Conclusiones
Kilian Alós Segrelles
Después de haber analizado en profundidad la obra de James E. Lovelock, considero que es un hombre verdaderamente preocupado por la vida de nuestro planeta. No deja de sorprenderme, sin embargo, que anteponga la vida de este a la del resto de seres vivos que habitamos sobre la faz de la Tierra, aunque he de reconocer que su perspectiva es harto convincente. Sin duda resulta verosímil que nosotros seamos los intrusos que, encima de haber forzado a la Tierra a que se adapte para permitirnos vivir en ella, hemos abusado in extremis de su generosidad. Si bien es cierto que a primera vista puede resultar chocante y propio de una mente masoquista el anteponer la “supuesta” vida de un planeta a la de toda la humanidad, hay que reconocerle parte de razón cuando afirma que, si no hay Gaia, no hay vida. Pienso que aquí entramos en el discurso del pez que se muerde la cola: por un lado, considero que no sirve de nada mantener vivo un planeta cuando las circunstancias impiden que haya vida en él, lo que incita a pensar en los seres humanos por encima de nuestro planeta (somos nosotros los que queremos vivir, por lo que adaptamos nuestro entorno a nuestras necesidades); pero por otro lado es irrefutable que si se agotan las posibilidades de que la Tierra pueda seguir constituyéndose como organismo vivo, es imposible que haya vida en el planeta. De modo que esta visión nos obliga a salvar a la Tierra para que, al menos, haya un amago de posibilidad de que nustra especie tenga la oportunidad de habitar en él.
Hasta aquí, parece que la teoría está clara. Es evidente que para que tengamos una posibilidad de supervivencia es necesario anteponer las necesidades de nuestro planeta por encima de las nuestras. Ahora bien, hasta qué punto el planteamiento que propone Lovelock es fiable es otra cuestión bien distinta. Como hemos descubierto a partir de las premisas de su hipótesis, resulta bastante inviable recurrir a la implantación de centrales nucleares como recurso único de subsistencia energética, ya que solamente para abordar el 40% del consumo se necesitarían alrededor de 120 años, y, según el propio Lovelock, no disponemos de ese tiempo ni mucho menos.
Mi pregunta en estos momentos es otra que escapa a todos los planteamientos propuestos hasta ahora. Simplemente, ¿acaso debe haber alguna alternativa viable que nos permita sobrevivir al cambio climático (a nosotros y a la Tierra)? Pues, así como Lovelock se quejaba de la industria hollywoodiense por generar un pánico irracional hacia la energía nuclear, por la misma regla de tres pienso que este se ha visto influido en gran medida por el modelo clásico del happy ending, según el cual todas las películas deben acabar necesariamente bien. El planteamiento, por consiguiente, es que estamos persiguiendo ese final feliz como si alguna fuerza del destino nus hubiese revelado que hay una salida viable por ahí escondida y no debemos parar hasta dar con ella. Me parece, en síntesis, que la humanidad ni siquiera contempla la posibilidad de que, simplemente, no dispongamos de una solución para abordar el cambio global. Parece que, como dice el geofísico en una entrevista, nadie es capaz de afrontar su propio final.