En España el único teatro de los once que se conocen hoy que preservaba suficientes elementos constructivos a la vista desde la antigüedad era el de Sagunto. Su primera representación gráfica es la que realizó para Felipe II Van den Wyngaerde (1563) que no es un plano arquitectónico sino un dibujo artístico hecho con un interés paisajístico, sin entrar en los objetivos aludidos más arriba. Por eso, en la perspectiva de la historiografía, el modesto plano que para la descripción epistolar del teatro del Deán de Alicante Emmanuel Martí (1663-1737) (Martí 1735) trazó Miñana, hacia 1705 (Estellés y Pérez Durá 1991, 411) y las láminas de Conyngham (v. Martín y Rodríguez 1994, 107-143, cap. III), abren la serie de los estudios sobre el monumento así como la contribución de autores valencianos a los mismos. Martí gozó de la consideración de la sociedad valenciana y tuvo renombre internacional; fue corresponsal de Gravina, de Montfaucon y de Gregorio Mayans y Siscar y, sin duda, desarrolló estudios valorados en su tiempo. Sin embargo el dedicado al teatro de Sagunto fue polémico y se vio desmerecido por un plano del que Ponz (1789) escribió: ni es planta, ni es alzado, sino un conjunto de cosas que se le figuraron a quien no era profesor, en alusión a estar trazado al margen de la convención académica lo cual a su vez alimentó los desacuerdos expresados después por Ortiz (1812). Unos treinta años más tarde Palos (1739) ofreció desde Sagunto otra versión del mismo teatro acompañada de un plano con escala dibujado tan a espaldas de cualquier pauta normativa que suscitó las iras del más notable de los anticuarios valencianos Ortiz y Sanz (1739-1822) (Bérchez 1981), activo académico de número de San Fernando, traductor de Vitruvio al castellano (Ortiz 1787), que ya había disentido del trabajo de Martí a quien, no obstante, tuvo que tratar con miramiento. Distinto fue el talante con que arremetió contra Palos (Ortiz 1812), de origen y formación mucho más modestos, frente a sus pretensiones de ser apoyado por la Academia dado que Ortiz fue arrogante en su indiscutible saber y despectivo en consecuencia con quienes no entendían la arqueología desde una práctica internacional e ilustrada. Ciertamente este autor puso su empeño en dotar a la Academia de San Fernando de una versión propia del tratado de Vitruvio que aspiraba a la vez a ser referencia para cuantas obras se sometieran a su dictamen. Su plano del teatro de Sagunto (Ortiz 1807) constituye el inicio, luego frustrado, de un proyecto a partir del que pretendía ilustrar la arquitectura romana como bien se ve en la triangulación del círculo de la orchestra, que supone un ejercicio de sello vitruviano repetido hasta la actualidad por muchos de cuantos han estudiado éste u otro teatro latino. La ejecución de maquetas a escala perseguía también por su parte el objetivo de crear modelos siguiendo una práctica innovadora que se observaba en los encargos que realizaron instituciones cultas de la época.
Este teatro fue objeto, entre 1992 y 1994, de la primera rehabilitación global de un monumento romano realizada en España, según proyecto de Giorgio Grassi y Manuel Portacelli. Contra dicha actuación se presentó una impugnación por parte de Marco Molines que, después de un procedimiento que ha durado más de diez años, ha dado lugar a una sentencia de demolición dictada por el Tribunal Superior de Justicia.
Castillo