Como cada año, poco a poco nuestro deseadísimo
verano se consume y llega a su fin. En mi caso un mensaje en mi móvil
remitido por la Universidad de Valencia informándome del horario de
matrícula para tercero de periodismo marca desde hace tres años este
hecho. Con mucha resignación y más o menos ganas comienzo a
concienciarme de que toca volver a la rutina.
Pocos días después decido llamar a Paula para quedar con las
compañeras de clase y recoger los horarios. Es ya típico desde hace
tres años que aquí comiencen las sorpresas y con ellas a tambalearse
todos esos planes que me había propuesto durante el verano para hacer
durante el próximo curso. Cuando Paula me entrega el sobre de
matrícula que ha recogido esa misma mañana y tras hojear un poco los
horarios compruebo atónita como las súplicas y rezos de medio verano y
parte del curso anterior no han surgido efecto. Tres folios llenos de
códigos, asignaturas y horarios completamente descompensados
desmoronan todas esas iniciativas de cara a cursillos extra-
académicos, posibles prácticas en medios de comunicación o búsqueda de
trabajo. Como siempre, procuro no ser negativa y esa misma tarde, para
aprovechar el tiempo y no tener que quedar más veces, intento, junto
a Noe, María, Maica, Tere y Paula hacer un horario que tenga un
mínimo de sentido común. Tras muchísimos intentos, y finalmente
obligadas casi a no tener en cuenta el contenido de la mayoría de
asignaturas optativas sino su horario, nos encontramos con un horario,
que dentro de lo que cabe, no es tan malo como habíamos llegado a
suponer.
Pero ahí no acaba todo, sino que para mi desgracia continúan las
sorpresas. Haciendo todos esos malabares en mi horario no caigo en la
cuenta de que posiblemente el día que vaya a matricularme no queden
plazas de alguna de mis asignaturas y de nuevo vuelva a tener que
reformular mi horario y como no, eso me ocurre. Aquí llega la sorpresa
número dos: el que parecía un horario que me iba a permitir tener vida
más allá de la universidad acaba deshaciéndose por completo y
cambiando íntegramente. Finalmente compruebo atónita como voy a tener
que renunciar por incompatibilidad de horarios a esa beca en Radio
Buñol que me aportaba una experiencia y un rodaje que no sé si durante
toda la carrera volveré a encontrar, y además, unos ingresos extra que
llegaban cada mes como agua de mayo a mi cuenta corriente. Pero ni
mucho menos esto se queda aquí.
Desde pequeña me ha encantado la lengua de signos y por fin este año
parecía tener la oportunidad de hacer un curso, pero para ello debía
asistir a un veinte por ciento de las clases. Después de varios viajes
a la Federación de Sordos de Valencia, de dos correos electrónicos, y
de una entrevista con uno de los profesores todo parecía arreglarse.
Este profesor estaba dispuesto a hacer la vista gorda con mis faltas.
Pero aquí llega mi sorpresa número tres: los horarios de una de las
asignaturas, “Comunicación Integral, Corporativa e Institucional” era
erróneo y en vez de durar un mes finalmente iba a durar todo un
cuatrimestre. De nuevo dos correos electrónicos por mi parte y uno por
parte del mencionado profesor de lengua de signos corroboran que
faltando a un cuarenta por ciento de las clases, no tenía derecho a
examen. ¿Y ahora qué? Pues ahora mismo me encuentro con un horario
imposible, con muchísimas horas muertas, sin poder optar a hacer
prácticas en ningún medio o cursillos extra académicos y esperando que
quizás cuarto de periodismo llegue con un horario decente “bajo el
brazo”
.
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