Vindicación de los derechos de la mujer
Vida,
época y obra
Mary Wolstonecraft nació en 1759 en el
seno de una familia inglesa de clase media. Hija de una mujer sumisa y resignada
y de un padre brutal que despilfarraba su fortuna heredada y que maltrataba
físicamente a su esposa amparado por las leyes de la época que le concedían ese
derecho. Mary vivió una infancia y adolescencia muy inseguras económica y
emocionalmente; asistió a escuelas de aldea sólo el tiempo necesario para
aprender a leer y escribir.
El ejemplo, primero de su madre y de su
hermana después, le llevó a descartar el matrimonio, “la más grata
protección contra la pobreza” según Jane Austen. La independencia
económica, tanto por necesidad como por convicción, se convirtió en el objetivo
principal de su vida. Desempeñó la mayoría de las ocupaciones disponibles para
una joven soltera y sin dote: fue acompañante pagada, costurera en su casa,
dirigió una pequeña escuela para alumnas de pago y aceptó un empleo de
institutriz de los hijos de un noble irlandés; al tiempo que se instruía de
forma autodidacta y se despertaba en ella la conciencia crítica sobre la
situación social, económica y cultural de la mujer.
Vivió una época de grandes
transformaciones económicas, sociales, culturales y políticas: La Revolución
Industrial, el auge y el empuje de la sociedad burguesa y la decadencia de la
sociedad patriarcal, la Ilustración y la Revolución Francesa. Fue un periodo
histórico agitado y propicio al desarrollo de grandes debates ilustrados de
opinión y de cambios, entre los que estaba el de la diferenciación de sexos.
Wolstonecraft participaba en ellos a través de los contactos que mantenía con
círculo radicales disidentes que influirían decisivamente en su formación
intelectual y política, como la lectura del Emilio de Rousseau con el
que se sintió plenamente identificada, y al igual que el culto a la razón, eje
fundamental de la Ilustración.
El ideario liberal e ilustrado, debido a
su carácter ambiguo, abría la puerta a la igualdad de sexos, pero esta
posibilidad derivaría en una diferenciación sexual-genérica, que definía la
identidad social masculina a través de lo público (mundo de la razón) y la
femenina a través de lo privado (mundo del amor, de los sentimientos y de la
moralidad, que quedaban al margen de la razón). Esta diferenciación trajo
consigo enormes paradojas y contradicciones que darían lugar a debates de gran
tensión sobre la crucial distinción entre razón y “corazón”, lo cual
repercutiría poderosamente en Mary Wolstonecraft que los convertiría en los dos
polos que dominaron su vida y su producción intelectual, como se refleja ya en
sus dos primeras obras: una guía para la educación de las niñas y una novela
sentimental. El moderado éxito de éstas le proporcionó la posibilidad de
ganarse la vida como traductora y escritora profesional para la editorial de
Johnson, un lugar de encuentro y difusión de la intelectualidad radical de la
época. Allí Mary pudo participar en grandes debates junto a eminentes
intelectuales como: el poeta inglés William Blake, el filósofo político
angloamericano Thomas Paine, el químico Joseph Priestley, el filósofo William
Godwin o el pintor Henry Fuseli con el que tuvo un tormentoso romance.
Su participación en estos debates, que
también incluían temas sobre la Revolución Francesa, le llevarían a revisar
prejuicios y contradicciones lo cual socavaría definitivamente su respeto al
orden establecido por la sociedad burguesa. Con su carácter, torrencial y
apasionado, irrumpió de lleno en el mundo de la política (mundo de la razón
reservado al hombre) abandonando el campo doméstico (privado) de sus primeras
producciones, algo inaudito para una mujer de la época. Se enfrentó, con su
obra Vindicación de los derechos del hombre (1791), a Edmund Burke,
defensor acérrimo de la tradición y de los sentimientos que Wolstonecraft
consideraba construcciones arbitrarias fijadas por la costumbre; desmontó sus
argumentos y salió triunfadora del debate llegando al convencimiento de que en
su asalto a la tradición, para que fuera completo, debía incluir también a la
“naturalidad” de la posición tradicional de subordinación de la mujer. Escribió
Vindicación de los derechos de la mujer (1791), obra considerada
actualmente como un clásico del feminismo.
Posteriormente viajó a Francia donde
conoció y se enamoró del escritor estadounidense Gilbert Imlay con el que tuvo
una hija, Fanny. Más tarde, al verse abandonada por su amante intentó
suicidarse. Producto de su relación con William Godwin, con quien poco antes se
había casado, fue su segunda hija, Mary, y murió de fiebres puerperales a los
pocos días del parto en 1797. Su marido, en un intento de honrar su memoria
escribió su biografía, pero ésta, aparecida en un momento de reflujo
conservador, sirvió en cambio para desprestigiar sus ideas asociándolas a su
“escandalosa” vida amorosa.
Mary Wolstonecraft fue, sin duda, una
mujer excepcional que siempre creyó que la mujer era igual que el hombre y luchó
por ello, enfrentándose a los prejuicios y contradicciones de la época y a las
suyas propias. Estudió, evidenció y criticó todos estos prejuicios heredados en
un intento de cambiar el mundo cuando comprobó que la igualdad y la libertad,
de las que tanto se hablaba en la época de las luces, no fueron plasmadas en
los cambios sociopolíticos, “los hombres en general, parecen emplear su
razón para justificar los prejuicios que han asimilado de un modo que les
resulta difícil de descubrir, en lugar de deshacerse de ellos”. Su hija,
Mary Shelley, dijo de su madre: “(era) uno de esos seres que sólo
aparecen una vez por generación, para arrojar sobre la humanidad un rayo de luz
sobrenatural. Ella brilla, aunque parezca oscurecerse y los hombres la crean
apagada, pero se reanima de repente para brillar eternamente”.
Vindicación
de los derechos de la mujer
Obra en defensa de la igualdad de derechos
y oportunidades para los sexos. En principio no se plantea como una
reivindicación de derechos jurídico-políticos para las mujeres, sino que su
intención es introducir en el ámbito público el debate de lo que ella llamaba
“el destino de la mujer” entendido en un sentido más amplio que el meramente
político. Es, sobre todo, una obra que condena la educación que se daba a las
mujeres porque las hacía “más artificiales y débiles de carácter de lo que
de otra forma podían haber sido”, y porque deformaba sus valores con ”nociones
equivocadas de la excelencia femenina”. Wolstonecraft atribuye al Estado la
responsabilidad de la educación femenina, por ello la introducción de Vindicación...
es un reto a Talleyrand-Périgod, político en activo de la Asamblea
Constituyente Francesa y autor de un decreto de 1791 relativo a la educación de
las jóvenes francesas. “Cuando denuncio lo hago en nombre de mi sexo y no en
el mío propio. Desde hace tiempo vengo considerando que la independencia es la
suprema bendición de la vida y ésta sólo se alcanza a través del ejercicio de
la razón [...] En mi lucha por los derechos de las mujeres, mi argumento
principal se basa sobre el principio elemental de que, si la mujer no está
preparada, mediante la educación, para convertirse en compañera del hombre,
será ella quien frenará el progreso del saber y de la virtud, pues la verdad
debe ser siempre patrimonio de todos y si no, no tendrá influencia en la vida”.
“Pero si las mujeres deben ser excluidas sin tener voz ni participación en los
derechos naturales de la humanidad, demostrad primero, para así refutar la
acusación de injusticia y falta de lógica, que ellas están desprovistas de
inteligencia; si no, este fallo en vuestra Nueva Constitución pondrá de
manifiesto que el hombre se comporta inevitablemente como un tirano”.
En el primer capítulo enuncia los pilares
básicos de la Ilustración: razón, virtud y experiencia como rasgos, derechos y
deberes comunes a la humanidad, sin distinción de género o clase:
“¿En
qué consiste la preeminencia del hombre sobre la creación animal? [...]
En la Razón.
¿Qué
dotes exaltan a un ser sobre otro? La Virtud, replicamos con espontaneidad.
¿Con
qué propósito se implantaron las pasiones? Para que el hombre, al luchar contra
ellas, pudiera obtener un grado de conocimiento negado a los animales, susurra
la Experiencia.
En
consecuencia, la perfección de nuestra naturaleza y la capacidad de felicidad
deben estimarse por el grado de razón, virtud y conocimiento que distinguen al
individuo y dirigen las leyes que obligan a la sociedad. Y resulta igualmente
innegable que del ejercicio de la razón manan naturalmente el conocimiento y la
virtud, si se considera al género humano en su conjunto”.
Por otra parte,
trata de dar una réplica a los libros de conducta o educación que en la época
constituían un instrumento de reforma social, y donde quedaban expuestas las
diversas ideas sobre el papel de la mujer en la nueva sociedad burguesa así
como la forma en que éstas debían ser educadas. Por ejemplo; en los ámbitos
burgueses más conservadores, frente a la decadente, indolente y lasciva mujer
de la aristocracia, se proponía un nuevo modelo de mujer con funciones
explícitas de esposa y madre y, por tanto, su educación debía estar encaminada
hacia ese fin, con el objetivo de hacer de ellas agentes moralizadores de la
sociedad por medio de la influencia que ejercen, en el ámbito privado, sobre
los hombres. Mary Wolstonecraft difería de estos libros, para ella el objetivo
principal de la educación debía ser conseguir carácter como ser humano,
independientemente del sexo al que se pertenezca. En cuanto al matrimonio,
afirmaba que lo ideal era la afinidad intelectual, y en lo relacionado con la
educación de los hijos, cuestiona cómo pueden las madres cumplir con sus
deberes desde la incultura. A continuación cuestiona la implantación arbitraria
de “distinciones no naturales” que el racionalismo ilustrado ya había
identificado como base de la desigualdad entre los hombres, éstas eran: el
rango, la clase y los privilegios heredados; sin tener en cuenta el talento, el
mérito y la valía. Denuncia que la distinción y la desigualdad entre sexos son
tan arbitrarias como la referida anteriormente, y que, para evitar ambas, era
preciso distinguir entre la verdadera Virtud de la que lo es sólo en
apariencia. “La sociedad sólo puede ser feliz y libre en proporción a su
virtud, pero las distinciones presentes corroen la (virtud) privada y
destruyen la pública (...) Para hacer al género humano más virtuoso y,
por supuesto, más feliz, ambos sexos deben actuar desde los mismos principios (...)
Para hacer también realmente justo el pacto social, y para extender los
principios ilustrados (...) debe permitirse que las mujeres
fundamenten su virtud en el conocimiento, lo que apenas es posible si no se las
educa mediante las mismas actividades que a los hombres”.
Mary
Wolstonecraft aboga por la revisión de los prejuicios y convenciones sociales,
indagando en la base de éstos, para demostrar, y este es el principal objeto de
reflexión de su obra, que las diferencias de valor y función de los sexos son
artificiales, una construcción arbitraria, un producto socio-cultural que
liberales e ilustrados mantienen y por eso reta a las principales autoridades
en el tema. “Por consiguiente, en un tratado sobre los derechos y los
modales de las mujeres, no deben pasarse por alto las obras que se han escrito
expresamente para su perfeccionamiento... (ya) que los libros de
instrucción escritos por hombres de talento han representado la misma tendencia
que las producciones más frívolas; ya que, en estricto estilo mahometano, se las
trata como si fueran seres subordinados y no como parte de la especie humana”.
Defiende que son sus circunstancias las que han determinado la “inferioridad”
femenina, no su naturaleza; “inferioridad” que ha sido perpetuada e
institucionalizada a través de escritos, costumbres y valores sociales que
manejan un lenguaje capciosamente naturalizado que ha acabado por confundir a
las mujeres, causándoles problemas de identidad, y las ha alejado de su
verdadera naturaleza e interés y que, finalmente, les impide discriminar la
verdadera virtud de la que sólo lo parece; las mujeres confundían la virtud con
la reputación, según Wolstonecraft. “Es el ojo del hombre lo que se les ha
enseñado a temer (...) y es ésta (la reputación) y no la
castidad, con toda su bella comitiva, lo que emplean para mantenerse libres de
mancha, no como una virtud sino para conservar su posición en el mundo”. La
mujer por tanto se ve en una situación en la que puede que no le quede otra
opción que tratar de conseguir formas ocultas de poder para alcanzar lo que
quieren, a través del arte de dominar las apariencias y que dan lugar a su
perversión y a la de sus dominadores. “si no se permite a las mujeres
disfrutar de derechos legítimos, volverán viciosos a los hombres y a sí mismas
para obtener privilegios ilícitos”.
Gran parte de Vindicación... es una
adaptación en clave feminista de la obra de Rousseau, principalmente el Emilio,
obra con la que se sintió plenamente identificada y esperanzada, pero al leer Sofía
se sintió traicionada y expulsada de su utópico paraíso. Su admiración por
Rousseau se transformó en decepción e indignación al descubrir que, en lo que
trataba del “carácter y destino de las mujeres”, no había sometido a su
propio juicio las convenciones y desigualdades heredadas, y mantenía la
diferenciación de sexos basándose en la “natural inferioridad” física de la
mujer, que debía ser, por tanto, débil y pasiva. Mary combatirá con vehemencia la lógica rusoniana
de que la mujer ha sido creada para dar placer y someterse al hombre, y de
que la educación femenina debe estar orientada a hacer de las mujeres objetos
de placer sexual, siendo éste su verdadera fuente de poder sobre el hombre.
Dice Rousseau: “Educad a las mujeres como a los hombres y cuanto más se
parezca a nuestro sexo, menos poder tendrán sobre nosotros”; a lo que Mary
responde, con furia: “Esto es exactamente lo que pretendo. No deseo que
tengan poder sobre los hombres, sino
sobre ellas mismas”.
Juana Sáez Juárez