Religión y
ejército.
Las causas de
La inserción de lo divino en la guerra es una
característica que comparten todos los pueblos de
La base de las relaciones guerreras entre lo
sagrado y lo humano parte de la necesidad de una garantía de la protección
divina. Cuando los ejércitos entraban en campaña se procedía a la purificación
de la tropa y de las armas, se hacían sacrificios, declaraciones, acuerdos y
actos simbólicos religiosos con el objeto de afirmar su carácter oficial y
atraerse el favor de los dioses que, simbolizados en los estandartes,
encabezaban siempre el ejército y guiaban a las columnas. El papel de lo divino
alcanzaba su punto álgido en la batalla,
esta se ganaba o perdía por la voluntad de los dioses. Esta concepción le
proporcionaba, además, un carácter de ordalía o juicio del cielo y justificaba
el trato a los vencidos.
Para conocer la voluntad de estos dioses era
fundamental la observación de presagios. Las tropas no se ponían en marcha sin
la presencia de adivinos que hacían sus augurios leyendo las entrañas de las
víctimas sacrificadas, observando fenómenos meteorológicos o astrológicos, el
vuelo de las aves… Desde el apetito de
las aves hasta el comportamiento de los portaestandartes, todas las formas de
presagio tuvieron éxito en la vida militar romana, donde la integración de lo
sagrado en la técnica militar fue completa.
Orígenes
y evolución de
El sustrato de los mitos romanos tiene un
origen indoeuropeo. Lo esencial de este legado se conservó de forma
historizada. Cuando los eruditos de
Por otro lado, esta Triada funcional, que constituye el modelo ideal de la división de
las sociedades indoeuropeas en tres clases: sacerdotes, guerreros y
pastores-agricultores, sirvió para justificar la originaria jerarquía social
romana, aunque pronto dislocada.
Antes de sentir el influjo etrusco o griego,
la religión romana tenía infinidad de deidades. Eran dioses desdibujados, sin
configuración humana, espíritus que residían en todos los lugares en que el
hombre habría de actuar. Sí tenían símbolos que les representaban como la
piedra a Júpiter, la lanza a Marte o el fuego a Vesta.
Los romanos concebían a sus dioses en un
aspecto estrictamente funcional y por ello se veían obligados a multiplicarlos;
toda cosa existente: grupo de edad, cada individuo, momento o expresión de la
vida humana, cada acto social, tenía su dios tutelar. Esta concepción funcional
dio lugar a uno de los rasgos más notables de la religión romana: la temprana
asimilación o identificación de elementos y divinidades de los pueblos con los
que entraba en contacto. Cuando la primitiva organización social dio origen al
Estado, éste absorbió la administración litúrgica y estableció una religión
oficial cuyos principales elementos procedían del mundo mítico etrusco y
griego. Bajo dominación etrusca la arcaica Triada
fue sustituida por Júpiter, Juno y Minerva. La religión etrusca también se caracteriza por una precoz
asimilación de elementos itálicos y griegos produciéndose una mezcla de dioses
latinos, sabinos, griegos…
Cuando se vio en peligro la existencia misma
del Estado romano, a causa de
El programa de Augusto para la regeneración de
Roma contó con la restauración de los sentimientos religiosos y morales para el
inicio de una nueva época de grandeza, una vuelta al antiguo e íntimo culto a
los dioses. La reforma religiosa supuso un muro de contención para impedir la
introducción de nuevos cultos o ritos. Pero Augusto fue más condescendiente en
lo relativo a la divinización de Roma y de los príncipes del Imperio a partir
de César con el objetivo de consagrar y canonizar su obra política y social,
considerándola la obra de un dios. Sin embargo la evolución religiosa continuó
con el Imperio adoptando creencias orientales que aseguraban la paz de
espíritu, la felicidad y la vida eterna.
“Llega con todo ello
la época de un sincretismo religioso en que subsisten en la misma ciudad los
cultos más variados y en ocasiones opuestos entre sí, con lo cual el panteón romano
viene a ser un inmenso museo donde se han recogido todas las piezas conocidas
en todos los pueblos dominados. El genio práctico de los romanos ha querido
jerarquizarlo todo, relacionar y unificar todo lo semejante. Ha encontrado
muchas piezas que puede identificar de la religión romana, itálica, griega y
oriental; escapando algunas difíciles de clasificar, y aún de aquellas, que han
asimilado, hay tantos aditamentos que resulta difícil reducir a una unidad,
como le sucede a Cicerón cuando analiza el carácter de cada dios.” (Guillem, 1994:16)
Características
de
La religión romana carecía de doctrina
dogmática y de especulaciones filosóficas. Consistía en pequeñas creencias basadas
en la transmisión de los mayores y en la estricta observancia de ritos,
ceremonias y actos de culto puramente exteriores.
Los romanos tenían un concepto de sus dioses
estrictamente funcional o práctico, para que respondieran a todas las
necesidades de su existencia se veían obligados a multiplicarlos y
especificarlos. Las emociones y afectos no tenían cabida aunque sí el temor a
la cólera de los dioses. Toda la religión estaba reducida a un ceremonial
fijado hasta el último detalle y no exento de cierto carácter mágico que
obligaba al poder al que iba destinado.
Los dioses eran venerados en tres estamentos: sacra doméstica (familia), sacra gentilicia (gentes) y sacra pública (República). La religión
impregnaba de tal modo la vida privada y pública que el fiel se hallaba siempre
inmerso en el ámbito de lo divino. Los dioses intervenían en todos los actos y
horas de su vida. Para comunicarse con la divinidad el hombre romano utilizaba
principalmente la plegaria, el himno, la promesa o el voto, el sacrificio, la
ofrenda, el banquete sagrado, las técnicas adivinatorias y los ritos de
purificación, agradecimiento o expiación. Sin la comunicación constante con sus
dioses, para asegurarse su benevolencia y su amistad, el fiel se sentía
perdido. En este sentido se inscribe la gran importancia que los romanos
atribuían a los prodigios, fenómenos insólitos interpretados como presagios. El
diálogo entre dioses y hombres se entablaba a través de esas manifestaciones.
Los romanos concebían la relación con sus
dioses como un tratado bilateral, de su cumplimiento no se podía dudar ya que Júpiter como guardián de los pactos
jurados era el garante de la fides romana,
una fidelidad a los compromisos que impregnaban el espíritu del hombre romano.
Todas las acciones del hombre se iniciaban y concluían en el nombre de dios,
nada se emprendía sin consultar la voluntad de los dioses. La pietas o justicia para con los dioses
era la observancia escrupulosa de los ritos y de todo lo que les es debido o de
su agrado con el fin de predisponerlos a que les correspondan con lo que de
ellos esperan. En la sumisión y en la piedad para con los dioses radicaba la
causa de la grandeza de Roma.
La oración y el sacrificio eran los dos
principios esenciales de toda ceremonia de culto. El sacrificio en el ritual
doméstico era incruento, el pater
familias ofrecía a sus dioses trigo, fruta y vino. En cambio en el culto
público eran cruentos, animales sacrificados mediante ceremonias rígidamente
establecidas que se mantuvieron invariables a lo largo de los siglos. Cada
divinidad mostraba su predilección por una clase de ofrendas, en circunstancias
especiales parece ser que los sacrificios fueron los Suovetaurilla que consistían en la inmolación de un cerdo, una
oveja y un toro. Frecuentemente oración y sacrificio iban acompañados de un
voto que en realidad era un contrato en el que el fiel exponía claramente a los
dioses lo que esperaba de ellos y lo que se comprometía a realizar una vez
obtenido lo que deseaba. Se demuestra así el carácter práctico y jurídico con
el que se concebía la religión romana.
Dioses
protectores de las actividades bélicas
Los soldados, que al igual que los generales
eran libres de ofrecer sus votos al dios de su mayor devoción, invocaban antes
de entrar en batalla a sus dioses, les ofrecían sacrificios, templos, aras,
despojos o armas del enemigo vencido. Entre estas divinidades estaban:
Marte
Según
la leyenda el padre natural de Rómulo,
y por extensión el de todos los romanos. Dios primitivamente agrario que
evolucionó por la influencia helénica a Dios de
Marte
está unido a todas las grandes empresas
de SPQR, cuando se declaraba la guerra el general movía la lanza que
simbolizaba a Marte diciéndole: «¡Mars, vigila!»; porque además era quien
proféticamente avisaba cuando se avecinaba algún peligro moviendo las lanzas de
la regia –residencia del pontífice máximo- y los escudos de los
salios –cofrades religiosos que realizan rituales guerreros. En la batalla, y
luego en la victoria, le ofrecían sacrificios y los altares y templos a Marte se llenaban de despojos y de armas
del enemigo.
Júpiter
Rey de los dioses todopoderoso. El culto que
se le rendía era sobre todo político, personificando la idea del Estado. Aunque
no era un guerrero, como Marte,
asistía al luchador de forma invisible y mágica; a él se le atribuían los
presagios obtenidos observando el vuelo de las aves y las “señales” aparecidas
en el cielo.
En el templo de Júpiter Capitolino se guardaban los Libros Sibilinos[1],
leyes, tratados de paz y diplomas militares, y en él se reunía el Senado cuando se trataba de
discutir sobre los asuntos de la guerra. Allí acudían los generales antes de
partir de la ciudad para dirigir al ejército y también cuando volvían
triunfantes, celebrando la victoria de las armas y adornándose con las
insignias del propio Júpiter. Durante
esta ceremonia, el general vencedor se convertía en su doble, avanzaba sobre un
carro coronado de laurel y vestido de rojo, dotándose así del Imperium, el máximo galardón militar y
político.
Juno
Diosa principal del pueblo romano. Su culto
por los pueblos itálicos, latinos y etruscos se remonta a la más remota
antigüedad. Juno formaba parte de
Asumía las tres funciones, reina (esposa y
hermana de Júpiter), guerrera y madre (de Minerva), de las viejas ideas
indoeuropeas. En su templo los gansos, a ella consagrados, avisaron con sus
excitados graznidos del asalto galo a la ciudadela del Capitolio, la fortaleza sagrada,
tras la batalla de Allia (
Minerva
Diosa de toda actividad de la mente.
Posteriormente se identificó con
Vulcano
Su labor en la guerra estaba relacionada con el
fuego devastador que asola el territorio enemigo.
Bellona
Patrona de la guerra. Algunas veces aparecía
como compañera-esposa de Marte. Se
representaba en el carro del dios con rasgos aterradores evocando la furia; en
su mano flameaba una antorcha, con intención de incendiarlo todo, o también una
lanza o espada para matar a quien se interpusiera en su camino.
Lares
Eran los dioses domésticos, los genios
tutelares de cada casa y familia. Se distinguían muchas especies de lares,
entre ellos los que se ocupaban de alejar a los enemigos o de proteger las
naves. A los Lares se les atribuyó el
que Aníbal se alejara de Roma, considerándoles por tanto defensores de la
ciudad y del imperio.
Fauno y Silvano
Dioses con un don profético, a los que se
atribuían las voces misteriosas que se escuchaban en el silencio de la noche o
dominando el fragor de la batalla ante la proximidad de un grave
acontecimiento.
Victoria
Herencia indoeuropea también es el fenómeno de
la divinización de cualidades humanas e ideas abstractas como el honor, la
gloria, la fortuna, el valor, la fidelidad o la victoria, que fueron objeto de
culto en Roma. Los generales ofrecían votos en su honor si vencían y la
divinidad nunca podía faltar en los campamentos militares.
Tranquilitas
Divinidad relacionada con Neptuno y con los
vientos, representa la calma o la bonanza del mar. Augusto le ofreció un
sacrificio cuando en el
Castor y Polux
Héroes divinizados que actuaban en las
incontables guerras como jinetes al servicio de Roma. Los dioscuros aparecían
al frente de la caballería interviniendo para que las arma romanas obtuvieran
el triunfo. Eran también protectores de los marineros.
Hércules
Divinidad protectora de las armas y por ello
era invocado junto con Marte y
Venus
Antes de convertirse, bajo influencia griega,
en la diosa de la belleza y del amor, era objeto de n culto propiciatorio.
Sila, Pompeyo y Cesar la invocaron para asegurarse su benevolencia. Cesar le
prometió un templo antes de la batalla de Farsalia y la convirtió en madre de
Eneas, el sobreviviente de la guerra de Troya, que por voluntad de los dioses
emigró al Lacio para fundar una dinastía que, por supuesto, era
Salvo contadas excepciones como los templos de
Minerva, los Dioscuros o Hércules, que se justifican por la importancia de los
servicios prestados a Roma, la mayor parte de los dioses importados no fueron
establecidos dentro del Pomerium, recinto místico de la población civil que
señalaba los límites de la ciudad. La entrada del ejército en el interior del
Pomerium no estaba permitida, por ello muchas fiestas se realizaban en el Campo
de Marte, un espacio abierto entre la ciudad y el río Tiber que no estaba
incluido dentro de los límites sagrados de la ciudad. En tiempos de Sila este
espacio sagrado, y por tanto la prohibición del ejército, se amplió hasta el
Rubicón. Cuando Cesar lo cruzó con sus legiones violó este espacio dando inicio
a las Guerras Civiles.
Colegios
Sacerdotales
Los sacerdotes romanos nunca formaron una
casta cerrada, cualquier patricio, y con el tiempo también los plebeyos, podía
formar parte de cualquier sacerdocio. Los sacerdotes no eran muy numerosos
porque cualquier persona con autoridad tenía también atribuciones religiosas.
El culto familiar era realizado por el pater
familias, en su domus y con sus
ritos privados; mientras que el culto público, que contaba con dioses más
poderosos, era presidido por los magistrados. Además el jefe del estado era
también el sacerdote del estado, pero las funciones religiosas eran confiadas a
colegios sacerdotales que eran independientes entre sí.
Dado el gran número de divinidades a las que
se rendía culto, había sacerdotes para cada dios, flamines para algunas divinidades en concreto y pontífices para todas en general. Cada uno
de los colegios sacerdotales tenía una especialidad, sus técnicas y saberes especiales
eran transmitidos dentro de cada colegio de generación en generación.
Pontificex
Colegio que protegía los ritos nacionales y
velaba por el buen funcionamiento de la religión en general. Más por cuestiones
de poder político que religioso, con el paso del tiempo se fue imponiendo sobre
los demás colegios, sobre todo la figura del Pontificex Maximo jefe de su colegio sacerdotal y escalón más alto
de la jerarquía sacerdotal, que actuaba como árbitro supremo de todos los colegios
sometidos a su influencia y vigilancia. Éste era un cargo reservado para las
familias patricias más influyentes, César y Augusto lo fueron. Regulador de la
religión y del culto, tanto público como privado, entre sus amplias
atribuciones tenía además potestad legislativa e interpretativa de la ley y el
derecho, era también el administrador de todos los bienes de los dioses y
elaboraba el calendario fijando claramente todas las ceremonias y festividades
señalado además los días hábiles (fastus)
o no hábiles (nefastus) que eran los
días en que no se podía llevar a cabo acciones de carácter público. El Pontificex Maximo junto al Rex Sacrificulus (jefe de sacrificios)
celebraba las ceremonias extraordinarias del culto a Jano, que antes era privilegio del rey. Elaboraba también la indigitamenta: lista que contenía el nombre de las diferentes
fuerzas divinas, la manera de invocarlas y sus respectivas funciones.
Augures
Dedicados a la adivinación, fueron de los primeros
en aparecer en la historia de Roma, ya que para la fundación de la ciudad,
Rómulo consultó los auspicios
(respuestas de los augures), y nombró un augur por cada tribu para que le ayudaran en la ordenación de los
quehaceres públicos.
Los augures
custodiaban e interpretaban los oráculos y las profecías, observaban los
augurios en los signos celestes, en el canto y el vuelo de los pájaros o en la
comida de los pollos, para saber si los dioses aprobaban o no el negocio
público, de paz o de guerra, que se pretendía emprender, pidiendo, en caso
positivo que se enviara tal o cual signo.
Arúspices
Adivinos de origen etrusco, pretendían
escudriñar el futuro por la observación de las entrañas de los animales
sacrificados. Se acudía a ellos en momentos de peligro y asistían a los generales en los sacrificios antes de
las batallas.
Decenviros
Interpretaban y guardaban los Libros Sibilinos (rito griego). Con Sila
sus miembros se elevan a quince y reciben el nombre Quindecimviri Sacris Facundis. Su principal función era investigar
en los libros citados fórmulas para aplacar la cólera de los dioses cuando se
mostraban airados a través de algún prodigio o fenómeno anormal. Se les
consultaba sobre todo tras los desastres de la guerra para que descubrieran las
causas de las derrotas militares.
Su actuación se ve claramente en el contexto
de
“se hicieron
sacrificios extraordinarios, entre ellos un galo y una gala, un griego y una
griega fueron enterrados vivos en el Foro Boario en el lugar cercado por unas
piedras, que ya antes habían recibido otras víctimas humanas, pero no romanos
ni según rito romano.” (Guillem, 1994:374)
Este tipo de sacrificio humano se dio
repetidas veces en los momentos de máximo peligro para la ciudad. Los
sacrificios humanos o muertes rituales eran frecuentes en los inicios de SPQR,
como se deduce de la práctica de
Siguiendo también las indicaciones de los Libros Sibilinos, se realizaron
ofrendas, entre ellas el Ver Sacrum
Facere, el verdadero voto heredado de los sabinos que consistía en ofrecer
a Júpiter todo ser animado que
naciera entre ellos durante la primavera si el dios a cambio salvaba al pueblo
romano. Los niños, de no estar expresamente excluidos, también entraban en el
voto, pero no eran sacrificados sino consagrados a Marte o una vez adultos se
les velaba la cabeza y eran desterrados al modo de una muerte simbólica.
Finalmente, en el año
El colegio de los Quindecimviri, cuyo cometido era la protección y procuración de
cultos extranjeros en Roma, influyó decisivamente en la evolución de la
religión romana helenizándola, indicando que era necesario introducir en el
culto algunos de los dioses de los otros pueblos itálicos primero, luego
griegos y más tarde orientales.
Saliares
Celebraban los ritos religiosos del mes de
marzo alabando a Marte.
Etimológicamente su nombre proviene del verbo salitare (saltar), lo cual hacen en sus ceremonias mientras cantan
sus himnos. Numa eligió a doce salios en honor a Marte Gradivo, dios de la batalla, como guardianes de los doce
escudos sagrados, uno de estos escudos había caído milagrosamente del cielo
como prueba solicitada por Numa a Júpiter
de la permanencia del imperio romano.
Feciales
Agentes de la diplomacia romana. Encargados de
la fides (fidelidad) pública entre
los pueblos. Los feciales eran los
encargados de establecer y conservar pactos de paz. La paz realizada sin su
intervención era considerada nula y el general que la firmaba era entregado al
enemigo.
Su principal función era preparar el inicio de
las hostilidades, justificar la guerra consiguiendo a cualquier precio que
formalmente al menos la legalidad estuviera al lado de SPQR, mediante la
cuidadosa elección del casus belli y
el escrupuloso respeto de los ritos tradicionales de la declaración de guerra
para no enojar a los dioses. La causa de la guerra siempre resultaba ser la
legítima defensa, la agresión se camuflaba con motivos honorables como la defensa
de los dioses, de la colectividad o de los aliados. Se traba en definitiva de
un procedimiento de culpabilización del adversario, desplegando para ello todos
los recursos del espíritu legalista de la religión.
Una vez establecido el casus belli solían asegurarse de que el enemigo se negara a
reconocer y reparar sus faltas, para seguidamente proceder a las declaraciones
oficiales y a los actos simbólicos con valor religiosos que autorizaban el
inicio de las operaciones guerreras. El ceremonial de la declaración de guerra
lo describe Tito Livio:
“Dado que Numa había
reglamentado las prácticas religiosas de la paz, también quiso instituir las de
la guerra; hacer: la, guerra no bastaba, era necesario declararla ritualmente:
De modo que, de la antigua nación de los equícolas, se apropió de la regla que
todavía siguen los feriales para presentar una reclamación. Al llegar a la
frontera del país al que se dirige una reclamación, el enviado se cubre la
cabeza con el filum (un velo de lana) y dice: «Escucha, Júpiter; escuchad
fronteras de tal o tal pueblo (aquí menciona el nombre del pueblo), y que el
Derecho Sagrado me escuche también. Soy el representante oficial' del pueblo
romano; vengo encargado de una misión justa y santa; que se' tenga confianza en
mis palabras. Entonces expone sus demandas. Después toma a Júpiter por testigo:
«Si falto a lo que es justo y santo al reclamar que sume devuelvan, a mí, esos
hombres y esos objetos como propiedad del pueblo romano; no permitas que
regrese jamás a mi patria. » Al franquear-la frontera repite la misma fórmula;
se la repite al primer hombre con el que se encuentra; la repite al entrar en
la ciudad; y la repite al penetrar en el foro, con alguna ligera modificación
en la invocación y en la fórmula del juramento. Si no se le concede lo que
reclama, declara la guerra con un plazo de treinta y tres días (la cifra
consagrada) y con estos términos: «Escucha, Júpiter; y tú, Jano Quirino; todos
vosotros, dioses del cielo, y vosotros,
dioses de la tierra, y vosotros, dioses de los infiernos, ¡escuchad! Os tomo
por testigos de que tal o tal pueblo (lo nombra) es injusto y no paga lo que
debe. A este respecto, deliberamos en nuestra patria con los ancianos sobre los
medios para obtener lo que g nos debe.» Después informa a Roma para que se
delibere: Enseguida el rey consultaba a los senadores aproximadamente en estos
términos: «En relación a los objetos, conflictos y quejas de los que sé ha
ocupado el pater patratus del pueblo romano de los quirites con el pater
patratus del antiguo Lacio y de los antiguos latinos en persona, a propósito de
lo que debían dar y pagar, y que no han dado ni pagado, dime (dirigiéndose a
quien consultaba el primero) ¿cuál es tu opinión?». Entonces, éste decía:
«Hacer una guerra justa y santa para obtener lo que se nos debe; esa es mi
opinión y mi propuesta:» Después, por turno, consultaba a otros. Cuando la
mayoría de la asamblea tenía esa opinión, su acuerdo decidía la guerra. Por lo
general, el ferial, con una jabalina con punta de hierro, o de cornejo con la
punta endurecida al fuego, se dirigía a la frontera enemiga; allí, en presencia
de, al menos, tres hombres adultos, decía: «Dado que los pueblos de los
antiguos latinos, o de ciudadanos antiguos latinos, han cometido acciones y
faltas perjudiciales para el pueblo romano de los quirites; dado que el pueblo
romano de los quirites ha decidido entrar en guerra contra los antiguos
latinos, o que el Senado del pueblo romano de los quirites ha, propuesto,
votado y decretado que se haga la guerra a los antiguos latinos; por esos
motivos, yo, así como el pueblo romano, declaro la guerra a los' pueblos de los
antiguos latinos o á los ciudadanos antiguos latinos, y lo hago.» Con esas
palabras, lanzaba la jabalina a su territorio.” (Garlan, 2003:33)
Tras el dardo
fecial entraban las legiones romanas.
Flamines
Sacerdotes públicos, quince en total y cada
uno de ellos dedicado al servicio de una divinidad, de lo cual dependía su
nombre. Los principales eran los dedicados a Júpiter y Marte, los Flamines Maiores.
El
ritmo sacro de
La guerra era una actividad que implicaba a
todos los varones actos para el servicio militar, era el principal deber y
honor del ciudadano romano. El ciclo guerrero se iniciaba en marzo y concluía en
octubre. En estos dos meses se concentraba la mayor parte de las ceremonias
religiosas para proteger el ejército, purificarlo y propiciarse la ayuda
divina.
Marzo era el mes consagrado a Marte con toda una serie de fiestas y de
ceremonias de lustración colectivas que consistían en ritos de purificación
sacramental o simbólica para limpiar las impurezas del hombre y que buscaban
preventivamente la voluntad y el favor de los dioses, así como despertar la
conciencia cívica de la sociedad, sobre todo la de los varones, con vistas a la
campaña bélica que se iniciaba. En las calendas
(día uno) de marzo se celebraba la ancestral ceremonia de sacralización
guerrera realizada en el Campo de Marte. Los salios iban en procesión saltando,
danzando y cantando letanías para despertar las fuerzas sobrenaturales y el
espíritu guerrero de la ciudad. Estos jóvenes sacerdotes-guerreros esgrimían
también sus espadas y golpeaban los ancilia
o escudos sagrados. La procesión terminaba en un banquete ritual. El 27 de
febrero y el catorce de marzo en el Campo de Marte se celebraban las llamadas esquirria, carreras para la purificación
de los caballos. El 19 de marzo se procedía al armilustrum, la purificación de las armas y demás instrumentos de
guerra por medio de sacrificios en el Aventino, colina situada fuera del Pomerium. Finalmente el 29 de marzo se
festejaba el tubilustrium o la
purificación de las trompetas de guerra.
Un ejército o una flota no se exponía a
combatir sin haber ofrecido los sacrificios y lustraciones oportunas.
Preparadas ya para salir a campaña se sometían a un nuevo rito de lustración, quinquatrus, mientras que el general
incitaba a dioses y hombres sacudiendo la lanza que simbolizaba a Marte y los Escudos Sagrados.
Paralelamente se abrían las dos puertas del templo de Jano, dios de las puertas y las entradas así como de los principios
de toda actividad. Siguiendo la tradición del rey latino Numa las puertas
abiertas o cerradas significaban respectivamente que había guerra o paz.
Algunos autores interpretan que se abrían las puertas para que el poder mágico
del dios librara al ejército de las trampas de las gargantas y desfiladeros.
Cuando un general partía para la guerra tomaba los auspicios para llenarse de numen,
una fuerza de origen sobrenatural considerada divina. El sacrificio
aumentaba el numen de los dioses
protectores y en el análisis de las entrañas de los animales sacrificados se
leían los signos de que los dioses se mostraban propicios. Además, durante la
campaña, siempre estaban pendientes de presagios que dejaran ver su voluntad, y
en circunstancias especiales, si faltaban los presagios, se les preguntaba
directamente mediante sacrificios o consultando auspicios que predecían la ira de los dioses y aconsejaban sobre
qué hacer para protegerse de esa ira. El general dotado con el Imperium, estaba capacitado para
hacerlo, aunque lo normal es que lo hicieran los augures.
La estación bélica finalizaba hacia el mes de
octubre. Cuando las tropas regresaban para invernar era obligatorio someterse a
un nuevo proceso de purificación y sacrificios con el objetivo de salvaguardar
y proteger la potencia bélica de la ciudad, así como preservarla hasta la
próxima campaña. Las fiestas bélicas del mes de octubre eran el October Equus en la que se sacrificaba a
Marte el caballo situado a la derecha
del carro vencedor en la carrera celebrada en el Campo de Marte. Y el armilustrium en la que se realizaban
sacrificios con la finalidad de limpiar las armas de impurezas para evitar que
éstas manchadas de sangre de los enemigos contaminaran la ciudad. Finalmente
los salios plantaban los escudos dando fin a la estación de las acciones
guerreras y se cerraban las puertas de Jano.
En momentos de máximo peligro los generales
podían proceder a ritos como la evocatio o
la devotio, en los que el factor
magia era muy poderoso. Ni por el objeto ni por sus formas pueden distinguirse
los ritos mágicos de las ceremonias religiosas, pero jurídicamente la magia en
Roma era ilícita, aunque la magia desbordaba la legislación y no faltaron emperadores
que consultaron a magos.
Evocatio
“El romano estaba
convencido de que todas las ciudades vivían bajo la tutela de algún dios, y por
eso, cuando al final de un asedio se disponía a dar el asalto definitivo, se
dirigía a los dioses tutelares de la plaza enemiga invitándolos a que la
abandonaran y favorecieran en cambio al pueblo romano que les rendiría los
mismos honores y aún mayores” (Guillem,
1994:145)
Seguidamente se ofrecía un sacrificio y se examinaban las vísceras para ver
si la evocatio había sido aceptada
para proceder al asalto definitivo de la ciudad. Entre los ejemplos de evocatio
destacamos el que Mario realizó en el asedio de Veyes invitando a Juno Regina; el de Escipión en el asedio
de Cartago a la diosa fenicia Astarte
que en Roma se identificó con Juno; o
la de Castor y Pólux, divinidades veneradas
en Túsculo, ciudad latina enemiga de Roma.
Devotio
“… acto por el que una
persona, a la vista de gravísimos peligros que amenazaban a la ciudad, se ofrecían
como victima propiciatoria a los dioses, que debían descargar sobre él todas
sus iras y venganzas, y mostrarse en cambio propicios con la ciudad o el
Estado. Inmediatamente después de expresada la fórmula de la devotio, él
públicamente se lanzaba al peligro, en el que estaba seguro de perder la vida,
pero también de que su inmolación sería la causa de la ruina de los enemigos de
la patria.” (Guillem, 1994:128)
Los Decios, padre, hijo y nieto se
sacrificaron en sus respectivos consulados para lograr la victoria de las armas
romanas.
La religión romana apuntó tempranamente hacia
la vida real del derecho y del estado, los primeros abogados fueron los
sacerdotes, la vida política en Roma no puede separarse de la religiosa ya que
las mismas personas que presiden la religión gobiernan el Estado. La mitología
romana fue una recreación del hombre, su carácter era nacional e histórico.
Roma pretendió reconstruir sus propios orígenes, su fundación y sus progresos
en relatos míticos que al tiempo que distraían a los hijos de la loba les
conferían también autoestima y una gran confianza en sus destinos. La mitología
se ordenará a una religión ciudadana y de la política con lo cual
Cuando Rómulo estaba trazando el surco del pomerium de la naciente Roma invoca a
los dioses protectores de la ciudad:
“Júpiter, padre Marte,
y Vesta, madre mía, acompañadme, y dioses todos a los que yo deba invocar,
asistidme propicios en esta obra que emprendo. Que esta ciudad viva siglos
enteros como señora del mundo, y que su imperio se extienda desde donde el Sol aparece hasta donde se oculta” (Guillem, 1994:263)
El poder público se sustentaba sobre una
ideología y una mística que lo fortalecían y lo legitimaban. El mito y la
leyenda se asociaban a la esfera pública revistiéndola de un aura de misterio
mágica y divina que la convertía en inviolable
a los ojos del pueblo. Algunos dignatarios, como Escipion el Africano,
Sila, Pompeyo, Julio Cesar o Augusto, por su actuación hacia la colectividad
fueron investidos con una misión divina y superaron el carácter de humanos. El
culto o divinización imperial constituía
la mejor manera de lograr la cohesión social y política del Imperio.
Al ciudadano romano lo único que le importaba
era la marcha de la ciudad, concibiéndolo todo a través del prisma de la
grandeza de Roma y de su noble misión de regir al mundo, lo cual obtenía
gracias a su pietas y su reverencia para con los dioses patrios.
La religión romana se caracteriza por la
búsqueda de eficacia, por su pragmatismo y sobre todo por la sacralización de la
comunidad orgánica: familia, gens, patria. El vínculo religioso, tanto público
como privado, unía a la ciudad, no existía el concepto de individuo sino de
ciudadano romano. El fuerte sentimiento religioso favorecía tanto la entrega al
Estado como la famosa disciplina romana y la fidelidad a los compromisos, la fides debida sobre todo al emperador
por parte del ejército.
El culto que se rendía a Júpiter era predominantemente político, personificación divina de
la idea de estado. Júpiter, dios
tutelar de la ciudad y del Imperio, estaba vinculado a la misión de poder y
conquista de SPQR. Mientras que Marte era el dios que había conducido a
la formación del Imperio y otras divinidades, como Juno y Minerva, vigilaban
especialmente para su salvación. Roma siempre acogía en su panteón a los dioses
de los pueblos sometidos con la pretensión de que la buena acogida favorezca la
coalición de los pueblos bajo su égida.
La intimidad de la religión y la política se
ve claramente en la labor de los augures que siempre buscaban la voluntad de
los dioses para objetivos o propaganda del Estado y sobre todo en la consulta
de los Libros Sibilinos:
“Cicerón se queja de
que se juegue con los libros sibilinos acomodando al gusto de cada cual sus
vaticinios, de forma que se les haga decir lo que convenga a los poderosos,
como sucedió con Cesar. L. Cota, uno de los quindecimviros; propaló la especie
de que en la próxima reunión del senado L. Cota expondría que según los libros
sibilinos era preciso que el senado diera a Cesar el título de rey, si quería
vencer a los Partos” (Guillem, 1994:
344-345)
Epílogo
Los hombres crean a los dioses para dar una
explicación a las preguntas para las que no tenían respuestas y la religión
servía para explicar metafóricamente el origen del hombre y su organización
social y política. Los hombres que se declaraban descendientes de los dioses
conformaban la élite que detentaba el poder, entre ellos los sacerdotes que
definían los preceptos y principios religiosos que los perpetuaba en el poder. La
ignorancia, el miedo y la necesidad real de protección mantenían a la mayoría
del pueblo bajo su yugo.
La religión se encuentra en toda sociedad
humana y es uno de los aspectos más importantes de cualquier cultura ya que,
interactúa de forma significativa en todos los ámbitos culturales, económicos,
de la ley, de la política y de la ciencia; se manifiesta en el comportamiento
humano en su sistema de valores en su moral y en su ética, sin olvidar que también
ha conducido a rebeliones y guerras, temores, represión y sufrimientos,
desorden y desintegración social. El mundo occidental ha experimentado, en los
últimos dos siglos, un proceso de secularización que ha relegado, no sin
resistencias, a la religión al ámbito privado, sin embargo el hombre moderno no
está libre de creencias heredadas desde tiempos ancestrales y asumidas como
propias. No hay momentos de peligro en el que no se invoque la protección de
algún dios, aunque sea inconscientemente o por ese por si acaso que manda la
superstición.
“No tengo consejos para
vosotros, o al menos no tengo nada distinto a lo que ya dijeron en su día
Epicuro, Séneca, Spinoza o Schopenhauer. Agradecedme que no os lo repita. Me
permitiré, sin embargo, algunos modestos desengaños. No creáis que la vida que
os ha tocado vivir es más difícil o el mundo más oscuro que en otras épocas.
Tampoco creáis que es más fácil o más luminosa. No os engañéis: es la misma
vida humana de siempre, atroz, hechicera, esmaltada de sabiduría y manchada de
supersticiones. No perdáis el tiempo riéndoos de las supersticiones del pasado:
identificad y pelead contra las de vuestro presente. No os entretengáis tampoco
añorando la sabiduría que otros tuvieron, porque en lo esencial aún está a
vuestro alcance y porque sólo vosotros -en vuestro día a día- podréis hacerla
realmente sabia. A la vida que vivís no le falta nada, pero tampoco tiene nada
nuevo realmente importante que antes no hubiera. Estáis donde el hombre siempre
ha estado y respondéis al mismo desafío que nosotros o nuestros tatarabuelos: os
enfrentáis a la extrañeza fatal del aquí y ahora. Cambia el decorado, el atrezo
y la puesta en escena, pero el viejo drama continúa.” (Fernando Savater, El País semanal, 12-9-99, p. 8)
Bibliografía:
eliade, m.
1999:
Historia de las creencias y de las ideas
religiosas. Tomo ii. Editorial
Paidós Ibérica S.A. Barcelona
garland, Yvon 2003: La guerra en la antigüedad. Alderabán
Ediciones
guillem, josé
1994:
Urbs Roma Vida y costumbres de los
romanos iii. Religión y ejército.
Ediciones Sígueme, Salamanca
Harmand, Jacques 1976: La guerra antigua. De Sumer a Roma.
EDAF, Madrid
[1] Libros de las Profecías
que según la leyenda obtuvo Tarquinio de