EL PROCESO DE CIVILIZACIÓN
Norbert Elias
El autor, Norbert Elias (Breslau, 1897) estudió Medicina, Filosofía y
Sociología en Breslau, Friburgo y Heidelberg. Entre sus compañeros y profesores
se cuentan: Kart Manhein, Alfred Weber, Rickert Husserl, y Jaspers. Vivió en su propia carne el drama de la
Iª Guerra Mundial como soldado y en 1933, ante las atrocidades que anunciaba el
nazismo y las limitaciones al trabajo de los intelectuales judíos, emigró a
Francia y posteriormente, en 1938, a Gran Bretaña. En 1941 su madre moría en el
campo de concentración de Auschwitz.
Desde
1954 era catedrático de Sociología en Leicester y ha ejercido la docencia en
universidades de varios países. En 1977 Elias recibió el prestigioso Premio Adorno en Frankfurt. Fue un
decidido crítico de la sociología tradicional, inclinada a la elaboración de
modelos estáticos, como el de Talcott Parsons, y tendencias de grupo. En 1939
publicó en Alemania El proceso de
civilización sin que llegara ciertamente a la atención del público, en
parte por su condición de judío y en parte por su renuncia a formar parte de
grupos doctrinarios. En 1970 surge del anonimato con un monumental trabajo y
con una reconocida voz que debía ser escuchada por las Ciencias Sociales, especialmente
por la Historia, hasta ser considerado uno de los sociólogos más importantes
del siglo XX, teniendo tiempo de ver reconocida su obra antes de su muerte
acaecida en 1990 a los 93 años de edad.
Fue
sobresaliente su excepcional interés en comprender por qué los humanos se
comportan como lo hacen, lo cual se hace evidente en el conjunto de su obra con
títulos como: La sociedad cortesana, La
sociedad de los individuos o La
soledad de los moribundos; de la cual es pieza maestra El proceso de civilización, en la que realiza un elaborado análisis
del “desarrollo histórico a largo plazo” que da lugar a una teoría de la
civilización o del desarrollo social.
En
El proceso de civilización Elias parte de un problema presente, la
orgullosa autoconciencia que tienen los occidentales de ser “civilizados”, para
demostrar que las formas de comportamiento consideradas típicas del hombre
“civilizado” occidental no han sido siempre igual, sino que son fruto de un
complejo proceso histórico en el que interactúan factores de diversa índole que
dan lugar a transformaciones en las estructuras sociales y políticas y también
en la estructura psíquica y del comportamiento de los individuos, es decir, que
a lo largo de muchos siglos se va produciendo una transformación paulatina
hasta alcanzar la pauta de nuestro comportamiento actual, lo cual no quiere
decir que el proceso civilizador haya culminado, para Elias no tiene un
principio específico y continua en marcha, ni siquiera lo identifica con la
idea de progreso señalando que no hay nada intrínsecamente bueno o malo en la
civilización. Por otro lado tampoco lo considera como un proceso rectilíneo
sino que más bien implica flujos y reflujos, movimientos hacia atrás y hacia
delante, incluso desplazamientos laterales. El proceso de civilización supone
una transformación del comportamiento y de la sensibilidad humanos en una
dirección determinada, pero no de una forma consciente o racional, no es el
resultado de una planificación que prevea el largo plazo ya que estas
capacidades presuponen un largo proceso que se tratará de explicar más
adelante.
Para
acotar un tiempo de investigación el autor se remonta a la Edad Media en
diferentes unidades políticas europeas: Alemania, Inglaterra y Francia
principalmente, extendiéndose hasta los comienzos de la Edad Contemporánea. El
concepto de civilización deriva de la noción de civilité que como los de cultivé
o politissé trataban de
caracterizar la especificidad del comportamiento cortesano del siglo XVI y lo
elevado de sus costumbres sociales frente a la conducta de personas más
primitivas y sencillas.
El
proceso de constitución del concepto de civilización así como su función y
significado son diferentes para Inglaterra, Francia y Alemania, así para las
dos primeras civilización designó en términos genéricos una mejora en el trato
y las costumbres; en cambio, en Alemania, por oposición, se concibió como
“cultura”, en alusión al hombre cultivado.
Norbert Elias realiza su análisis
de los cambios graduales que se dan en la conducta, las costumbres y el
carácter psicológico de las personas a través de la literatura, los libros de
consejos y los manuales de courtoise,
donde se manifiesta la diversidad de códigos y reglas para la configuración de
las “buenas costumbres”, es decir, el proceso de modelación de los
comportamientos hacia costumbres menos rudas en situaciones como la compostura
en la mesa, la realización de las necesidades fisiológicas, el modo de sonarse
o de escupir, el comportamiento en el dormitorio, las relaciones sociales y en el
manejo y represión de la agresividad.
De este modo demuestra que el
comportamiento de los hombres medievales podría calificarse de infantil (desde
un punto de vista actual) con escasa represión de los instintos y de las
necesidades fisiológicas tan naturales para ellos que no veían la necesidad de
reprimirlas o hacerlas en soledad. Era una sociedad en la que los sentimientos
actuaban de una forma más libre o espontánea e intensa, con oscilaciones muy
extremas.
En el siglo XVI la clase
nobiliaria caballeresca-feudal está en decadencia mientras se está gestando una
nueva clase cortesana-absolutista abriéndose las posibilidades de ascenso
social, de modo que los manuales de conducta del momento respondían a las
necesidades de una sociedad en transición y en ellos se recogían las formas de
comportamiento que la sociedad esperaba de sus miembros anunciando una nueva
relación entre los seres humanos que se observan y configuran a sí mismos con
una conciencia más clara que en la Edad Media. Según Elias esta situación da
lugar a que avance el umbral de la vergüenza y de los escrúpulos, de modo que
aumenta la presión externa que unas personas ejercen sobre otras a la vez que
crece la presión interna para conseguir el autocontrol o la autocoacción que
opera incluso cuando el individuo está en soledad y en consecuencia comienzan
las transformaciones en las pautas de comportamiento.
A partir de las fuentes
mencionadas Elias nos muestra la manera como una costumbre, aceptada en un
tiempo, posteriormente deja de serlo debido a su hipótesis de que los “umbrales
de la vergüenza” avanzan gradualmente como parte del proceso civilizador. Puede
observarse que muchas conductas eran frecuentes y no causaban vergüenza porque
no se consideraban descorteses o simplemente porque no se estaba informado de
su nuevo significado reprobatorio: tomar la comida con las manos, limpiarse los
dientes con el cuchillo, chuparse los dedos, eructar, desnudarse delante de
otros… Es el desplazamiento de los umbrales de vergüenza y de sensibilidad hacia
los otros lo que dispara el afán de los reformadores en “prohibirlas”,
señalándolas como inapropiadas o inaceptables, es decir, como “incivilizadas”.
Cuando las nuevas formas de
comportamiento son imitadas por las clases medias se pierde el carácter de diferenciación
con lo cual se impulsa en las clases altas una nueva fase de refinamiento y
elaboración de comportamientos para mantener su prestigio diferenciador. Elias
lo ejemplifica en el cambio de la nobleza caballeresca (s. XI-XVI) hacia la
aristocracia cortesana-absolutista (s. XVII-XVIII) y de ésta al ascenso de la
burguesía tras la Revolución Francesa. Son fases del proceso civilizador
general en las que estos grupos lideran las transformaciones de las costumbres,
destacando el importante papel de la corte, sobre todo la francesa, para la
domesticación y pacificación de las costumbres nobiliarias, irradiando su
influencia al resto de cortes europeas.
«En principio son las personas situadas más alto en la jerarquía
social, las que de una u otra forma, exigen una regulación más exacta de los
impulsos, así como la represión de éstos y la continencia en los afectos. Se lo
exigen a sus inferiores y, desde luego, a sus iguales sociales. Sólo bastante
más tarde, cuando las clases burguesas […] se convirtieron en clase alta, en clase
dominante, pasó la familia a ser el centro único o, mejor dicho, el centro
primario y dominante de la represión de los impulsos. Únicamente a partir de
este momento la dependencia social del niño con respecto a los padres, pasó a convertirse
en una fuerza especialmente importante e intensiva de la regulación y la
modelación emotivas socialmente necesarias.»
(Elias, 1987:
179)
De este modo, según Elias, cada
niño recibe de forma intensa el proceso de civilización. La represión de los
instintos se la inculcan como una auto-coacción que termina por actuar de forma
automática. En consecuencia las “prohibiciones sociales” se convierten cada vez
más claramente en parte de uno mismo, en un “súper-yo” o inconsciente
estrictamente regulado, produciéndose por tanto la transformación de la
condición psíquica del ser humano, aunque no sin conflictos puesto que en el
propio individuo se entabla una lucha entre las manifestaciones instintivas
(más agradables) y las limitaciones, prohibiciones y sentimientos de vergüenza.
A medida que avanza el proceso
civilizador se va diferenciando una esfera íntima o secreta y otra pública, un
comportamiento en la intimidad y otro distinto público. Esta división acaba por
convertirse en un hábito hasta tal punto dominante que ni siquiera se es
consciente de ella.
«… la tensión que supone ese comportamiento “correcto” en el interior
de cada cual alcanza tal intensidad que, junto a los autocontroles conscientes
que se consolidan en el individuo, aparece también un aparato de autocontrol
automático y ciego que, por medio de una barrera de miedos trata de evitar las
infracciones del comportamiento socialmente aceptado pero que, precisamente por
funcionar de este modo mecánico y ciego, suele provocar infracciones contra la
realidad social de modo indirecto. Pero ya sea consciente o inconscientemente,
la orientación de esta transformación del comportamiento en el sentido de una
regulación cada vez más diferencial del conjunto del aparato psíquico, está
determinada por la orientación de la diferenciación social, por la progresiva
división de funciones y la ampliación de las cadenas de interdependencia en la
que esté imbricado directa o indirectamente todo movimiento, y por tanto toda
manifestación del hombre aislado.»
(Elias, 1987: 452)
Cadenas de interdependencia * es un concepto clave en la obra de Elias.
Supone la dependencia de los individuos entre sí a medida que avanzan una serie
de interrelaciones a las que contribuyen entre otras causas el aumento
demográfico, el desarrollo urbano, la especialización o división de funciones,
el cambio de una economía natural a la monetaria o la centralización de los
poderes públicos. Las cadenas de interdependencia se interrelacionan de tal
forma que afectan a todos los ámbitos de las manifestaciones humanas,
determinando la marcha del proceso histórico, y son el fundamento del proceso
civilizador en una dirección determinada.
Elias acude a la Historia para
demostrar que también son motores de este proceso los cambios políticos que se
producen entre el final de la Edad Media y el principio de la Contemporánea.
Las unidades feudales sufrieron un férreo proceso de luchas de competencia y
exclusión que culminó con la absorción de éstas por una sola casa dinástica que
se adjudicó la titularidad de un amplio territorio sobre el que ejercía su
autoridad (monarquías autoritarias) eliminado la competencia de los nobles
atrayéndolos a la corte, convirtiéndose ésta en lugar de control y
domesticación de la nobleza lo cual fue un factor decisivo en el proceso de
civilización. La nobleza pierde su función guerrera para convertirse en
servidora del rey a lo que contribuye la progresiva centralización de los
poderes político, militar y fiscal. Esto es lo que Elias llama “mecanismos de
monopolio”, aparatos especializados de dominación que caracterizan al Estado
Moderno, el autor relaciona por tanto la evolución de estos mecanismos de
monopolio, que tienen su máxima manifestación en las monarquías absolutistas,
con la génesis del Estado Moderno. La implantación “del monopolio de la
violencia” fue decisiva, según Elias, para la consolidación de las
transformaciones del comportamiento; las coacciones externas que imponían los
entes estatales sobre los individuos estimularon la formación de autocoacciones
y controles autónomos interiores que garantizaron la estabilidad del sistema
social y político.
«La
estabilidad peculiar del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un
rasgo decisivo en el hábito de todo individuo “civilizado”, se encuentra en
íntima relación con la constitución de institutos de monopolio de la violencia
física y con la estabilidad creciente de los órganos sociales centrales.
Solamente con la constitución de tales institutos monopólicos estables se crea
ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo, desde pequeño, la
costumbre permanente de dominarse; sólo gracias a dicho instituto se constituye
en el individuo un aparato de autocontrol más estable que, en gran medida,
funciona de modo automático»
(Elias, 1987: 453-454)
De igual modo la progresiva
monopolización de la violencia física y la intensificación de las cadenas de
interdependencia impulsan transformaciones de las funciones psíquicas del
individuo, esto es, la previsión a largo plazo; la racionalización y
psicologización del comportamiento.
La transformación de la nobleza
caballeresca en cortesana supuso el control de las emociones y de las pasiones
espontáneas individuales. Era una sociedad donde la falta de órganos de control
externos y la escasez de redes de interdependencia hacían innecesaria la
previsión a largo plazo, pero con el progresivo sometimiento a normas y leyes
exactas, así como la cada vez mayor dependencia entre los individuos debido al
aumento de la división de funciones, se hace necesario reflexionar sobre las
consecuencias de las acciones propias y ajenas. Esta transformación se
observa ya claramente en la sociedad
cortesana-absolutista donde la lucha por mantener el prestigio, la
diferenciación social y conseguir cuotas más altas de poder, tanto con los de
su propia clase como con las clases burguesas ascendentes, ya no se realiza a
través de las armas sino mediante la intriga, la previsión y el autocontrol.
«Un
hombre que conoce la corte es dueño de sus gestos, de sus ojos y de su
expresión; es profundo e impenetrable, disimula sus malas intenciones, sonríe a
sus enemigos, reprime su estado de ánimo, oculta sus pasiones, desmiente a su
corazón y actúa contra sus sentimientos.» (Elias,
1987: 484)
Todavía serán más profundas y
generales las transformaciones en la sociedad burguesa cuando las
autocoacciones, factor básico para el proceso civilizador, se convierten
definitivamente en un aparato de costumbres que funciona de forma automática y
contempla todas las manifestaciones de las relaciones humanas.
En definitiva, con su obra, Elias
pretende demostrar que la estructura de las funciones psíquicas y la
orientación del comportamiento están íntimamente relacionadas con la estructura
de las funciones sociales y con los cambios en la relación entre los seres
humanos. Es un proceso que, con variantes, se da en todas las sociedades, no
sólo en las occidentales, y aunque no está dirigido racionalmente, ni tampoco
es rectilíneo, se observa en él una tendencia a la igualación de las formas de
vida, conducta y comportamiento, es decir, a la nivelación de los grandes
contrastes. A través de un mecanismo complejo de coacciones y de
interdependencias y, sobre todo, a lo largo de mucho tiempo, se va produciendo
una transformación progresiva del comportamiento hasta alcanzar nuestra pauta
actual, nuestra “civilización”.
Juana Sáez Juárez
Bibliografía:
Elias, Norbert
(1987): El proceso de la civilización:
investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Traducción de Ramón
García Cotarelo. México:
Fondo de Cultura Económica: 581 p.
Morant, Isabel (2002): Discursos de la vida buena:
matrimonio, mujer y sexualidad en la literatura humanista. Madrid:
Cátedra: 290 pp.
*
Con este concepto Elias se opone a la separación tradicional, que defendían
algunos autores, entre individuo y sociedad. A este respecto en La Sociedad de los Individuos dice: «Toda sociedad humana se compone de
individuos aislados y todo individuo humano no es verdaderamente humano más que
a partir del momento en que aprende a actuar, a hablar y a ejercer su
sensibilidad en la sociedad de los otros. La sociedad sin individuos y los
individuos sin sociedad son cosas que no existen.» (en Morant, 2002: 16)