamaron faraones y marcaron el fin de la XVIIIª Dinastía. Al
morir el último de estos —Horemheb—, el poder pasó a Ramsés I, Seti I y
Ramsés II, gobernantes legítimos, pero el concepto de que un general podía
erigirse en faraón había ya penetrado en la mente de todos los súbditos, y
principalmente de los militares. Dejando a un lado el golpe militar, era
claramente posible que un soldado creciera económica y socialmente a través de
su participación en el ejército, y muy bien podía ascender hasta la nobleza y
aún llegar a la corte. Normalmente, además, los oficiales que pasaban a retiro
efectivo eran nombrados asistentes personales de los nobles, administradores del
estado o ayos de los hijos del rey.
El ejército era visto, pues, como una
importante herramienta de progreso social. Particularmente para los pobres,
presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus
tierras. Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un
soldado raso podía llegar a general de ejército si su capacidad se lo permitía—
y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines obtenidos, la ambición
de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real tan pronto
fuese posible.
Los papiros de la época prueban que a todos los
veteranos se les escrituraban grandes extensiones de tierra que quedaban
legalmente en sus manos para siempre. El soldado recibía, además, rebaños y
personal del cuerpo de servicios de la casa real para poder trabajar las tierras
recién obtenidas de inmediato. La única condición que se le exigía era que
reservase a uno de sus hijos varones para ingresar a su vez en el ejército. Un
papiro relativo a impuestos, fechado hacia 1315 (bajo Seti I), enumera estas
ventajas otorgadas a un teniente general, un capitán y numerosos jefes de
batallón, infantes de marina, portaestandartes, carristas y escribas
administrativos del ejército.
Cada soldado debía "luchar por su buen
nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre, otorgándosele si
combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del
Coraje". Si mostraba cobardía o huía del combate, se lo denigraba,
degradaba y, en ciertos casos como Qadesh, podía incluso ser ejecutado en forma
sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey.
Organización
El ejército egipcio estaba organizado
tradicionalmente en grandes cuerpos de ejército (o divisiones, según la
terminología empleada) organizados a nivel local, que contaban cada uno con
unos 5.000 hombres (4.000 infantes y 1.000 aurigas que tripulaban los 500 carros
de guerra agregados a cada cuerpo o división).
Si bien se cree que en tiempos de Tutmosis III
existieron cuatro de estos cuerpos (en la Batalla de Megido, como parece indicar
un pasaje en un único papiro), un decreto de Horemheb ratificaba la estructura
ancestral de dos cuerpos de ejército. Consciente de la necesidad de amasar una
gran fuerza para combatir a los hititas, Ramsés II amplió y reorganizó el ejército
de dos cuerpos que Seti había llevado a Siria, restituyendo el esquema de
cuatro cuerpos (o creándolo, como queda dicho). Es posible que el Tercer Cuerpo
existiese ya en tiempos de Ramsés I o Seti I, pero no existe duda alguna de que
el Cuarto fue fundado por Ramsés II. Esta estructura, sumada a la alta
movilidad de las unidades, proporcionaba a Ramsés una gran flexibilidad táctica.
Cada cuerpo de ejército recibía como emblema
la efigie del dios tutelar de la ciudad donde había sido creado, residía
normalmente y le servía de base, y cada uno poseía también sus propias
unidades de abastecimiento, servicios para apoyo de combate, logística e
inteligencia.
La
estructura del ejército en tiempos de Qadesh era la siguiente:
Cuerpo de Ejército
Nombre
Emblema - Dios Tutelar
Basado en
Fundado por
Primer Cuerpo
"Poder de los Arcos"
Amón Tebas
Tradicional
Segundo Cuerpo
"Abundancia de Valor" P´Ra
Heliópolis
Tradicional
Tercer Cuerpo
"Fuerza de los Arcos"
Sutekh (Seth) Pi-Ramsés
Ramsés
I o Seti I
Cuarto Cuerpo
Desconocido Ptah
Menfis Ramsés II
Los 4.000 infantes de cada cuerpo de ejército
estaban organizados en 20 compañías o sa de entre 200 y 250 hombres cada una.
Estas compañías llevaban nombres sonoros y pintorescos, muchos de los cuales
han llegado hasta nosotros, como "León al acecho", "Toro de
Nubia", "Destructores de Siria", "Resplandores de Atón"
o "Justicia Manifestada".
Las compañías, a su vez, se dividían en
unidades de 50 hombres. En combate, las compañías y unidades adoptaban una
estructura de falange: los soldados veteranos (menfyt) se ubicaban en la
vanguardia, y los bisoños, reclutas y reservistas (llamados nefru) en la
retaguardia.
Las numerosas unidades extrajeras que
combatieron junto a Ramsés (mercenarios y también prisioneros de guerra a los
que se ofrecía la vida, la libertad, parte del botín y tierras si luchaban por
Egipto) mantenían su identidad ordenándose en unidades separadas por
nacionalidad y adscritas a uno u otro cuerpo de ejército, o bien como unidades
auxiliares, de apoyo o de servicios. Tal era el caso de los cananeos, nubios,
sherden (guardia de corps del faraón, posiblemente habitantes primitivos de la
isla de Cerdeña), etc.
Los nakhtu-aa, conocidos como "Los del
fuerte brazo" constituían unidades especiales entrenadas para el combate
cuerpo a cuerpo. Estaban muy bien armados, pero sus escudos y armaduras eran
rudimentarios.
El arma principal del ejército egipcio,
utilizada en grandes números tanto por la infantería como por las
tripulaciones de los carros, era el temible arco mixto egipcio. Estos arcos
disparaban largas flechas capaces de atravesar cualquier armadura de la época,
por lo cual, en manos de un buen tirador, se convertían en el arma más letal
del campo de batalla.
Además del arco, los soldados egipcios llevaban
khopesh, espadas de bronce parecidas a guadañas, en forma de pata de caballo,
dagas cortas y hachas de combate de cabeza de bronce.
Las unidades de carros no estaban organizadas
como cuerpos propios, sino al modo de la artillería regimental actual: eran
agregadas a los cuerpos de ejército, de quienes dependían, en una proporción
de 25 carros por cada compañía. A las versiones de combate se sumaban dos
variantes más ligeras y veloces: un tipo dedicado a las comunicaciones y otro
para exploración y observación avanzada.
Diez carros de guerra formaban una escuadra,
cincuenta (cinco escuadras) un escuadrón, y cinco escuadrones una unidad mayor
llamada pedjet (batallón), compuesto por 250 vehículos y comandada por un
"Jefe de Huestes" que obedecía directamente al jefe del cuerpo de ejército.
Por consiguiente, cada cuerpo de ejército tenía
asignados no menos de dos pedjet (500 carros) que, entre los cuatro cuerpos, hacían
los 2.000 vehículos que indican las fuentes contemporáneas a los hechos.
Aunque deben sumarse a ellas las unidades
amorreas de carros llamadas ne´arin —que, al igual que las unidades
extranjeras de infantería, no pertenecían a los cuerpos de ejército— es
necesario decir que muchos de los carros egipcios estaban aún de camino cuando
comenzó la batalla y jamás llegaron a entrar en combate. Esto es probablemente
lo que sucedió con los carros de las divisiones Ptah y Seth. Si este es el
caso, y arribaron cuando todo había concluido, esos 1.000 carros con sus
tripulaciones sanas y descansadas debieron disuadir a los hititas de intentar
presentar batalla otra vez.
Los carros egipcios tenían el eje en el extremo
posterior y su trocha era mucho mayor que el ancho del vehículo, lo que los hacía
casi involcables y capaces de girar prácticamente sobre sí mismos, cambiando
de dirección en un tiempo brevísimo. Por ello eran más maniobrables que los
hititas, aunque su inercia no era tan grande debido a su menor peso.
Estaban tripulados por solo dos hombres y no
tres como sus enemigos: las tripulaciones estaban compuestas por un seneny
(arquero) y el conductor, kedjen, que además debía proteger a aquel con un
escudo. La falta de un tercer tripulante se compensaba con un infante a pie que
corría a la par del vehículo, armado con escudo y una o dos lanzas. Este
soldado cumplía la función de proteger a los seneny si era necesario, pero
principalmente estaba allí para rematar a los heridos que el carro arrollaba a
su paso —lo peor que podía pasarle a los carristas era dejar enemigos vivos a
sus espaldas, ángulo desde el cual quedaban completamente indefensos—.
Utilización
táctica
Al contrario que sus enemigos, que basaban sus tácticas
en el uso de carros pesados, el ejército egipcio estaba centrado, ya desde el
Imperio Antiguo en la coordinación de numerosas unidades de infantería
organizadas en sus respectivos cuerpos de ejército. La asimilación entre
sociedad y estado y éste y el ejército permitió desde tiempos remotos que los
generales aprovecharan para sus tropas la capacidad de coordinación, organización
y precisión que los faraones antiguos habían logrado para las grandes masas de
trabajadores de sus notables proyectos arquitectónicos. También la
administración y la intendencia habían sido copiadas de los equipos de
trabajadores que habían trabajado en las pirámides.
Los jefes confiaban en los altamente móviles
grupos de carros, pero, hasta el final de su civilización, el arma primaria y núcleo
del ejército siguió siendo la infantería.
La función de los carros egipcios era atravesar
las líneas enemigas, previamente obligadas a abrirse mediante los potentes
arcos de la infantería, arrollando todo lo que encontraban a su paso. Aparte de
su capacidad de choque, hacían las veces de poderosas plataformas de fuego móviles,
intentando evitar, en lo posible, trabarse en combates de orden cerrado, donde
los más pesados carros enemigos llevaban ventaja. Esta táctica de
"golpear y correr" fue implementada con éxito durante más de tres
siglos de guerra egipcia, y su versatilidad se vio colmada cuando la infantería
desarrolló la táctica del corredor de a pie que apoyaba a cada carro y
sacrificaba a los heridos. La seguridad a bordo del carro era tan buena que la
mayoría de ellos podían entrar y salir de las filas enemigas dos o tres veces
por batalla con sus seneny ilesos, multiplicando el número aparente de carros
en el campo de batalla.
Prolegómenos
Existen argumentos atendibles que indican que el
campo de batalla de Qadesh se eligió de común acuerdo entre ambos mandos
enfrentados. La deserción de Amurru en el invierno de 1302 adC fue considerada
por los hititas como una violación al tratado Seti-Mursilis, y así se manifestó
a la corte de Ramsés en misión diplomática al año siguiente.
Aunque no existe prueba documental, fuentes
indirectas señalan que Muwatallish dio todos los pasos legales necesarios, como
acusar formalmente a Ramsés de haber instigado la traición de su vasallo
Amurru, planteando un juicio contencioso a través de un mensajero que arribó a
Pi-Ramsés a principios del invierno de 1301 adC. Ese mensaje, prácticamente
copia textual del que su padre Mursilis había enviado años antes, concluía
que, ya que las partes no podían ponerse de acuerdo acerca de los territorios
en disputa, la contienda legal debía ser resuelta por el juicio de los dioses,
es decir, en el campo de batalla: "No me devolviste mis embajadores cuando
te rogué que lo hicieras, Señor, y me llamaste niño y me hiciste callar. ¡Sea
como dices! ¡Luchemos en el campo, y que mi dios, el Señor de las Tormentas,
decida quién de nosotros tiene la razón!".
Marcha
de aproximación egipcia
Habiéndose agotado todas las instancias de
negociación pacífica, Ramsés II reunió a su ejército en las dos grandes
bases militares de Delta y Pi-Ramsés. En el noveno día del segundo mes del
verano de 1300 adC (ver la cuestión de las fechas), sus tropas rebasaron la
ciudad-fortaleza fronteriza de Tjel y se internaron en Gaza por el camino de la
costa mediterránea. Desde allí, tardaron un mes en llegar hasta el campo de
batalla previsto, bajo las murallas de la ciudadela de Qadesh. El faraón iba a
la cabeza de sus fuerzas, montado en su carro de guerra y empuñando su arco.
Los cuatro cuerpos de ejército marcharon por
rutas distintas: el Poema tallado en las paredes del templo de Karnak dice que
el Primer Cuerpo fue hacia Hamath, el Segundo hacia Beth Shan y el Tercero por
Yenoam. Ciertos historiadores modernos han utilizado esta circunstancia para
imputar a Ramsés la culpa de la sorpresa sufrida por los dos primeros en la
primera fase de la batalla, pero otros autores, como Mark Healy, aseguran que
enviar los ejércitos por diversos caminos era una práctica normal y ajustada a
las doctrinas militares de su época (ver controversia al respecto).
El Primero y el Segundo Cuerpos avanzaron a lo
largo de la orilla oriental del Orontes, mientras que los dos restantes lo
hicieron en rutas paralelas por la orilla oeste, entre el río y el mar. El
Poema apoya esta teoría en su verso que dice que Ptah "...estaba al sur de
Aronama". Esta ciudad se encontraba, en efecto, en la orilla occidental.
Ello permitió al Cuerpo de Ptah acudir de inmediato en apoyo de Amón y Sutekh,
sin necesidad de perder un tiempo precioso en vadear el ancho río.
Víspera
de la batalla
El arqueólogo y egiptólogo norteamericano
Henry Breasted ha identificado, hace más de 100 años, el lugar donde Ramsés
estableció su campamento inicial: se trata de la colina de 150 m llamada Kamuat
el-Harmel, ubicada en la orilla derecha del Orontes. Allí amaneció el rey,
acompañado de sus generales y sus hijos, en la mañana del día 9 del tercer
mes del verano de 1300 adC.
Poco después de la salida del sol, el Cuerpo de
Amón desarmó el campamento y se dirigió, por terreno considerado
"propio", hacia el norte, para llegar al campo de batalla pactado (la
planicie bajo Qadesh). La marcha, aunque difícil, contó con la ventaja de que
muchos de los veteranos conocían el camino, pues lo habían hecho anteriormente
bajo el mando de Seti I (como el mismo rey, que había acompañado a su padre en
la operación) o en la campaña anterior de Ramsés.
Los Cuerpos de Ejército de Ptah, Sutekh y P´Ra
venían detrás, aproximadamente a un día de distancia, y los ne´arin amorreos
con sus carros tampoco habían llegado todavía. Es lícito suponer que el faraón
pretendía acampar frente a Qadesh y esperar al resto de sus fuerzas durante
algunos días.
El cuerpo de ejército, comandado por el
monarca, ocupó toda la mañana en descender de la montaña en la que se
encontraba, atravesar el bosque de Robawi y comenzar el vadeo del ancho y
profundo Orontes unos 6 km. aguas abajo de la aldea de Shabtuna, identificada
hoy con la colina de Tell Ma´ayan. Cerca quedaba también el villorrio de Ribla,
donde Nabucodonosor II ubicaría, siglos más tarde, su puesto de comando para
poner sitio a Jerusalén.
El Cuerpo de Amón y su tren de suministros eran
mayores que cualquiera de los otros tres, por lo que el cruce del Orontes tiene
que haber durado desde media mañana hasta media tarde. Poco después de cruzar
el río, las tropas faraónicas capturaron a dos beduinos shasu, los que fueron
conducidos ante Ramsés para que los interrogara.
Para contento del rey-dios, los prisioneros
aseguraron que Muwatallish y el ejército hitita no estaban en la llanura de
Qadesh como se temía, sino que se encontraban en Khaleb, una localidad situada
al norte de Tunip. El Boletín de guerra que acompaña al Poema afirma que los
dos hombres fueron instruidos por los hititas para suministrar a los egipcios
información de inteligencia falsa, haciéndoles creer que habían llegado
primero y tenían, por tanto, la ventaja.
Llegar antes al lugar de la batalla tenía una
importancia táctica enorme en la Edad del Bronce, a tal punto que una
diferencia de algunas horas podía definir el curso de una guerra. Las enormes
dificultades logísticas de la época hacían muy difícil la preparación de un
enorme ejército para combatir, con más razón cuando, como en este caso,
hombres y animales necesitaban tener oportunidad de comer y descansar luego de
una marcha forzada de 800 km que les había insumido más de un mes. Al
enterarse de que los hititas no se encontraban allí, Ramsés vio la oportunidad
de esperar un día a los otros tres cuerpos para enfrentar al enemigo con sus
fuerzas al completo, dándoles incluso dos o tres días para que se preparasen.
Increíblemente, ni siquiera las fuentes
egipcias mencionan que el faraón haya intentado comprobar la información que
se le ofrecía, demostrando así su juventud y falta de experiencia.
Contradiciendo la opinión de sus generales y eunucos más antiguos, Ramsés dio
orden de que Amón se dirigiera de inmediato hacia Qadesh.
Arribo
al campo de batalla
No se ha podido determinar con precisión la
ubicación exacta del campamento egipcio en el campo de batalla, pero había un
solo lugar con agua potable y fácil de defender, por lo que es posible que Ramsés
lo haya establecido allí. Se trata del mismo lugar donde Seti había edificado
el suyo años atrás.
El campamento se organizó a la manera de un
campamento romano, ordenándose a la tropa cavar un perímetro defensivo que más
tarde se fortificó con miles de escudos solapados entre sí y clavados en
tierra.
Previendo tener que pasar en ella muchos días,
la base fue acondicionada para ofrecer cierta comodidad durante un lapso: se
construyó en el centro el templo de Amón, se erigió una gran tienda para Ramsés,
sus hijos y su séquito, e incluso se descargó de un carro el gran trono de oro
del faraón que lo había acompañado todo el trayecto.
Los dos prisioneros shasu fueron apaleados y
sometidos a otras graves torturas antes de ser conducidos de nuevo ante el rey,
quien les volvió a preguntar dónde se encontraba Muwatallish. Ellos se
mantuvieron firmes en su versión. Sin embargo, los castigos los ablandaron un
tanto, hasta hacerles reconocer más tarde que "pertenecían" al rey
de Hatti. De este modo, las preocupaciones reemplazaron la clara confianza del
faraón. Más palos y más tormentos, y los beduinos confesaron lo que nadie en
el campamento habría querido escuchar: "Muwatallish no está en Khaleb,
sino detrás de la Ciudad Vieja de Qadesh. Está la infantería, están los
carros, están sus armas de guerra, y todos juntos son más numerosos que las
arenas del río, todos prontos, preparados y listos para combatir". La
Qadesh vieja se encontraba muy cerca, unos pocos cientos de metros al noreste
del promontorio sobre el que se encontraba la ciudad.
Ramsés comprendió que había sido engañado y
que, con toda probabilidad, un desastre total era inminente: había que avisar a
Ptah, Sutekh y P´Ra de la situación, para reunirlos con Amón lo antes
posible. La iniciativa había quedado ahora para los hititas, por lo que el
soberano envió a su visir al sur, al encuentro de P´Re, para exigirle que
redoblara la marcha. Aunque no ha quedado registrado, parece razonable que
enviara otro mensajero al norte para apurar la llegada de las unidades de ne´arin
amorreos.
El
escondite hitita
El ejército hitita en efecto se encontraba tras
los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatallish había establecido su puesto de
comando en la ladera noreste del tell (colina o promontorio) en que se levantaba
Qadesh, puesto elevado que, si bien no le permitía observar el campamento
enemigo, si le daba una clara ventaja de inteligencia.
Por motivos que se desconocen, Ramsés liberó a
los dos beduinos espías en lugar de retenerlos o ejecutarlos, y estos —como
es lógico— corrieron a suministrar información a su señor. El rey hitita
había enviado también otros exploradores avanzados para determinar dónde se
encontraba exactamente el ejército enemigo, y se puede establecer que a la caída
de la noche del día 9 del tercer mes (no antes) el monarca de Hatti había
conseguido reunir toda la información necesaria.
Se dice en el Boletín que los hititas atacaron
en medio de la última reunión de Ramsés con su estado mayor. Si esto es
cierto, tenemos que creer que lo que se describe es un asalto nocturno. Si bien
los ataques nocturnos existían, eran rarísimos, por varios motivos: si se
atacaba a ciegas se corría el riesgo de caer en una emboscada, y si se llevaban
antorchas para no perderse, las tropas atacantes se convertían en blancos fáciles
para los arqueros enemigos.
Más aún: Muwatallish no pudo atacar antes de
disponer de su información de inteligencia, y está demostrado que no pudo
poseerla antes de que cayera la noche. Para colmo, su ejército se encontraba en
Qadesh Vieja, por lo que para atacar a Ramsés en la oscuridad sus más de
40.000 infantes y 3.500 carros debieron tener que vadear el río sin poder ver
nada, lo que hubiese representado un seguro suicidio colectivo. De esta manera,
las fuentes modernas se sienten autorizadas a afirmar que la batalla no se
produjo ese mismo día 9, sino al día siguiente.
El
Segundo Cuerpo de Ejército
El visir de Ramsés llegó al vivac del Cuerpo
de P´Re, junto al vado de Ribla, al amanecer del día 10. Como es lógico, nada
estaba preparado aún: los soldados dormían y los caballos, maneados, se
encontraban desenganchados de los carros.
Ante la perentoria orden de acudir de inmediato
al campo de batalla, las tropas desmontaron las carpas, dieron de comer a los
animales y cargaron los convoyes con la impedimenta. Esta labor no pudo menos
que durar varias horas.
El visir cambió los caballos de su carro de
guerra y, en vez de acompañar al Segundo Cuerpo al norte, se dirigió aún más
al sur para dar la misma orden al Cuerpo de Ptah, que se encontraba al sur de la
ciudad de Aronama.
El Segundo Cuerpo tardó un tiempo considerable
en vadear el río, ya que las orillas estaban revueltas y pisoteadas por el
pasaje del Cuerpo de Amón el día anterior y, en apariencia, la cautela militar
fue dejada de lado por culpa de la urgencia. La cohesión de las formaciones se
perdió en la orilla opuesta, y el ejército marchó hacia Qadesh a paso
redoblado, posiblemente enviando los carros por delante.
Primera
fase
Ataque hitita
Mientras el Segundo Cuerpo apretaba el paso en
dirección norte, apurándose hacia el campamento de Ramsés en cumplimiento de
las instrucciones llevadas por el visir, se aproximó a la ribera del río Al-Mukadiyah,
un afluente del Orontes que rodeaba la base del monte donde se hallaba edificada
Qadesh y luego discurría hacia el sur.
La visibilidad era muy mala, porque el tiempo
había estado seco durante meses y el polvo levantado por miles de pies y las
ruedas de los carros flotaba en el aire y tardaba mucho en asentarse.
Las márgenes del río estaban cubiertas de
vegetación, llenas de matorrales, arbustos y aún árboles que no permitían a
los egipcios ver el agua ni lo que se encontraba más allá.
Ataque al cuerpo de Ra.
Cuando P´Ra estuvo a 500 metros del río,
sobrevino la sorpresa: de la línea de vegetación de Al-Mukadiyah —a la
derecha de los egipcios en marcha— emergió una enorme masa de carros de
guerra hititas, que se arrojaron sobre la columna. Los carros egipcios que
custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de
vehículos, caballos y hombres que seguían surgiendo de entre los árboles y no
daban muestras de terminar. Lanzados al galope, los carristas hititas supieron
que debían aprovechar la enorme inercia de sus carros, y azuzaron aún más a
las bestias, que en loca carrera aplastaron la derecha egipcia. Atravesando las
filas de infantes como un fuego, los hititas siguieron hacia el oeste,
destrozaron los carros de la izquierda y dispersaron a los enemigos, alanceándolos
desde los vehículos. Las dos filas de carros egipcios se derrumbaron, su
formación de marcha —totalmente inadecuada para sobrevivir a un asalto
lateral— se desintegró, y los pocos infantes sobrevivientes se dispersaron
para ponerse fuera del alcance de las picas enemigas.
La disciplina egipcia desapareció ante este
ataque sorpresa (ver controversia), y antes de que los últimos carros hititas
acabaran de salir de entre los árboles, el Segundo Cuerpo de Ejército ya no
existía. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el
campamento de Ramsés, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en
busca de la protección del Cuerpo de Ptah que venía aproximándose en la lejanía.
Todo lo que quedaba de la formación egipcia era
una senda sangrienta pulverizada por las ruedas de los carros y los cascos de
sus caballos, y varios miles de cadáveres tendidos en las arenas del desierto.
Los carros egipcios de la vanguardia soltaron
riendas y galoparon al norte hacia el campamento para avisar a Ramsés del
ataque inminente. Mientras tanto, los carros hititas habían alcanzado la gran
planicie al oeste, de un tamaño tal que les hubiese permitido girar en ángulo
abierto y regresar para cazar a los sobrevivientes. Pero en lugar de hacer eso,
viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de Ramsés II.
Asalto
al campamento egipcio
Ramsés había dispuesto que varias unidades de
carros y compañías de infantería permanecieran de guardia, listas para la
acción, en el interior del recinto cercado por escudos. A pesar de la confianza
en que P´Ra y Ptah, en cumplimiento de las urgentes órdenes del visir, llegarían
más tarde ese día, y Sutekh al día siguiente, y tal vez el 12 los ne´arin
que venían del norte desde Amurru atravesando el valle del Eleuteros, muchos
vigías se hallaban apostados en los cuatro lados del campamento observando la
lejanía. Su tarea se veía dificultada por el aire caliente del desierto que
distorsionaba las formas y por el polvo suspendido que refractaba la luz.
Ataque
campamento egipcio.
Los vigías del frente sur gritaron sus alarmas
al mismo tiempo que los del lado oeste: mientras que los primeros anunciaban la
frenética carrera de los carros sobrevivientes de P´Re, los segundos acababan
de visualizar la enorme formación de vehículos hititas que se lanzaba hacia
ellos.
Aún antes de que los senenys de P´Ra entraran
al campamento y comenzaran a explicar lo sucedido, todas las tropas se hallaban
ya en zafarrancho de combate: en pocos minutos, los carros hititas se
abalanzaron sobre el ángulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y
penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas
tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a
detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores
trataban de atacarlos con sus espadas khopesh en forma de guadaña. El asalto
degeneró rápidamente en una salvaje melée cuerpo a cuerpo. Los carros hititas
se empujaban unos a otros porque el espacio interior no era suficiente para
todos, de modo que muchos de ellos no pudieron ingresar y debieron luchar desde
el exterior de la muralla de escudos y el foso defensivo.
Muchos egipcios murieron, y también numerosos
hititas que, derribados de sus carros por las colisiones contra sus compañeros
u obstáculos fijos, eran rápidamente sacrificados en tierra con un golpe de
khopesh.
La guardia personal del faraón (los sherden)
rodeó su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. Ramsés II, por su
parte —según nos informa el Poema—, "se colocó su armadura y tomó
sus arreos de batalla", organizando la defensa con los sherden (que disponían
de carros e infantería) y varios otros escuadrones de carros de guerra que se
hallaban estacionados al fondo del campamento (esto es, en su lado oriental).
La guardia del rey puso a los hijos de Ramsés
—entre los que se encontraba el mayor de los varones, Prahiwenamef, que en ese
entonces era el heredero al trono ya que sus dos hermanos habían muerto en la
infancia— a buen recaudo en el extremo oriental, que no había sido atacado.
El faraón se colocó la khepresh (corona) azul
y, gritando órdenes a su conductor (kedjen) personal, llamado Menna, montó en
su carro de batalla.
Ramsés
organiza la defensa
Empuñando su arco y poniéndose a la cabeza de
los carros sobrevivientes, Ramsés II salió del campamento por la puerta este
y, girando al norte, lo rodeó hasta llegar a la esquina noroeste, donde los
carros hititas se hallaban embotellados en incómoda confusión y, por lo mismo,
casi indefensos. La atención de los invasores no se dirigió a los carros
egipcios que los atacaban por retaguardia y el flanco izquierdo: estaban
absortos tratando de ingresar al campamento. Recuérdese que Muwatallish les había
quitado su paga, prometiéndoles solamente la parte del botín que pudiesen
capturar. Por lo tanto, la primera prioridad de los hititas era tomar los bienes
posibles del campamento egipcio, especialmente el enorme y pesado trono de oro
del faraón.
Su ambición los perdió: el superior alcance de
los arcos egipcios provocó una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que
aún no habían conseguido entrar, blancos fijos que se convirtieron en presa fácil
para los experimentados tiradores nilóticos. Tan amontonados se encontraban los
hititas, que los disciplinados arqueros egipcios no necesitaban apuntar para
hacer blanco en un hombre o un caballo.
Lentamente los hititas reaccionaron: espoleando
a sus animales intentaron abandonar el combate y darse a la fuga por la llanura
del oeste, en sentido opuesto al que habían venido. Pero sus caballos, al revés
que los del enemigo, estaban fatigados, y sus carros eran más lentos y pesados.
Los que ganaron la planicie trataron de dispersarse para no ofrecer un blanco
tan obvio, pero los carros egipcios se lanzaron en su persecusión.
Muchos murieron bajo las khopesh de los menfyt
al caer de sus carros, que chocaban contra otros o se volcaban al tropezar con
caballos muertos, y muchos otros cayeron bajo la temible precisión de los
arqueros enemigos.
Al cabo de escasos momentos, el desierto al sur
y al oeste del campamento estaba cubierto de cadáveres, a tal punto que Ramsés
exclama en el Poema: "Hice que el campo se tiñera de blanco" —en
referencia a los largos delantales que llevaban los hititas— "con los
cuerpos de los Hijos de Hatti".
Derrotados completamente los hititas, con unos
pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los menfyt se dedicaron a recorrer metódicamente
el campo de batalla, rematando a los heridos y amputándoles las manos derechas.
Este método, mostrado muchas veces como un ejemplo de la crueldad de los
egipcios, era en realidad un recurso administrativo. Las manos cortadas se
entregaban a los escribas, quienes, contándolas meticulosamente, podían hacer
una estadística fidedigna de las bajas enemigas.
Segunda
fase
Maniobra hitita de diversión
De acuerdo con la visión moderna sobre la
batalla, el combate no estaba desarrollándose como Muwatallish había previsto.
Además de la precipitada acción de abalanzarse sobre el cuerpo de ejército en
marcha, la decidida reacción de Ramsés y sus carros había puesto en fuga a
los vehículos hititas y ahora los egipcios perseguían a los carros atacantes.
Muwatallish debía aliviar la presión sobre
ellos a como diese lugar: sabía perfectamente que el grueso de la fuerza
egipcia ni siquiera había llegado (Sutekh y Ptah estaban aún de camino hacia
Qadesh) y todo su plan se enfrentaba al desastre.
En consecuencia, eligió pasar a la acción con
una maniobra de diversión que le permitiese recuperar la iniciativa perdida,
haciendo regresar a parte de las tropas que perseguían a las suyas y obligando
a Ramsés a regresar a su campamento.
En el puesto avanzado en el que se encontraba el
rey hitita había muy pocas tropas: aparte de su cortejo personal, lo acompañaban
solo unos pocos nobles de su confianza. En consecuencia, les ordenó que
organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el río y que atacaran el
campamento egipcio desde el lado oriental.
La respuesta fue poco entusiasta (la nobleza no
acostumbraba entrar en combate), pero las tajantes órdenes de su emperador
dejaron poco lugar para la inacción. Así, los hombres más importantes de la
jerarquía política hitita —incluyendo a los hijos, hermanos y amigos
personales de Muwatallish— y de los comandos de sus aliados se reunieron en
una escuadra ad hoc y, con dificultades, cruzaron el Orontes hacia poniente.
Llegan los ne´arin
Apenas asaltado el campamento por esta escasa
fuerza, los carros hititas fueron arrollados por una gran fuerza de carros que
llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, los ne´arin, que
aparecían providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. Más atrás venía
la infantería pesada de Amurru. El reporte escrito en las paredes del templo
funerario de Ramsés, en Tebas, dice textualmente a este respecto: "Los Ne´arin
irrumpieron entre los odiados Hijos de Hatti. Fue en el momento en que estos
atacaban el campamento del faraón y conseguían penetrarlo. Los Ne´arin los
mataron a todos".
La muerte llovió sobre los hititas en el camino
hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron
asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser
arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso
de sus armaduras.
Ramsés
castiga a los suyos
Mientras los últimos carros hititas se ponían
a salvo en su orilla del río y los infantes egipcios amputaban las diestras de
los caídos y las guardaban en bolsas, Ramsés reocupó los restos de su
campamento para esperar la llegada de Ptah y el retorno de los sobrevivientes de
Amón y P´Re.
Los prisioneros hititas, entre los cuales había
oficiales de alta graduación, nobles e incluso realeza, fueron conducidos también
allí, y debieron esperar en silencio la decisión que el faraón tomara sobre
sus vidas.
El Poema dice que Ramsés recibió las
felicitaciones de todos por su coraje y arrojo personal en la batalla, y que
luego se retiró a su tienda y se sentó en su trono a "meditar lúgubremente".
Por la mañana del día 11, Ramsés hizo formar
a las tropas de los Cuerpos de Amón y P´Ra en una fila frente a sí. Haciendo
comparecer a los dignatarios hititas capturados para que presenciaran los
acontecimientos, el faraón —tal vez personalmente— llevó a cabo el primer
antecedente histórico del castigo que más tarde los romanos llamarían
"diezmo": contando de diez en diez a sus soldados, ejecutó a cada décimo
hombre para escarmiento y ejemplo de los demás. El Poema lo describe en primera
persona: "Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y los maté uno a uno,
frente a mis caballos se derrumbaron y quedaron cada uno donde había caído,
ahogándose en su propia sangre...".
Si bien no puede decirse que las tropas de Amón
y P´Ra hayan combatido con cobardía —recuérdense que las columnas en marcha
fueron sorprendidas por una fuerza de carros que, según la inteligencia del
propio Ramsés no debía estar allí, y que, además, salió de un lugar fuera
de la vista—, hoy se cree que se los castigó por haber violado la relación
paterno-filial que se suponía debían mantener con su señor.
Además, es muy posible que tal escarmiento
sirviera a los fines tácticos del faraón. Los amigos y parientes de
Muwatallish fueron, como se dijo, obligados a presenciar la carnicería, y
luego, liberados, corrieron a llevar a su señor las noticias del salvajismo de
los egipcios para con sus propias tropas. Este fue, sin dudas, uno de los
factores que impulsó a los hititas a firmar el armisticio más tarde ese mismo
día.
Final
de la batalla
Liberados los prisioneros hititas de alto rango,
la línea de acción de Muwatallish quedó muy clara. La principal fuerza
ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo,
muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.
No había podido explotar la ventaja táctica de
haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir
prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia,
por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.
Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército
frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente motivados
por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.
Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah,
Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia en la
región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de
sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas
condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor
era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era
imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a
Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría
la restauración del dominio hitita sobre Siria.
Por lo tanto, Muwatallish envió una embajada a
solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios una
debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.
Consecuencias
Al proponer el inmediato cese del fuego,
Muwatallsih demostró su gran inteligencia. El armisticio le permitió ahorrar pérdidas,
ya que poco después de Qadesh debió enviar los restos remanentes de su ejército
a sofocar diversas rebeliones en otras partes de su imperio.
Ramsés y su ejército retornaron cabizbajos a
Egipto, abucheados y silbados despreciativamente por cada poblado que
atravesaban. Para máxima humillación, las tropas hititas siguieron a los
egipcios hasta el Nilo a pocas millas de distancia, dando toda la impresión de
que escoltaban a un ejército derrotado y cautivo.
La humillación de los supuestamente
"victoriosos" soldados egipcios fue tan grande que todas las partes de
Siria que quedaron bajo su dominio tras Qadesh se rebelaron contra el faraón
(algunas de ellas incluso antes de que el ejército pasara por allí en su
marcha hacia Pi-Ramsés). Todas ellas buscaron el cobijo hitita y quedaron bajo
su órbita por muchos años.
Si bien Egipto recuperó estas regiones más
tarde, necesitó varias décadas para conseguirlo.
Inmediatamente tras Qadesh, siguió una larguísima
guerra fría entre las dos potencias, una especie de equilibrio inestable que
concluyó dieciséis años después con la firma del célebre Tratado de Qadesh.
El Tratado de Qadesh —primer convenio de paz
de la historia y que se encuentra perfectamente conservado, ya que se escribió
en la lengua diplomática de la época, el caldeo, sobre tablas de plata—,
describe minuciosamente las nuevas fronteras entre ambos imperios. Sigue con el
juramento de ambos reyes de no volver a luchar entre sí, y culmina con la
definitiva y perpetua renuncia de Ramsés a Qadesh, Amurru, el valle del
Eleuteros y todas las tierras circundantes al río Orontes y sus tributarios.
A pesar de la grave derrota sufrida en Qadesh,
por lo tanto, la victoria final fue para los hititas.
Más tarde, concretamente en el año 34 del
reinado de Ramsés, el faraón y el rey hitita sellaron y consolidaron el estado
de cosas establecido en el Tratado mediante lazos de sangre: el hermano de
Muwatallish y nuevo rey Hattushillish III envió a su hija para que se casara
con el faraón. Ramsés II tenía 50 años de edad cuando recibió a su jovencísima
esposa, y tan contento quedó con el obsequio que la nombró reina, bajo el
nombre egipcio de Maat-Hor-Nefru-Re. De esta forma, algunos de los hijos y
nietos de Ramsés II fueron nietos y bisnietos de su gran enemigo, el rey
Muwatallish de Hatti, aunque, según se cree, ninguno de ellos llegó al trono
real.
A partir de Qadesh, Egipto y Hatti permanecieron
en paz durante aproximadamente 110 años, hasta que en 1190 adC el segundo de
ellos fue completamente destruido por los así llamados "Pueblos del
Mar".
Visita
al campo de batalla
El campo de batalla puede ser visitado hoy. El
promontorio sobre el que se encontraba la ciudadela de Qadesh se llama hoy Tell
Nebi Mend y puede ser visitado. El estado de conservación de las ruinas y la
recreación del ambiente son bastante malos, aunque no es difícil llegar a él
desde Damasco.
Sin embargo, la visita no está, hoy en día,
justificada. Aunque se han desenterrado varios artefactos asirios, las
excavaciones arqueológicas están prohibidas debido a la existencia de una
tumba de un santo musulmán y una mezquita precisamente sobre la cima del
promontorio y varios otros sepulcros árabes en el campo de batalla.
Controversias
y puntos oscuros
La cuestión de la fecha
Todas las fuentes coinciden en afirmar que la
batalla comenzó "en el día noveno del tercer mes del verano del año
quinto del reinado de Ramsés". Esto sitúa el combate a fines de mayo, sin
que sea posible precisar el día exacto.
Respecto del año ocurre otro tanto. Aunque
conocemos la fecha de nacimiento de Ramsés, la fecha de su coronación nos es
desconocida. Por lo mismo, de nada nos sirve saber en qué año de su reinado
ocurrió la batalla.
Se ha afirmado que el conflicto ocurrió en 1275
adC, 1270 adC o incluso en 1265 adC, aunque algunas fuentes modernas, por
ejemplo, Healy (1995), datan la batalla en 1300 adC, pero muchos egiptólogos y
estudiosos, tales como Helck, von Beckerath, Ian Shaw, Kenneth Kitchen, Krauss y
Málek, estiman que Ramsés II gobernó unos 66 años, de c. 1279 a 1213 adC,
situando la fecha entorno a 1274 adC.
Las trayectorias de los ejércitos egipcios
Mucho se ha escrito acerca del supuesto
"error" de Ramsés II al enviar los cuatro ejércitos por distintos
caminos, y se ha imputado a esta decisión el cuasidesastre sufrido por los dos
primeros al ser sorprendidos por los carros hititas en el primer día de la
batalla.
Sin embargo, existen fuertes razones militares
para que el faraón lo hiciera de esta forma, y las principales consisten en el
tamaño de sus ejércitos y la aridez del terreno a recorrer. Estas dos
circunstancias convertían en un gran problema la logística de suministros para
las tropas. Se trataba de recorrer desde Egipto unos 800 km al norte,
atravesando Canaán, hasta llegar a la Siria Central.
Si bien "la estación en que los reyes van
a la guerra" (época en que se pactaban las guerras) estaba claramente
circunscrita al período posterior a las cosechas de trigo y cebada para dar
tiempo a los estados vasallos a que acopiaran grandes cantidades de alimentos
para el ejército que llegaría luego, una vez abandonado el territorio amigo
los cuerpos de ejército hubiesen quedado librados a sus propios medios. La única
forma de transportar los suministros hubiese sido la formación de enormes
convoyes de carretas de bueyes, de una lentitud tal que hubiesen retrasado a la
fuerza entera durante meses y meses.
Cada ejército debía, pues, una vez traspuestos
los límites del imperio, abastecerse a sí mismo mediante la requisa de
alimentos de los vasallos del enemigo. Solo de esa forma pudieron los egipcios
llegar al campo de batalla en buenas condiciones físicas y morales.
Si Ramsés hubiese enviado los cuatro cuerpos
por la misma ruta, el Segundo hubiese encontrado, en un punto dado, solo la
devastación producida por las necesidades del Primero. Tras él vendría el
Tercero, hallando aún menos alimentos, y es muy probable que los soldados del
Cuarto se hubiesen muerto de hambre. Ramsés no deseaba luchar solo con un
cuerpo de ejército bien alimentado y otros tres débiles y al borde de la
inanición, por lo que diseñó cuatro rutas de aproximación paralelas de modo
que cada cuerpo nunca encontrase a su frente la gran carestía producida por el
que lo precediera.
La
duración de la batalla
La única referencia a fechas concretas
mencionada en fuentes antiguas es la del Poema, que ubica el campamento de Ramsés
al sur de Qadesh en la mañana del día 9. Luego no hay ninguna otra indicación
cronológica, lo que ha llevado a los historiadores clásicos a suponer que todo
ocurrió ese mismo día 9.
Tal cosa es altamente improbable, y el principal
obstáculo consiste en que las fuentes mencionan los vadeos del río como si se
tratase de algo que se pudo realizar en lapsos bastante breves.
La geología y la hidrología han demostrado que
el ancho, la profundidad y el caudal del Orontes no han cambiado sustancialmente
en los últimos miles de años, por lo que las dificultades que se encuentran
hoy para vadearlo no tienen por qué haber sido menores en tiempos de la
batalla.
Se han hecho experiencias para reproducir el
cruce del río por los lugares por donde lo vadearon Amón primero y los hititas
más tarde. Se utilizaron carros árabes modernos tirados por asnos, que tienen
ruedas de más o menos el mismo tamaño que los vehículos que nos ocupan, y se
ha visto que, apenas abandonada la orilla, el agua llega hasta más arriba de
los ejes. De esta observación surge la afirmación de que el ejército egipcio
(4.000 infantes y más de 500 carros de guerra, sin contar los de suministros)
tuvieron que tardar hasta la caída de la tarde del día 9. Los espías fueron
capturados después, torturados, interrogados y liberados aún más tarde, por
lo que, si se quiere justificar el ataque hitita una vez que su rey tuvo los
datos, toda la batalla de Qadesh ocurrió en noche cerrada.
Pero ni siquiera esta suposición considera que
los hititas también tuvieron que cruzar el río en sentido opuesto. Ya no se
trata de un solo cuerpo de ejército, sino de la fuerza completa, compuesta por
más de 3.500 carros y 40.000 hombres. Aparte de la circunstancia imposible de
que esa enorme masa de gente esperara pacientemente todo el día, bajo el
tremendo sol del verano sirio, a que los egipcios llegaran, solo para tener que
cruzar un ancho río en la oscuridad de la noche, quienes tal opinan no tienen
en cuenta que el cruce hubiese llevado toda la noche y más de la mitad de la mañana.
Aparte de los muertos, ahogados y carros perdidos durante el cruce, los egipcios
los hubieran sorprendido aún cruzando al amanecer, y posiblemente los hubiesen
masacrado a despecho de la superioridad numérica hitita.
Es por ello que la teoría actual afirma que el
ataque hitita se produjo durante el día siguiente, 10, y no por la noche del 9.
Disputa sobre la sorpresa del ataque hitita
Es razonable suponer que por la noche del día
9, Muwatallish conocía la situación del campamento de Ramsés pero no cuántos
soldados albergaba, e indudablemente no tenía forma de saber que el Cuerpo de P´Ra
se aproximaba desde el sur, porque incluso la columna de polvo que levantaba
este en su marcha quedaba oculta por la colina de Qadesh a los ojos de su propio
puesto de mando y por supuesto a los de los vigías apostados en las murallas de
Qadesh la Vieja.
Si bien su ejército estaba fresco y alerta,
existen muy buenas razones para suponer que ni el hitita ni el faraón tenían
previsto comenzar una batalla total al amanecer del día siguiente. No habían
concluido el estricto protocolo que gobernaba las batallas de aquel tiempo,
procedimiento ineludible que debía llevarse a cabo antes de entrar en combate y
que incluía intercambio de delegaciones diplomáticas, parlamentos, toma de
declaraciones por los escribas, etc.
Si bien esta era la primera vez que el joven
Ramsés entraba en batalla, y por lo tanto no sabemos cómo se hubiese conducido
con anterioridad, sí consta que Muwatallish siempre había cumplido con una
legalidad extrema los protocolos de la guerra. En todas sus intervenciones
anteriores había acampado primero, parlamentado y atacado luego de común
acuerdo con su enemigo. De hecho, los hititas nunca utilizaban el factor
sorpresa, lo que consideraban deshonroso y digno de cobardes. Veían el ataque
sorpresivo contra un enemigo desprevenido como una ventaja ilegítima. Las
fuentes hititas consideran a Muwatallish como un gran jefe y un preclaro
estratega, lauros que no hubiese obtenido de haber atacado por sorpresa al
Cuerpo de P´re.
Los que afirman que la intención del rey hitita
fue destruir a P´Ra olvidan que no lo logró, porque gran parte de las tropas
sobrevivientes lograron llegar al campamento de Ramsés y es posible que muchas
otras (las de retaguardia) hayan retrocedido para buscar la protección de Ptah.
Para destruir a P´Ra necesariamente debió enviar a la infantería junto con
los carros —cosa que no hizo— y por cierto que, al atravesar la columna
egipcias, los tripulantes debieron haber girado en redondo y volver a atacar a
los sobrevivientes. No hicieron tal. Girando en una amplia curva hacia el norte,
se dirigieron al campamento de Ramsés.
La teoría actual indica que Muwatallish no envió
a sus carros a atacar a P´Ra porque, como primera consideración, ni siquiera
sabía que el ejército pasaba por allí. Los envió a reconocer el terreno y el
campamento de Ramsés, que era la verdadera utilización táctica que se daba a
una fuerza de carros carente de infantería. Es por ello que, hoy en día, se
piensa que egipcios e hititas no deseaban entablar combate ese día. Los carros
de Hatti cruzaron en efecto el río Al Mukadiyah y, al salir de la línea de árboles,
se dieron de manos a boca con las columnas de P´Ra que marchaban frente a
ellos. Ante esta sorpresa, no tuvieron más remedio que avasallarlas y, sin
volver para destruir completamente a su enemigo, se dirigieron, una vez
atravesado el obstáculo, al campamento del faraón, que, como queda dicho,
siempre había sido su verdadero objetivo.
El inicio de las hostilidades el día 10 se
considera hoy, pues, fruto de una casualidad imponderable y no decisión de los
mandos enfrentados. Así, puede afirmarse que una simple expedición hitita de
reconocimiento forzó a los egipcios a presentar una batalla para la cual
ninguno de los contendientes estaba preparado.
Identidad de los ne´arin
El hecho de que tanto el Poema como el Boletín
hablen solo vagamente sobre la posición del Cuerpo se Sutekh y las
controversias sobre el significado exacto del término ne´arin ha llevado a los
especialistas a preguntarse dónde estaba exactamente uno y quiénes eran los
otros.
Más allá de los innegables hechos de que el
rey hitita lanzó el ataque de su séquito personal para descomprimir la situación
de sus carros en el llano y que este tomó completamente por sorpresa a los
egipcios, también fue un impensado golpe de mala suerte que los ne´arin
llegaran desde el norte en ese preciso momento y lo destruyeran.
Lo que sí es claro es que Muwatallish ignoraba
completamente su existencia. La llegada de tropas frescas desde el norte lo tomó
completamente por sorpresa.
El significado de la palabra ne´arin no está
clara ni siquiera hoy: si bien las fuentes creen que se trataba de unidades
amorreas, también es posible que fueran cananeas, que se tratase de un cuerpo
de élite formado por los mejores soldados de los cuatro cuerpos o que
simplemente fuera un nombre, título o apodo para el Cuerpo de Sutekh, al que
Ramsés habría enviado cautelosamente al norte previendo una situación similar
a la que ocurrió.
¿Batalla o ejecución masiva?
Hasta hace pocos años, la ejecución masiva del
10% de los sobrevivientes egipcios de los cuerpos de P´Ra y Amón
(aproximadamente un 5% del total del ejército) fue interpretada como una
reanudación del combate el día 11. Ello no fue así.
La clave se encuentra en la terminología del
Poema y del Boletín: durante toda la extensión de los textos se llama a los
hititas "el Venido de Hatti", mientras que a las víctimas de los
sucesos del día 11 se las nombra simplemente como "rebeldes",
utilizando el mismo término que se usaba para designar a un niño escapado de
su hogar. Es por ello que sabemos que el escriba se refiere en realidad a los
soldados sobrevivientes que, con su supuesta cobardía y falta de moral, han
destruido la relación amorosa que su divino padre siempre había tenido con
ellos.
Cronología
* 1570 adC: Amosis I es nombrado faraón, establece la Dinastía Tebana
(XVIII) y lucha con los hicsos en la llamada "Guerra de Liberación
Egipcia".
* Aproximadamente 1565 adC: Egipto expulsa y destruye a los hicsos,
convirtiéndose de facto en propietario de Canaán y todo el Oriente Medio hasta
el río Éufrates.
* Entre 1546 y 1526 adC: Guerra Siria de Amenofis I.
* Hacia 1525-1512 adC: Primer ataque de Tutmosis I contra las fuerzas
mittanas en Siria. Su ejército coloca un mojón o estela a orillas del Éufrates
para indicar la frontera extrema septentrional del Imperio Nuevo.
* 1482-1450 adC: Campaña de Amenofis II contra el norte de Siria y Canaán,
en un intento de imponer las leyes egipcias en la región. Le cuesta diecisiete
expediciones e innumerables bajas, hasta invadir en el año 33 de su reinado el
propio Mittani. La derrota mittana le granjea honores y prestigio, pero el
vencido renace incluso en vida del faraón, que no puede sino esperar que, a su
muerte, sus sucesores sean capaces de recuperarlo.
* Hacia 1450-1425 adc: Amenofis II pretende recuperar el dominio egipcio
sobre Mittani, pero es humillado. Un renacimiento del poderío militar hitita
provoca conversaciones entre las dos potencias, ya que tanto el faraón como el
rey de Hatti pretenden subyugar a la díscola región.
* 1425-1417 adC: Tutmosis IV firma un tratado con Mittani, que permite,
por primera vez, una delimitación topográficamente exacta de las fronteras
entre los imperios en el norte de Siria. Egipto modifica sus leyes para
considerar a estos límites sus verdaderas fronteras asiáticas. Siguen a la
firma del acuerdo dos generaciones completas de paz, las primeras en dos siglos
y medio.
Ramses II utilizó sus templos monumentales para presentarse como absoluto
vencedor.
Restos de Ugarit.
El Creciente fértil en la época. Egipto en
verde, Hatti en amarillo y Mittani en rojo. Asiria (gris) comenzaba a destacar
Amenofis IV Akenatón
Seti I.
Ramsés II
Guerrero hitita.
Carro de combate hitita. El artista egipcio
—que obviamente no ha estado en combate— ha representado el eje en la posición
que ocupaba en los carros egipcios. En los hititas se ubicaba más adelante.
Infantería egipcia.
Ramsés matando prisioneros hititas
El Dios Ra, patrono del Segundo Cuerpo de Ejército.
Espada khopesh egipcia de bronce (Museo del
Louvre)
El dios Ptah, emblema del Cuarto Cuerpo de Ejército.
Detalle de un anillo de oro de Ramsés II,
mostrando los dos caballos que tiraban del carro real en la batalla de Qadesh
(Museo del Louvre)
Ataque al cuerpo de Ra
Ataque campamento egipcio
Ramsés II derrotando a sus enemigos
(bajorrelieve del templo de Abu Simbel
Llegada de los ne´arin.
Tablilla de barro con el tratado firmado entre
Hattusil y Ramsés. Versión encontrada en Boghazköi. (Museo de Estambúl)
A
partir de Qadesh, Egipto y Hatti permanecieron en paz durante aproximadamente
110 años, hasta que en 1190 adC. el segundo de ellos fue completamente
destruido por los Pueblos del Mar.
LA ESTRUCTURA DEL EJERCITO EGIPCIO