M. R. J AMES 0 EL APOGEO DEL FANTASMA

Rafael Llopis

Dice G. M. Traey que «la edad de oro de los cuentos de fantasmas se sitúa entre 1898 y 1911», es decir, durante los últimos tres años del período victoriano y los diez primeros del posvictoriano. En general, estoy de acuerdo con la Tracy -aunque yo haría extensiva esta edad de oro a los diez o doce años siguientes- y sólo deseo recalcar que esta afirmación se refiere exclusivamente, como su misma autora hace constar, a los «cuentos de fantasmas» y no a la literatura terrorífica en general.

En efecto, el cuento de fantasmas clásico, la ghost story, alcanza su apogeo con Montague James (1862-1936), que escribió lo mejor de su obra entre las fechas señaladas por G. M. Tracy. Sus mejores cuentos -Corazones perdidas, La mediatinta, El nú, mero 13, El conde Magnus, ¡Oh, silba y acudiré!, et-cétera- se publicaron en 1904, en un volumen titulado Ghost stories of an antiquary. En 1911 publicó More Ghost Stories, que contiene algunas pequeñas obras maestras, como El diario de Mr. Poynter y Un episodio de la historia de la catedral. El resto de sus cuentos se publicó en 1919 (A Thin Ghost and Others) y en 1925 (A Warning to the Curious). En estos dos últimos volúmenes figuran, sin embargo, algunas excelentes narraciones -La casa de muñecas encantada, Panorama desde la colina, Había un hombre que vivía junto a un cementerio y Ratas-, por lo que considero que se debe prolongar el período culminante del cuento de fantasmas señalado por la autora antes citada.

M. R. James fue un tipo curioso de puro banal. Como persona no tuvo nada que Yer con las torturadas figuras de Poe, de Maupassant, de Le Fanu o de otros escritores de cuentos de horror. Al contrario, fue un hombre normalísimo, apacible, lúcido, equilibrado, rutinario y dotado de un agudísimo sentido del humor. Siempre fue un perfecto escéptico y un guasón que, como dice L.Vax, se dedicó a imaginar en frío y casi como broma cuentos para asustar a los demás. Su vida transcurrió en el célebre colegio de Eton, del que fue director, entre manuscritos e investigaciones eruditas, entre clases de latín, bibliotecas polvorientas y reuniones de profesores o alumnos. Dedicó años a estudios latinistas, bíblico-históricos 0 filológicos, de los que nacieron varios libros muy apreciados por los entendidos: Apocryphe Anecdota, The Testament of Abraham: texts and studies, The Apocryphal New Testament, etcétera. También fue autor de una excelente versión inglesa de los cuentos de Andersen. Sin embargo, lo que le ha dado fama universal han sido sus cuentos de fantasmas.

Los escribió como puro entretenimiento. Para distraerse de sus doctísimas tareas, para animar las veladas familiares, compuso cuentos de miedo -i de verdadero miedo en los que, no obstante, sabía hacer gala de un excelente humorismo (que a veces viraba al negro). Y estos cuentos sin pretensiones constituyen el apogeo del cuento de fantasmas.

Ya dije otro día que, según M. R. James, «dos ingredientes de la máxima importancia para guisar un buen cuento de fantasmas son, a mi juicio, la atmósfera y un crescendo hábilmente logrado» y que también es fundamental «cierto grado de realismo». Veamos ahora cómo el mismo autor describe el esquema a que se ajustan sus propios relatos: «Séannos, pues, presentados los personajes con suma placidez; contemplémoslos mientras se dedican a sus quehaceres cotidianos, ajenos a todo mal presentimiento y en plena armonía con el mundo que les rodea. En esta atmósfera tranquilizadora, hagamos que el elemento siniestro asome una oreja, al principio de modo discreto, luego con mayor insistencia, hasta que por fin se haga dueño de la escena»

Louis Vax señala que en los cuentos de Le Fanu o de Maupassant «es el héroe-víctima el que primero entra en contacto con lo sobrenatural. El lector se siente inclinado a pensar que se trata de una alucinación y el cuento no resulta fantástico mientras el monstruo no abandona el espacio autístico del enfermo e irrumpe en el espacio social del mundo. Aquí (en M. R. James) sucede lo contrario. El lector ya ha olfateado la presencia del monstruo e incluso ha intercambiado con él signos de inteligencia. Sólo la víctima no sospecha nada. La angustia no está en ella, sino en el lector, que tentado está a veces de gritarle una advertencia. Esta técnica permite a M. R. James conservar el 'suspense' hasta el último segundo, en que el monstruo se abate brutalmente sobre la víctima, que al fin abre los ojos a la realidad»

En una palabra, a diferencia de Poe, de Maupassant, etc. -repito-, M. R. James era un hombre espiritualmente sano. Por otra parte, vemos que su técnica sigue fielmente los postulados de la ghost story victoriana. A este respecto, deseo únicamente añadir algunos detalles muy típicos que dan a los cuentos de M. R. James su aroma propio que les hace inconfundibles.

En primer lugar, el ambiente erudito. «Cada uno de sus cuentos -escribe Walter Starkie- relata las peripecias de una persona acostumbrada a pasar la vida investigando ruinas malditas o antiguos manuscritos.» Para crear este ambiente, reflejo fidelísimo del que vivió el autor, éste recurrió al truco, luego muy utilizado por Lovecraft y por Borges, de inventarse libros, textos, manuscritos y citas latinas que diesen a su relato un aire de grave solvencia intelectual.

En segundo lugar, su humorismo. Es éste un elemento esencial, como vimos, del cuento de miedo victoriano, pero en M. R. James -postvictoriano se erige en rasgo dominante. Para salir al paso de cualquier posible ironía mental del lector (que para estas fechas es ya terriblemente escéptico), los cuentos de M. R. James empiezan por hacerle sonreír mediante páginas del más puro humorismo británico. A través de aquello tan divertido, sin embargo, el lector empieza a adivinar una presencia amenazadora que se va concretando cada vez más. Por fin surge el fantasma, que en M. R. James siempre está dibujado en caricatura, pero que, por milagro de su pluma, resulta infinitamente más terrorífico que los más fúnebres espectros del arsenal aterrador.

En tercer lugar, M. R. James desarrolla hasta un límite increíble la técnica de Le Fanu, consistente en sugerir vagamente en vez de describir con todo detalle. Debo señalar aquí que, inevitablemente, también en M. R. James se advierte la influencia de Le Fanu, lo cual no tiene nada de particular, habida cuenta de que fue este último quien acuñó la forma definitiva de la ghost story. También quiero recordar que M. R. James resucitó a Le Fanu cuando éste empezaba a ser olvidado y que a él debemos una edición antológica del escritor irlandés, publicada en 1923 con el título de Madam Crowl's Ghost. M. R. James, modestamente, consideraba a Le Fanu el mejor escritor de cuentos de fantasmas; pero yo creo que el mejor es precisamente él. En todo caso, y volviendo al modo reticente de contar, a M. R. James hay que leerle despacito, pues gran parte del efecto terrorífico de sus relatos reside en detalles banales, dichos como de pasada y sin concederles importancia.

La ghost story madura, que inicia Le Fanu, alcanza su apogeo en M. R. James. Sus fantasmones grotescos, sus diablejos hirsutos, sus «seres» o «cosas» parecidos a un montón de harapos, a una alfombra enrollada, a una maraña de pelos y dientes, a un gabán colgado de un árbol lejano o a un montón de ratas moviéndose bajo una colcha, sintetizan lo cómico y lo terrorífico. De esta síntesis lo terrorífico sale considerablemente potenciado. Las criaturas inefables de M. R. James nos producen el escalofrío más intenso, y desde luego el más sano, de toda la literatura de terror.

bibliografía:

El texto anterior ha sido escaneado de :

Rafael Llopis. Historia Natural de los cuentos de Miedo. Madrid: Eidciones Júcar, 1974.pp.179-185.

Copyright© Iris García Andaluz

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