La
inclusión de auxiliares hispanos como efectivos del ejército romano se llevó a
efecto a partir de la llegada de los Escipiones a Hispania en el contexto de la
II Guerra Púnica. Fue necesaria, por una parte, para incrementar sus efectivos
ante la superioridad de los cartagineses, los cuales contaban con importantes
contingentes de mercenarios reclutados entre las tribus indígenas hispánicas; y
por otra, para adaptar su fuerza de combate, muy diferente a la del enemigo,
recurriendo a las mismas fuentes que él. La diplomacia y la persuasión romanas
consiguieron atraerse a las poblaciones autóctonas descontentas con el trato púnico, prometiendo
una relación “igualitaria” en el reparto del botín además de premios a sus
aliados.
El concurso de tropas indígenas no cesó con la expulsión de los
cartagineses de la Península, sino que sirvieron para reforzar los ejércitos
enviados por Roma para la conquista total de Hispania, para lo cual se
aprovechó de la tradicional y endémica enemistad y aversión entre las distintas
tribus hispanas. Estas tropas auxiliares no se integraban en el cuadro de mando
del ejército romano, eran alertadas ocasionalmente, de forma temporal, para
cada campaña en particular entre las gentes de las regiones cercanas al
escenario bélico. Para ello, para su utilización, existían unos pactos que la
regulaban, y fue aumentando paulatinamente y paralelamente a la sumisión de
estas diferentes tribus a SPQR. Esta participación fue especialmente importante
durante el sitio de Numancia.
En el 91 a. C. se produjo la Guerra Social que enfrentó a Roma con
sus aliados itálicos, tras la cual Roma reconoció la ciudadanía de éstos y en
consecuencia el derecho y el deber regulados de servir como legionarios. A
partir de entonces los auxiliares regulares de los ejércitos romanos fueron
proporcionados por las provincias, entre ellas Hispania, y se destinaban a
cubrir los puestos dejados por los ítalos especialmente en la caballería. El Bronce
de Áscoli es un documento que prueba la existencia de un escuadrón de
caballería hispana originario del Alto Ebro, la Turma Sallvitana, que
combatió en el lado romano en el sitio de Áscoli durante este conflicto bélico,
y por su valor les fue reconocida a sus integrantes la ciudadanía romana. De
este modo los soldados hispanos obtuvieron las primeras promociones jurídicas.
Los soldados hispanos también fueron requeridos por ambos bandos
en los conflictos civiles de la República. Posteriormente la guerra civil entre
Pompeyo y César, que pondría fin a la Republica y que tendría la península
Ibérica como uno de sus más importantes teatros de operaciones, aumentaría la
presencia de hispanos en los ejércitos contendientes. Por primera vez se tienen
noticias, no sólo de legionarios, también de legiones completas formadas por
indígenas hispanos como la Legio Vernácula que procedía de las regiones
más romanizadas, las cuales ya se identificaban con las luchas políticas en el
seno de SPQR.
Augusto, al crear de forma permanente un ejército de ocupación en
Hispania, con motivo de las guerras cántabro-astures, y al realizar su
reorganización militar, estableció definitivamente el ejército profesional
voluntario y remunerado. Distinguió entre los hispanos a los más romanizados
provistos de ciudadanía que pasaron a engrosar las filas de las legiones (las
mejor pagadas), y de entre los recién sometidos se sacaron los contingentes de
los distintos cuerpos auxiliares (caballería e infantería), pero ahora el
reclutamiento ya no era transitorio, y de tener su propio armamento y táctica
pasan a ser profesionales recibiendo una organización homogénea.
Las
tierras pobladas del norte peninsular, las más belicosas y menos desarrolladas económicamente,
será un buen centro de reclutamiento, sus jóvenes encontraron en la milicia un
modo de vida nada despreciable pues a su licenciatura (tras veinticinco años de
servicio) se encontraban beneficiados con la ciudadanía, con el ahorro de su soldada
y con sus premios ya fueran en metálico o en especie, en reducción del servicio
o en tierras de cultivo.
Los hispanos se agrupaban en unidades de caballería, alae,
normalmente integradas por quinientos soldados de a caballo y cohortes de
infantes o complementadas con otro escuadrón de caballería tan numeroso o más.
Alrededor de siete mil hispanos norteños fueron reclutados anualmente en estas
unidades en las que se alistaban generalmente agrupados por regiones o etnias
que darían su nombre a dichas unidades, en las que algunos de ellos hicieron
carrera. Se calcula por testimonios epigráficos que pudieron llegar a cien el
número de estas unidades; posiblemente unas veinticinco en tiempos de Augusto y
el resto a lo largo del siglo I con Vespasiano y sus hijos. También Adriano y
Trajano contaron con legiones de su mismo origen geográfico.
La Bética y el levante peninsular no proporcionaron contingentes
de unidades auxiliares al estar muy romanizadas, por tanto más desarrolladas
económicamente y en consecuencia la milicia no era la mejor salida para los
jóvenes, en todo caso preferían integrarse en las legiones en busca de una
carrera militar o política.
Sería a raíz de la revuelta que produjo la caída de Nerón cuando
el ejército demostró su poder a la hora de elegir emperadores, y las legiones
hispanas fueron decisivas en la lucha por el poder apoyando como candidatos a
Sulpicio Galba, gobernador de la Tarraconense, y a Otón de la Lusitania, que
serían emperadores de forma consecutiva a la muerte de Nerón. Poco más tarde,
las gestiones de Antonio Prinio lograrían el apoyo de las tres legiones
hispanas, VI Victrix, X Gémina y I Adiutrix, para Vespasiano
frente al autoproclamado y efímero emperador Vitelio. En agradecimiento, a la
pronta adhesión de los hombres y las tierras hispanas a su causa, Vespasiano
otorgó el edicto de ciudadanía a Hispania, que por otra parte le permitía
retirar las legiones de un suelo hispano pacificado (la I Adiutrix salió
para Germania, la VI Victrix se dirigió a Novaesium en la Galia belga, y
la X Gémina partió para Arenacum en el año 70 para vigilar a germanos y
galos), además le permitió también incrementar el reclutamiento militar en
Hispania y así evitarlo, en lo posible, en Italia la cual había demostrado
excesiva capacidad de intriga y peso en las decisiones de las legiones
pretorianas a la hora de las sucesiones al trono imperial. Se ha constatado,
también por la epigrafía, la creación de unidades auxiliares hispanas en tiempo
de los Flavios para defender la romanidad de las fronteras con los
pueblos bárbaros de Europa y de África.
Trajano llevaría a cabo una política exterior agresiva de carácter
imperialista sobre la cuenca baja del Danubio y en las fronteras orientales que
exigió un extraordinario esfuerzo militar, que en buena parte recayó sobre las
provincias hispanas y que tuvo como consecuencia una importante despoblación en
Hispania durante el siglo II. Los hispanos, entonces con un alto nivel
económico, se quejaron y se resistieron a los excesivos reclutamientos. La
razón de estas quejas estriba en que normalmente el alto mando militar
solicitaba de las autoridades hispanas un número global de reclutas, pero a la
hora de la verdad este cupo de tropas debía cubrirse con alistamientos no
siempre voluntarios y libres. La resistencia al reclutamiento fue lo que
posiblemente llevó, más tarde, a Adriano a completar los efectivos legionarios
y auxiliares con hombres procedentes de la misma región de acuartelamiento de
las tropas y lo que convirtió a las fuerzas armadas de Imperio en un conjunto
de ejércitos regionales.
Se desconoce cuando se originó la primera generación de senadores
romanos procedentes de Hispania. Sí se sabe que ya existía en el siglo I a. C.
y que formaba un pequeño grupo en época de César. En el 40 a. C., el gaditano
Cornelio Balbo se convertiría en el primer cónsul de origen provincial.
A partir de Augusto el Imperio descansaría cada vez en mayor grado
en las provincias. Se inicia así un proceso de promoción
político-administrativa de las provincias hispanas que sería continuado por los
sucesores de Augusto (Iunius Gallus fue senador en época de Tiberio) y
fomentado por los Flavios. Todo esto se tradujo, desde finales del siglo I, en
la creciente importancia de las élites hispanas que accedieron a puestos
centrales de la administración central. Es sobre todo desde la época de Claudio
cuando comenzó a crecer el número y la influencia de estos senadores, es
especial procedentes de la Bética y delas ciudades costeras mediterráneas como
Tarraco, Barcino, Saguntum o Valentia, en estrecha correspondencia con el
desarrollo económico y cultural de estas zonas. Los hispanos, que por un lado
se sentían perfectamente identificados con la vida y la cultura latinas, y por
otro, disponían de una gran riqueza (eran latifundistas u hombres de negocios)
y prestigio; serían integrados en el más alto y exclusivo estamento del SPQR:
el ordo senatorial que constituían, a través de la educación tradicional
que recibían y que transmitían a las futuras generaciones, los guardianes y
representantes de los viejos ideales del estado romano, a cuyo servicio se
consagraban mediante el cumplimiento de magistraturas que, escalonadas en un
rígido cursus honorum hasta el supremo grado de cónsul, constituían el
más alto ideal de todo senador.
Con Nerva, el clan de los senadores hispanorromanos, integrado por
catorce miembros, llegó a ser muy poderoso, ellos serían quienes aconsejarían
la elección de Trajano para aunar la voluntad del senado y la de los cuadros
del mando militar, que eran quienes dominaban (y se disputaban) por entonces
los resortes del poder de hecho. Trajano se apoyó en los senadores provinciales
para evitar los viejos privilegios de casta y las corrupciones que invadían a
la vieja aristocracia senatorial romana, que a menudo se traducían no en
colaboración sino en enfrentamiento con el inevitable poder personal del
emperador. Durante los gobiernos de Trajano y de Adriano se constata que alrededor
de una cuarta parte de los senadores eran de origen hispano. Ellos también eran
de origen hispano.
Entre los más poderosos senadores hispanos destacan:
·
Licinio
Sura, de Tarraco, cabeza de una numerosa familia de hombres de prestigio,
varios de ellos alcanzaron el consulado y el senado con los emperadores
hispanos. Su consejo fue fundamental para que Nerva adoptase a Trajano. Así,
bajo su influencia habían sido destinados Trajano en la Germania, Adriano en
Panonia y Serviano (hispano cuñado de Adriano) en el Danubio por lo que todo el
lines danubiano y renano estaba en sus manos, mientras que el propio
Sura ejercía su influencia en Roma. En la campaña de Dacia, el citado Sura,
figura como jefe del estado mayor; tiene a sus órdenes a Adriano. Será tres
veces cónsul, el máximo permitido, y hombre de confianza de Trajano. También
promoverá más tarde la candidatura imperial de Adriano.
·
Annius
Verus, de Ucubi, protagonizó una brillante carrera senatorial desde Nerva hasta
Trajano y fue padre de la emperatriz Faustina y abuelo de Marco Aurelio.
·
L.
Minicius Natalis, de Barcino, fue legado de la legión V Macedónica en la guerra de Dacia.
·
Pedanius
Fuscus Salinator, padre e hijo, el primero fue senador con Nerva, Trajano y
Adriano.
Junto a estos hay otros
como: Licinius Silvanus, L. Dasumius, L. Iulius Ursus, Q. Valerius Vegetus o
Herennius Severus. En algunos años los dos cónsules fueron hispanos, y además
de Sura, Annio Vero padre y Iulius Urso Silvano desempeñaron este cargo en tres
ocasiones.
Al final de Adriano va decayendo la selección de hispanos para el
Senado, tendencia que irá acentuándose con los Antoninos. Sin embargo
continuaron estando presentes algunos de sus descendientes.
La existencia de estos senadores no tuvo especial trascendencia en
la vida política de sus ciudades de origen, lo cual se explica por el hecho de
que, aunque todos ellos tenían extensas propiedades en su tierra natal, sus
miras políticas estaban concentradas en Roma y para ello invertían en Italia
buena parte de sus ganancias. Trajano dispuso que los senadores que fijaban su
residencia en Italia debían invertir en ésta al menos un tercio de su fortuna.
No obstante, las propiedades que mantenían en sus lugares de origen y las
extensas clientelas con que contaban entre sus paisanos convertían a estos
senadores en portavoces y defensores de los intereses de sus patrias locales,
de las que en muchas ocasiones eran patronos.
La revuelta que puso fin al reinado de Nerón mostró, como señala
tácito, el “secreto del imperio”: los emperadores podían hacerse, no sólo fuera
de Roma, también al margen de la familia Julio-Claudia, es decir, para acceder
al poder no era necesario pertenecer a una estirpe ni el nombramiento del senado,
sino contar con el apoyo de un ejército, hecho que se demuestra con la
intervención de los ejércitos provinciales con sucesivos pronunciamientos para
imponer sus respectivos jefes como emperadores. En este juego de intereses, en
el que hay que tener en cuenta que los destacados en las provincias más
cercanas a Roma tenían más posibilidades, puesto que sus comandantes podían
acudir más rápidamente a tomar posesión del cargo imperial; se sucedieron de
forma violenta: Sulpicio Galba, gobernador de la Tarraconense; Otón de
Lusitania; Vitelio designado por las tropas de Germania, y Vespasiano que fue
aclamado emperador en Oriente.
Con el acceso al poder de Vespasiano se pone fin al periodo de
sucesivos pronunciamientos. El emperador asoció el trono a sus hijos Tito y
Domiciano y llevó a cabo un programa de reformas políticas con el objeto de
restaurar el poder central y el prestigio del emperador, reformas que afectaron
directamente a Hispania entre otras cosas porque le fue concedido el derecho
latino, con lo cual se abría las puertas para la promoción
político-administrativa de los ciudadanos hispano. El gobierno de Domiciano,
con su concepción de poder absoluto, enfrentó al emperador con la aristocracia
senatorial. A su muerte, sin un sucesor designado, el Senado, en un intento de
restaurar su poder y de gobernar sin el concurso del ejército, se dedicó a
buscar candidatos entre los que estaba el edetano Cornelius Negrinus, pero el
elegido sería Cocceyo Nerva que reunía las cualidades que buscaba el Senado: era
representante de la vieja nobleza republicana, era una persona mayor y por
tanto moriría pronto, y además no tenía herederos. Esta elección no satisfacía
al ejército que amenazaba constantemente con sublevaciones por lo que el viejo
emperador y el Senado tuvieron que asumir su derrota y, para contentarle, Nerva
decidió adoptar como heredero al trono imperial a uno de sus generales más
prestigioso y popular: el legado de la Germania Superior, Marco Ulpio Trajano.
Así, por el principio de adopción al mejor, que Nerva sustituyó por el
hereditario, accedería por vez primera al trono un romano procedente del mundo
provincial, concretamente de Hispania. Tras de esta elección estaba el poderoso
grupo de senadores y altos cargos de la milicia hispanorromanos; ellos supieron
aconsejar a Nerva para unir los intereses del Senado y del Ejército. Desde
entonces y por mucho tiempo pudo mantenerse el lema concordia exercitum.
Nerva y sus sucesores podían entregarse a esa política social y de buena
administración que les caracterizó.
El principado adoptivo se mantuvo en gran parte del siglo II y sus
representantes son los conocidos como los Antoninos (por Antonio Pío). A
excepción de Nerva, el resto de emperadores, desde Trajano (96-117), Adriano
(117-138), Antonino Pío (138-161), Marco Aurelio (161-180), hasta Cómodo
(180-192), estuvieron vinculados con Hispania ya fuera por nacimiento, sangre,
matrimonio o filiación legal, además de haber sido formalmente adoptados por
sus respectivos predecesores en el trono. Se podría pues, con justicia,
etiquetarse el siglo II como el de los emperadores hispanos; y por muchas
razones, la época es considerada como la edad áurea del Imperio Romano, en la
que el sistema imperial llega a su plena madurez en los ámbitos político,
económico, social y cultural.
Este trabajo es el resultado de cortar y
pegar desde Historia Antigua de España I de José Manuel Roldán Hervás y desde el dossier de clase “La Pax Romana (30 a. C.-161 d. C.).