AUGUSTO Y LAS
GUERRAS CÁNTABRAS
El año 27 a. C. fue una fecha clave en
la historia de Roma y en la vida de Augusto. A raíz de la muerte de César, en
el 43 a. C., se desarrolló la larga y cruenta guerra civil que terminó con la victoria
de Octavio sobre Marco Antonio en la batalla de Accio. Esta victoria puso en
manos de Octavio poderes militares y políticos ilimitados, los cuales
institucionalizó, en este año 27, mediante un acuerdo con el Senado,
depositario y representante de la tradición y de la legalidad republicana. Esto
supuso de hecho la liquidación de la República y la instauración de un nuevo
sistema político, el Imperio, basado en el poder personal de Octavio, quién
recibió con carácter vitalicio los títulos de Augusto y Emperador.
En ese momento fue cuando se concibió
la expedición contra los cántabros y satures, como un golpe de efecto tendente
a consolidar el nuevo régimen. Augusto quiso demostrar con ello que no sólo era
capaz de alcanzar victorias militares ante los propios romanos en una guerra
civil, sino que, en la línea de los grandes generales republicanos, podía
conquistar para Roma nuevos territorios y hacer tributarios a nuevos pueblos.
Los pueblos de norte de Iberia, desde
los tiempos de los Escipiones, habían derrochado fiereza, valor y tenacidad en
la lucha por su independencia, con lo que los sucesivos intentos de los
gobernadores romanos por someterlos habían ido fracasando.
Desde el año 29 a. C., los esfuerzos de
Estatilio Tauro, aunque con algunas victorias, se prolongaban demasiado por
causa de distintos factores: El enorme frente de casi 400 Km; la intrincada
geografía; y la no menos importante belicosidad de las tribus que prodigaban a
través de su guerra de guerrillas como estrategia para desgastar y expulsar al
invasor.
Dos años después Augusto toma parte
activa, como general en jefe del ejército romano, y desembarca en Tarraco para
preparar la campaña de la primavera del 26. La causa oficial de esta campaña
contra estos pueblos, no era sino la eterna justificación defensiva de las
guerras emprendidas por SPQR, en este caso concreto argumentada en las
constantes razzias de estas tribus contra pueblos sometidos a Roma, que además
de mermar su economía, les incitaba a resistirse al poder romano. En realidad
esto último habría bastado para una “guerra preventiva” al uso actual,
Roma ya las hacía, tras la causa oficial estaba la real, los intereses
políticos del emperador y los económicos del imperio, en este caso la
explotación de las ricas minas de la franja cantábrica.
Para alcanzar el éxito Augusto contaba
con unos poderosos efectivos: el ejército de la Ulterior, mandado por Carisio, que debía
actuar coordinadamente con el de la Citerior a las órdenes directas de
Augusto. El conjunto de las tropas estaba formado, según estimaciones
plausibles, por seis o siete legiones además de un buen número de fuerzas
auxiliares. En el ejército de la Citerior se alineaban al menos las
legiones I y II Augusta, IV Macedónica y IX Hispánica, con un total de entre treinta
y cincuenta mil efectivos. En el de la Ulterior estaban las legiones V
Alaudae, VI Víctrix y X Gémina que junto con las tropas auxiliares podían
superar los 20.000 soldados. Por el otro bando, la población total estimada era
de unos cien mil habitantes por lo que los combatientes cántabro-astures no
podían ser más de 25.000. a pesar de la gran diferencia, la guerra no resultó
ni tan barata ni tan corta como parece que el Emperador y sus asesores
esperaban, pero una buena promoción bien dirigida por los intelectuales
(poetas, historiadores...) afines al régimen contribuyó a que se lograsen los
objetivos propagandísticos previstos. La guerra se presentó como la culminación
de una larga empresa de Roma, la sumisión total de Hispania, iniciada 200 años antes,
y cuyo éxito redundaba en el mérito y en la gloria del nuevo Emperador. El
propio Augusto, en su obra Res Gestae, una especie de testamento
político, queriendo resaltar sus aciertos donde otros habían fracasado, cuenta:
«Rescaté
en Hispania, vencidos los enemigos, numerosos estandartes militares perdidos
por otros generales.»
En realidad tras los primeros
enfrentamientos, Augusto estuvo a punto de morir como consecuencia de un rayo, que
mató a uno de los porteadores de su litera, cayó además enfermo y tuvo que
retirarse a Tarraco dejando que su legado Antistio finalizara la campaña, y
creyendo haber logrado la victoria, cuando la guerra no había hecho más que
comenzar, regresó a Roma el 25 a. C. celebrando el fasto en la capital con gran
pompa, proclamando la pacificación del Imperio con el ostensible gesto de
cerrar las puertas del templo de Jano. Mientras tanto, en la Península, las
tropas de SPQR, lenta pero inexorablemente fueron logrando una
“pacificación” cimentada pura y simplemente en el genocidio y la esclavización
de la población.
Cántabros y astures, por su parte,
mantuvieron la resistencia hasta un grado extremo de heroísmo, prefiriendo
incendiar sus castros y suicidarse en masa antes que caer vivos en manos del
enemigo. Ni aún así se consiguió la pacificación. Todavía en el 19 a. C.,
muchos de los prisioneros de guerra que habían sido vendidos como esclavos,
asesinaron a sus dueños y regresaron a sus lugares de origen para prender de
nuevo la llama de la rebelión. Fue necesaria la presencia en la franja
cantábrica del experimentado Agripa, a quien poco antes Augusto había honrado
convirtiéndole en yerno y heredero. En colaboración con el legado de la Citerior
emprendió una agotadora y sangrienta guerra de exterminio que, finalmente,
consiguió el deseado objetivo, no sin grandes pérdidas para las fuerzas romanas
que en alguna ocasión flaquearon en su espíritu combativo ante la ferocidad del
enemigo. Atrás quedaban miles de cántabros muertos, aldeas arrasadas,
poblaciones enteras arrancadas de sus alturas y reasentadas en el llano
litoral. Sólo sobre un “humeante cementerio en ruinas” pudo imponerse por fin
una nueva organización territorial bajo el dominio romano.
Bibliografía
Roldán Hervás, J. M., 2001: Historia Antigua de España I (Vol. I) U.N.E.D. Madrid ISBN 84-362-4396-X
Teja, Ramón,
1987: “Motivos
para una conquista” Historia 16, nº
61: pp.
62-71