1. Homo Sapiens
Neanderthalensis
El Homo Ergaster, procedente de
África, experimentó un proceso de evolución de marcado componente regional que
dio lugar, primero al Homo Antecessor, después al Homo Heidelbergensis
y más tarde al Homo Sapiens Neanderthalensis cuyo destino final sería la
extinción, la cual coincidiría con el avance colonizador del Hombre de
Cromagnon.
De las características físicas del
Hombre de Neandertal es destacable la forma de su cabeza: dolicocéfala,
ligeramente aplanada, con una capacidad
craneana bastante elevada (1.450cm3); presenta asimismo prognatismo
facial, con un mentón mínimo en una fuerte mandíbula, nariz chata y unos ojos
aparentemente hundidos bajo salientes arcos supraorbitales. Un cuerpo robusto
con una estatura media aproximada de 160 centímetros, brazos ligeramente
alargados con un especial desarrollo del brazo en relación con el antebrazo.
Todas estas características morfológicas pueden ser el resultado de una adaptación
para conservar el calor corporal en un ambiente glaciar como el que caracteriza
al Pleistoceno.
Tradicionalmente se ha asociado el
Paleolítico medio con el Hombre de Neandertal y con la cultura Musteriense,
de manera que resultan términos prácticamente equivalentes, lo cual produce una
falsa sensación de homogeneidad para ese periodo de tiempo. en la actualidad,
aunque en líneas generales se mantiene esta concepción, la realidad
arqueológica es mucho más complicada debido principalmente a las dificultades
para definir el complejo musteriense, así como sus límites cronológicos,
implicaciones e interpretaciones.
El marco cronológico de la presencia
del Hombre de Neandertal se abre hace más de 200.000 años y concluye en fechas
posteriores a los 30.000 BP., ya que en algunas zonas geográficas del sur
europeo perduraron durante algunos milenios dentro del Paleolítico superior.
La variabilidad de las condiciones
climáticas que se suceden en el Paleolítico medio, como el cambio entre la
relativa benignidad del interglaciar Riss/Würm y los rigores del Würm, impulsaron
a estos grupos de caza-recolectores a buscar refugios, más protegidos que los
habituales al aire libre, en abrigos rocosos y cuevas, intentando además que
éstos estuvieran situados en corredores naturales, preferiblemente cercanos a
la costa y a baja altitud, lugares de tránsito con varios nichos ecológicos, en
los que se dedicaban a una caza oportunista, lo cual les permitía una obtención
de recursos diversificada, a la vez que les facilitaba la movilidad entre los
distintos espacios explotados. Un dato que puede ser vinculado a esta movilidad
es el ciclo de ocupación / desocupación:
“Los mismos grupos humanos debieron
mantenerse durante temporadas prolongadas, acaso a lo largo de generaciones y
volviendo unos tras otros (discontinuamente) durante milenios, en los mismos
territorios y sitios en cuevas y abrigos. Así se explica la gran potencia total
de los niveles arqueológicos depositados durante el Musteriense en algunos
yacimientos, intercalándose con horizontes estériles representativos de otros
tantos periodos de abandono.” (Barandiarán et
al., 2002:51)
Son yacimientos de estas
características: Pendo, Castillo, Morín, Peña Miel I, Cova Negra, Axlor,
Carigüela, Lezetxiki, Romaní... (ver figura 1)
Algunos emplazamientos del Paleolítico medio
aparecen concentrados en áreas reducidas y relativamente próximas entre sí,
posiblemente los territorios circundantes, en un radio de 5 a 10 Km en torno a
éstos, se articulaban y confundían en un área mayor de probable explotación en
común. Puede decirse que existían algunas relaciones de dependencia cultural
entre los distintos grupos, incluso advertirse (en casos excepcionales) una articulación
funcional entre los emplazamientos principales y otros menores o satélites que
podrían ser: sitios de aprovisionamiento y taller de industrias líticas,
lugares de observación y control del territorio, cazaderos o lugares de
despiece y carnicería, incluso campamentos de ocupación habitual.
En los sitios musterienses se disponían
los hogares con o sin delimitación de piedras,
se levantaban pequeñas construcciones que servían de paravientos o para
la protección frente a los carnívoros. Organizaban el espacio interno
seleccionando espacios para destinarlos a distintos servicios comunitarios. Sus
herramientas líticas cubrían las necesidades instrumentales para la caza, el
despiece y el trabajo sobre piel o madera; también utilizaron trozos de hueso,
asta y marfil para elaborar utensilios (Morín, Las Granjas, Peña Miel I,
Lezetxiki y Boquete de Zafarraya). En los niveles arqueológicos se han
observado también indicios de actitudes rituales o simbólicas como la recogida
y conservación de materiales llamativos por sus colores y formas (fósiles,
conchas, pigmentos, cristales de roca...) y se cuidaron de preparar el depósito
de sus muertos (Boquete de Zafarraya y el más seguro enterramiento de la Cueva
del Sidrón). También se han hallado huesos humanos fracturados con posible
intención antropofágica (Boquete de Zafarraya, Carigüela, Lezetxiki, Axlor, Los
Casares y la Cova Negra), algunos prehistoriadores sugieren una diferenciación
cultural notable entre los grupos neandertalensis clásicos que practicaban habitualmente
la inhumación, y los neandertalensis “microdontos” gráciles entre los que se
practicaría el canibalismo.
La industria musteriense es de
tradición achelense, se caracteriza por las innovaciones tecnológicas en
la talla derivadas del procedimiento levalloisiense que, a grandes
rasgos, consistía en preparar cuidadosamente el plano de percusión del núcleo
con una serie de golpes con el fin de obtener una lasca de corte más largo
(lasca levallois). Estas lascas, o las obtenidas sin este método,
después se retocaban para obtener raederas, cuchillos, puntas, denticulados...
En general obtuvieron un reducido número de tipos pero caracterizados por una
amplia potencialidad de uso, variedad reducida pero estable durante más de
doscientos mil años aprovechando las materias primas disponibles en cada región
(sílex, cuarcita, cuarzo...) que fueron suficientes para proporcionar a los
neandertales un adecuado equipamiento de subsistencia.
La tipología instrumental ofrece muy
distintas proporciones en los yacimientos y niveles arqueológicos musterienses,
de modo que unos tipos perduran, son sustituidos por otros o se mezclan. No hay
acuerdo a la hora de explicar el sentido de estas agrupaciones, no responden a
una evolución en etapas sucesivas “posiblemente dependen de las
circunstancias regionales, estacionales o funcionales que, en cada caso, exigen
el recurso a tal o cual lote concreto del conjunto de los instrumentos que
estaban a disposición de «todos los musterienses»” (Barandiarán et al., 2002:49), es decir, en todas partes y
a lo largo de la dilatada duración del Paleolítico medio.
Las facies musterienses fueron
clasificadas en Francia por Bourgon y Bordes, proponiendo cuatro grupos basados
en el mayor o menor predominio de denticulados o raederas:
-
Musteriense
típico: Predominan las raederas y
son habituales las piezas apuntadas como las puntas musteriense y levalloisense.
Presente en el área mediterránea peninsular.
-
Musteriense
charentiense: Predominio generalizado
de las raederas. Con dos subdivisiones: La Quina, de carácter no levallois;
y, La Ferrasie, con recurso frecuente a soporte en lasca levallois y aumento de raederas de filo denticulado.
Presente en el área mediterránea, en la cantábrica y en la Meseta.
-
Musteriense
de denticulados: Fuerte
porcentaje de lascas denticuladas y con muescas, pocas raederas y apenas
bifaces y puntas de dorso. El índice de lascado levallois varía según
yacimientos. Presente en Cantabria.
-
Musteriense
de tradición achelense:
Estructurada en dos fases sucesivas. La fase A, más antigua, comprende bifaces,
raederas (escasa la del tipo La Quina), cuchillos de dorso, denticulados,
lascas de técnica levallois
también otros útiles como buriles, perforadores, rascadores... que prefiguran
las industrias del Paleolítico superior. En la fase B, más reciente, disminuye
el número de bifaces y raederas, al tiempo que aumenta la proporción de los
instrumentos más propios del Paleolítico superior: cuchillos de dorso y
denticulados. De esta última fase deriva el Chatelperroniense. Presente en el área cantábrica.
2. Transición. Llegada del
Hombre de Cromagnon
Estas culturas coinciden con el inicio
del Paleolítico superior (35.000-10.000 BP), con la cultura Auriñaciense arcaica
(que presenta en muchos aspectos relación con la Musteriense) y con la
llegada de nuevos grupos humanos (Hombre de Cromagnon) que salieron de África y
pasando por Oriente Próximo (restos de 90.000 años) colonizaron Asia (75.000
BP), Australia y Europa (40.000 BP) y América (15.000BP). Estos recién llegados
son nuestros ancestros directos y sus rasgos físicos muestran diferencias
notables con los del Hombre de Neandertal, por ejemplo: el cilindro corporal de
este hombre moderno es más estrecho, sus huesos más ligeros, la caja craneal es
más esférica como respuesta a la expansión cerebral, sus facciones son más
reducidas y con mentón prominente.
“Los hombres de Cromagnon (Homo
Sapiens Sapiens) del Paleolítico superior contribuyeron al progreso general de
la Cultura con destacadas novedades en aspectos concretos de los sistemas de
vida, técnicas, expresión gráfica, rituales, etc. Destacan:
-
La progresiva
especialización en el aprovechamiento de los recursos de los distintos parajes
y en las diversas temporadas del año; con esta optimización en la explotación
del medio, recurriendo a un utillaje cada vez más diversificado, la llamada
«economía oportunista» de las poblaciones del Paleolítico inferior y medio es
sustituida por la «economía especializada» de los activos caza-recolectores del
Paleolítico superior.
-
La
producción estandarizada de soportes líticos finos y alargados (las llamadas
láminas u hojas) a partir de las cuales se fabricará la mayor parte del
utillaje del Paleolítico superior que, precisamente por eso, ha sido denominado
también Leptolítico, es decir, de industrias líticas ligeras.
-
El recurso
a huesos y , sobre todo, astas de cérvido (reno o ciervo) y marfil para
elaborar un sofisticado instrumental, tanto de uso corriente como de adorno.
-
La
realización de un espectacular repertorio de representaciones gráficas sobre
rocas (arte rupestre) sobre instrumentos
y placas de menor tamaño (arte mobiliar)”
(Barandiarán et al.,
2002:53-54)
Para mantener esta opinión de
aculturación hay que tener en cuenta que la caracterización del tránsito del
Paleolítico medio al superior es difícil de establecer debido a la falta de
yacimientos con niveles estratigráficos representativos de ambos periodos; las
dataciones también son escasas por lo que poco se puede precisar de las
características del Musteriense final y de las situaciones históricas de
contacto entre ambas especies, así como el grado de influencia y de relación o
cuál fue la duración de la etapa de convivencia. Sólo puede decirse que
alrededor de 28.000 BP las industrias del musteriense
dejan de documentarse, siendo sustituidas por una nueva tecnología lítica
conocida como la talla laminar o Modo 4 propia del Paleolítico superior.
Por otra parte los nuevos datos
arqueológicos que van apareciendo permiten establecer que los neandertales eran
capaces de producir esta industria evolucionada: “por lo que su aparición en
contextos próximos al contacto entre ambas poblaciones no tiene por qué ser
explicada a partir de fenómenos de simple aculturación o copia [...] sea
cual haya sido la diferencia genética entre neandertales y cromañones, los
primeros fueron capaces de desarrollar las tecnologías necesarias para la
fabricación de la mayor parte de los objetos que utilizaban los segundos, el distinto papel desempeñado por estos
objetos ha de valorarse en términos históricos, producto de la complejidad
social alcanzada por las distintas sociedades humanas y no en meros términos
biológicos, centrados en una diferenciación de las capacidades cognitivas de
marcado carácter revolucionario, con un forzado antes y después en la aparición
de la mente moderna”. (Valentín Villaverde et al.,
2001:180)
El proceso de aparición del Paleolítico
superior es más temprano en la cornisa cantábrica y en Catalunya que en el
resto de la Península Ibérica. Las nuevas dataciones radiocarbónicas obtenidas
en la Cueva del Castillo, en L’Arbreda y en La Viña, sitúan las industrias
auriñacienses en los alrededores del 38.000, 36.000 y 34.000 a. C.
respectivamente, ofreciendo por tanto el comienzo del Paleolítico superior un
gradiente cronológico de norte a sur coherente con la idea de que la parte
meridional peninsular constituyó una zona de refugio y perduración del
Paleolítico medio y de las poblaciones de neandertales hasta el Würm
reciente (estadio isotópico 3), como se confirma en las series de los
yacimientos con datación absoluta, a partir del C14, que entran en
el lapso temporal de los 35.000 a los 25.000 BP: Boquete de Zafarraya,
Carigüela, La Ermita, y en Portugal: Gruta Nova de Columbeira, Caldurâo y
Figueira Brava; donde también aparecen restos humanos neandertales asociados a
industria lítica sin rasgos propios del Chatelperroniense y sin
evidencias de transformación hacia el Leptolítico. L. Raposo y J. L. Cardoso
explican esta permanencia en el tiempo por las condiciones de aislamiento de
algunas zonas de la Península Ibérica.
Tras este periodo de transición se
desarrollan culturas propias del Paleolítico superior y del Homo Sapiens
Sapiens: el Auriñaciense típico (31.000-27.000); el Auriñaciense
avanzado; el Gravetiense y el proto-Magdaleniense (27.000-19.000);
y en el transcurso del Würm IV se suceden: el Solutrense, el Magdaleniense
y el Aziliense, este último asociado al Epipaleolítico.
Los grupos de Sapiens Sapiens se
asentaron durante el Würm III en la mayor parte de las cuevas que ya
fueron utilizadas durante el Paleolítico medio y otras de nueva ocupación como
Cueva Camargo y Altamira, todas ellas ubicadas en zonas costeras y áreas de contacto
con los valles interiores, desplazándose por amplias zonas para la obtención de
recursos, como los propios de la costa que paulatinamente irán constituyendo un
aporte importante en su dieta, aunque la caza seguía siendo la actividad básica
seleccionando piezas de tamaño medio-grande (caballos, bóvidos, ciervos...)
tendiendo progresivamente hacia una caza especializada en ungulados. El
desarrollo tecnológico y las constantes innovaciones en los modos de
confeccionar el armamento de caza favorecieron un crecimiento demográfico como
se constata en el gran número de yacimientos de la cornisa cantábrica, el
Pirineo oriental, el levante y el sur peninsulares.
“En las industrias auriñacienses son
muy frecuentes los raspadores y buriles, así como laminitas con retoque
continuo sobre un borde o dos (hojitas Dufour). En los primeros momentos de la
industria ósea, aparecen azagayas de sección aplanada y base hendida. En
horizontes auriñacienses más avanzados tiende a sustituirse la base hendida por
otras apuntadas, redondeadas o recortadas en ocasiones, y la forma de la
azagaya se hace husiforme o losángica. Estos tipos finales corresponden ya a
los conjuntos del último tercio del Würm III: Gravetiense (o perigordiense
superior). En estas industrias (Gravetiense) veremos el aumento numérico de las
azagayas y, a su vez, el desarrollo laminar en el utillaje lítico. Aumentan los
buriles en la industria lítica. Destaca la punta de La Gravette y las piezas
sobre laminillas retocadas (microgravettes), aunque también se documentan
puntas con base en pedúnculo (nivel V de El Pendo).” (Teresa Orozco, apuntes)
4. Hipótesis sobre la
extinción del Hombre de Neanderthal
4.1. Extinción a través de la
violencia
Esta hipótesis, defendida por Milford Wolpoff,
propone que en su avance colonizador el Homo Sapiens Sapiens utilizó la
violencia contra las poblaciones nativas de neandertales hasta causar su
extinción. Para plantear esta hipótesis se apoya en la lamentable historia
colonizadora humana de los últimos siglos como el genocidio casi total de los
indios norteamericanos o de los aborígenes australianos entre otros.
Pero este planteamiento tiene sus
detractores, los cuales consideran que no necesariamente nuestros antepasados
remotos tenían un comportamiento como el contemporáneo o histórico. Además, el
registro arqueológico no lo avala, no hay ningún dato más allá del Neolítico,
ni en pinturas, ni en fósiles humanos, que indique algún tipo de confrontación
violenta.
“La guerra hunde sus raíces en la
necesidad de posesión territorial cuando las poblaciones se han hecho agrícolas
y necesariamente sedentarias [...] No creo que la violencia sea una característica innata del
género humano, sino necesariamente una adaptación desafortunada a unas circunstancias
determinadas.” (R. Leakey y
R. Lewin, 1994:197) “Cómo
y cuándo nos volvemos agresivos es algo que, más que de nuestros genes, depende
de nuestra cultura [...] En los seres humanos no existen impulsos,
instintos ni predisposiciones para matar a otros seres humanos.” (M. Harris, 1987:52-60)
Además, cuando nos remitimos a las
dataciones efectuadas, en relación con el tiempo en que coexistieron juntos
cromañones y neandertales, que puede ser del orden de los 15.000 años, se puede
deducir que los neandertales no fueron arrollados por los humanos
modernos, sino sustituidos en un proceso lento. No parece razonable pensar que
estuvieron todos esos milenios guerreando entre ellos.
4.2. Extinción a través de la lucha
competitiva por los recursos
Durante el Paleolítico superior, los
campos cultural y social experimentaron un ritmo de desarrollo y una evolución
de rasgos muy diferentes a los observados en los últimos neandertales. Las
diferencias básicas entre ambas especies eran de tipo social; los cromañones
constituían comunidades más densamente pobladas, crearon redes de comercio y
tenían un mayor contacto social con otras comunidades que en caso de necesidad
podían servirles de apoyo. Estos lazos sociales obligaron a una mayor
complejidad en las cualidades cognitivas a la vez que aumentaban las distancias
de tránsito y de relación social. Los espacios recorridos por los humanos
modernos eran unas diez veces más grandes que los recorridos por los
neandertales, como nos muestra el registro arqueológico con evidencias de
trueques. Se puede suponer que este comercio redundaba en otros tipos de
interacción social entre comunidades, entre las que se establecían vínculos
familiares, alianzas de diversa índole, en definitiva una transmisión de
información y conocimientos, gracias a un lenguaje que se supone superior al de
los neandertales, y que, según E. Carbonell y R. Sala, podría ser muy similar al nuestro, a tenor de lo que se ha averiguado a partir de los
restos hallados (E. Carbonell y R. Sala,
2000:163).
Pero es la densidad de su actividad, y
no una supuesta ventaja cualitativa biológica, lo que haría posible una pericia
superior en los cromañones a la hora del manejo y aprovechamiento del medio.
Sus poblaciones crecieron tanto en tamaño como en su distribución geográfica
que, unido a las fluctuaciones climáticas, llevó a una limitación de recursos y
por tanto una mayor competencia por conseguirlos, así los neandertales, menos «diestros»,
se vieron obligados a replegarse hacia áreas marginales donde por algún tiempo
constituyeron comunidades autosuficientes, aisladas geográficamente y reducidas
hasta su extinción final.
Desde otro punto de vista, Ezra Zubrow
decía que “basta una pequeña ventaja demográfica (por ejemplo
diferencias en las tasas de mortalidad) para que las formas modernas crezcan
rápidamente y las arcaicas se extingan.” (R. Leakey y R. Lewin, 1994:197)
A modo de conclusión
En relación con estas dos hipótesis,
muy posiblemente ambas se conjugaron en algún momento del largo periodo
colonizador del hombre moderno. Sea por la vía de la violencia o de la
competencia, evidentemente se efectuó sobre la población neandertal una presión
que dio lugar a su extinción. De cualquier manera, hay que tener en cuenta que,
aunque con un marco cronológico variable, los neandertales sobrevivieron
durante un periodo de tiempo de aproximadamente 230.000 años, en tanto que los
humanos modernos, de momento, llevan sobre la Tierra unos 130.000 años. Al
ritmo que llevamos, en lo que se refiere a los daños irreparables que nuestra
actividad produce en el medio, parece difícil superar su marca. Quizá la
diferencia fundamental, entre nosotros y los neandertales, es que éstos
respetaban y se adaptaban al medio, en cambio nosotros adaptamos el medio a
nuestras «necesidades» a conveniencia, transformándolo sin ningún tipo
de escrúpulos, de tal forma que si no ponemos remedio vamos por el camino
seguro de la extinción de nuestra propia especie.
JUANA SÁEZ JUÁREZ
Diciembre de 2002
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