El arte de escribir - Robert Louis Stevenson

 

Los libros en los que los grandes autores hablan sobre el hecho de escribir son siempre muy interesantes, en tanto en cuanto nos acercan a la cabeza del genio. Por supuesto, ese acercamiento puede ser más o menos intenso debido a dos motivos fundamentales: que el escritor sea de nuestro gusto y que el desarrollo de sus opiniones sea enjundioso e inteligente.
Robert Louis Stevenson no se cuenta entre los autores favoritos de uno… de momento. Lo digo porque mi único acercamiento a su obra había sido leer “La isla del tesoro” y “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” cuando apenas contaba con doce o trece años, por lo cual apenas recuerdo nada que no fuese la sensación de aventura de ambas novelas. El Stevenson que he descubierto en “El arte de escribir” es un autor muy sabio, un gran escritor (por cierto: volcado al castellano de manera impecable por la traductora, María Sanfiel) y un pensador coherente con el arte al que se ha consagrado.
Porque hay una dificultad enorme en reflexionar sobre el arte de escribir sin caer en tópicos o resultar obvio; y Stevenson habla sobre la escritura con inteligencia, con penetración y con una perspicacia que me han parecido encomiables. No sólo de la escritura en general, sino de la suya propia.
En primer lugar, podríamos separar los ensayos que componen el libro en dos bloques: uno netamente profesional (que engloba ‘Sobre algunos elementos técnicos de estilo en literatura’, ‘La moral en la profesión de letras’ y ‘Un comentario sobre el realismo) y el otro algo más personal (que forman ‘Libros que me han influido’, ‘Mi primer libro: «La isla del tesoro»’, ‘La génesis de «El señor de Ballantrae»’ y ‘Prefacio a «El señor de Ballantrae»’). Los ensayos del segundo bloque son, quizá (para gustos colores), los más prescindibles, en tanto que son memorias de la redacción y preparación de esas obras. No deja de ser una curiosidad, no obstante, que Stevenson confiese que la idea de escribir “La isla del tesoro” le sobrevino después de dibujar un mapa para entretenerse… Lo cual da idea de lo peregrina que puede llegar a ser la inspiración.
Con todo, me parece que lo más enjundioso de este libro lo encierran los artículos del primer bloque, ya que en ellos vuelca el escritor sus reflexiones acerca del oficio. En el primero, ‘Sobre algunos elementos técnicos de estilo en literatura’, Stevenson hace un recuento de los métodos formales que son necesarios, o al menos deseables, para construir un texto literario. El ritmo, la cuidada elección del vocabulario o el entramado (la hilazón estructural) son examinados cuidadosamente por el escritor, que examina extractos de Milton o Shakespeare para dar una idea al lector de lo que pretende afirmar. Esto no es ni más ni menos que un recetario de fórmulas para lograr la prosa perfecta; algo, por supuesto, un tanto descabellado. Sin embargo, cabe recordar que las herramientas estilísticas eran de gran importancia en el siglo XIX, por lo que es lógico que Stevenson las alabe como útiles. Pese a todo, es consciente de sus limitaciones, por lo que reconoce que son muchas las facultades que hay que poner en juego para alcanzar ese nivel: algo que no está al alcance de cualquiera.
‘La moral en la profesión de letras’ tal vez sea el ensayo más interesante del libro: por su agudeza y por su actualidad. El autor arremete contra aquellos que entienden la literatura como una profesión lucrativa, y que desdeñan su finalidad artística, produciendo así «una literatura descuidada, vulgar, vacía y desprovista de autoridad». Para Stevenson, la literatura debe ceñirse a la verdad de los hechos y debe surgir de impulsos «sólidos, humanos, sanos y poderosos»; obviamente, una posición característica de la época del escritor, que consideraba que la utilidad de la obra era tan importante como su misma concepción. Sin embargo, con una honradez encomiable, Stevenson reconoce que un libro puede resultar excelente aunque no cumpla esas características, ya que «no aborrecemos una obra maestra por el mero hecho de señalar sus imperfecciones». Por tanto (y no sin cierta candidez, puesto que parece esgrimir la opinión de que cualquier libro tiene algo bueno que ofrecer —algo cuanto menos cuestionable—), su tesis es flexible y sensata, ya que es capaz de entresacar las virtudes de obras que no acepta artísticamente.
Esa sensatez se pone de manifiesto en ‘Un comentario sobre el realismo’, donde señala las faltas en las que la novela decimonónica europea caía sin remedio: un gusto excesivo por el detalle y la acumulación de datos, rasgos claros del naturalismo. Para Stevenson, la virtud se encuentra en el justo medio, puesto que admite que el realismo proveniente de Balzac estaba dotado de una genialidad mayúscula, mientras que el naturalismo (aunque salve a Zola de sus críticas) ha caído bajo el peso de los datos, lastrado por el afán de lo que llama «logros técnicos». El escritor cree que una obra debe engendrarse desde una percepción ‘nebulosa’ (por soñadora, o evocadora) del mundo, mediante un proceso de elaboración y decantación, y no con un fin puramente estilístico, fundamentado por una preocupación técnica. Mientras que el peligro del idealista era no contar con los detalles, el mayor peligro del realista es el de verse abrumado por la cantidad de ellos.
Como ya he dicho antes, estos tres artículos son los más aprovechables en cuanto a teoría se refiere. Stevenson es un autor sagaz, que tiene claro cuáles son las características de su oficio y las habilidades que posee, y no duda en exponerlas sin tapujos. Por supuesto, no hay que estar de acuerdo con él por uebos, pero es de agradecer que un escritor reflexione acerca del hecho de crear y lo que ello conlleva, pues no en vano es la persona más idónea para hacerlo. Y aun cuando discrepemos de sus puntos de vista, pueden ser enriquecedores para formar nuestra visión crítica.

 

 

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©Sr Molina  para  http://www.sololibros.es/

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