HISTÓRIA
Cuando alguien atraviesa por primera vez las murallas de Peñíscola es difícil que no haga la siguiente afirmación: “Esta Ciudad está cargada de Historia”. Y no se equivoca, ni mucho menos.
Hoy Peñíscola se ha convertido en uno de los lugares con más encanto de la Costa mediterránea gracias a su majestuoso castillo amurallado y a sus playas, pero, ¿por qué esta ciudad ha sido, desde siempre, una de las plazas más codiciadas por las diversas civilizaciones que han pasado por la Península Ibérica?
Empecemos por el principio. En una época en la que los pueblos sufrían constantemente el asedio de sus enemigos, dominar un peñón amurallado situado en medio del mar era jugar con ventaja. Si a esto le añadimos el hecho de que dentro de las propias murallas existen abundantes manantiales de agua dulce, la conclusión es que al sustantivo“fortaleza” se le une el adjetivo de “inexpugnable”.
Por aquí pasaron íberos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, musulmanes…
Dice la tradición que Aníbal vivió al abrigo de sus muros varios años, y fue aquí donde juró odio eterno a Roma. Los 500 años de dominación musulmana la convirtieron en un importante puerto y fue dotada de las primeras infraestructuras de defensa. Jaime I, denominado “El Conquistador”, no pudo hacer nada sino negociar a cambio del respeto para sus pobladores, otorgándole carta puebla con fuero de Valencia en 1250.
A partir de entonces, la Orden del Temple primero, y posteriormente la de Montesa, se encargaron de reforzar las murallas, sabedores de la importancia que representaba su dominio.
Pero, sin duda, Peñíscola es conocida por haber sido, junto a Avignon y Roma, una de las tres sedes pontificias que ha tenido la historia. El Maestre de la Orden de Montesa donó el Castillo a Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna. En esos momentos de gran confusión en la Iglesia Católica, el Papa Luna, sucesor de Clemente VII, junto a su séquito, decidió refugiarse en esta fortaleza.
Desde aquí sufrió el abandono y traición de casi todos sus fieles, hasta que murió, en 1423, convencido de que él era el legítimo Papa. La leyenda habla de que durante una apresurada huída esculpió en tan sólo una noche las escaleras de piedra que se encuentran detrás del Castillo y en la labor perdió su anillo. Pero esto es leyenda, no historia, y por tanto no tiene veracidad, a menos que alguien encuentre ese anillo...
Tras cinco siglos posteriores de guerras, es a finales del XIX cuando empieza a transformarse en lo que es en la actualidad y a otorgársele los méritos que merece: además de ostentar, entre otros, el título de “Muy noble y leal, fidelísima ciudad de Peñíscola”, la ciudad fue declarada en 1972 como “Conjunto monumental histórico-artístico”.
Hoy, al pasear por sus calles, sentirá el abrigo de la fortaleza, y comprenderá, cuando se encuentre en lo más alto del Castillo, qué hizo a personajes tan ilustres sentirse tan protegidos entre sus muros.
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