MARCHA

Dos horas después estaba recogiendo mis cosas. Laura creía a pies juntillas en lo que decía el padre Adolfo. Sólo serían dos semanas. Si no podía aguantar eso es que no la quería. Por supuesto yo no aceptaba esos argumentos, pero me fue imposible convencerla. Le dije que no podía dejarla sola en el piso, que peligrosas bandas de albano-kosovares habían estado robando en esa zona, a lo que ella repuso que Marco, un antiguo amigo suyo, estaba de camino desde Italia y no tendría que preocuparme por eso. Justo después cerró la puerta. A un lado se quedaba ella. Al otro, yo con una maleta y mi portátil. Abajo aguardaba el coche y a media hora de camino, la casa de mis padres.