A veces no somos capaces de creer en cosas que no podemos ver, que no podemos tocar, ni verificar. ¿Creemos, tal vez, que el cuerpo se rige solamente por los órganos internos?; es más, ¿cómo es posible que tan solo una gran masa de carne y huesos pueda manifestar amor, alegría, odio, tristeza…? Qué es el alma, sino el conjunto de todas esas sensaciones y sentimientos. El alma es un cúmulo de energía, que nos diferencia por nuestros actos, por nuestras reacciones, por nuestro pasado. La energía que predomina en nuestro interior es casi ilimitada, y con ella somos capaces de hacer cosas sorprendentes, inimaginables; aunque no sabemos dominar esa energía, no sabemos emplearla. Permanece en nuestro interior intranquila, con ansias de ser liberada. Con la mente, podemos hasta mover objetos. La mente de una sola persona puede suministrar energía suficiente para alumbrar una ciudad entera; pero permanece pasiva, inmóvil, y en ocasiones parece rebelarse. ¿Rebelarse? Parece una cosa maravillosa, pero inalcanzable. No obstante, permanece ahí, es la realidad, y queramos o no tenemos que adaptarnos a ella. ¿Rebelarse? ¿Y si nosotros fuéramos capaces de dominar a las personas con la mente? Sería sorprendente, aunque un tanto peligroso, tal vez. Pero ¿y si nosotros fuésemos dominados por dicha energía, hasta tal punto en que no fuésemos capaces de distinguir la realidad de la fantasía? Nos conduciría entonces a la locura, y nos encerrarían en un psiquiátrico, sobre un suelo acolchado, bajo un techo acolchado encerrado por paredes acolchadas, de modo que nos ahogaran a nosotros con nuestra locura, sin posibilidad de dejarla salir. Esa es la razón por la que mi madre hacía tai-chí. Le gustaba liberar la mente de vez en cuando, según ella para evitar un cúmulo de “energía negativa”. La verdad es que yo veo todas esas cosas un poco absurdas, eso del alma, la energía negativa y los chacras... Nunca he visto mayor manera de perder el tiempo. Hacía un día despejado, con un sol radiante, acompañado del dulce gorgoteo de los pájaros. Me dirigía al pueblo de unos amigos a pasar el fin de semana. Un pueblo de montaña, precioso, totalmente rodeado por un espléndido paisaje montañoso, con un riachuelo que rodeaba el pueblo y se perdía hacia el norte. Hace poco, algunas montañas de los alrededores habían sido víctimas de un incendio que hubo en la región, y ahora los árboles floridos de aquel entonces mostraban un aspecto tétrico y fantasmal. El pueblo era pequeño y acogedor (tendría cabida para unos trescientos habitantes a lo sumo).