James lovelock, el gurú ecologista, se hace “nuclear”
El 9 de junio de 2004, durante el certamen del día mundial del medio ambiente, Lovelock planteó una teoría que, a pesar de estar enfocada a salvar el planeta y nuestra existencia tras la llegada del cambio climático, logró poner los pelos de punta al movimiento ecologista. La idea de que la energía nuclear es la única salida viable que podrá salvar nuestra civilización, al alejar nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Esta misma postura fue planteada en 2003 por Mijail Gorbachov durante su asistencia al forum de Barcelona, la cual, como era de esperar, fue abrumadoramente repudiada incluso por los integrantes de Green Cross, organización ecologista que él mismo preside.
Todavía exixte la duda de si fue una buena elección que Lovelock sugiriese esta hipótesis la misma semana en que se lanzaba a las carteleras de Europa la película de gran impacto y éxito mundial El día de mañana, que aportaba una dura reflexión sobre las consecuencias inexorables de nuestra acción sobre el planeta. Lo cierto es que no cabe duda de que su posición no logró convencer a los grupos ecologistas, que descartaron radicalmente esta iniciativa como método viable de reacción. No obstante, el propio Lovelock se sorprendió de que muchos de aquellos ecologistas que tan rudos se mostraron en contra de su teoría acabasen confesando en privado que apoyaban su postura. La conclusión de todo esto a la que llega el científico es que el rechazo de los ecologistas se debe a su miedo a perder el respaldo de sus semejantes de cara a otras cuestiones de similar envergadura. En argumento a su hipótesis, Lovelock afirma que el uso de energía nuclear en más económico, más limpio, más seguro y menos problemático en lo referente a la emisión de residuos.
Diferentes posturas ante una misma teoría
El botánico David Bellamy discrepa también de la posición de Lovelock. Según él, resulta inverosímil que la multiplicación del porcentaje de CO2 en la atmósfera puede alterar la temperatura. De ser así, las plantas crecerían de forma acelerada para poder abosorber la creciente cantidad de dióxido de carbono. Aunque el Grupo Intergubernamental de Trabajo sobre Cambio Climático (IPCC) reflejó el aumento desorbitado de las temperaturas como una realidad en 2001, la mayoría de ecologistas siguieron rechazando la apuesta nuclear de Lovelock. Jonathon Porritt, por ejemplo, cita que el geofísico no ha tenido en cuenta la gran inversión de capital que se necesitaría aplicar a este tipo de energía, más teniendo en cuenta lo derrochadores que somos. John Whitelegg, del Partido Verde, promueve otras opciones, evidentes desde su punto de vista, que permitirían proporcionar con un elevado nivel de seguridad y un tiempo menor lo mismo que aquel propone. Roger Higman, de Friends of the Earth, critica a Lovelock la idea de podamos disponer al completo de energía nuclear de la noche a la mañana, con lo que postula como inviable la apuesta de este, ya que un reactor nuclear tarda alrededor de 10 años en entrar en producción.
Por otra parte, es evidente que el deshielo de los polos está a una distancia de entre 25 y 40 años, y hay que tomar medidas urgentes. La postura de Lovelock al respecto es catastrófica y absolutamente contraria a las concepciones de losa nteriores casos citados. Para nuestro científico, la explotación de combustibles fósiles conduce a la emisión acelerada de gases invernaderos. En oposición al creciente interés de los movimientos ecologistas por promover el uso de energías renovables, Lovelock considera que con ello no se hace sino perder el tiempo, ya que es inviable que elementos como el viento, el agua o el sol puedan suministrar energía suficiente a tiempo para que una ciudad entera pueda susbsistir. Si dispusiéramos de 50 años o más -añade-, podríamos convertirlas en nuestras fuentes principales; pero por desgracia no contamos con esos 50 años. En estas condiciones, “solo hay una fuente inmediatamente disponible que no provoque calentamiento planetario, y esa es la energía nuclear”, la única con la que podamos seguir abasteciéndonos de energía. Según él, el terror irracional hacia el uso de la energía nuclear ha sido extendido por la industria de Hollywood, que ha mostrado una visión catastrófica más allá de sus verdaderas connotaciones, cuando desde 1952 se ha demostrado que la energía nuclear es la más segura de todas las fuentes. Aunque el creador de la teoría de Gaia admite que este recurso es potencialmente dañino para el ser humano, apenas supone una amenaza para la Tierra. Los ecosistemas naturales pueden soportar exposiciones radiactivas continuas que serían insoportables para un entorno urbano. Por ejemplo, la región de Chernobyl demuestra un aspecto salvaje mucho más rico desde la explosión de la bomba nuclear, no se sabe si debido al propio efecto de la radiación o al cese de la acción humana sobre el entorno al verse esta gravemente reducida tras la hecatombe. ¿Cómo, por consiguiente, puede postular y defender una teoría que pone en peligro la vida de la humanidad? Pues, ¿de qué sirve salvar al planeta si con nuestra extinción no podremos disfrutar de él? Lovelock tiene una concepción completamente opuesta al respecto. Piensa que somos nosotros los intrusos, los que impedimos que Gaia se desenvuelva según sus exigencias primarias. De este modo, si Gaia muere, con ella se acabará toda la vida que haya en ella. Por consiguiente, solamente dando prioridad a la vida del planeta podrá haber esperanzas para la supervivencia de nuestra especie.
Hay, sin embargo, otra esperanza más, ya que “existe la posibilidad de que podamos salvarnos gracias a un acontecimiento inesperado, algo así como una serie de erupciones volcánicas suficientemente graves como para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra.” Lo que Lovelock no aclara es cómo nos salvaríamos sin luz solar durante un período de tiempo suficientemente largo como para que se enfriara la Tierra, sin que pudieran crecer alimentos vegetales y respirando una atmósfera llena de residuos volcánicos como la que se supone llevó a la extinción de los dinosaurios. De nuevo no parece que tenga a la humanidad en mente: basta con que se salve Gaia.
¿Es la energía nuclear la solución?
A pesar de la compleja hipótesis de Lovelock, lo cierto es que este en ningún momento ha aportado ninguna prueba fehaciente de que su apuesta sea la única salida viable de cara a plantarle cara al cambio climático. Sus afirmaciones se sustentan sobre estas premisas:
1-Es posible satisfacer las exigencias energéticas actuales construyendo las suficientes centrales nucleares, y sin contribuir al efecto invernadero.
2-La transición de energías fósiles a energía nuclear puede hacerse en menos de 50 años.
3-Hay suficiente combustible nuclear en la Tierra como para hacerlo posible, y su extracción puede realizarse sin generar dióxido de carbono.
4- La construcción y operación de una central nuclear proporciona un saldo positivo de energía a lo largo de su ciclo de construcción, operación, desmantelamiento y tratamiento de residuos.
5- Es posible construir estas centrales con sistemas de seguridad que eviten accidentes de gran embergadura, y resolviendo el problema de los residuos, de manera que el mundo pueda seguir siendo habitable en un futuro.
(http://www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20040622091631543)
Lo que no se deja claro en estas premisas es el número de centrales que se debería construir, en cuánto tiempo y qué porcentaje de energía cubrirían. En la actualidad hay en el mundo alrededor de 450 centrales nucleares que aportan el 12% de electricidad consumida a nivel global, porcentaje que equivale al 5% de la energía total consumida. En caso de construir de golpe 3.600 centrales nucleares, el porcentaje de energía global cubierto por estas alcanzaría apenas el 40%, de modo que no se alcanzaría ni la mitad de abastecimiento. Por otra parte, construir esas 3.600 centrales llevaría una media de 120 años, fecha para la cual ya estaríamos perdidos con creces. Estas cifras hacen replantearse si realmente esta propuesta es viable; o visto de otro modo, si resulta ser la más viable, sin duda es un indicio de que la vida sobre el planeta está destinada a la extinción prematura.