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Hotel Rwanda
Dirección: Terry George
Guión: Keir Pearson y Terry George
País: Gran Bretaña, Sudáfrica, USA e Italia
Año: 2004
Duración: 121 minutos
Género: Drama
Interpretación: Don Cheadle, Sophie Okonedo, Nick Nolte

El horror y la crueldad humana es lo que una y otra vez se nos recuerda a los espectadores cómodamente sentados en las butacas del cine. El mayor logro de esta película es, sin duda, su capacidad para reflejar en imágenes el sinsentido y lo absurdo de la violencia, del no entendimiento entre los pueblos. Porque a veces sobran las palabras cuando lo único que se quiere mostrar es al hombre en estado salvaje, cuando atrás ha quedado todo signo de inteligencia que, según decimos, nos diferencia de los animales.

En 1994, tras la muerte del presidente hutu de Ruanda en extrañas circunstancias, se desencadenó por todo el país una oleada de violencia que acabó con matanzas de tutsis a manos de los hutus. En la película queda plasmado este momento, visto a través de los ojos de un hutu cuya mujer y amigos son tutsis. Este hombre, que se convertirá en el héroe de la historia, goza de una situación privilegiada: es el gerente de un hotel de lujo para turistas occidentales, lo cual no sólo le proporciona unos buenos ingresos económicos, sino que le permite entablar relaciones y contactos con numerosas personalidades de uno y otro bando a los que podrá pedir ayuda para salvar a cientos de personas. Sin embargo, en Hotel Rwanda no se opta por ensalzar al héroe hasta cotas inalcanzables, pues lo que verdaderamente importa es resaltar lo irracional del conflicto étnico y de la indiferencia de los blancos. La inhumanidad no distingue entre razas, y esto acaba siendo el hilo conductor que traspasa todos los planos. Dos imágenes son especialmente significativas. La primera es la que muestra una carretera donde el asfalto son sólo cadáveres tutsis, y que se extiende hasta un horizonte cubierto por brazos y piernas sin vida que parecen amontonarse hasta el infinito. La segunda imagen muestra las caras de turistas occidentales que, lejos de sentir repugnancia o compasión, contemplan a través del cristal del autobús la lluvia que cae sobre esa masa negra de gente, cuyo único destino es quedarse esperando a sus asesinos. Los turistas blancos se alejan en silencio, como también aguarda el silencio en los ojos de los tutsis que no pueden escapar.

Nadie en Occidente prestó atención al genocidio que estaba teniendo lugar en Ruanda. La película pretende ser una invitación a la reflexión, sin caer en el error del melodrama. Cuando un hombre no puede hacer otra cosa que pedir a su esposa que salte desde una terraza con sus hijos si él no apareciese, los aplausos no indican el éxito de la película, sino el silencio de los espectadores cuando las luces de la sala se encienden.