LA DOBLE MORAL
"Jekyll
y Hyde", en múltiples sentidos, un texto característico
del siglo XIX: por un lado es una clara respuesta a las constricciones
del victorianismo escocés y a la burguesía de Edimburgo;
mas también ocupa un firme lugar en la tradición literaria
del doble, que discurre a todo lo largo del siglo en obras como: "El
doble" (1846) de Dostoievski y "Dorian Gray" (1891)
de Wilde.
La idea del doble es una
obsesión en la literatura del diecinueve. Su raíz se encuentra
quizá en la protesta romántica contra el espíritu
de la Ilustración, que redujo exclusivamente las fuentes de conocimiento
a la razón y el sentido. La razón les parecía a los
románticos algo demasiado abstracto y vacío - el Dios frío
de los deístas sería su resultado - y el sentido se les antojaba
algo demasiado pobre. Ellos apelaban al poder más cálido,
más vivaz y más creador de la imaginación, a la que
creían capaz de trascender la realidad inmediata y darnos a conocer
otra más profunda por medio de la literatura. Pero la realidad intuida
por la fantasía romántica carecía de contornos precisos:
unas veces era la totalidad de la naturaleza, que suscita el deseo de sumergirse
en ella; otras el presentimiento de las catástrofes con que amenaza
la tensión entre contrarios; y otras la nostalgia y el temor del
alma y los poderes sobrenaturales, que retornan bajo el disfraz del "doble".
La proyección
del alma o de la propia conciencia en forma de imagen especular, sombra
o alter ego que se desdobla de una persona y la acosa como un fantasma
o la pareja antagónica de caracteres complementarios, siendo cada
uno de ellos la imagen invertida del otro cobran ya importante vida literaria
en las generaciones prerrománticas. Pero el primer y más
grande florecimiento de esta corriente tiene lugar en el primer cuarto
del siglo XIX. En este período se inserta el Frankenstein (1818)
de Mary Shelley. Y en 1824, un compatriota de Stevenson, James Hogg, alzaría
el más refinadamente diabólico monumento al dualismo con
sus "Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado".
Esta obra refleja mejor que ninguna otra la obsesión del alma escocesa
por la dualidad del espíritu, el poder del demonio y la predestinación.
En ella podemos ver el modelo "a lo divino" de Jekyll
y Hyde.
El doctor
Jekyll empieza la confesión hablándonos de su personal predisposición
psicológica a la dualidad. Dotado de un ánimo jovial, su
ambición social y profesional le exigen comportarse en sentido contrario.
Esta tensión entre jovialidad (gaiety) y seriedad (gravity)
crea en él una "profunda duplicidad de vida", y lo lleva al descubrimiento
de lo que considera una verdad general, que es la tesis de la dualidad
de la naturaleza humana:
Día tras día y desde las dos dimensiones de mi
inteligencia, la moral y la intelectual, me fui
acercando así cada vez más a esa verdad por
cuyo parcial descubrimiento he sido condenado
a tan horrible naufragio: que el hombre no es
verdaderamente uno, sino verdaderamente dos.
La convicción
de que "las dos naturalezas que contienden en el campo de mi consciencia"
no se soportan entre sí, le inspiró la idea, "acariciada
como un sueño" de separarlas artificialmente con ayuda de la ciencia
y liberar así a la humanidad de tan incómodo yugo. La solución
al problema de saber cómo podrían disociarlos se la brinda
el feliz descubrimiento de un fármaco que le permite convertirse
cuando le plazca en su doble perverso Edward Hyde.
El hecho de
que esta proyección de sí mismo le inspirase una profunda
repugnancia a todo el mundo le sugiere a Jekyll esta atrevida especulación:
He observado que cuando portaba la figura
de Edward Hyde, nadie podía acercarse a mí
sin que se estremecieran sus carnes. Pienso que
ello se debe a que todos los seres humanos, tal
y como los conocemos, son una mezcla de bien
y de mal: y Edward Hyde, único en todo el ámbito
del género humano, era mal puro.
Es
interesante recordar que Frankenstein, de acuerdo con los ideales de la
Ilustración, había proyectado como "razón aislada"
o "razón pura" al hombre recosido con residuos de cadáver
al que dio vida. El monstruo de la obra de Mary Shelley fue concebido,
por tanto, como "hijo de la luz". Hyde es, inversamente; proyectado por
Jekyll como un "hijo de la sombra".
En esta
línea de explicación, los hábitos químicos
del doctor cuantifican enseguida el fenómeno del exiguo tamaño
de Hyde. "En el curso de mi vida, que había sido, después
de todo, en sus nueve décimas partes una vida de esfuerzo, virtud
y control, ese lado había sido mucho menos ejercitado y estaba mucho
menos agotado. Y eso explicaría, pienso yo, que Edward Hyde fuera
mucho más pequeño,más ligero y más joven que
Henry Jekyll".
También
podemos recurrir a metáforas de la química para visualizar
la separación de los personajes y precisa que "en realidad hay tres
personalidades: la de Jekyll, la de Hyde, y una tercera, la de un Jekyll
residual cuando predomina Hyde. Pero no hace falta pensar en ninguna tercera
personalidad para tratar de imaginarse lo que Stevenson explica mucho mejor
con estas palabras de Jekyll:
Mis dos naturalezas tenían la memoria
en común, pero todas las demás facultades
estaban en su mayoría desigualmente
repartidas entre ambas.
El perfil
de la dualidad Jekyll/Hyde no es el de una separación estática,
sino el de una convivencia dinámica entre las partes. En el proceso
de esa convivencia se distinguen tres etapas. En una primera los miembros
de la pareja forman equipo y parecen comportarse como alegres compañeros
de correrías. Jekyll no vacila en identificarse con el horrible
ídolo que le devuelve el espejo cuando en él se mira Hyde:"
Ése también era yo" y comenta que el disfraz de Hyde lo protege
"como un grueso gabán" en sus incursiones por los bajos fondos.
En la segunda etapa se dibuja más claramente la relación
paterno-filial. Y en la última asistimos a una guerra sin cuartel
entre los componentes de la dualidad que termina con el triunfo de Hyde.
Es el desdichado desenlace, subsiguiente al uso del fármaco, de
lo que Jekyll llama "la perenne guerra entre mis miembros", que viene a
representar una encarnación de la dialéctica hegeliana de
las relaciones entre el amo y el esclavo. En este caso se observa con total
claridad quien asume el papel de amo y quien asume el papel de esclavo:
Hyde es el amo y Jekyll el esclavo fiel.
Pero aquí el paralelo con la historia de las relaciones entre Frankenstein
y su monstruo, en el curso de las cuales este último terminará
diciendo: "yo soy el amo", no debe hacernos olvidar las diferencias. Pues
si se compara la psicología de ambos monstruos, la de Hyde es más
simple. La crueldad del creado por Frankenstein no es espontánea,
sino reactiva, al no encontrar en los seres humanos el afecto que esperaba
y, que sin lugar a dudas, deseaba ardorosamente desde lo más profundo
de su corazón.
Inversamente,
la psicología del doctor Jekyll es más compleja que la del
doctor Frankenstein, y el análisis que hace de ella Stevenson es
una magistral exploración fenomenológica del orgullo como
raíz y causa de la debilidad de la voluntad. Eso ilustra bien el
episodio de la segunda metamorfosis involuntaria, que le sobreviene al
doctor a la luz del día, en el apacible ambiente de Regent Park,
precisamente después de haber vivido una temporada de ascética
y arrepentimiento. Lo que ocasionó esta vez la transformación
fue sólo un pensamiento de orgullo que le hizo sonreír:
Al compararme con los demás hombres,
al comparar mi activa benevolencia con
la lánguida crueldad de su negligencia.
Y en el instante mismo en que este
pensamiento de vanagloria pasaba por mi
mente, me sobrevino una sacudida,
acompañada de una horrible náusea y el
más mortal de los escalofríos.
Otra muestra de sutileza del análisis psicológico de Stevenson es el uso de los pronombres personales. La inicial identificación de Jekyll con Hyde va desapareciendo a medida que progresa el sadismo del segundo. "Refociliándome en mi crimen", dirá todavía el doctor cuando éste asesina a Sir Danvers Carew. Pero a partir de ese trance criminal el abismo entre la conducta de uno y de otro resulta infranqueable:
Hyde tenía una canción en sus labios
mientras mezclaba la droga, que bebió
brindando por el difunto.
Apenas habíanse disipado las agonías
de la transformación, cuando ya estaba
Henry Jekyll postrado de rodillas, con
un torrente de lágrimas de gratitud y
remordimiento, alzando a Dios sus
manos entrelazadas.
"Él, digo, pues no puedo decir yo", manifestará más adelante Jekyll en una curiosa frase, antes de que la separación se torne en absoluta, cuando el doctor termina su confesión declarando que "le trae sin cuidado" lo que después de él vaya a hacer quien lo suplante para siempre.
La sombra del suicidio planea sobre el final de la novela. Jekyll dice que Hyde le tiene tal amor a la vida y tal miedo a la muerte que el solo pensamiento de que el doctor se zafe de la situación suicidándose lo sume en un intenso estado de terror que casi inspira piedad y poco antes ha advertido que ese infame ser considera un suicidio temporal la acción de refugiarse en, cuando las circunstancias lo obligan, en la personalidad de su creador. También suena a suicidio las ambiguas y patéticas palabras finales de la confesión de Jekyll, "a la vida del desdichado Henry Jekyll le pongo fin". Pero mientras Jekyll habla del suicidio, Hyde lo pone en práctica. Los asaltantes del despacho del doctor: Poole (fiel sirviente del doctor) y Mr. Utterson (amigo íntimo de Jekyll); hallaron el cadáver de su doble exhalando olor a almendras amargas. Momentos antes de ser abatida la puerta se escuchó desde el interior una voz implorando misericordia en nombre de Dios, seguida de un lúgubre alarido.
Otra
pieza del mensaje extramoral de Jekyll y Hyde es la propuesta,
que Nietzsche hará simultáneamente en el plano filosófico,
de disolver la unidad del sujeto en un sentido que va más allá
del dualismo. Cualquiera que esté más o menos familiarizado
con la jerga filosófica asocia esa palabra con el punto de vista
de quienes opinan que hay una distinción real entre la mente y el
cuerpo, con la correspondiente oposición entre una y otro. Sin embargo,
el dualismo al que alude la novela de Stevenson no concierne a la dualidad
de la mente y el cuerpo, sino a la duplicidad de la propia mente, y en
este sentido hay que entender las palabras de Jekyll, "aquella verdad
por cuyo horrible naufragio: que el hombre no es verdaderamente uno, sino
verdaderamente dos".
Pero el inquieto doctor no se detiene ahí. En
un atrevido salto de lo que considera una tesis a lo que se le antoja una
conjetura se atreve a mirar hacia el futuro proponiendo rebasar la idea
del dualismo con la del pluralismo de la mente humana:
Digo dos, porque el estado actual de
mi conocimiento no me permite ir más
allá. Otros seguirán, otros llegarán más
lejos que yo en el recorrido de esas
mismas líneas; y yo me aventuro a
conjeturar que a la postre se sabrá
que el hombre es una mera sociedad
de múltiples habitantes, incongruentes
e independientes entre sí.
La visión del hombre como "mera sociedad de múltiples habitantes" consuma, más allá de la tesis de la dualidad, la disolución del sujeto en un conglomerado de entidades distintas, más o menos unidas entre sí.