por Isabel Verdet Peris
¿Cuáles han sido los beneficios que el ser humano ha extraído del uso de la ciencia y de los instrumentos que su investigación ha dado como fruto?
V.B.: En primer lugar, ha aumentado su
control
sobre el entorno material, su seguridad y el conocimiento de sus
propios procesos biológicos, liberándolo progresivamente de la
enfermedad. Además, la ciencia ha proporcionado al ser humano formas
veloces de comunicación entre personas individuales, le ha permitido
el almacenamiento de las ideas y le ha otorgado la posibilidad de
manipular este archivo y extraer de él ideas, de modo que el
conocimiento evolucione y perdure a lo largo de toda la existencia del
género humano, y no sólo de la vida de sus componentes individuales.
Cada vez está más claro que hoy en día nos estamos quedando atrás
debido a nuestra creciente especialización. Sin embargo, podemos
afirmar también que esta especialización resulta cada vez más
necesaria para el progreso.
¿Cómo debe el ser humano enfrentarse al volumen de información que este proceso genera?
V.B.: Profesionalmente, nuestros métodos para
transmitir y
revisar los resultados de las investigaciones tienen varias
generaciones de antigüedad y, en la actualidad, han dejado de resultar
adecuados a la finalidad que persiguen. Si el tiempo adicional
dedicado a escribir obras científicas y el dedicado a leer las que han
escrito los demás pudiese ser cuantificado, la proporción entre ambos
resultaría sorprendente. Todos aquellos que intenten mantenerse al día
del pensamiento actual por medio de la lectura continua y detallada,
incluso restringiendo su elección a campos muy concretos del
conocimiento podrían llegar a sentirse profundamente desanimados si se
les demostrase, mediante cálculos, qué parte del esfuerzo realizado
durante los meses anteriores ya habrían tenido a su disposición.
Las publicaciones han sobrepasado los límites de nuestra capacidad
actual de hacer uso de la información que contienen y, en
consecuencia, logros verdaderamente significativos se pierden entre el
maremágnum de lo carente de interés.
Para que un archivo resulte útil a la ciencia, ha de estar en continua
ampliación, almacenado en algún lugar y, lo que es aún más importante,
ha de poder ser consultado. En la actualidad, confeccionamos todo tipo
de archivos por medio de la escritura y la fotografía y, en menor
grado, por medio de la impresión. Pero también nos ayudamos de las
películas cinematográficas, de los discos fonográficos y de los cables
magnéticos. Incluso, en el caso de no aparecer nuevos medios para
confeccionar archivos, los existentes se encuentran sumidos en un
proceso de modificación y expansión.
Pensemos en la posibilidad de alcanzar un factor lineal de uno a cien
en el futuro e imaginemos también una película fotográfica del espesor
del papel, aunque también se podría usar otra más fina. Incluso bajo
tales condiciones, se daría un factor de reducción de diez mil a uno
entre el volumen del archivo ordinario en forma de libro y su réplica
en microfilm. Por supuesto, la mera compresión no resultaría
suficiente; no necesitamos únicamente confeccionar y almacenar un
archivo, sino también ser capaces de consultarlo.
Con la manipulación de las ideas y su introducción en un archivo
podemos afirmar que las cosas han ido empeorando con el tiempo, pues
somos capaces de continuar ampliando la extensión del archivo sin
apenas ser capaces de consultarlo. La consulta de un archivo de tal
envergadura no se limita, ciertamente, a la mera extracción de datos
para la investigación científica, sino que está más bien en relación
con todo el proceso por medio del cual el ser humano aprovecha su
herencia de conocimientos adquiridos. La acción de mayor importancia
es la selección. Podemos tomar en consideración millones de
pensamientos de gran valor y la suma de la experiencia sobre la que se
basan, todo ello encerrado en los muros de piedra de las formas
arquitectónicas aceptables pero, si el erudito, tras metódicas
búsquedas, no puede acceder más que a uno de ellos por semana, es más
que probable que sus síntesis no puedan estar a la altura de las
exigencias de su época.
¿ Cuál sería pues la respuesta a este problema de imposibilidad de consulta?
V.B.: Nuestra ineptitud a la hora de acceder
al archivo
está provocada por la artificialidad de los sistemas de indización.
Cuando se almacenan datos de cualquier clase, se hace en orden
alfabético o numérico, y la información se puede localizar (si ello
resulta posible) siguiéndole la pista a través de clases y subclases.
La información se encuentra en un único sitio, a menos que se utilicen
duplicados de ella, y se debe disponer de ciertas reglas para
localizarla, unas reglas que resultan incómodas y engorrosas. Y una
vez que se encuentra uno de los elementos, se debe emerger del sistema
y tomar una nueva ruta.
La mente humana no funciona de esa manera. La mente opera por medio de
la asociación. Cuando un elemento se encuentra a su alcance, salta
instantáneamente al siguiente que viene sugerido por la asociación de
pensamientos según una intrincada red de senderos de información que
portan las células del cerebro. Por supuesto, también tiene otras
características; los senderos de información que no se transitan
habitualmente tienden a disolverse: los elementos no son completamente
permanentes. La memoria, en definitiva, es transitoria. Y, sin
embargo, la velocidad de la acción, lo intrincado de los senderos y el
nivel de detalle de las imágenes mentales nos maravillan mucho más
reverencialmente que cualquier otra cosa de la naturaleza.
El ser humano no puede albergar la esperanza de replicar este proceso
mental de manera artificial, pero sí debe ser capaz de aprender de él
e, incluso, mejorarlo en algunos detalles menores, puesto que los
archivos confeccionados por el ser humano tienen un carácter
relativamente permanente. No obstante, la primera idea que se puede
extraer de esta analogía está relacionada con la selección, pues la
selección por asociación, y no por indexación, puede ser mecanizada.
Ciertamente, no podemos esperar que ésta iguale a la velocidad y la
flexibilidad con la que la mente sigue un sendero asociativo, pero sí
podría batir ésta, de manera decisiva, en cuanto a la permanencia y
claridad de los elementos resucitados de su almacenamiento.
Tomemos en consideración un aparato futuro de uso individual que es
una especie de archivo privado mecanizado y biblioteca. Como necesita
un nombre, y por establecer uno al azar, podríamos
denominarlo “memex”1. Un memex es un aparato en el que una persona
almacena todos sus libros, archivos y comunicaciones, y que está
mecanizado de modo que puede consultarse con una gran velocidad y
flexibilidad. En realidad, constituye un suplemento ampliado e íntimo
de su memoria.
El memex consiste en un escritorio que, si bien puede ser manejado a
distancia, constituye primariamente el lugar de trabajo de la persona
que accede a él. En su plano superior hay varias pantallas
translúcidas inclinadas –visores– sobre las cuales se puede proyectar
el material para ser consultado. También dispone de un teclado y de un
conjunto de botones y palancas. Por lo demás, su aspecto se asemeja al
de cualquier otra mesa de despacho.
En uno de sus extremos se encuentra almacenado el material de
consulta. La cuestión del volumen de éste queda solucionada por el uso
de un tipo de microfilm similar al actual pero sobre el que se han
introducido ciertas mejoras, por lo que únicamente una pequeña parte
del memex se utiliza como almacén de material, el resto se dedica al
mecanismo.
En el plano superior del aparato hay una superficie transparente sobre
la que se pueden colocar notas confeccionadas a mano, fotografías,
memorándums y todo tipo de material informativo. Cuando cada una de
ellas se encuentra situada en el lugar apropiado, la manipulación de
una de las palancas hace que sea fotografiada en la sección vacía de
microfilm más próxima, por medio de la técnica de la fotografía seca.
Se puede, por supuesto, consultar el archivo mediante el esquema
habitual de indizado. Así, si el usuario desea consultar un libro en
concreto, compone su código con el teclado y la cubierta del libro
aparece inmediatamente ante su vista, proyectada en uno de sus
visores. Los códigos utilizados con más frecuencia son de carácter
mnemónico, de modo que el usuario apenas ha de consultar su libro de
códigos pero, cuando así lo desea, la simple pulsación de una tecla lo
trae ante su vista.
Todo lo que acabo de describir es bastante convencional, teniendo en
cuenta que se trata de una proyección en el futuro de los mecanismos y
artilugios varios de que disponemos hoy en día. No obstante,
representa un paso inmediato hacia la indización o archivado de tipo
asociativo, cuya idea básica consiste en posibilitar que cada uno de
los elementos pueda seleccionar o llamar, según nuestra voluntad, a
otro elemento de una manera inmediata y automática. Esta constituye la
característica esencial del memex; el proceso de enlazar dos elementos
distintos entre sí es lo que le otorga su verdadera importancia. Los
senderos de información creados con el memex no se disuelven. De este
modo, la ciencia puede poner en práctica las formas en las que el ser
humano produce, almacena y consulta el archivo de todo nuestra género.
El ser humano ha erigido una civilización tan compleja que le resulta
absolutamente necesario mecanizar por completo sus archivos si desea
llevar toda su experiencia a su conclusión lógica en lugar quedarse
bloqueado por sobrecargar su limitada memoria. Sus excursiones
conceptuales podrían resultar más placenteras si pudiese recuperar el
privilegio de olvidar las múltiples cosas que no necesita tener a mano
inmediatamente, aunque sin renunciar a la seguridad de poder
encontrarlas en el momento en que le