Molloy es la parte de la
trilogía que ha sido desde un principio considerada como la obra
central de la narrativa de Samuel Beckett. En esta excelente novela, Beckett
muestra cómo sus obras de teatro, pueden ser consideradas también
como parte secundaria de su obra. Algunas de sus obras teatrales son sólo
una pequeña parte de sus novelas, que introducen los mismos temas
con las posibilidades adicionales de los textos narrativos.
Esta novela en particular,
muestra una doble peregrinación y un doble retorno al punto de partida.
Para entender la idea principal, tendremos que estudiar esta novela teniendo
en cuenta sus dos partes diferenciadas. En una primera parte, el mismo
Molloy describe el largo viaje que ha tenido que hacer para alcanzar la
habitación de su madre, desde la que escribe. Es un viaje muy extraño.
Estando siempre desorientado, Molloy nunca sabrá realmente dónde
está o reconocer la ciudad que busca. Diferentes factores
marcarán su ruta: primero dos hombres, que observa desde lejos.
Más tarde Lousse, en cuya casa permanece durante cierto tiempo antes
de intentar atravesar un bosque, donde ataca a un hombre que le ofrecía
su cabaña. Pero su fuerza progresivamente le abandona y comienza
a resultarle cada vez más difícil continuar. Primero es una
pierna rígida que no le impide arreglárselas para seguir
en bicicleta; luego las dos, para acabar arrastrándose por el suelo
utilizando sus manos. Conforme avanza la historia, no se preocupará
demasiado en encontrar a su madre, que es en un principio el motivo principal
de su viaje. Desde este momento, solamente hablará de las cosas
que le suceden hasta caer en un foso. Él sólo sabe que "alguien"
le sacó de allí, para devolverle de nuevo al sitio en el
que estaba al principio de la novela, ya que: "Alguien me ayudó.
Yo no podría haber llegado aquí solo". Desde ahora, en la
habitación, Molloy gastará su tiempo recordando momentos
de su vida, sin ser capaz de distinguir entre sus recuerdos y la fantasía.
En la segunda parte, el
personaje principal es Jacques Moran, un detective privado, que es enviado
para que encuentre a Molloy. Este segundo peregrinaje sigue la misma linea
que el primero. Pronto olvidará su objetivo principal. Al poco tiempo
de marcharse, ya habrá olvidado lo que tiene que hacer con Molloy
cuando lo encuentre, en el caso de que lo encuentre, así que dejará
de lado el asunto. Más tarde, cuando vuelve, obedeciendo a sus superiores,
tendrá que redactar un informe sobre el asunto. Con esta técnica,
Beckett soluciona el problema de la verosimilitud de la historia, justificando
la acción desde la historia misma. De este modo, una de las razones
por la que los personajes existen es la necesidad que tienen de hablar.
Moran, en un principio parece un personaje más maduro que Molloy,
en un sentido tradicional, pero progresivamente irá cambiando. Incluso
perderá la poca credibilidad que tenía debido a su comportamiento
"normal" frente a Molloy. Podemos apreciar este sentido en las últimas
frases del texto: "Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era
medianoche. No llovía.". El viaje no lleva a ninguna parte. Quizás
no tiene sentido, el propio sin sentido de la vida.
Todos los personajes de
las novelas de Beckett están esperando a Godoy, cada uno de una
forma diferente, aunque este personaje no llegará. En un mundo que
no castiga ni recompensa a nadie, las aspiraciones, los deseos o
las ambiciones no tienen ningún sentido. Ninguno de los personajes
conseguirá nada. Así, Murphy morirá, como resultado
indirecto de conseguir empleo. Molloy llegará a la habitación
de su madre, pero, ¿Para qué? Moran, que está buscando
a Molloy, será al final, más similar a su presa, el mismo
Molloy, y por ello compartirán un mismo universo sin sentido.
©Juan Gil Borrás 2000