Tradicionalmente se
ha mantenido que durante el primer milenio antes de Cristo, y paralelo al
proceso orientalizante de la fachada este y sur de la Península Ibérica, se produce
la celtización de las áreas centrales y occidentales como consecuencia de al
menos dos oleadas invasoras de pueblos celtas. Pero la arqueología moderna no
encuentra datos que confirmen esta hipótesis. Nuevas investigaciones aportan la
teoría en la que las culturas célticas peninsulares se conformarían a partir de
la evolución de un sustrato indoeuropeo común que se remonta a un antiguo
periodo prehistórico que se denomina proto-céltico, donde intervendrían
procesos de aculturación o influencias: del mundo tartésico y su cultura
orientalizante, producto de las colonizaciones fenicias, focenses y púnicas; de
la cultura de los Campos de Urnas con sus costumbres, como la de
enterrar los muertos que la define y que consistía en la incineración y
deposición de las cenizas en urnas cerámicas que eran enterradas en cementerios
comunitarios; y por último y la más importante, de la cultura íbera.
Se tiende por tanto
a que la cetización de la Península se debe a un proceso interno enriquecido y
estimulado por las influencias peninsulares, de los flujos inmigratorios desde
Europa central y las de los celtas de la fachada atlántica europea. Este
proceso fue evolucionando en una progresiva iberización, como lo demuestran las
numerosa pruebas de cultura material halladas, es decir, hacia la unificación
cultural o celtiberización que fue interrumpida bruscamente por la
romanización.
Para determinar el
origen y la localización geográfica de los distintos pueblos que habitaron el
noroeste peninsular se encuentran grandes dificultades debido a la gran
movilidad de estos pueblos de pastores-guerreros. A menudo un mismo territorio
era ocupado por distintas tribus, otra veces se integraban varios pueblos en
una misma zona. Todo esto contribuye a imposibilitar la labor de los
historiadores, tanto para determinar su origen como las zonas de expansión del
pueblo original.
Aunque se puede
afirmar que el núcleo lusitano se localiza en el abrupto territorio de la
Sierra de la Estrella, frontera natural entre las cuencas portuguesas del Duero
y del Tajo, los límites de su expansión son muy difíciles de determinar. Según
Estrabón (Geografía, III, 3, 5):
«En la zona
septentrional del Tajo se extiende la Lusitania, la más poderosa de las
naciones íberas y la que mucho tiempo luchó contra los romanos.
Los límites de esta región son:
hacia el sur, el Tajo; por el oeste y el norte, el Océano; y al este, las
tierras de los carpetanos, vettones, vacceos y galaicos, por citar sólo los más
conocidos.
En los textos de
Estrabón y en los de otros autores que más adelante se citarán, hay que tener
en cuenta, por un lado, que constituyen la única fuente documental escrita del
periodo, ya que los pueblos antiguos de la península carecen de historiadores
propios. Estos autores escriben una historia ajena aplicando sus propios
términos y conceptos a los hechos que narran, describiendo unos pueblos a los
que puede ser que no entendieran o que conocieran mal, dejándonos una visión
distorsionada de la realidad peninsular. Por otro lado, son textos que en
muchas ocasiones cumplen objetivos propagandísticos de la política de la magna
Roma, para legitimar y justificar su posición frente a los pueblos conquistados
de modo que, cuanto más extenso es el territorio anexionado y más indómitos e
“incivilizados” sus pobladores, más grande es el poder conquistador y
civilizador de SPQR.
El hábitat lusitano
se caracteriza por su continuidad desde la I Edad de Hierro hasta el siglo II
a. de C., y por su relación con la cultura castreña del noroeste peninsular:
viviendas circulares situadas alrededor de una zona libre o patio, todo ello
protegido por sistemas defensivos que constituyen potentes recintos
fortificados ubicados en zonas estratégicas, en altura. En líneas generales,
salvando los matices regionales, los rasgos que definen este periodo son: el
aumento demográfico constatado por la ampliación del hábitat; uso de lenguas
indoeuropeas; el desarrollo de la metalurgia y la orfebrería; la adopción del
torno íbero para la producción alfarera; construcciones fortificadas; y por las
necrópolis se constata la generalización del ritual de la incineración, en las
que se han encontrado tumbas sencillas, a veces un simple hoyo donde
depositaban la urna con las cenizas del difunto cubierta por una piedra o una
pieza de cerámica y sobre todo esto un pequeño túmulo de tierra o piedras. Los
ajuares anejos, que nos informan acerca del sexo del difunto, suelen ser pobres
pero también puede apreciarse que existían diferencias sociales. Los de los
hombres están compuestos por armas y orfebrería en tanto que los de las mujeres
consisten en adornos y piezas de telar.
Aunque no existe
documentación para conocerla de forma fehaciente, sí puede deducirse «la
pervivencia de una sociedad muy poco articulada, con fuertes rasgos de carácter
tribal y formas de gobierno basadas en la jefatura militar, no sabemos si de
carácter estable o de modo ocasional, con caudillos en tiempos de guerra
elegidos en asamblea popular por sus cualidades personales y de los que Viriato
es el ejemplo más representativo» (Roldán, 2001:
196)
Condicionada por las características geográficas del territorio, en las zonas de llanura predominaba la agricultura cerealista de secano alternada con la vid y el olivo, mientras que en las zonas montañosas era una economía básicamente ganadera-pastoril, sobre todo ovina y caballar pero también bovina y porcina, la cual constituía su principal fuente de riqueza y proporcionaba un carácter semi-nómada a las tribus lusitanas. Las actividades minero-metalúrgicas tuvieron su importancia pero sin llegar a niveles de otras zonas peninsulares más influidas por el orientalizante. En definitiva, en sus actividades lo que se imponía era, sobre todo, el determinismo geográfico.
Los escritores antiguos aluden con regularidad a la escasez de tierras y a la pobreza de los lusitanos, pero esta pobreza no pude generalizarse si se tienen en cuenta la cantidad y la calidad de los objetos de orfebrería hallados, y las referencias en fuentes escritas a la riqueza de Astolpas, el suegro de Viriato, que inducen más bien a considerar un alto grado de desigualdad económica y social que daría lugar al famoso bandolerismo lusitano en busca de ganado o botín como medio de subsistencia para una buena parte de los lusitanos más pobres. A este respecto, Diodoro de Sicilia (V. 34. 6) describe:
«Existe una costumbre particular y propia de los hispanos que se
manifiesta de manera singular entre los lusitanos: cuando los jóvenes llegan a
edad adulta, aquellos que son más pobres, pero que sobresalen por su fuerza y
valor, se encaminan a las montañas. Allí se unen en grandes cuadrillas y se
lanzan sobre tierras llanas acumulando riquezas a través del pillaje»
Al bandolerismo lusitano también se le
atribuye un carácter social en tanto que «puede suponerse un cultivo de
virtudes militares, en ocasiones ligado a tradiciones socio-religiosas o a
retos de iniciación guerrera de los jóvenes, y su ejercicio en rápidas
correrías en las que el objetivo fundamental –el robo de ganado– contaba con
una incidencia social como fuente de riqueza» (Roldán, 2001: 197)
La información sobre éstas nos la
proporciona Estrabón (III, 3, 6, 7) (en Bendala, 2000: 276-279):
«Todos los montañeses son austeros, beben normalmente agua, duermen en el
suelo y dejan que el cabello les llegue muy abajo, como mujeres, pero luchan
ciñéndose la frente con una banda. Comen principalmente chivos y sacrifican a
Ares un chivo, cautivos de guerra y caballos. Hacen también hecatombes de cada
especie al modo griego... Realizan también competiciones gimnásticas, de
hoplitas e hípicas, con pugilato, carrera, escaramuza y combate en formación.
Los montañeses, durante dos tercios del año, se alimentan de bellotas de
encina, dejándolas secar, triturándolas y luego moliéndolas y fabricando con
ellas un pan que conservan un tiempo. Conocen también la cerveza. El vino lo
beben en raras ocasiones, pero el que tienen lo consumen pronto en festines con
los parientes. Usan mantequilla en lugar de aceite. Comen sentados en bancos
construidos contra el muro y se sientan en orden a la edad y el rango. Los
manjares se pasan en círculo y a la hora de la bebida danzan en corro al son de
la flauta y la trompeta, pero también dando saltos y agachándose [...] Todos los hombres visten de negro, sayos la mayoría –es el
“sagum” según los romanos- con los que se acuestan también en jergones de paja.
Utilizan vasos de madera, igual que los celtas. Las mujeres van con vestidos y
trajes floreados [...] A los
condenados a muerte los despeñan y a los
parricidas los lapidan más allá de las montañas o de los ríos [...] A
los enfermos, como antiguamente los egipcios, los exponen en caminos para que
los que han pasado por la misma enfermedad los aconseje [...] Se dice
que algunos de los que habitan en las inmediaciones del río Durio siguen un
modo de vida lacónico, utilizan dos veces al día “alipterios” (locales
usados en Grecia para untarse de grasa antes de los ejercicios), toman baños
de vapor que se desprende de piedras candentes, se bañan en agua fría y hacen
una sola comida al día, mesurada y sencilla. Los lusitanos son dados a los
sacrificios y examinan las entrañas sin separarlas del cuerpo; se fijan además
en las venas del pecho y adivinan palpando. Hacen también predicciones por las
entrañas de sus cautivos de guerra, a los que cubren con sayos. Luego, cuando
son heridos por el “arúspice” en las entrañas adivinan en primer lugar por la
forma en que caen. Cortan las manos de los prisioneros y consagran las
diestras»
A partir del año 194 a. C. los lusitanos se convierten en enemigos de SPQR al iniciar una serie de incursiones de forma esporádica por los territorios de Ulterior donde habitaban aliados de Roma. En este año, una partida de lusitanos procede al saqueo del valle del Guadalquivir pero serán derrotados en Ilipa (Alcalá del Río) por Escipión Násica.
Cuatro años más tarde, nuevas correrías lusitanas se adentran en la Bastetania derrotando al pretor Emilio Paulo cerca de Cástulo. Tras la victoria se asentaron en el norte de Andalucía hasta que fueron expulsados un año más tarde. Las incursiones conjuntas de lusitanos y celtíberos en la Bética continuaron produciéndose, y ya en 154 a. C. se llega a una situación preocupante para SPQR con el caudillaje de Púnico, que penetraría con las bandas lusitanas en el mediodía peninsular, asaltando y saqueando ciudades con gran virulencia, derrotando al ejército de 15.000 soldados al mando del pretor Calpurnio Pisón. A la vista del éxito se les unieron los vetones y juntos protagonizarían una ofensiva que le llevaría hasta las costas del sur.
La alarma cundió en Roma adonde llegaban noticias terribles sobre los efectos de las correrías lusitanas: 6.000 legionarios muertos incluido el propio pretor, ciudades destruidas... A la muerte de Púnico le sucedió Cesaro y con él llegarían a dominar toda la costa andaluza a excepción de las ciudades. La respuesta de Roma para reprimir las razzias fue el envío de un ejército de 14.000 hombres al mando del pretor Lucio Mummio. En el primer enfrentamiento Cesaro ordenó la retirada y los romanos iniciaron su persecución desordenadamente, pero la retirada era parte de la estrategia, en un momento dado, el enemigo lusitano se dio la vuelta cargando contra los romanos, que asombrados, aterrorizados y desorganizados no pudieron hacer frente a la embestida, la cual causó más de 9.000 bajas en el ejército romano.
La guerra de guerrillas fue la estrategia que usaron los sucesivos caudillos militares lusitanos para enfrentarse a los ejércitos romanos. El historiador Diodoro de Sicilia (V, 34-7) (en Santos Yanguas, 1982, nº 74: 50) escribe:
«Los más fuertes de los íberos son los lusitanos; para
la guerra llevan escudos muy pequeños, tejidos de nervios, con los cuales, y
gracias a su dureza, pueden defender su cuerpo holgadamente. En la lucha lo
manejan con destreza, moviéndolo a uno y otro lado del cuerpo y rechazando con
habilidad todos los tiros que caen sobre ellos. Usan también picas, hechas
enteramente de hierro y con la punta a modo de arpón, y llevan casco y espada
muy parecida a la de los celtíberos; lanzan sus picas con precisión y a larga
distancia y causan a menudo heridas muy graves. Son ágiles en sus movimientos y
ligeros en la carrera, por ello huyen o persiguen con rapidez; pero en cuanto a
tenacidad para resistir a los enemigos quedan muy atrás de los celtíberos...
Teniendo, pues, ligeras armaduras y siendo muy ágiles en sus movimientos y muy
vivos d espíritu, difícilmente pueden ser vencidos por los demás. Consideran
las rocosidades y asperezas de las sierras como su patria y en ellas van a
buscar refugio por ser impracticables para los ejércitos grandes y pesados. Por
ello los romanos, que han realizado numerosas campañas contra ellos, aunque han
contenido sus audacias, no han logrado poner fin a sus depredaciones a pesar de
su empeño»
Paralelamente a la victoria de Cesaro, otro caudillo lusitano saqueó el Algarbe y llegó a Gibraltar, desde donde cruzaría el estrecho sitiando Ocilis, pero sería derrotado por Mummio.
En el 132, el nuevo pretor de la Ulterior, Atilio Serrano, conduciría sus tropas al escenario enemigo, donde tomó Ostracae, una importante ciudad lusitana de la que no sabe su localización, y forzaría a los lusitanos a pedir la paz. Pero sería una paz muy breve puesto que la rebelión se reconduciría pronto, debido a las peculiares condiciones socio-económicas de la zona y a la pérfida conducta del sucesor de Atilo, Servio Sulpicio Galba, famoso por su riqueza y su avaricia. Éste, al comprobar que su fortuna no podía aumentar en las ciudades de la Bética, aprovechó las incursiones de pequeñas bandas lusitanas para marchar contra su territorio y conseguir botín. En el encuentro los lusitanos emplearon su táctica de guerrillas causando más de 7.ooo muertos entre las tropas de Galba, el cual tuvo que retirarse hasta Carmelis (Carmona).
Simultáneamente, en la Citerior operaba un nuevo cónsul, Lúculo, con las mismas pretensiones que Galba, es decir, hacer fortuna durante su mandato. Este Lúculo se encontró con unos celtíberos pacificados por Marcelo, su predecesor, pero decidió atravesar el Tajo para arremeter contra los vacceos. Al sitiar Cauca y no conseguir tomarla firmó un tratado de paz con sus pobladores, no obstante no lo respetó y pasó a cuchillo a toda la población. Su brutal proceder con los vacceos sembró el odio y la resistencia de los pueblos de la Meseta a SPQR, y llevó la ignominia a Roma, desde donde se exigieron responsabilidades, pero Galba y Lúculo jamás pagarían por sus crímenes.
Con la llegada del crudo invierno mesetario las tropas de Lúculo se retiraron del interior peninsular buscando el camino de la Bética para apoyar a Galba, y con la unión de sus dos ejércitos consiguieron derrotar a los lusitanos que se vieron abocados a pedir la paz. Es entonces cuando acontece uno de los hechos más tristes de la antigüedad hispana: la traición de Galba. La perfidia de éste se demostró aún mayor que la de Lúculo. Conocedor de la escasez de tierras de los lusitanos, hizo correr el rumor de que entregaría lotes de tierra a todos aquellos que depusieran las armas. El historiador romano Apiano lo narró así tres siglos más tarde (en Santos Yanguas, 1982, nº 74: 50):
«Fueron recibidos favorablemente y, a continuación, pactó
con ellos, fingiendo lamentar la situación en que, por necesidad, se veían de
entregarse al saqueo, de hacer la guerra y de faltar a los compromisos
contraídos.
La pobreza de vuestros suelos y la indigencia en que vivís
–decía- es la que os fuerza a hacer esas cosas; yo daré buena tierra a los
amigos necesitados y la distribuiré sin regateos para su clolonización,
dividiéndola en tres partes.
Atraídos por tales palabras, dejaron sus propias casas y
partieron al lugar preparado por Galba. Éste los dividió en tres grupos, llevó
a cada uno a un lugar llano y ordenó que permaneciesen en él hasta que
volviese, una vez procurado el definitivo asentamiento.
Dirigiéndose a los primeros les ordenó que, como amigos que
eran, entregasen sus armas; y habiéndolas entregado, les acorraló dentro de una
cerca, envió contra ellos soldados armados y mató a todos, aunque se lamentasen
ante los dioses e invocasen la fe jurada. De igual modo, con gran rapidez mató
a los del segundo grupo y a los del tercero, que ignoraban aún lo ocurrido con
el primero.»
De
los 30.000 hombres que le creyeron, más de una tercera parte fueron asesinados
y del resto, la mayoría fueron vendidos como esclavos en la Galia. Un pequeño
grupo pudo huir de este genocidio, entre los que se encontraba, según la
tradición, Viriato, que más tarde se convertiría en el caudillo lusitano más
conocido, admirado y temido por su valor, capacidad militar, prestigio y dotes
políticas; y que durante casi diez años dirigirá una guerra sin cuartel a las
tropas de ocupación romanas.
En
las fuentes históricas romanas Viriato aparece como un pastor montaraz y un
bandido nacido en la Sierra de la Estrella. Pero esta visión tenía, sin duda,
un claro propósito de descrédito. Los autores modernos tienden a situar su
origen en la Beturia (entre los ríos Guadiana y Guadalquivir) muy influenciada
por orientalizante, sobre todo el púnico, como se demuestra por la numismática
y otros hallazgos arqueológicos. Las extraordinarias dotes guerreras de
Viriato, propias de estructuras socio-económicas evolucionadas, reflejan, más
que a un rústico, a una persona más preparada, capaz de organizar un extenso
territorio y un ejército integrado por soldados de diferentes zonas lusitanas.
Las campañas de Viriato entre 147 y 138 pueden relacionarse, a modo de
continuación tardía, con las rebeliones que en el año 197 protagonizaron las
ciudades púnicas Sexi, Malaka y Carmo contra el dominio romano.
«No mucho después, cuantos
escaparon a la perfidia de Lúculo y Galba, reunidos hasta 10.000, invadieron la
Turdetania. Contra ellos se dirigió Cayo Vetilio, llegado de Roma con algunas
tropas nuevas a las que juntó las que había en Hispania, unos 10.000 en total.
Sorprendiendo
a los lusitanos en sus correrías mató a muchos y obligó a los restantes a
refugiarse en un lugar, situación difícil, pues quedando allí sucumbirían al
hambre y, si salían, a los romanos.
En vista
de esto, enviaron una legación con ramos de olivo a Vetilio pidiéndole tierras
para establecerse prometiéndole permanecer sometidos al pueblo romano en
adelante.
Vetilio
prometió darles tierras y se disponía a formalizar el pacto cuando Viriato, que
había logrado escapar de la crueldad de Galba y se hallaba entre ellos, les
puso de guardia contra los romanos, recordándoles cuántas veces les habían atacado faltando a sus
juramentos y cómo aquel ejército no era otra cosa que los restos escapados a los
perjurios de Galba y Lúculo, diciéndoles que no desesperasen de salir de
aquella situación si querían obedecerle.»
Así consiguió Viriato librar del exterminio
a su ejército. Ya en el 147, por medio de la tradicional guerrilla lusitana,
conduciría al ejército de Vetilio en su persecución para tenderle una emboscada
en uno de los desfiladeros del Guadiaro. La infantería de Viriato aniquiló a
10.000 legionarios romanos y a Vetilio. Con esta victoria gran parte de la Ulterior
(el valle del Guadalquivir) pasó a manos lusitanas. Viriato era consciente de
que cuando SPQR diera por finalizada la III Guerra Púnica, podría contar
con efectivos muy superiores a los suyos y, que el único medio de derrotarle
sería la unión de distintos pueblos peninsulares bajo un mando unificado, por
lo que una de sus principales labores sería establecer contactos con ellos para
incitarles a la sublevación.
Un año más tarde se dirige a la Carpetania,
derrotando allí al cuestor Plantio, y toma Segóbriga. Continuará azotando a Roma
con la victoria sobre el gobernador de la Citerior Claudio Unimanio. En
145, otro general romano, C. Nigidio, también será derrotado, y es cuando
Viriato y el pueblo lusitano alcanzan sus máximos poder y expansión,
controlando gran parte de la Ulterior y el sur de la Citerior.
Humillados por las constantes derrotas SPQR manda contra ellos un nuevo
ejército de 15.000 soldados, 2.000 jinetes y 10 elefantes (los carros blindados
de la época) bajo las órdenes de un hermano de Escipión Emiliano, el vencedor
de Cartago, el cónsul Q. Fabio Máximo Emiliano. En un primer momento Máximo
sufrió sucesivas derrotas de escasa importancia pero que le sirvieron para
estudiar la estrategia de Viriato. Contando con los refuerzos del pretor Lelio
le vence en Baikor (Bailén) obligándole a retirarse del valle del Betis. La
reacción de Viriato fue incitar a los celtíberos a la sublevación, los arévacos
(Numancia, 143 a. C.) respondieron a la llamada y causaron tantos problemas a
los romanos que fue necesario el envío de nuevas tropas para reprimirles.
El relevo de Máximo al mando de las tropas
de la Citerior hay que considerarlo como un error de Roma. Viriato
derrotó, uno tras otro, a los sucesivos cónsules y pretores e impondrá de nuevo
su dominio en la Bética. En 141 SPQR decide someter
definitivamente al pueblo lusitano, este encargo recae en Fabio Máximo
Serviliano que, al mando de 20.000 soldados, caballería númida y otros cuantos
elefantes, devuelve a Viriato al interior de las tierras lusitanas atacando las
ciudades del valle del Guadalquivir y de la baja Extremadura que se habían
aliado con los lusitanos. Pero cuando todo parecía estar “tranquilo” Viriato,
rehecho, asestó un duro golpe al ejército de Serviliano que no tuvo más remedio
que emprender la retirada. Viriato le persiguió y consiguió un pacto,
consciente de su debilidad a largo plazo, en 140 a. C., por el cual se le
reconocía como amigo permanente de SPQR y se respetaría las fronteras tal y
como estaban en ese momento. Este acuerdo ha sido interpretado como un intento,
por parte de Viriato, de convertirse en rey de una Lusitania independiente
(libre de tributos) y aliada de Roma, pero también como consecuencia del temor
de éste a las defecciones que se pudieran producir ante el cansancio que la
guerra estaba causando en el pueblo lusitano.
En 139, el nuevo procónsul, Q. Servilio
Cepión, hermano del anterior, no se conformó con las condiciones de la paz
impuesta a su hermano, que entre otras cosas le impedía conseguir sus objetivos
personales, tanto económicos como de prestigio si llegara a derrotar a Viriato.
Así sorprendió a éste y fue la confirmación de sus temores. Por un lado, la
aristocracia lusitana se apartó del caudillo de los desheredados y pactó, por
su cuenta, con Roma; por otro lado, la superioridad de los contingentes bélicos
de SPQR en Hispania se hizo evidente cuando se vió acosado por tres
frentes: desembarcos de tropas en los puertos lusitanos, ataques en el valle
del Duero a cargo del ejército sitiador de Numancia y derrota en Azuaga (Sur de
Extremadura). Viriato buscó una salida enviando a tres miembros de su consejo
(Audax, Ditalcón y Minuro) para pactar con Cepión, pero, en connivencia con
éste, sus tres consejeros-delegados le asesinaron mientras dormía. “Este
alevoso crimen elevó la figura de Viriato a la categoría de mito y contribuyó a
fijar su leyenda ya en la antigüedad, que nos vela los rasgos auténticos de su
personalidad, sustituidos por anécdotas, sin duda, en muchos casos imaginadas.
Los motivos que llevaron a los lugartenientes de Viriato a la traición son
desconocidos, aunque parece plausible encuadrarlos en las agudas tensiones
socio-económicos lusitanas. Los estratos más privilegiados de la
población, entre los que podrían encontrarse los tres verdugos, consideraban a
Viriato como un advenedizo, y la resistencia que conducía, el mayor obstáculo a
un entendimiento con los romanos y, con ello, a un mayor enriquecimiento” (Roldán, 2001: 253)
La muerte de Viriato no significó el fin de
la resistencia lusitana. Le sucedió en el caudillaje Tántalo pero fue derrotado
por el cónsul Décimo Junio Bruto al año siguiente. La Pax Romana fue
acompañada del reparto de tierras en un intento de erradicar el tradicional
bandolerismo lusitano y de asentar la población de una manera estable y
duradera, pero las medidas adoptadas, tal vez por insuficiencia, no causaron
los efectos deseados, y las incursiones continuaron hasta el final del periodo
republicano, cuando se procedió a un nuevo reparto de tierras.
Bibliografía
Roldán Hervás, J. M., 2001: Historia
Antigua de España I (Vol. I) U.N.E.D. Madrid ISBN 84-362-4396-X
Santos Yanguas, N., 1982: “Viriato, terror de
Roma” Historia 16, nº 74: pp.
47-56
Pellón, José R.,2001: “Íberos” Diccionario Espasa Calpe ISBN 84-239-2290-1
Bendala, Manuel, 2000: Tartesios, íberos y
celtas Ediciones Temas de Hoy ISBN 84-7880-849-3