GRANADA, HISTORIA DE UN PAÍS
ISLÁMICO (1232-1571)
Miguel Ángel Ladero
El
autor, Miguel Ángel Ladero Quesada
fue investido honoris causa por la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Cádiz el 22 de abril del 2004. Licenciado y
doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid obtuvo la plaza de
profesor agregado de historia de la Edad Media Universal y de España en la
Universidad de la Laguna donde accedió mas tarde a la categoría de Catedrático
Numerario. En 1974 se trasladó a la Universidad de Sevilla y poco después ala
Complutense donde hoy continua su magisterio. A su amplia participación en
tribunales de tesis, premios científicos y plazas docentes o de investigación
en España y en el extranjero se suma su larga trayectoria investigadora, con
dos centenares y medio de obras publicadas que han permitido grande avances en
el conocimiento de la fiscaliza, la historia política, las minorías
confesionales, entre otros. El tema de su tesis doctoral fue la conquista y
repoblación del reino de Granada para dirigir mas tarde su investigación hacia
cuestiones de Hacienda y fiscalidad que le han otorgado el reconocimiento
mundial. En 1979 publicó Granada,
Historia De Un País Islámico (1232-1571) reeditada en 1979 y 1989, que es
la obra que ahora nos ocupa. En la que realiza una síntesis de la época nasri de Granada, el último reino islámico en la Península
Ibérica, que básicamente comprendía las actuales provincias de Granda, Almería
y Málaga, y que, aunque amenazado constantemente por los conquistadores
cristianos logró perdurar durante 260 años como musulmana y 79 años mas como
morisca.
En la
primera parte de su síntesis, Ladero expone la situación geográfica, social,
económica, cultural y política de emirato nazarí. Así destaca el carácter alpino
del emirato, situado en el sistema bético peninsular cuyas estribaciones
montañosas constituían las fronteras del emirato y le otorgaba un carácter de
fortaleza natural de fácil defensa. La extremada diversidad geográfica con tres
grandes zonas diferenciadas que condicionaban su agricultura como era: las
estepas orientales, la franja mediterránea del sur y el sur intrabético,
donde destaca la rica vega de Granada surcada por el río Genil
y corazón del país del cual partían las vías de comunicación del emirato. La
geografía nazarí ya fue descrita por los escritores musulmanes (entre las descripciones mas notables
destacan las del Edrisi y Al- Udri,
Al- Umari, Ibn batuta y
sobre todo la contenida en la Ihata y la Lamha de Ibn al-Jatib, también las de Al-Saqundi,
Ahmad al- Qalqasandi y Abd al-Basit) que constituyen
la fuente básica para el conocimiento del periodo, complementada con crónicas
cristianas y los relatos de viajeros.
El
emirato se dividía de forma meramente descriptiva en Coras (Cora de Elvira, cuya cabeza era la ciudad
de Granada; Cora de Rayya,
Málaga; y la Cora de Bayyana,
Almería),
mientras que los distritos administrativos eran los “climas”. También existían
en las áreas montañosas las Taas, divisiones de
carácter militar.
La
ciudad de Granada fue elegida como capital del emirato nazarí debido a su
privilegiada situación para dominar el conjunto de las cadenas béticas. Destaca
en la Colina Roja la Alambra (tuvo su origen en una pequeña
fortaleza del siglo XI convertida en alcazaba posteriormente y reformada y
ampliada por los sucesivos emires hasta el siglo XVI. Destacan sobre todo las
de Yusuf I y Muhammad V), convertida en
ciudad fortaleza palatina desde Muhammad III. Las
ciudades importantes tenían en común que contaban con un núcleo amurallado, la
Medina, donde se concentraban las principales funciones religiosas, judiciales,
administrativas, comerciales y militares. A su alrededor se disponían los
arrabales y estos rodeados por la habitual cintura de vergel y huerta,
salpicados a su vez de núcleos de población, alquerías, almunias, pequeñas
villas y palacetes, además de torres para servir de refugio improvisado y gran
cantidad de puestos de vigilancia y escucha que constituían una eficaz red
defensiva frente a las algaradas del enemigo cristiano. Las ciudades eran
además los centros de las actividades artesanales y comerciales cumpliendo los
cometidos de consumidora, productora y distribuidora.
Para
hacer posible su supervivencia, el emirato, tuvo que hacer un importante
esfuerzo para intensificar las fuentes de riqueza agraria y mercantil a través
de aprovechamiento máximo de las técnicas de regadío con una minuciosa
regulación del uso y reparto del agua en las vegas y hoyas granadinas, que
proporcionaban así una gran abundancia de productos hortícolas y frutícolas
para el mercado interior y exterior compensando el déficit en cereales del
emirato que en ocasiones tuvo que importar. La economía se complementaba con la
ganadería en las zonas montañosas, la pesca en las costeras, los recursos
mineros de sureste y finalmente la cerámica y sobre todo la artesanía textil de
la seda, base de la vida económica urbana y del comercio exterior.
En el
comercio exterior destacan las relaciones mercantiles con los italianos aunque
también fue importante con Cataluña y Mallorca y posteriormente con Valencia. A
partir de 1330 se abrió una nueva corriente comercial Mediterráneo-Atlántico
por el Estrecho de Gibraltar, que revalorizó la situación y los productos
granadinos, sobre todo seda, azúcar, frutos secos y anchova. Los genoveses que
mantenían colonias en el emirato controlaron y organizaron el mercado granadino
y el puerto de Málaga se convirtió en la base fundamental para sus operaciones
comerciales con el emirato y el norte de África, intentando también controlar
el oro sudanés, motor de la circulación monetaria mediterránea. Por otra parte
se produjeron intercambios comerciales a lo largo de las fronteras
cristiano-musulmanas, a menudo ilegales.
La
economía se vio alterada por la conquista castellana, la agricultura y la
artesanía sufrieron un retroceso a pesar de que en los primero años de
convivencia se fomentaron intercambios y enseñanzas mutuas. La artesanía de la
seda y la cerámica la heredaron los valencianos y en cuanto al comercio
exterior Málaga continuó e incluso mejoró su papel de intermediaria y enlace
con las plaza norteafricanas.
En
líneas generales, el nivel de vida de la mayoría de la población musulmana era
bajo, por lo que en tiempos de carestía por guerra o falta de cosecha, la
supervivencia para los que no tuvieron recurso en tierras o en metálico se
complicaba. La Hacienda nazarí estuvo continuamente sangrada por las elevadas
parias pagadas a Castilla. Parias que se consiguieron a través de la presión
fiscal sobre los súbditos del emirato. Todos
o casi todos los impuestos que pagaban los granadinos eran ilegales porque no
estaban previstos ni en el Corán ni en la Suna; pero la realidad se imponía:
sin dinero no había ejército, ni organización política, ni posibilidad de pagar
parias y, en tal disyuntiva, el emir pudo convencer a los doctores de la Ley
sobre la necesidad de que el resto de los granadinos pagasen, pues ellos y los
bienes“habices”, o tesoro de la comunidad islámica, de cuya renta vivían,
estaban exentos, y pagase mucho ante el temor de que la guerra hiciera su
aparición e impidiera el comercio exterior y la agricultura (Ladero, 1989;
87).
El
nivel demográfico del emirato, fortalecido con continuos aportes migratorios
desde el valle del Guadalquivir y otras zonas ocupadas por los castellanos. La
población total, según datos fiables de 1480, era de trescientos mil habitantes
y desde el punto de vista radiológico los granadinos eran una mezcla de
elementos indígenas, norteafricanos y orientales. La base de la estructuración social
y política la proporcionaban los linajes. El ideal social era el linaje agnático y en menor medida el cognático.
Los aristócratas enlazaban su existencia, fuese cierto o no, a la de alguno de
los treinta y seis linajes originarios de Arabia que se establecieron, según la
tradición, en Granada. Los asentamientos de población según so procedencia y el
control administrativo socio-político, militar y económico en las diferentes
comarcas quedaban vinculados a los linajes. La solidaridad de sangre y el linaje
eran casi la única vía para acceder a puestos de gobierno, además los linajes
formaban grupos políticos que patrocinaban a los emires o provocaban su caída.
Así los linajes eran a la vez causa de unidad y agrupamiento social y de
continuas luchas intestinas entre bandos que provocaban caos y discordias
internas continuas que dieron lugar a sucesivas crisis políticas y sociales que
debilitaron al emirato.
En
cuanto al ejercicio de poder, Muhammad I, al
consolidar su dominio en Granada, se nombró emir, que equivalía a un dominio
absoluto de sus súbditos, pero en la práctica estuvo limitado por las
tradiciones de gobierno islámicas y el poder de los cabecillas de cada linaje.
El poder del emir estaba limitado principalmente por su condición de vasallo
del rey de Castilla y del reconocimiento o no de este vasallaje dependía la
guerra o la tregua y el consiguiente pago de parias. El emir tenía derecho a
nombrar su sucesor pero, en realidad, el juego sucesorio no se realizó de forma
tranquila, la tensión y la agresión fueron frecuentes en la familia real. El
emir se apoyaba en un visir, pero en general, en Granada hubo pocos “Hayid” (Visir con delegación universal de
poderes).
El conjunto de secretarios (Kittab) a sus órdenes,
formaban el diwan o administración. Pero mas
importante que el gobierno civil territorial era el militar, el emir era ante
todo un caudillo militar y quienes ostentaban parte del poder militar, como los
arreases (Jefes de tropas, cargo vinculado a
jefes de linajes, que asentados en un territorio actuaban de forma
independiente en la guerra contra Castilla y en ocasiones se levantaban contra
el poder del emir), y los alcaldes de fortalezas tenían mas poder que
cualquier dignatario de otro tipo. Además de las tropas privadas de los
linajes, de los visires y la guardia palatina, había dos tipos de tropas
mercenarias, las de origen andaluz y los Cenetes
africanos. Otro poder influyente en la vida y en las instituciones políticas
fue el religioso, basado en la formación teleológica y jurídica Malequí (Una de las cuatro escuelas sunnitas,
la más conservadora y rigorista, y a que siempre basaba su jurisprudencia en la
Sunna y en sus interpretaciones), que imponían una ley y una costumbre a la que
debían de someterse los gobernantes, y controlaban los órganos de justicia a
través de la figura del cadí. En definitiva en Granada mandó el emir, como dictador, rodeado de colaboradores amigos; mandaron
los linajes, como grupos de presión y de unión de intereses, y los militares,
como dueños de la fuerza física, y los teólogos y juristas, como depositarios
de las tradiciones e ideas sobre las que se asentaba el edificio socio-político
granadino (Ladero, 1989;112).
El
emirato nazarí fue creado por Muhammad Ibn Yusuf Ibn
Nars sobre los restos del imperio almohade, fundando
la dinastía nasri. Ante el temor de perder sus
dominios por la fuerza de las armas cristianas ofreció a Fernando III su
entrada en vasallaje y el pago de parias, consolidando así el emirato
granadino. Las relaciones con Castilla fueron una mezcla de hostilidad y
sumisión. En la relación entre ambos estados, en toda la época nazarí, se
alternaron los periodos de tregua y los combates fronterizos.
Alfonso
X confirmó el vasallaje de Muhammed I pero este
último, ante el temor de que el castellano consiguiera la importante plaza de
Túnez y el control del estrecho, tras la toma de Cádiz, incitó una sublevación
de los mudéjares andaluces y murcianos apoyado por
los “voluntarios de la fe” merinies, poder que había
sustituido a los almohades en el norte de África. El
favor que el emir concedió a los norteafricanos provocó la sublevación del
linaje de los Asqilula (Linaje que había apoyado al nazarí a conseguir su poder y
premiado por ello con los títulos de arraez de Guadix y Málaga dominando completamente estos territorios.
No obstante, las diferencias con el emir pusieron en peligro la estabilidad del
emirato),
que ofrecieron su apoyo al rey castellano. Se inicia así un periodo en que las
grandes familias tanto musulmanas como cristianas, también descontentas con su
señor, apoyaron al rey contrario.
La
política de Muhammad II para deshacerse del yugo
castellano estuvo encaminada a lograr el apoyo de los merinies.
Abriendo una nueva época para el emirato caracterizada por la intervención
africana y los enfrentamientos por el control del Estrecho de Gibraltar. Cuando
finalizaron en 1340 los musulmanes habían perdido el control del Estrecho, el
emirato estaba aislado del resto del mundo islámico, mediatizado económicamente
por los italianos y amenazado por la presión militar castellana. Sin embargo,
al fin de la batalla del Estrecho, le siguió un largo y extraño periodo de paz
entre granada y castilla motivado por sendas crisis internas. Ante lo cual, la
política a seguir del nuevo emir Muhammad V fue
mantener la amistad con Castilla que hizo posible gracias a la coyuntura
política castellana y al cumplimiento de sus deberes vasalláticos
apoyando militarmente a Pedro I el cruel en sus campañas contra la Corona de
Aragón y después contra su hermano Enrique de Trastámara
hasta el fratricidio de Montiel.
En
1370 se firmó una tregua entre Granada, Fez y Castilla, que unida a la ya
establecida con la Corona de Aragón concedieron a Granada un largo y honroso
periodo de paz exterior que fue posible tanto por su potencia bélica y
habilidad diplomática de Muhammad V y de su visir Ibn al-Jatib como a la debilidad
de la nueva dinastía Trastámara en Castilla.
Las
hostilidades se reanudaron tras la consolidación de la dinastía Trastámara y la supervivencia del emirato nazarí,
completamente aislado, dependía a lo largo del siglo XV de la fuerza o
debilidad de Castilla, motivada esta por la existencia o no de crisis internas.
Mientras que en el interior del emirato la anarquía política y las discordias
sociales al perder esta el prestigio con las suplantaciones protagonizadas a
partir del pronunciamiento abencerraje (En 1418 los abencerrajes, el linaje
más poderoso del emirato, dieron un golpe de estado que provocó las graves
turbulencias políticas del siglo XV en el que se sucedieron veinte
proclamaciones violentas de emires, motivadas por las ambiciones particulares y
las luchas entre linajes y que serán la causa principal de la debilidad y ruina
del emirato), luchas internas de la familia reinante y de otros linajes que sirvieron
de estímulo para las campañas militares y las intrigas castellanas que
intervinieron apoyando alzamientos o patrocinando candidatos dóciles a sus
intereses. Así a lo largo del siglo XV se alternaron periodos de tregua y los
enfrentamientos bélicos, con continuos avances y retrocesos de la línea de
frontera y en parte debido al gran prestigio político y social que otorgaban
los triunfos sobre los musulmanes a quienes lo protagonizaban. En este sentido
se puede inscribir el cerco y toma de Antequera (1410) por el regente
castellano Fernando o la importante gesta de Don Álvaro de Luna delante de los
muros de Granada.
Ladero
defiende que la población cristiana tenía una imagen distorsionada de la realidad
granadina configurada a través de la configuración de elementos maravillosos y
sobrenaturales en la consideración del “otro” musulmán, interponiéndose en la
valoración y juicio de la cruda realidad. De este modo, la tierra islámica se
convirtió en el imaginario cristiano en lugar de refugio y enriquecimiento, y
fuente de leyendas sobre cautivos y martirios cristianos. En líneas generales,
la imagen del musulmán oscilaba entre la desconfianza a ellos como posibles
traidores y la que los presentaba de honra y buen trato.
Las
gestas caballerescas, la cruzada y el mesianismo fueron ideales utilizados por
la propaganda política cristiana. De la convicción de estar haciendo una guerra
santa se derivaron la fe en los milagros y las justificaciones ideológicas,
éxitos y fracasos se interpretaban en clave providencialista (universo mental
compartido con los musulmanes aunque con diferente argumento) de este modo la
guerra final se vivió con un prolijo ambiente mesiánico, Granada podía
significar el comienzo de la conquista cristiana que conduciría a la de los
Santos Lugares. Fernando y la instauración de una monarquía universal previa a
la venida del Mesías, estaban destinadas a dirigir tal empresa.
En
cuanto a las relaciones entre ambos países en los territorios de frontera en
los periodos de tregua estaban reguladas por instituciones como el juez de
frontera (Posiblemente una pareja, musulmán y
cristiano, por cada sector fronterizo. El juez musulmán resolvía las peticiones
cristianas y viceversa), los “fieles del rastro” (Policía fronteriza especial que auxiliaban al juez de
frontera),
o los alfaqueques (Se encargaban de los tratos de compra
y canje de cautivos, así como de la seguridad de los mercaderes y viajeros que
circulaban de un lado a otro de la frontera).
La
organización bélica de la frontera, tanto por parte castellana como granadina,
se recurría a la división en zonas y en cada una de ellas una o varias
ciudades-base, torres de vigilancia, etc. A diferencia de la granadina, con
unidad de acción política y militar, la organización castellana era muy
compleja y difícil de mantener debido al diferente origen de las fuerzas que
participaban: concejos, nobleza, órdenes militares. Para salvar este defecto
había numerosos cargos militares (Adelantados, capitán mayor, caudillo
mayor, capitán general, frontero mayor. Otras figuras típicas de frontera eran
nobles desterrados y homicianos, pero sobre todo
destacaban los almogávares, “hombres de campo” y adalides que se sustentaban
del botín obtenido en sus algaradas) para dirigir las operaciones. Escalos y
algaradas se complementaban con otras formas de guerrear como las talas, los
asedios y las escaramuzas, que a veces degeneraban en batalla campal. Para las
campañas bélicas se debía organizar el ejército ya que éste no era permanente.
Las huestes eran muy heterogéneas y acudían a la llamada del rey. Para
financiar las campañas se hacía uso de recursos extraordinarios: servicios
concedidos en corte, subsidios del clero, bulas de cruzada, empréstitos del rey
y el propio botín.
En
1480 con el fin de la Guerra Civil Castellana y el definitivo asentamiento de
Isabel I en el trono, por primera vez se daban en Castilla las condiciones
necesarias para realizar la conquista total de Granada, que fue favorecida por
la agudización de la crisis económica y política granadina, que la diplomacia
de Fernando supo explotar y por otro lado, por la fuerte decisión de Isabel,
que consideraba que la cuestión granadina se debía resolver de una vez por
todas sin supeditarla a otras empresas como pretendía Fernando interesado en
resolver sus problemas territoriales en Francia.
Las
luchas civiles granadinas eran debidas a las luchas intestinas entre dos
bandos: el partidario del emir Abú l-Hasan Ali y de su
hermano El Zagal, y el partidario del hijo del emir Muhammad
XII (Boabdil). Este último, capturado por los
castellanos, firmó con Fernando una tregua que confirmaba su vasallaje. Y
posteriormente se firmarían otros pactos entre ambos monarcas.
Ladero,
ante la actitud pactista de Boabdil
se plantea si éste fue un político débil dispuesto a traicionar a su pueblo o
por contrario un buen político, que consciente de la superioridad cristiana,
renunció al título de emir a cambio de un señorío donde poder salvaguardar lo
que pudiera del Islam hispano.
A
partir de 1484 los Reyes Católicos llevaron a cabo una larga y tenaz serie de
asedios utilizando la artillería que condujo a la toma progresiva de las plazas
granadinas. Y en 1491 se dispuso el cerco de Granada y la construcción de Santa
Fe. El tiempo y la actitud pactista de Boabdil influyeron a favor de Castilla y la capitulación de
Granada tuvo lugar el día 2 de enero de 1492. Se inicia así una nueva época
para Granada, presidida por el régimen de capitulaciones, que aunque fue muy
variado tenían en común el respeto a la libertad personal y en definitiva, los
diferentes aspectos de la cultura islámica. En líneas generales, la corona y
los grandes señores intentaron que se cumpliera lo otorgado para evitar
sublevaciones, pero amparados en la legalidad, se fueron introduciendo medidas
que humillaron y recortaron privilegios. Todavía mas grave para los vencidos
fue la presión humana (En
1530 casi la mitad de la población total eran cristianos viejos. El crecimiento
demográfico de Castilla creó la necesidad de tierras y fue una de las causas de
la conquista de Granada), ideológica y cultural ejercida por los repobladores
cristianos que establecieron su propio régimen militar, administrativo,
jurídico y religioso, y reivindicaban una posición diferente ante el vencido.
El abismo cultural e ideológico entre ambas comunidades impidió la integración
y favoreció el antagonismo y la violencia. En este contexto de crispación, la
actuación de Cisneros, provocó una reacción en cadena de sublevaciones
mudéjares para defender sus estatutos, que daría lugar a la desaparición legal
de la sociedad mudéjar entre 1499 y 1501, ya que a cambio del perdón general se
exigía la conversión y la incorporación al régimen administrativo y jurídico
castellano, iniciándose así una nueva etapa granadina: la morisca. Pero en la
realidad, a lo largo de setenta años se practicó la “taqiyya” (Disimulación. Los teólogos islámicos emitieron fatwas (opinión o camino) tanto de autorización como de
reprobación, en este último caso desaconsejando la permanencia estable de
musulmanes fuera de tierra islámica ya que entrañaba el incumplimiento de la
ley coránica) manteniendo en secreto los preceptos y costumbres islámicas a pesar
de las continuas presiones cristianas para que las abandonaran. La persistencia
de la identidad morisca, con el reiterado incumplimiento de las disposiciones
regias, indujeron al intransigente Felipe II a tomar medidas que significaban
la proscripción de una cultura por decreto y que condujo a la sublevación
desesperada de los moriscos liderados por Muley Muhammad Aben Humeya,
que será duramente reprimida por don Juan de Austria, y para solucionar de una
vez por todas el problema de inasimilación social y
cultural se eligió la vía del desarraigo con la deportación masiva de los
supervivientes moriscos a otros lugares de Castilla. Así desaparecía, a finales
del siglo XVI, la Granada islámica como ente histórico.
Juana
Sáez Juárez