En lo que concierne a su influencia sobre otras culturas, y la hispana en concreto, Shakespeare fue siempre una caudalosa fuente de inspiración para escritores modernos y contemporáneos, pero no llegó a dejarse notar verdaderamente hasta el siglo XIX. En Hispanoamérica autores como Rubén Darío y en particular el ensayista José Enrique Rodó leyeron con especial interés La tempestad. Rodó, por ejemplo, articuló en su conocido ensayo Ariel (1900) toda una interpretación de América sobre los mitos de dos de sus personajes principales, Ariel y Calibán.
Pero su coronación como autor de la Literatura universal debió esperar en España hasta fines del siglo XVIII, cuando Voltaire suscitó entre los ilustrados españoles cierta curiosidad por el autor inglés a través de lo que dijo de él en sus Cartas inglesas; Ramón de la Cruz tradujo el Hamleto en 1772 desde la reducción en francés de Jean-François Ducis (1733-1816), quien había adaptado traducciones francesas de las tragedias de Shakespeare al verso sin saber inglés según los gustos del Neoclasicismo y eliminando el final violento, entre otros retoques. Esta traducción, sin embargo, no llegó a publicarse. Por el contrario Leandro Fernández de Moratín sí llegó a imprimir la suya, también desde la mala versión francesa de Ducis, acumulando a las de su modelo otras deficiencias (Madrid: Villalpando, 1798).
Hubo otras versiones de obras sueltas (Otelo, 1802, traducción de Teodoro de la Calle desde la versión francesa de Ducis; Macbé ó Los Remordimientos, 1818, por Manuel García, también desde la versión francesa de Ducis), pero solamente se emprendieron esfuerzos globales de traducción de toda la obra del autor en la segunda mitad del siglo XIX, empresas sin duda espoleadas por el prestigio que había alcanzado el autor con los elogios sin tasa que le prodigó el Romanticismo alemán.
1872 fue un año fundamental en la recepción española de Shakespeare. Se editan las primeras traducciones directas desde el inglés: Obras de William Shakspeare trad. fielmente del... inglés con presencia de las primeras ediciones y de los textos dados á luz por los más célebres comentadores del inmortal poeta, Madrid, 1872-1877 (Imp. Manuel Minuesa, R. Berenguuillo). La traducción es de Matías de Velasco y Rojas, Marqués de Dos Hermanas, pero no pasó de tres volúmenes; el segundo y el tercero se imprimieron en 1872, el primero con sus poemas y sonetos, el segundo con El Mercader de Venecia y el tercero con Julieta y Romeo.
Entre 1872 y 1876 Jaime Clark tradujo Romeo y Julieta; Hamlet; Otelo; Rey Lear; El mercader de Venecia; Como gustéis; Noche de Reyes y La tempestad. En 1873 William Macpherson editó su traducción de 23 obras.
Por otra parte, de 1872 a 1912, menudearon las representaciones de sus obras en Madrid; Shakespeare aparece incluso como personaje en Un drama nuevo de Manuel Tamayo y Baus. Del mismo modo, la crítica española emprendió por primera vez el estudio en profundidad de Shakespeare; fueron los primeros el gaditano Eduardo Benot (1885) y especialmente Eduardo Juliá Martínez (1918), quien aprovechó la fecha de centenario para divulgar la figura de Shakespeare con una especie de biografía novelada que, bajo el título Shakespeare y su tiempo: historia y fantasía (1916), pretendía exponer "verdades entre las apariencias del entretenimiento" (p. xii). La obra está bien documentada, como reflejan la caudalosa anotación y los apéndices finales (281–331), que son con mucho lo más sustancioso de la obra; tras esto escribió Juliá su interesante Shakespeare en España (1918), que sirvió de base a la obra homónima de Alfonso Par. Éste tradujo, entre otras piezas dramáticas, King Lear al catalán y al castellano. En 1916, coincidiendo con el tercer centenario de la muerte del dramaturgo, escribió en catalán Vida de Guillem Shakespeare, que apareció en castellano en 1930, y en este mismo año Contribución a la bibliografía española de Shakespeare; su dedicación se verá coronada con dos obras colosales, una publicada en 1935, Shakespeare en la literatura española, en dos volúmenes, y otra al año siguiente, la póstuma Representaciones shakespearianas en España, también en dos volúmenes. También hay que señalar aquí a otro estudioso español de Shakespeare, Ricardo Ruppert y Ujaravi (1920), al escritor del Realismo Juan Valera y a miembros de la Generación del 98 cuales Miguel de Unamuno y Valle-Inclán, que dedicaron algunos ensayos al Cisne del Avon.
Entre las traducciones, sobresalen las obras completas en ocho volúmenes del ya citado William Macpherson (1885-1900), con un detallado estudio introductorio del citado Eduardo Benot. También ocupan un lugar privilegiado las Obras completas de Shakespeare de Rafael Martínez Lafuente, emprendidas hacia 1900, que recogen en su prólogo fragmentos de los ensayos de Víctor Hugo sobre la vida y obra del dramaturgo. Ya por completo íntegra, incluyendo obras atribuidas, es la traducción de Luis Astrana Marín en prosa, entre 1920 y 1930, que fue muy leída por Federico García Lorca; compuso además Astrana una biografía que reeditó ampliada y realizó un estudio de conjunto sobre su obra que puso como introducción a u monumental edición. Son asimismo dignas de mencionarse las traducciones y adaptaciones llevadas a cabo por los simbolistas Antonio Ferrer y Robert (Macbeth, 1906); La fierecilla domada por Manuel Matoses (1895); Noche de Epifanía (1898) y El Rey Lear (1911) por Jacinto Benavente; Romeo y Julieta (1918) y Hamlet (1918) por Gregorio Martínez Sierra. Una apreciable cifra de estudios y traducciones utilizados y acumulados por Macpherson y Rafael Martínez Lafuente pueden asimismo encontrarse en la Biblioteca del Ateneo de Madrid.[25]
Entre las traducciones modernas, fuera de la famosa y ya citada de Luis Astrana Marín en prosa, hay que señalar las excelentes Obras completas de José María Valverde (Barcelona: Planeta, 1967), también en prosa, y las ediciones bilingües con versión española en verso blanco realizadas por el Instituto Shakespeare de Valencia, consagrado por entero a este empeño desde 1980 bajo la dirección de Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens. Notables son también las versiones realizadas de algunas obras por el más importante de los trágicos españoles de la segunda mitad del siglo XX, Antonio Buero Vallejo. El último esfuerzo se debe sin embargo a Ángel Luis Pujante, que ha emprendido una nueva traducción de sus obras completas para la madrileña editorial Espasa-Calpe desde 1986.