Jamás pude imaginar que organizar una boda fuera una tarea tan complicada. No me extraña que haya profesionales dedicados a eso. Y que estén tan bien pagados. Hay que encontrar sitio para la ceremonia, otro para la celebración, listas de invitados, trajes de ceremonia, testigos, damas, arras, menús y un sinfín de cosas. Laura decidió que nos dividiéramos las tareas. Ese día me tocaba elegir el diseño de las tarjetas de invitación y después teníamos el curso prematrimonial, porque la familia de Laura no aceptaría una unión que eludiera el paso por la vicaría. Una empresa me había enviado un muestrario. Pensé que sería fácil, pero la cantidad de opciones me abrumó. Tamaños, formas, colores… decidí evadirme, navegar en el océano de Internet. Era algo que me relajaba. Y de repente apareció ella.