LA GLOBALIZACIÓN
DEFINICIÓN,
FACTORES, CAUSAS, AGENTES
La globalización es el nombre dado al proceso por
el cual las diversas economías nacionales se van transformando paulatinamente y
de forma acelerada, desde el último cuarto del siglo XX, en una sola economía
mundial o global, ahora que prácticamente todas las economías de planificación
estatal han desaparecido y las que quedan se están integrando plenamente en
ella.
El término globalización está sujeto a multitud de
matices, de ahí su grado de ambigüedad, pero en el fondo no es más que una
nueva fase expansiva del capitalismo, sistema económico que no puede permanecer
sin crecer, so pena de entrar en crisis y desaparecer. Pero el capitalismo
siempre ha sido internacional o mundial, incluso desde sus orígenes, no en vano
las metrópolis coloniales financiaron en buena medida sus revoluciones
industriales con los fondos provenientes de la explotación de sus colonias y
con los beneficios de un comercio desigual a partir de sus producciones
industriales. A la internacionalización del comercio siguió la de la
producción, y con ella la del capital, bien fuera como inversiones exteriores
directas (multinacionales) o en calidad de préstamos. Esta fue la fase del
imperialismo económico.
Entonces, ¿dónde está la diferencia? Por un lado,
en la fase imperialista, aunque suponía la interpenetración de unas economías
nacionales con otras, el capital estaba confinado en los respectivos espacios
nacionales o, en cualquier caso, sujeto a una serie de normas proteccionistas
de todo tipo que impedían su libre circulación y la de las mercancías; por otro
lado, el espacio o la distancia y el tiempo eran sinónimos de rozamiento para
la movilidad del capital en el sentido en que los mercados financieros operaban
con cierta independencia, o más bien, con escasa sincronización.
Cambiar todo esto, es decir, eliminar los límites a
la movilidad de los capitales y al comercio ha sido propiciado por dos factores
cruciales:
· El renacimiento del liberalismo económico, el
neoliberalismo, doctrina económica basada en el “fundamentalismo de mercado”
según la cual, las actividades económicas son más eficientes si no encuentran
trabas a su realización, lo que supone: liberalizar, sin controles ni
condiciones, los flujos de capitales y el comercio; flexibilizar los mercados
de trabajo y eliminar las cargas sociales de las empresas, haciendo de los
trabajadores un recurso productivo más; en definitiva, la desregulación de la
vida económica y social. Esta ideología economicista,
elaborada por prestigiosos economistas y sociólogos, que ha sido impulsada por
los mandatarios de los países más desarrollados y por los organismos económicos
internacionales, haciéndose eco de las demandas de los poderes económicos, ha
terminado por imponerse en la mentalidad de los gobernantes de la mayoría de
los países, incluso sobre sus ideales políticos, ya sea por oportunismo
político o por realismo económico.
· El desarrollo de la tecnologías de la información
y de la comunicación y los avances técnicos en materia de transporte, sobre
todo las primeras, han supuesto el “acortamiento” de las distancias para la
movilidad de personas y bienes, y la práctica eliminación del tiempo para la
movilidad de los capitales, lo cual genera la falsa idea, como veremos más
adelante, de una economía desligada de los territorios.
Para M. Castells (1997) “la economía global es
una economía que tiene la capacidad de funcionar de forma unitaria en tiempo
real, o en un tiempo establecido, a escala planetaria”, y es global porque
todas las economías del mundo “dependen del rendimiento de su núcleo
globalizado” constituido “por los mercados financieros, el comercio
internacional, la producción transnacional, y hasta cierto punto, la ciencia,
la tecnología y el trabajo especializado”. Pero también nos advierte que
global no es sinónimo de planetario, aunque sí lo sea su alcance, pues la
globalización tiene efectos selectivos, de modo que no todos los procesos
económicos ni todos los territorios ni todas las personas se benefician de sus
aspectos positivos, ni siquiera dentro de los países más desarrollados e
integrados en la economía global. Por el contrario, el nivel de integración va
a depender de las situaciones particulares de los actores, sobre todo de los
territorios, como estructuras organizativas y de interacciones sociales en
relación con su potencial competitivo derivado de sus herencias históricas, del
papel de sus instituciones y de la calidad y densidad de las cooperaciones y
relaciones internas y externas, de sus empresas y de sus habitantes, en la
transmisión y acumulación del conocimiento. Lo global se apoya en lo local
transformándolo con el tiempo, y los cambios pueden ser positivos o negativos
lo cual mantiene en constante movimiento a poblaciones y territorios dándole un
carácter dinámico a la economía global. Las distintas situaciones particulares,
y por tanto, las diferencias en el grado de integración en la nueva economía,
tienen como consecuencia una segmentación de territorios y de poblaciones en la
que sus extremos inferiores pueden verse inmersos en una espiral descendente de
la que difícilmente pueden escapar hasta quedar excluidos.
“El nuevo sistema económico es sumamente dinámico,
selectivo, excluyente y tiene fronteras sumamente inestables”. Si la economía global estuviera desligada de los
territorios las diferencias tenderían a desaparecer, pero la realidad muestra
que los flujos económicos no son indiferentes a los lugares sino que se
concentran dentro de una red de territorios más atractivos y se beneficia
precisamente de esas diferencias.
Podemos apuntar otro hecho que ha sido factor y
causa de la expansión-unificación económica que ha significado la
globalización. El capitalismo sufrió una gran crisis en los setenta que ha
tenido algunas réplicas después. Crisis y reducción de beneficios significan lo
mismo para el capital por lo que éste va a buscar nuevos mercados, ya sea a
través de nuevos productos o en nuevos ámbitos geográficos. Es obvio que estas
crisis se sintieron especialmente en el mundo desarrollado. De este modo se
dieron las condiciones necesarias para la implantación de la economía global:
crisis para poner en movimiento y aprovechar las oportunidades del nuevo
desarrollo científico y tecnológico por parte de los sectores económicos, y
también crisis para convencer a los dirigentes políticos de las “necesidades”de
un giro radical en sus políticas económicas hacia la liberalización. Los
agentes de la globalización no sólo han sido las empresas, “los agentes
decisivos para establecer una nueva economía global fueron los gobiernos, en
particular los de los países más ricos (G7) y sus instituciones internacionales
auxiliares (FMI, BM y OMC).”
ELEMENTOS DE LA GLOBALIZACIÓN
La integración financiera
Hoy los mercados financieros son interdependientes
e interactúan de forma integrada y global, a pesar de los husos horarios,
gracias a los nuevos sistemas de información y de comunicación, a su
desregulación y a la liberalización de los flujos financieros transnacionales
que supone la pérdida del control por parte de los bancos centrales estatales.
Los movimientos especulativos del capital tienen la vía despejada para entrar y
salir de los mercados, los títulos y las monedas nacionales y beneficiarse de
las diferencias de cotización que ellos mismos provocan, generando una
inestabilidad global. En cierto modo el mundo financiero se “independiza” de la
economía real y los grandes agentes financieros internacionales pasan a dominar
la economía mundial a través de sus negocios especulativos. Los estados ya no
pueden controlar ni lo esencial de sus economías: la política monetaria y
fiscal y los tipos de interés. La globalización se desarrolla bajo la hegemonía
del capital financiero. Además, los capitalistas de los distintos países se
integran en la mundialización financiera llevando sus capitales allí donde
esperan obtener mayores beneficios desligando sus intereses de los de sus
respectivas naciones, y las oportunidades para la acumulación se equiparan para
los inversores, tanto de los países ricos como de los países pobres. Se produce
la “desnacionalización” del capital.
La transnacionalización
de la producción
P. Veltz (1999) explica
la globalización como “la adopción progresiva, y acelerada en la última
década, de una visión más amplia de la demanda y de la competencia, apoyada
sobre un enfoque más global de la diversidad de las situaciones nacionales o
regionales, de las limitaciones que se ejercen sobre los propios mercados y de
las propias demandas”. Esto es, por supuesto, válido para cualquier
actividad económica, pero da las pistas precisas para entender el porqué y las
nuevas formas de la internacionalización de la producción actual. Para este
autor, la diversificación de los productos ha supuesto el paso de una economía
dominada por la oferta, la de los productos estandarizados; a otra economía
dominada por la demanda, la de los productos específicos y diferenciados, en la
que la competitividad depende de la calidad, la variedad, la innovación y los
plazos de entrega de los productos y también en la reactividad o capacidad de
reacción ante los cambios que se van produciendo en la demanda. Así, este
proceso actual de transnacionalización de la
producción toma formas geográficas muy variadas dependiendo de las estrategias
organizativas de las empresas ya sea “internalizando”
(sucursales o filiales) o “externalizando”
(acuerdos dentro de una red de empresas), pero a veces “... también puede
basarse en concentraciones privilegiadas y en mecanismos de «regionalización» a
diversas escalas” (Veltz, 1999), lo cual
viene a explicar porqué la mayor parte de las crecientes inversiones exteriores
directas se han dirigido hacia los países más desarrollados (2/3
en los años sesenta y 3/4 en los noventa), a pesar
de que el destino de éstas está cada vez más diversificado geográficamente.
Las multinacionales son, y han sido históricamente,
la principal fuente de estas inversiones de capital extranjero, las cuales pueden
obedecer a estrategias conducentes a la conquista de nuevos mercados o
fracciones de ellos, en lo que la innovación en los productos podría ser una
competencia concreta, o también pueden servir para expandir la actividad a
áreas en las que perduren medidas proteccionistas, siendo la presencia la llave
para acceder a sus mercados. Otras veces dominan las lógicas industriales
relacionadas con los costes de los recursos productivos o con la mejora de la
productividad como sería aprovechar las ventajas de las características
diferenciales de los recursos humanos en los distintos espacios económicos.
Lo más trascendental de la transnacionalización
de la producción actual es la transformación organizativa de los procesos
productivos de las grandes multinacionales, pero también de pequeñas y medianas
empresas que han formado redes externas de cooperación, más allá de las
fronteras, para ser competitivas en el sistema global de producción, entre
ellas y a veces como subcontratistas de grandes empresas multinacionales,
llegando a acuerdos sobre cuotas de mercado y sobre transferencias de
tecnología. A su vez, las multinacionales se están transformando, cada vez más,
en redes internas descentralizadas con cierto grado de autonomía para sus
unidades productivas en función de los países, los mercados, los procesos o los
productos.(Castells, 1997) Los efectos más importantes de este tipo de
organización, sobre todo para las redes de pequeñas y medianas empresas, tienen
que ver con la aceleración de los procesos de aprendizaje como resultado de la
diversidad de experiencias de los cooperantes, con un mejor posicionamiento a
la hora de negociar con proveedores y distribuidores, y con la posibilidad de
repartir las “cargas fijas” crecientes como son la publicidad y las inversiones
o costes en I+D.(Veltz,
1999)
El comercio internacional
Las presiones económicas y políticas han llevado a
una creciente liberalización del comercio internacional a través de las
sucesivas rondas del GATT-OMC, lo cual parece estar en discordancia con los
proyectos impulsados por algunos gobiernos para crear bloques de libre
comercio, proyectos que poco a poco han ido disipándose con la excepción de la
Unión Europea que ha devenido en la plena integración económica.
La evolución del comercio mundial se ha
caracterizado en los últimos tiempos por una transformación sectorial, donde
del predominio de los intercambios de materias primas primero, y de los
productos manufacturados más tarde, se ha pasado a un incremento espectacular
de los servicios aprovechando las nuevas tecnologías e infraestructuras del
transporte y de la comunicación.
Por otro lado, la contabilidad de las balanzas
comerciales de los distintos países dejan de representar, ni que fuera
mínimamente, la realidad, ya que gran parte de los intercambios comerciales
actuales están constituidos por componentes y productos intermedios en el seno
de las multinacionales y de las grandes redes de empresas organizadas a escala
mundial, por lo que la estructura del comercio internacional ya no puede
entenderse utilizando como unidades de cálculo a los países. A pesar de todo,
el grueso del comercio sigue desarrollándose en los mercados interiores y
todavía existen sectores protegidos por sus respectivos gobiernos.
Para finalizar este apartado hay que apuntar que al
histórico desequilibrio comercial entre países ricos y países pobres, derivado
de los intercambios de productos elaborados y materias primas, hay que sumar el
proveniente del componente de conocimiento y tecnología utilizado en los bienes
y servicios más especializados en relación con el valor añadido de éstos.
“Globalización” de la ciencia y de la tecnología
El conocimiento y la capacidad tecnológica están en
la base de la competencia entre las empresas y entre los países. Actualmente la
difusión de la tecnología se produce rápidamente a escala planetaria, pero la
aplicación de las tecnologías más avanzadas requiere de entornos productivos
cada vez más aptos. Al mismo tiempo, los ciclos de vida de las innovaciones se
acortan, ser el primero es muy importante pero a la vez es una posición
amenazada, inestable y en ocasiones efímera; por ello, para sacar el mayor
rendimiento de esa ventaja es mejor difundir que ser imitado, de este modo el
desarrollo científico y tecnológico se estructura en redes globales y se
concentra en un número limitado de territorios.
En principio, el sistema de investigación básico y
público, el de las universidades y de los organismos estatales, es abierto,
accesible, y está bastante interrelacionado a escala global, estructurado en
redes temáticas sustentadas por la comunicación entre los investigadores de
todo el mundo, eso sí, con un mayor peso específico de los países más
desarrollados. Sin embargo, el desarrollo económico y la competitividad
requieren la adaptación del conocimiento científico a la práctica empresarial,
el desarrollo de técnicas para su aplicación, lo cual sólo se puede conseguir a
través de la interconexión entre las instituciones públicas y privadas de
investigación, en lo que las políticas sectoriales y horizontales diseñadas por
los gobiernos, en sus distintas escalas administrativas, son determinantes. La
idea de un progreso técnico al margen del universo económico, como un bien casi
público, no se ajusta a la realidad. De hecho, cuando se trata de técnicas en
las que la importancia reside sobre todo en su aplicación, su disponibilidad es
además muy limitada. Esta circunstancia se deriva, más que de la protección
jurídica (patentes), de la necesaria complementariedad entre ellas. Las técnicas
son cada vez más anejas a las aptitudes de las personas y menos a las
máquinas, y esto redunda en menores posibilidades de transmisión. La difusión
tecnológica es muy selectiva, se limita a los territorios con infraestructuras
intelectuales y materiales (empresas e instituciones) desarrolladas en lo que
el papel de los gobiernos es decisivo. Las multinacionales son entes de dominio
y de difusión tecnológicas en lo cual basan su competitividad y el acceso a
importantes contrapartidas gubernamentales. Colaboran con universidades y otros
organismos de investigación creando redes horizontales de I+D.(Castells, 1997)
La desigual globalización del trabajo
Castells (1997) divide a los trabajadores en dos
categorías: los autoprogramables y los genéricos. Las
diferencias entre unos y otros son fundamentalmente en educación y en capacidad
para acceder a niveles más altos de educación. Los primeros son los que dominan
las nuevas tecnologías, los que tienen una creatividad comercializable
o los que saben gestionar. Tienen salarios variables y relativamente altos, ya
que generan la mayor parte del valor añadido de los productos y son difíciles
de sustituir aunque están expuestos a una fuerte competencia internacional,
tanto en la oferta de plazas a ocupar como en su demanda por parte de las
empresas, lo que no siempre juega en su contra. Como dice Castells: “Cualquiera
que tenga la capacidad de generar un valor añadido excepcional en cualquier
mercado puede comprar en todo el globo y también ser comprado”. El mercado
laboral de esta categoría se está globalizando de forma acelerada a lo cual
contribuyen la homogeneidad de las tecnologías y el inglés como idioma
“universal”. Los segundos, los genéricos, son aquellos que se limitan
básicamente a recibir órdenes o señales y ejecutarlas, los que hacen los
trabajos más simples y rutinarios. Los que pueden ser sustituidos fácilmente,
por otros o por máquinas, de modo que son prescindibles individualmente aunque
no lo sean como colectivo.
Desde hace algunas décadas, los adelantos
tecnológicos han permitido a las empresas dividir los procesos productivos en
fases atendiendo a una diversidad de factores como las normativas ambientales,
la fiscalidad y otras ayudas de los gobiernos como la eliminación de cargas
sociales, y las características de la mano de obra entre otras. En relación con
esto los países en vías de desarrollo ofrecen ventajas nítidas (dumping social) para la localización de actividades,
regímenes autoritarios, inexistencia o laxitud de los controles ambientales,
salarios bajos, etc. Así, los trabajadores genéricos del sector industrial
están también sometidos a la competencia internacional, y una de las
consecuencias más importantes es la inexorable reducción del Estado de
bienestar alcanzado en los países más desarrollados como prueba de la
impotencia de sus gobiernos ante la globalización económica. Esto es un hecho
más que evidente pero, como bien apunta Veltz (1999),
la competitividad de las empresas, sobre todo ahora, se apoya en la
organización de la que es muy difícil separar el orden interno de las
condiciones externas, por lo que la “infraestructura social” cuenta tanto o más
que la física a la hora de elegir los emplazamientos. Las inversiones
exteriores directas, como ya hemos dicho anteriormente, siguen prefiriendo los
países donde se dan los salarios más altos, y con esto estamos hablando de
seguridad y garantías para el capital, en absoluto de filantropía.
Otra tendencia actual es la multiplicación de los
profesionales independientes como evidencia de una diversificación de las
relaciones laborales y como estrategia individual de los trabajadores para huir
de la precarización creciente de los contratos de
trabajo.
La diferenciación entre trabajo autoprogramable
y trabajo genérico, la progresiva desaparición del Estado de bienestar y la
individualización del trabajo, que socava la organización colectiva para la
reivindicación, llevan al incremento de las desigualdades y a la polarización
social en todos los ámbitos geográficos, especialmente en el mundo menos
desarrollado donde amplios sectores de la población quedan al margen, excluidos
de los “beneficios” de la globalización y a veces también sus países, lo que
redunda en un incremento de las presiones migratorias, desde éstos hacia los
países más desarrollados, ya sea legal o ilegalmente, y así estamos asistiendo
a auténticos dramas humanos, lo cual demuestra el fracaso del nuevo sistema
económico, tal y como está planteado, para asegurar el bienestar, incluso la
supervivencia, de la población mundial. Paradójicamente, el efecto del progreso
tecnológico sobre la movilidad en el caso de la de las personas esta limitado
políticamente en lo que respecta a amplios segmentos de esta población. Los
países del primer mundo se blindan ante los flujos migratorios procedentes del
tercer mundo (leyes de extranjería) pero no ante los flujos de capitales de la
misma procedencia.
El papel del Estado y de los organismos
internacionales
Hoy los estados han perdido la autoridad económica
que ejercían sobre sus territorios y, poco a poco, van perdiendo la social y la
política. Las empresas producen sus propios espacios, los de las redes
globales, que no se corresponden con los territorios nacionales en los que los
gobiernos van reduciendo sus ámbitos de actuación, en materia social y
económica, poniendo en manos del sector privado las empresas públicas de modo
que sus beneficios sirvan para la acumulación de capitales, y desentendiéndose
de buena parte de sus “obligaciones” como protector social y redistribuidor de
la riqueza, olvidándose de la cohesión social y territorial, con los
consecuentes efectos sobre el bienestar de la población; además, se muestra
incapaz de satisfacer las demandas particulares de algunas partes de sus
territorios. En definitiva, la escala estatal se queda pequeña para afrontar los problemas globales y demasiado grande para resolver los
problemas de la vida cotidiana de sus poblaciones. Todo ello provoca una crisis
de “legitimación” de los estados que éstos intentan “salvar” cediendo parte de
su soberanía a organismos e instituciones supranacionales, como la Unión
Europea, a la vez que descentralizan su poder transfiriendo gran parte de sus
competencias (sanidad, educación, políticas sociales...) a instituciones
locales y regionales que acaban por llevar a la práctica estrategias de
desarrollo para encarar los retos de la globalización con independencia de la
de sus propios estados.
La globalización socava su soberanía pero son los
estados los principales agentes del proceso globalizador,
pues son los que lo “permiten”, liberalizando los flujos financieros y
comerciales, flexibilizando las relaciones laborales y relajando las cargas
sociales, privatizando las empresas públicas y la gestión de los servicios
públicos, desentendiéndose de este modo de todo cuanto les relacione
directamente con la actividad económica y con las prestaciones sociales. Algunos
autores consideran que estamos asistiendo al principio del fin de los estados
modernos tradicionales, sin embargo aún tienen asignadas tareas indispensables
para el buen funcionamiento del nuevo sistema económico, básicamente en todo
aquello que queda al margen de los intereses del capital pero que éste necesita
en orden, sin que den demasiados problemas; y en lo referente a su función de
policía de frontera y de interior, para garantizar cierta perpetuación o la
alternancia de los que tienen el poder político. Otra de las tareas adjudicadas
a los estados por la nueva economía es la de transferir parte de los impuestos
recaudados a los negocios privados como puede ser la gestión privada de los
servicios públicos tan en boga. El Estado es, ahora más que nunca, un mecanismo
de apoyo al capitalismo y además debe justificarlo ante quienes lo sufren.
Decididamente, el proceso de globalización no ha
sido una elección libre para la mayoría de los países del mundo. A las
presiones de los poderes económicos internos y externos hay que agregar la de
los países que más intereses tienen en él y la de “sus” organismos
internacionales (BM, FMI, OMC, OCDE), sobre todo EE.UU.
por su hegemonía en estas instituciones y por sus ventajas económicas,
tecnológicas y, por qué no decirlo, militares ahora que la división mundial en
bloques ha desaparecido. Tampoco podemos olvidar que muchos de los líderes
políticos mundiales han actuado de forma oportunista en defensa de intereses
más o menos particulares, políticos sobre todo, pero también económicos, como
dice Castells (1997), “con diversos grados de decencia”.
Los organismos internacionales, desde los de índole
meramente económica hasta los de carácter político y militar, son de carácter
no democrático, sus decisiones están sujetas a la relación de fuerzas en su
seno que son más o menos proporcionales a las aportaciones de los países
miembros. Los de carácter económico, como los citados en el párrafo anterior,
actúan con el objeto de potenciar el proceso de la globalización allanando el
terreno a la expansión del neoliberalismo. La OTAN se ha auto-adjudicado el
papel de garantizador de la paz y del orden mundial que el capitalismo global
necesita. La ONU, con sus organismos auxiliares, es una “representación” de
estados y no de la ciudadanía mundial, su autoridad real es muy limitada y el
derecho al veto de sus resoluciones por parte de algunos países es una muestra
palmaria de su déficit democrático, incluso como representación de estados. La
incapacidad manifiesta de los estados y de estos entes internacionales para
afrontar problemas locales y globales, como las mal llamadas “crisis
humanitarias” o los medioambientales, lleva a la aparición y proliferación de
las organizaciones no Gubernamentales y otra asociaciones en las que las
sociedades civiles asumen responsabilidades que molestan o de las que se
desentienden las instituciones al servicio de la nueva economía.
Regionalización en la globalización
Con la globalización surgen espacios geográficos
que tratan de reforzarse desarrollando sus sinergias. De una división del mundo
en dos bloques políticos y militares hemos pasado a otra división en tres
bloques económicos encabezados por los países más ricos (EE.UU.,
la Unión Europea y Japón) que ha propiciado, bajo su impulso, un movimiento de
regionalización que ha tomado formas diversas: mercados comunes, zonas de libre
cambio o uniones económicas como la UE, que ha evolucionado hacia la plena
integración económica y política; y que obedecen a estrategias para afrontar
problemas o cuestiones en los que la dimensión estatal no es eficaz. Esta
formación de regiones económicas supone la constitución de nuevas fronteras exteriores
y la eliminación, en diversos grados, de las fronteras interiores, así como
normas orientadas a establecer un ámbito espacial de actuación privilegiado a
sus empresas y capitales de modo que se refuercen para luchar con mayor
competitividad en el proceso de globalización. Es un movimiento aparentemente
contradictorio con este proceso, pero si se analiza desde una óptica global, en
realidad es un fenómeno complementario dado que tiene como objetivo la
expansión de los capitales, los de cada región, al mundo entero. Una
consecuencia directa es el aumento de las rivalidades entre los grandes
negocios, pero por otro lado las implicaciones y las inversiones cruzadas entre
los tres grandes bloques económicos son cada vez mayores y así se va tejiendo
una vasta red de relaciones que abarca todo el planeta y en la que se apoya la
globalización.
La Unión Europea es el paradigma de la
regionalización en la globalización y una “fuente de innovación institucional”
de la que surgen nuevas formas de gobierno y organismos que actúan en diversos
contextos territoriales, que van desde el europeo hasta el local pasando por el
nacional y el regional, lo que Castells (1997) califica como el “Estado Red”.
Es la reacción de los países europeos más ricos al
proceso de globalización, pero no enfrentándolo, sino adaptándose a él del
mejor modo posible, y la prueba de ello es que pese a sus desventajas
tecnológicas y económicas con respecto a EE.UU. y
Japón, por un lado; y a sus mayores costes de producción, sobre todo salariales,
respecto de los países de nueva industrialización por otro, mantiene su
competitividad global. Sin embargo, el proceso de integración europea se ha
hecho a través de una serie de normas que, en conjunto, tienen por objeto
principal imponer en todo su territorio una política económica dirigida a
impulsar los beneficios empresariales y del capital consistente en
flexibilizar, desreglamentar y liberalizar al uso de la globalización,
privatizando lo público, tanto las empresas como las prestaciones y servicios,
con lo que se facilitan enormes negocios al sector privado; llevando a cabo
políticas anti-inflacionistas, de austeridad y
equilibrio presupuestario, para que los capitales no pierdan valor,
sacrificando empleos y el Estado de Bienestar del que hasta hace poco se
enorgullecían los que acaban con él; alejando las decisiones económicas de las
fuerzas sociales de los países miembros otorgando una gran autonomía a sus
instituciones económicas, como el Banco Central Europeo; causando la
polarización social controlando los salarios de modo que su incremento sea
inferior al de la productividad y así los empresarios, grandes y pequeños, se
enriquezcan más a costa del trabajador; y todo ello con la complicidad de unos
gobernantes de talante conservador que han logrado convencer a las gentes de
que no hay otra forma de afrontar los retos del futuro, lo cual puede estar en
la base del escaso interés de la población por el proyecto europeo. También es
verdad que se han adoptado políticas de cohesión territorial dentro del espacio
europeo, a cargo de los Fondos Estructurales comunes, con resultados variables;
pero las sucesivas reformas han ido abandonando poco a poco ese carácter
igualatorio, encaminándose más a una competencia de los distintos territorios
por esos fondos para así dilatar las posiciones ventajosas de ciertas regiones
mientras se subvencionan a otras para que subsistan. “La Unión Europea ... no nos ha aportado una sociedad más equilibrada
y justa. [...] en el mejor de los casos nos está permitiendo consumir
algo más y ello a costa de la irracionalidad en la utilización de los recursos
y un enorme esfuerzo personal ... La Unión Europea ... no es más que un
instrumento del neoliberalismo global para dominarnos” (Miren Etxezarreta, 2001)
¿Cultura global o multiculturalismo?
La economía ha irrumpido de lleno en la cultura, no
solo transformándola, también haciéndola objeto de su actividad. Hoy caminamos
hacia la homogenización cultural gracias al poder de los medios de comunicación
globales -que no son sino los mensajeros del poder económico- y en virtud de lo
que hoy conocemos como el pensamiento único como resultado de una
revolución ideológica de gran calado, que desde hace dos décadas viene
acondicionando las mentes al proceso de globalización.
El contexto cultural en el que se está produciendo
este proceso es el del relativismo de los grandes ideales, el del
post-modernismo, que acusa a éstos de ser un germen de la violencia y que está
por los ideales menores, los de menor alcance espiritual basados en la satisfacción
material y en el éxito personal. Esta simplificación de metas ha derivado en el
individualismo y en un incremento de las actitudes consumistas. La publicidad,
uno de los instrumentos y, al mismo tiempo, una de las actividades de más alto
rango de la nueva economía, consigue que los individuos se identifiquen con un
estilo de vida que en el fondo no produce más que ansiedad, una insatisfacción
constante y ciertas adicciones sociales. Las multinacionales aprovechan esta
nueva mentalidad e intentan influir en los hábitos de consumo de todo el mundo
adecuando sus productos a las exigencias y gustos particulares, ahora que las
tecnologías permiten hacerlo con menores costes, y ya ni siquiera enseñan el
producto sino las buenas sensaciones que produce su propiedad. El
individualismo y el afán de éxito va en detrimento de
la solidaridad incluso dentro de las familias.
El sector del ocio y del entretenimiento (la
televisión, el cine, los deportes de masas, videojuegos...), que está
fuertemente intervenido por grandes empresas mundiales, es crucial en el
promoción y el mantenimiento de estas tendencias culturales transmitiendo
valores prácticos excesivamente simples y superficiales como la división
absoluta entre “buenos” y “malos”, o es blanco o es negro, como el uso de la
fuerza para la resolución de conflictos, como el simplismo en las relaciones
humanas o el éxito económico como principal motivación personal.
Algunos autores piensan que la homogeneización
económica y política producirá la homogeneización cultural, la cultura global.
Y después... ¿qué?
Otros hablan de multiculturalismo en el sentido en
que lo que se está produciendo no es una aculturación absoluta por parte del
mundo occidental, sino la interpenetración de unas culturas con otras en un momento
en que los contactos reales y virtuales se multiplican, a través de la
movilidad de las personas como turistas o emigrantes, las grandes ciudades son
un crisol de culturas; y a través de la red de redes, Internet, con la que se
puede acceder a mucha información, desde cualquier lugar del mundo y con
temáticas muy diversas, y a redes de relación virtual de alcance planetario.
El movimiento “antiglobalización”
es un fenómeno, a lo mejor también un proceso, que abraza las corrientes
culturales, sociales y políticas que se enfrentan a las tendencias
homogeneizadoras de la globalización y ha hecho de Internet su principal
instrumento de comunicación y coordinación de sus actividades, pero a lo que
verdaderamente se enfrentan es al capitalismo. Quizás la continuidad de la
Historia dependa de que la fuerza y la perseverancia de estos movimientos nos
libren de las “excelencias” de un mundo “feliz” (la línea o el carácter del pensamiento
único, que actualmente se está intentando imponer, y las posibilidades técnicas
y científicas, en clara progresión geométrica, puestos al servicio del
capitalismo para el logro de objetivos estrictamente económicos, de un modo
exclusivo, nos lleva, a la humanidad, a ser un mero input
de un sistema definitivo y oscuro, en el sentido de que sin cambios no hay
nada que contar. Eduardo Galeano lo expresa muy bien
con la frase: “Mañana es otro nombre de hoy”).
Los aspectos negativos de la globalización
En el desarrollo del presente trabajo ya hemos
abordado alguno de los desajustes del proceso de globalización, los problemas
que han aparecido o que se han visto amplificados por él como: los efectos
diferenciales en unos espacios y otros; el aumento de las desigualdades y la
polarización social como consecuencia del alejamiento de los extremos; la
crisis de legitimación del Estado, resultado de su incapacidad para abordar y
dar soluciones a los problemas de la globalización, y por su pérdida de
credibilidad ante sus gentes, de las que se van alejando al tiempo que atentan
contra el Estado de Bienestar; la sustitución de los grandes ideales por la
cultura del consumismo; y el déficit democrático de las instituciones
internacionales y supranacionales.
El funcionamiento de la nueva economía global ha
acelerado los procesos de exclusión. Castells los describe muy gráficamente
como “agujeros negros” de los que es muy difícil escapar una vez que se entra
en su campo gravitatorio. Afecta a personas y grupos sociales y étnicos que
caen en el círculo vicioso de la degradación humana, que vincula la pobreza con
malos hábitos alimentarios y de conducta, el fracaso escolar con el desempleo,
a éste con las adicciones y el delito, y así encadenadamente. Son todos
aquellos desahuciados por el sistema, en los que no tiene interés ni como
productores ni como consumidores y que mantiene confinados, poniendo trabas a
su movilidad, condenándolos arbitrariamente. También afecta a espacios
geográficos que van desde barrios y regiones, incluso del primer mundo, a
países y grandes áreas continentales. Muchos países del tercer mundo sufren el
lastre de la deuda externa en sus presupuestos y ya no pueden poner en marcha
procesos de vertebración nacional porque sus economías ya no están en sus
manos.
Otra de las implicaciones de las tendencias
económicas actuales es la globalización del crimen que encuentra el terreno
abonado para llevar a cabo sus actividades ilícitas con una efectividad análoga
a la de las actividades económicas más avanzadas. El delito, en sus diversas
formas (tráfico de drogas, tráfico de armas, prostitución, terrorismo...) es
también una “actividad económica”, más “liberalizada” si cabe, que también
aprovecha los adelantos tecnológicos y la libertad de movimientos para
vincularse globalmente en redes, y la ausencia de controles financieros para blanquear
el dinero de una manera más sencilla, lo cual puede llegar a ser un aliciente.
De hecho se instala en los más altos niveles de los estados, donde mediante
sobornos, chantajes y contribuciones llega a reclutar políticos y altos cargos
para sus causas.
En relación con la cuestión medioambiental, el
modelo energético y tecnológico adoptado por el capitalismo, basado en el uso
intensivo de los combustibles fósiles no renovables, en el desarrollo de la
energía nuclear, con independencia de su uso, y en la utilización y fabricación
de productos tóxicos, nos ha llevado a un grado de deterioro ambiental límite.
Ahora más que nunca sabemos que nuestro hábitat es limitado y también sabemos
que no se puede seguir creciendo al ritmo actual sin comprometer nuestra propia
subsistencia y la de generaciones venideras. Los problemas medioambientales
trascienden las fronteras, sus efectos son globales y ponen de manifiesto la
necesidad de adoptar medidas, pero las posibilidades de una coordinación
multilateral efectiva parecen lejanas a tenor de los resultados de las
distintas Cumbres de la Tierra, en las que el país que más contamina, los
Estados Unidos, siempre queda fuera de los acuerdos tomados porque podría
comprometer su desarrollo económico. de este modo la
actitud de los países menos desarrollados y en vías de industrialización, que
siguen la estela y las pautas de los más desarrollados, se torna coherente
aunque no legítima. La protección del medioambiente y la posible reversibilidad
de algunos problemas requieren grandes sacrificios que, hoy por hoy, no pueden
ser asumidos por los gobernantes si lo que pretenden es perpetuarse en sus
cargos al coste que sea.
El nuevo capitalismo global
basa su crecimiento en el esfuerzo creciente de los trabajadores y a costa del bienestar
de la mayor parte de la humanidad. “Si resulta que el crecimiento de un país
requiere un empeoramiento de la situación de la gente, ¿qué sentido tiene?”
(Miren Etxezarreta, 2001) Y también lo hace a costa
del agotamiento del medioambiente. Si el capitalismo, el verdadero culpable, es
como una infección, con la globalización la infección se generaliza.
“FINAL”
“... existe una brecha extraordinaria entre nuestro
sobredesarrollo (sic) tecnológico y nuestro subdesarrollo social. Nuestra economía,
sociedad y cultura están construidas sobre intereses, valores, instituciones y
sistemas de representación que, en general, limitan la creatividad colectiva,
confiscan la cosecha de la tecnología de la información y desvían nuestra
energía a una confrontación autodestructiva. Este estado de cosas no tiene por
qué ser así. No hay un mal eterno en la naturaleza humana. No hay nada que no
pueda ser cambiado por la acción social consciente e intencionada, provista de
información y apoyada por la legitimidad. Si las personas están informadas, son
activas y se comunican a lo largo del mundo; si la empresa asume su
responsabilidad social; si los medios de comunicación se convierten en
mensajeros, en lugar de ser el mensaje; si los actores políticos reaccionan
contra el cinismo y restauran la fe en la democracia; si la cultura se
reconstruye desde la experiencia; si la humanidad siente la solidaridad de la
especie en todo el planeta; si afirmamos la solidaridad intergeneracional
viviendo en armonía con la naturaleza; si emprendemos la exploración de nuestro
yo interior, haciendo la paz con nosotros mismos. Si todo esto se hace posible
por nuestra decisión compartida, informada y consciente, mientras aún hay tiempo,
quizás entonces, por fin, seamos capaces de vivir y dejar vivir, de amar y ser
amados.” (Castells, 1997)
Pedro
J. PONCE ASENSIO
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Cultura Vol. 1: La sociedad red. Vol. 2: El poder de la identidad. Vol. 3:
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