por Enrique García 27 de noviembre y en algunas ciudades españolas ya llevan una semana de Navidad. A este paso hasta los más tradicionales villancicos van a tener que cambiar sus letras para adaptarse a las nuevas fechas que marcan los calendarios comerciales –el ‘fun-fun-fun’ del día de Navidad ya está desfasado- y de los motivos que auspician estas dos semanas nacidas de nuestra tradición cristiana. No importa que el profeta Al Gore haya proclamado al mundo los problemas derivados del cambio climático por todos los rincones del planeta –hasta llegar al primo de Rajoy- o que sea precisamente España uno de los países que más vaya a sufrir los efectos del calentamiento global del planeta. Los apagones de cinco minutos han mutado en ‘encedidos’ de mes y medio, cuyo gasto se traduce en 30 millones de kilovatios por hora, una barbaridad, y la generación de 10 millones de toneladas de CO2, eso sin contar con el que emiten los vehículos particulares, más activos por mor de las compras ‘obligadas’ que marca esta festividad. Y todo después de conocer que España es uno de los países que más difícil lo tendrá para cumplir con las tasas fijadas por Kioto para el desarrollo sostenible. La justificación para tamaño derroche eléctrico y ecológico no es otra que fomentar otro derroche: el económico. La Navidad, en términos políticos, es tanto más exitosa cuanto más se incentiva el consumo y el ambiente gratificante que generan los alumbrados navideños es un buen gancho manque le pese a las playas, menguantes con el aumento del nivel del mar, los animales que tendrán que emigrar, las nuevas enfermedades propias de climas norteafricanos que se van a expandir por el territorio peninsular o el incremento del riesgo de inundaciones al que se verá sometida la población. Mientras los gobernantes se encargan más de los gestos –placas solares para la Moncloa- que de hacer política –hoy más que nunca es necesario un debate serio sobre la energía que solucione los problemas de dependencia y sostenibilidad- el cambio climático gana la carrera a pasos agigantados al movimiento ecologista que trata de frenarlo. El derroche lumínico para aumentar el dispendio consumista mejora la balanza navideña, pero multiplica el gasto futuro para paliar sus consecuencias. Bombardeos de informes y palabrería banal, pero al final, nadie hace nada. |